Margarita Garcia

Tonino en Amalfi, Italia, 2008.

En una obra de su autoría, el empresario barranquillero Antonio Celia Martínez-Aparicio hace una exhaustiva y sensible semblanza de su padre, Tonino Celia, en la que no solo recoge su legado familiar sino que narra de manera amena parte de la historia de la Barranquilla del siglo XX. Contexto presenta un fragmento del cuarto capítulo de este libro, un inspirador relato familiar que es además un testimonio de excepción para entender la inmigración de extranjeros que echaron raíces en el Caribe colombiano.

Tonino adulto

Después de su llegada a Barranquilla, mi padre empezó sus esfuerzos para construir la vida que quería vivir. Con muchas ganas de trabajar y aplicar sus conocimientos recién adquiridos, en diciembre de 1953, con 21 años, Tonino se instaló en uno de los escritorios de caoba de la Faitala, en la calle 30, conocida en aquel entonces como la “calle de las vacas”, por la que circulaba el tranvía que terminaba en la estación Montoya. El edificio todavía conserva la fachada republicana y la diadema en la que se lee: Celia y Barletta, fábrica italiana de calzado.

La calle 30 era la espina dorsal del comercio de la vibrante ciudad. Con la fábrica colindaban la farmacia Blanco y Roca, y la Noel de don Noel García Mantilla, la mueblería Pedraza, la vidriería Alperto, el granero La Fe de don Julio Gerlein Güell y el almacén y cacharrería Olímpico, del señor Cuello, que, tiempo después, don Ricardo Char compraría para convertirla en la famosa Olímpica. En esa misma vía se celebraban las fiestas de san Roque, el patrono de Barranquilla, con ruletas, tiro al blanco y vara de premio; y permanecía una popular zona de tolerancia frecuentada por trabajadoras sexuales venidas de todas partes, entre las que destacaba una muy famosa, conocida como la ‘Babilla’, muy solicitada por su fogosidad.

Cuando Tonino llegó a la Faitala, figuraba como socio Pascual Faillace, un destacado exempleado a quien don Blas Barletta le vendió su parte cuando este regresó a Italia. Mi abuelo siempre renegó de esta venta, ya que Barletta, en su afán de volver a su patria, faltó a su compromiso de ofrecerle sus acciones; especialmente porque mi abuelo le había hecho saber que estaba dispuesto a aumentar su participación en la sociedad. En aquella época los contratos no eran tan sofisticados y detallados como lo son hoy día, primaban el honor y la palabra. Sin embargo, el negocio con Pascual habría de consolidarse con un vínculo más fuerte: al poco tiempo de haberse asociado, Pascual se casó en segundas nupcias con América Cozzarelli Rosanía, cuñada de mi abuelo, ya casi cuarentona. De tal forma que, con este matrimonio, el abuelo Antonio y su nuevo socio se convirtieron en concuñados.

Con los Barletta, el vínculo se mantuvo a través de Pier Luigi, mi buen amigo y compañero de colegio, quien hizo una gran carrera en la Armada italiana. Franco, su padre, fue empresario de la farmacéutica y socio de Laboratorios Cofarma, una moderna industria en la Barranquilla de los cuarenta y cincuenta, que aún existe. Don Blas también fue el padre de Blasito, gran persona, y a quien mi padre apoyó en la Faitala, donde trabajó muchos años con gran sentido profesional.

La familia Celia Cozzarelli (Rosina y Antonio con sus hijos Angelina y Tonino) en Génova, Italia, en 1940, semanas después del naufragio del Orazio.

Cuando Tonino llegó a la Faitala, tuvo el enorme reto de buscarle reemplazo al modelista húngaro Juan Juha, un trabajador esencial en la fábrica. Roberto Guerrero, un talentoso joven barranquillero, tomó ese cargo en el que permaneció por muchísimos años. Antes de Juha y Guerrero, el modelista estelar de la Faitala fue el curazaleño Antonio Yandroop, uno de esos personajes estelares que solo se destacan en nuestra memoria familiar. Era famoso por ir al bar La Estrella, en cercanías de la Faitala, a tomar agua –que era gratuita– ver jugar billar y admirar las lindas mujeres que frecuentaban el sitio de moda. La anécdota que le merece su mención es que, un día, en La Estrella, mientras pasaba el rato nada más que con su acostumbrado vaso de agua, el dueño, cansado del escaso consumo del cliente, se le sentó al lado y con un revólver sobre la mesa lo obligó a tomarse el agua hasta embucharse. Cuando le contó a mi abuelo lo sucedido, este le preguntó, “¿y tú qué hiciste?”. En su español-papiamento le dijo: “Bive aqua y vita cuestión”. Esta frase se volvió un lema familiar para decir: no te metas en problemas. Yandroop nunca más apareció por La Estrella.

