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Foto: Razón Pública.

La popularidad del gobierno parece decaer mientras sus aliados de peso intelectual se empiezan a evaporar. ¿Corregirá el rumbo el barco del Pacto Histórico?

¿Puede un gobierno del cambio ser efectivo sin intelectuales que lo defiendan? Esta es una de las preguntas más apremiantes suscitadas por el gobierno de Gustavo Petro. 

El gobierno necesita intelectuales que legitimen sus reformas pero cada vez está más solo. La creciente soledad de Petro es palpable en la última semana: culpa de todo al neoliberalismo y bajo esa consigna concibe las críticas que llueven desde El Tiempo, El Espectador, La Silla Vacía, o El Nuevo Siglo. 

Estos reparos, sin embargo, pierden credibilidad cuando tenemos en cuenta que las críticas más sustanciales provinieron la semana pasada de los principales intelectuales liberales, socialdemócratas y de izquierda del país. Ninguno de ellos es neoliberal. Eduardo Pizarro Leongómez ofreció una crítica demoledora de la ausencia de política de seguridad en su entrevista en la revista Cambio –cuyo apoyo hacia el gobierno ha menguado considerablemente desde las elecciones de 2022; Francisco Gutiérrez Sanín arrojó dudas sobre las bases conceptuales y jurídicas de la Paz Total; Mauricio García Villegas y Ramiro Bejarano reprobaron el derroche de populismo y demagogia desplegado por Petro en el balcón del palacio de Nariño. 

Solamente Ricardo Silva Romero y Salvo Basile defendieron los discursos de Petro, apelando a argumentos valiosos pero cosméticos –quedándose en el nivel de las representaciones políticas y no de la conveniencia y viabilidad financiera, política o jurídica de las propuestas del gobierno– si se comparan con las declaraciones de otros intelectuales que he mencionado. 

Es probable que estos estados de ánimo sean una expresión de cambios más profundos en el Pacto Histórico; y, al mismo tiempo, que las columnas de estos intelectuales agrieten cada vez más la legitimidad de la Paz Total y la reforma a la salud. La popularidad del gobierno ha decaído, sus marchas fueron un fracaso y sus aliados de peso intelectual y científico se empiezan a evaporar. En algunas regiones, existe preocupación por parte de campesinos e indígenas, según La Silla Vacía. Las críticas también provienen de organismos serios como la Fundación Ideas para la Paz y el Cinep –que yo sepa nunca catalogados como fortines del neoliberalismo.

Ante los detractores, la estrategia del gobierno ha sido fosilizarse en el leitmotiv del neoliberalismo (quizás al terminar estos cuatro años, por qué no, también será el responsable del meteorito de Yucatán que extinguió a los dinosaurios), convocar marchas populares, purgar el ejército y algunos ministerios, y cerrarles el diálogo a ciertos sectores de la sociedad colombiana. 

Los gobiernos no pueden prescindir de intelectuales y este gobierno los está ahuyentando. Antonio Gramsci, el marxista italiano que reflexionó hace un siglo sobre el rol de los intelectuales en la sociedad, diría que son fundamentales. La historia tampoco revela otra cosa: ¿qué hubiera sido del antiguo régimen sin los curas que defendían el orden social natural, de la Inglaterra parlamentaria sin Grub Street, del gobierno Trump sin Fox News y Steve Bannon, o del mismísimo triunfo de Petro en las elecciones de 2022 sin columnistas, tuiteros y Youtubers?

Es muy temprano para hablar de un éxodo pero el gobierno está ahuyentando a mucha gente.

La importancia del apoyo de los intelectuales tampoco ha sido una cuestión banal para las utopías sociales y estatales: de lo contrario, ¿por qué Mao y Stalin pusieron tanto empeño en poblar las estepas con los cadáveres y fantasmas de escritores, profesores universitarios, científicos y maestros de escuela?  

Es muy temprano para hablar de un éxodo pero el gobierno está ahuyentando a mucha gente. ¿Dónde están los intelectuales de peso académico y político que legitiman no sólo las reformas sino el estilo del gobierno? La calidad de los gobiernos también se ve reflejada en sus aliados intelectuales y académicos. Por ahora, la defensa de la Paz Total y la reforma al sistema de salud se ha limitado a frases grandilocuentes en redes sociales blandidas por libretistas de series de televisión y Youtubers. Un claro contraste, por ejemplo, con el grupo de intelectuales, académicos y políticos de alto nivel que respaldaron el proceso de paz liderado por Juan Manuel Santos en 2016. 

El palacio de Nariño se está pareciendo más al mundo mítico de Juan Rulfo que al de Gabriel García Márquez. Y su cacique principal, ‘Petro Páramo’, está cada vez más solo –como el protagonista de la novela de Rulfo.

 

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Luis Gabriel Galán Guerrero

Doctor en Historia de la Universidad de Oxford, St. Anne’s College.