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En redes sociales la ‘Ruta del girasol’ resultó ser un éxito. El proyecto busca promover el agroturismo y la reactivación económica.

Con la siembra de 50 hectáreas de girasol en 7 municipios del Atlántico, la Gobernación de este departamento busca impulsar la reactivación económica y el agroturismo en esta esquina del Caribe colombiano.

A meses aún del próximo Carnaval, una danza amarilla casi imperceptible se viene abriendo paso en varios municipios del Atlántico con la complicidad del sol como coreógrafo principal.

Las plantaciones de girasoles que han empezado a aparecer en el departamento se voltean cada mañana a saludar al sol y siguen su luz hasta el ocaso. Gracias a una enzima muy sensible a las radiaciones solares, giran sus tallos en el fenómeno conocido como heliotropismo. Quizás este sea el dato más curioso y su característica más popular, pero detrás hay más.

¿Cuántos posts de Instagram generaron los casi 16 mil visitantes de las parcelas de Pendales, en Luruaco, y Pital de Megua, en Baranoa? Aún están por contarse, pero lo cierto es que estos destinos demostraron su poder como atractivos turísticos y la Gobernación del Atlántico anunció más ‘Rutas del girasol’ con 50 hectáreas más en cinco municipios, como parte del programa ‘Semillas de Vida’. En cada hectárea sembrarán unas 50 mil plantas, por lo que las flores bailarinas podrían conformar la comparsa más grande jamás vista en estas tierras.

¿Cómo empezaron a crecer aquí? ¿Qué magia esconden esos pétalos, que vibran en la tierra atlanticense como escamas de un dragón dorado? La respuesta incluye abejas, economía circular, tal vez el ocaso de la crisis para algunos campesinos, y un mundo más allá de la yuca.

Un origen legendario

La ninfa del agua Clytia, hija de los titanes Océano y Tetis –personificación de los mares–, se enamoró del dios del sol, Apolo. Ese amor parecía destinado a fracasar, y el muy canalla nunca la correspondió. Así nacieron los girasoles, según la mitología griega. Clytia miraba a Apolo salir cada mañana de su palacio y seguía su recorrido hasta que volvía por el oeste, al atardecer. Con el tiempo ella dejó de comer, su corazón se fue marchitando y echando raíces. Al morir se convirtió en una flor, condenada a girar alrededor de su dios por toda la eternidad.

Del mito a la ciencia, los arqueólogos señalan que los primeros cultivos de girasol se originaron de este lado del mundo. Son nativos de México, de mucho antes de la llegada de Colón. Datan de 3.000 años A.C., y fueron cultivados por civilizaciones que adoraban el sol. Hoy se cultiva en todo el mundo. Las semillas que se están sembrando en el Atlántico son importadas de Francia, de una especie llamada girasol oleico, distinta a los ornamentales que se cultivan para floristerías.

El camino hasta el Atlántico pasa por una granja en San Jacinto, Bolívar, de la organización Agrocultura. Ellos descubrieron que no eran exclusivos de tierras altas y climas fríos, como se creía. Trajeron de México técnicas de cultivo que integran el embellecimiento del paisaje. Emulan experiencias vistas en el Eje Cafetero, con senderos adecuados para permitir visitantes entre los sembradíos. Campesinos locales visitaron San Jacinto, conocieron el modelo, y, con apoyo de la Gobernación, lo trajeron a principios de 2021 para innovar, para buscar otras formas de aprovechar su tierra en medio de la pandemia.

 

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Una plantación de girasol en Pendales, Luruaco. Foto: Alejandra Hernández.

Siembra y polinización

Los largos veranos y la ganadería, los potreros, dejan áridas muchas tierras en el Caribe. Pero eso no significa que estén condenadas a ser improductivas, según Alfredo Villadiego, líder de Agrocultura. “Hacemos el proceso a la inversa: suavizamos la tierra y agregamos materia orgánica al suelo, lo recuperamos. El girasol, para que se dé, necesita tierra con poca humedad y alta luminosidad solar, y suelos suaves, sueltos”, dice.

La labor requiere preparar el terreno con tractores con rastrillos, así como cinceles para enterrar las semillas a la profundidad adecuada. Un aliado insospechado surgió en el mismo departamento: los residuos contaminantes que generan las granjas avícolas en los municipios. La llamada ‘gallinaza’, el estiércol de las gallinas, se incorpora al suelo como fertilizante. “Por eso crecen tan alto”.

Por cada hectárea de girasoles se instalan cuatro colmenas de abejas. Para que pueda producir granos se necesitan abejas que polinicen la flor. “La flor de girasol es la flor perfecta, porque en su interior, en el mismo sitio, tiene los dos órganos sexuales: el femenino y el masculino, los estambres y el pistilo. En cuatro días la abeja intercambia los órganos, hace que entren en contacto”, explica Villadiego.

Así, los cultivos se vuelven ejes de recuperación de suelos y conservación de abejas. Tierras secas comienzan a brillar y se genera otro producto para la venta: miel.

La flor de girasol es perfecta, porque en su interior, en el mismo sitio, tiene los dos órganos sexuales: el femenino y el masculino, los estambres y el pistilo.

Aprovechamiento total

La semilla de los girasoles oleicos tiene un contenido del 30 % de proteína. En la Región Caribe se suelen cultivar tradicionalmente carbohidratos: yuca, ñame, plátano. Por más delicioso que sea, un plato de ñame nunca va a valer lo mismo que un plato de proteína, mucho más preciado en el mercado. “Con esto los campesinos cultivan proteína y pueden ganarse unos pesos más”, dice Villadiego.

Con las técnicas que se siembran, los girasoles del Caribe cumplen su desarrollo biológico hasta siete días antes que en el interior del país. A los 5 días germinan; a los 45, alcanzan hasta 1.50 metros. De ahí hasta el día 70 se pueden visitar como destino turístico: con entradas a $10.000 y venta de flores a $5.000 –como adornos y recuerdos. Solo están abiertos por unas semanas, por eso la ruta que se está diseñando será escalonada, por estaciones y turnos.

Después del día 70 empieza otro proceso para las plantas, cuando sus flores ya han crecido tanto que dejan de girar y quedan mirando al este, como tristes. Con un 58 % de contenido oleoso, sirven para desarrollar aceite. Los tallos se cortan, se pican y se convierten en alimento para ganado, con más proteína que el maíz. La flor se seca, se muele y se convierte en concentrado para gallinas. Todo vuelve.

Las semillas se extraen y pueden comerse, como maní; solo que son más saludables, con Vitamina E y propiedades que, entre otras cosas, protegen la piel contra los rayos solares.

Así que no se sorprenda si nota un resplandor amarillo en el paisaje la próxima vez que llegue en avión a Barranquilla. La ninfa Clytia y el dios Apolo apenas empezaron a bailar por aquí.

Ivan Bernal Marín

Editor y periodista barranquillero. Sus reportajes han sido publicados en revistas como El Malpensante, Semana, Dinero, SoHo y Pacifista; y en la revista cultural cubana El Caimán Barbudo, la revista estadounidense Plough, y el portal argentino Infobae. Es magíster en periodismo de la Universidad del Rosario y especialista en Filosofía Contemporánea de la Universidad del Norte.