Tonino y Cecilia

Su ingreso a la Faitala fue un hecho significativo, pues con este llegaron las responsabilidades de la vida adulta. La fábrica era el legado de su padre y un emblema de los logros de la familia. Sin embargo, por esos mismos meses, ocurriría un acontecimiento que desplazó todo lo demás a un segundo plano: Tonino encontraría al amor de su vida.

Tonino y Cecilia habían compartido algunos encuentros cordiales con amigos comunes, un par de charlas cortas y, como vimos, un encuentro cercano, pero casual, en Nueva York. Lo de ellos no fue amor a primera vista; sin embargo, en el salón Magdalena del Hotel El Prado, en la boda de Victoria Mancini Alzamora y Joaquín De Mier Salcedo, mi padre sintió lo que siempre describió como un “corrientazo fulminante”: “Una mujer de indescriptible belleza, elegante porte, distinguida y con una simpatía arrolladora”. Así describía su sensación al ver a la misma Cecilita que seis meses atrás había saludado sin mucho entusiasmo en Manhattan.

Anuncio comercial de la compañía Celia & Barletta, ca. 1925. Edificio de la empresa Faitala, en la calle 30, Barranquilla, ca. 1928

Cecilia Catalina Martínez-Aparicio Echeverría era hija de Ricardo Martínez-Aparicio, dueño junto con sus hermanos de La Prensa, que era el periódico conservador de Barranquilla, y de Cecilia Esther Echeverría Rodríguez, una bella y elegante samaria perteneciente a una familia de destacados empresarios que habían llegado a Barranquilla a principios del siglo XX atraídos por las ventajas de la nueva metrópolis, junto con otras familias samarias como los Obregón y los Vengoechea.

El padre de Ricardo era el general conservador Gabriel Martínez-Aparicio Visbal, alcalde de Barranquilla entre 1899 y 1900, y gobernador del departamento del Atlántico entre 1919 y 1922, en el gobierno de Marco Fidel Suárez. Por cierto, por mucho tiempo, nadie en la familia supo dónde reposaban los restos del general y los de su esposa Catalina Angulo, hasta que un buen día del año 2000, mi hermana Carla, en ese momento secretaria de cultura de la Gobernación del Atlántico, recibió una llamada de la directora de obra encargada de remodelar la Iglesia de San Nicolás, para avisarle que, mientras picaban las losas, los obreros habían encontrado la cripta del general. Inesperadamente se resolvió el enigma familiar, que tanto había mortificado a muchos, especialmente a mi madre quien decía sentirse con una deuda con todos sus descendientes por no saber la ubicación de los restos de sus abuelos paternos. Las criptas habían quedado sepultadas por los escombros de los destrozos que sufrió la iglesia por los desmanes del 9 de abril de 1948.

Por los antecedentes familiares, Tonino imaginaba que conquistar a Cecilia no sería tarea fácil. Tenía que diseñar una ingeniosa y efectiva estrategia a la altura de una mujer como ella. En esas estaba cuando, de pronto, una serie de hechos afortunados lo acercaron al corazón de quien sería la mujer de sus sueños. En un día de abril del 54, a la salida de una misa de Semana Santa, Tonino se encontró con sus amigos Mane de la Rosa, Alberto Mario Pumarejo y José Jorge Núñez. El trío lo convidó a pasar los días santos en la casa de playa, en Puerto Colombia, de las tías de Mane. Al llegar a la casa, Tonino se encontraría con que en una de las casas vecinas vacacionaba su amigo Albertico Gieseken, recién casado con Margarita Manotas, y con que Margarita había invitado a sus amigas, Betty Angulo, Charito Martínez, Toti Dugand y Cecilita a pasar las celebraciones con ella. Cuando se dio cuenta de que Cecilia estaba a un paso, sintió todo el favor del destino. “Ya el domingo de Pascua, la situación amorosa con Ceci era muy favorable”, escribió en una de sus notas. Esa misma noche Antonio Celia y Cecilia Martínez-Aparicio, venciendo sus timideces, se hicieron novios.

Izquierda. Tonino y Ceci en el matrimonio de Hernán Clavijo y Dorita Rosanía, Club Barranquilla, 1954. Derecha. Ceci y Tonino el día de su matrimonio a la salida de la iglesia La Inmaculada Concepción, el 15 de enero de 1955.

El acontecimiento se formalizó con una invitación al Patio Andaluz del Hotel del Prado, donde bailaron porros y guarachas, y se afianzaría horas más tarde cuando, desde el porche de la casa de Cecilia, en medio de un abrazo y un discreto primer beso de despedida, la madre de ella los atisbaba desde una ventana. No había vuelta atrás, la hija tuvo que confesarle sus sentimientos a la madre y ponerla al tanto de lo que estaba pasando para negociar los permisos y trámites que darían rienda suelta al romance. Como todos los novios de la época, comieron helado, salieron a bailar a El Prado, visitaron las playas de Puerto Colombia y, por supuesto, fueron al cine.

Pero debían someterse a las normas sociales de la época: las visitas debían cumplirse con horarios tan estrictos y cuando en sus desvaríos amorosos el novio se pasaba de la hora, presurosa la madre exclamaba “la visita tiene sueño…”.

Eran asiduos asistentes al gran Teatro Apolo, una joya arquitectónica de los años cincuenta, sobre cuya inauguración Tonino afirmó: “Con grandes avisos de neón se anunciaba la primera película que allí se proyectó, La luz que agoniza, y fue así como empezamos a conocer al desafiante león de la Metro-Goldwyn-Meyer”. Las salas de moda eran las de Cine Colombia, que formaba parte de la cadena de teatros de los pioneros del cine en el país, los Di Doménico. Allí se presentaban con frecuencia compañías de ópera; Tita Ruffo, el gran tenor de la época, estuvo en Barranquilla en compañía de dos sopranos muy destacadas en la ciudad: Tina Altamar y Rosita Lafaurie.

También eran los años de las famosas “empanadas bailables” en el Hotel del Prado. En una de sus columnas, mi padre las describió como rendez-vous de los jóvenes que acudían a bailar con la inolvidable orquesta que marcó un hito en Barranquilla, la Emisora Atlántico Jazz Band. Las tandas de cinco canciones comenzaban con música de Glen Miller: ‘Moonlight Serenade’ o ‘In the Mood’. Luego tocaban algún bolero: ‘Tengo miedo de ti’, ‘Nosotros’, ‘Perfidia’, ‘Toda una vida’ o ‘Humo en los ojos’. Después un porro: ‘Carmen de Bolívar’, ‘El chupaflor’, ‘La mano descompuesta’, ‘Kalamary, ‘Marbella’, ‘Joselito Carnaval’. Seguido de una guaracha: ‘El bobo de la yuca’, ‘La ola marina’ o ‘El tíbiri tábara’; un pasodoble: Silverio Pérez o Julio Romero de Torres, una cumbia o un mapalé. A veces intercalaban un merengue: ‘A lo oscuro’ o ‘El merengue e’ la empalizá’. Cuando la Jazz Band terminaba de tocar en el hotel, se desplazaba hasta el balneario de Pradomar, en Puerto Colombia, donde a las cinco de la tarde empezaban las “vespertinas bailables”, relata en una de sus columnas de El Heraldo.

Portada del libro de Antonio Celia Martínez-Aparicio, obra al cuidado de Editorial Maremagnum.

Como todos los novios de la época, Antonio y Cecilia comieron helado, salieron a bailar a El Prado, visitaron las playas de Puerto Colombia y, por supuesto, fueron al cine.

El Patio Andaluz del Hotel El Prado, con sus paredes enchapadas en mayólica, era un cotizado punto de encuentro. Allí mismo se presentó la vedete francesa del cuplé, Danielle Lamar, que venía de agotar entradas en el Hotel Tequendama de Bogotá. Como era un espectáculo picante, el obispo les sugirió a las jóvenes feligresas de su iglesia que no asistieran al evento. Pero Ceci y sus amigas querían ver el show. No se sabe cómo, pero lograron que el padre Riva, italiano amigo de la familia, les concediera la dispensa para ir, siempre y cuando voltearan la cara en los momentos más subidos de tono. Todo iba como tenía que ir, hasta que, al terminar su presentación, la Lamar se le acercó a Tonino. Con un abrazo y un beso le dijo: “Oh, mon chérie, vous êtes ici”. Todos en la mesa quedaron atónitos, nadie sabía a qué venía ese efusivo saludo. Como era de esperar, ya en el carro, Ceci, muy seria, le pidió explicaciones, pero Tonino le juró y le perjuró que la francesa lo había confundido con alguien.

Lo curioso es que unos días antes, mi padre había estado en un viaje de negocios en Bogotá, hospedado en el Tequendama, el mismo hotel donde se alojó la diva. Pero este dato no trascendió en ninguna conversación. El asunto quedó sepultado bajo una espesa capa de conveniente silencio; cada vez que yo intentaba mencionar el asunto, mi padre me abría los ojos y cambiaba de tema.

Aquellos bailes se prestaron para toda suerte de encuentros: “apercolles” ocasionales, cortos amoríos nocturnos, encuentros furtivos y otros que terminaron en matrimonios. El único noviazgo formal que Tonino tuvo, antes de mi mamá, fue con Adelita Segovia Heilbron, una mujer muy especial con quien toda la familia mantuvo una cercana y prolongada amistad, con encuentros en Barranquilla y en Nueva York, donde vivió por muchos años. Además de ese noviazgo, mi padre había tenido unos cuantos romances de juventud. Uno de esos fue con Anita Dávila Díaz-Granados, quien después se casaría con Alberto Mario Pumarejo. Por cuenta de Anita, según me contó Carlos Dieppa, en un paseo a Puerto Colombia, Tonino casi se agarra a trompadas con su amigo Nacho McCausland dizque porque Nacho estaba “haciéndose el gracioso con ella”.

Otro escarceo de Tonino fue con Cecilia Gómez Nigrinis, reina del Carnaval de 1951. Cecilia era aviadora y coronó la hazaña de volar su monomotor de Bogotá a Barranquilla. Cuando después de la larga jornada aterrizó, el alcalde Raúl Fuenmayor Arrázola le dio una especial bienvenida y la nombró “Reina de los cielos”. Aquello desató una airada oposición del obispo Jesús Antonio Castro Becerra pues “solo la Virgen María puede ser la reina de los cielos”. De manera que, a Cecilia le quitaron el título y la renombraron “Capitana de los cielos”.

La familia Celia Martínez-Aparicio en la celebración de los 15 años de Carla, en casa de los Celia Cozzarelli, 1970.

Mi mamá, en cambio, dice no haber tenido ningún amor de juventud, aunque sí muchos admiradores. Tiempo después confesó que años atrás había rechazado ipso facto a tres pretendientes que le enviaron cartas con mala ortografía, pues no toleraba ese tipo de faltas, más allá de cualquier atracción física. De hecho, para evitarse un desencanto, desde el principio le pidió a Tonino que nunca le mandara cartas. Él cumplió su promesa sin saber muy bien la razón de la extraña petición. Con el tiempo, mi madre se dio cuenta de que Tonino no podía desilusionarla: escribía con impecable ortografía, gramática y sintaxis.

Las amistades de juventud

Mis padres disfrutaban de su juventud en medio de alegres y soñadores amigos con los que rendían culto a la amistad. En la mayoría de los casos, la relación con algunas familias se ha extendido por tres y hasta cuatro generaciones: Manuel de la Rosa y Caro Manotas; Manuel De Mier y Rita Mancini; Edgardo Segovia y Margarita Dugand; Fico Arocha y Joelle Dugand; José Víctor Dugand y Adelita Renowitzky; Joaco De Mier y Vicky Mancini; Ricardo Donado y Beatriz Dugand; Albertico Gieseken y Márgara Manotas; Pablo Obregón y Beatriz Alicia Santo Domingo; Pedro Obregón Roses y Olga Zeppenfeldt; Jorge Otálora y Betty Angulo; las Robles Osorio; Juan B. Fernández y Elisita Noguera, su hermano el popular Tico, a quien Pacho Galán le compuso un extraordinario merecumbé y Elsa de la Espriella, su esposa; Turi Fernández, Ricardo Donado y Beatriz Dugand; Juancho Dangond, Susana Echavarría, Edgardo Buitrago y Toty Dugand; Álvaro Jaramillo y Leo Buitrago, José Jorge Núñez y Charito Martínez; Cristian Ujueta, Ruby Palma, Pacho Posada y Judy Carbó; Chebo Carbó y Aída Abello; Ramón Jessurum y Fabiola Franco; Roberto Dugand y Consuelo; Alfredo de Castro y Rosalbina; Gilberto Cadena y Amparo Buitrago; Chicho Valiente y Julia Sofía; Eduardo Angulo y Yolanda Buitrago; Armandito y Robertico Dugand con Beatriz y Consuelo y los inolvidables Jaime Fernández de Castro y Lucía Ruiz Armenta.

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Antonio Celia Martínez-Aparicio

Empresario y expresidente de Promigas, es ingeniero del Instituto Politécnico de Worcester en los Estados Unidos y profesor visitante en práctica del London School of Economics.

 

 

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