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Dos adolescentes recorren un árido camino que contrasta con el verdor del Páramo de Sumapaz.
Foto: Lawrence Milovich.

Entrega final que hace para los lectores de Contexto el narrador y docente Daniel Ángel sobre la historia del Páramo de Sumapaz, región natural amenazado por el turismo desregulado y posibles procesos de extracción con el uso del fracking.

Un frailejón
miraba el atardecer
con los ojos llenos de amor,
porque el páramo era su florecer
y al hombre lo llenaba de temor.

El águila de Sumapaz
volaba en los altos para mirar
La belleza que existía, sin comparar,
de armonía y de gran paz.

Al páramo lejano
una plaga lo atacó,
enfermó a los frailejones
y la gente se angustió.
movimientos iniciaron
y el páramo mejoró.

Zonia Cifuentes – El frailejón enfermo

3.

A don Marco no lo conocí personalmente porque al momento de hacerle la entrevista ya nos encontrábamos en cuarentena obligatoria, así que lo llamé por teléfono y tras hablar con él por algunos minutos y pedirle el favor de responder una serie de preguntas a vuelta de correo lo primero que me dijo fue: “El haber llegado a la Localidad 20, Sumapaz, D.C., fue lo mejor que me pasó durante los treinta y seis años de vida laboral. Mi condición era la de única autoridad civil dentro del territorio, el cual es 100% rural y, consecuencialmente, sus habitantes son todo el campesinado”. Y al preguntarle por los procesos y las relaciones que llevó con la comunidad me respondió: “Las relaciones con esta comunidad, inicialmente, fueron un poco tensas, pero a medida que el tiempo avanzaba se fueron estrechando lazos de confianza y amistad lo que permitió que mi trabajo se realizara con la colaboración de ellos mismos, formando así una especie de equipo de trabajo”.

Por supuesto, no todo fue bello ni bueno, pues como se ha contado sobre el Páramo de Sumapaz, los procesos de violencia han sido álgidos y han sobrevivido hasta el día de hoy en la región, a pesar de tantos años de resistencia y lucha aún por la tierra, por la preservación del medio ambiente, por el control del turismo, por impedir el fracking y por la paz.

Por eso, luego de aquella salvaje embestida de las tropas del Batallón Colombia bajo el mando de Rojas Pinilla y de la caída del dictador, durante la década de los 60 hubo una tensa calma en la región del Sumapaz, con la excepción del Plan Laso (Latin American Security Operation) o Lazo, instigado desde el congreso por Álvaro Gómez Hurtado, el hijo de Laureano Gómez, y con el cual se presionó al presidente Guillermo León Valencia para que atacara con toda la fuerza militar a, lo que Álvaro Gómez denominó, las repúblicas independientes del país, entre ellas la del Sumapaz. El Plan Lazo o Laso, tenía un objetivo específico: atacar aquellas regiones donde había presencia insurgente, sindical o agraria, en especial Marquetalia, bastión de la guerrilla de las Farc. Y un objetivo general: atacar ideológica, civil, política y militarmente cualquier vestigio del comunismo en el país. Como resultado de esta incursión en Colombia dirigida por el general Ruiz Novoa quien determinó el alcance resumido en la metáfora: “quitarle el agua al pez”, es decir, quitarle la ayuda del campesinado a la guerrilla, quedaron estos 10 puntos: “1. Extensión del servicio militar obligatorio. 2. Creación de centros militares de instrucción. 3. Instrucción en guerra de guerrillas. 4. Intensificación de la búsqueda de información. 5. Obligatoriedad de curso de Lanceros para todos los oficiales y suboficiales del ejército. 6. Intensificación de cursos de tiro con armas cortas. 7. Mejoramiento del enlace entre unidades del ejército y la fuerza aérea. 8. Coordinación de autoridades civiles, militares y políticas. 9. Sustitución de los puestos fijos por bases móviles de patrullaje. 10. Desarrollo de acción psicológica”.

En la siguiente década, bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargo, se logró el reconocimiento al movimiento agrario y se dio apoyo a la conformación de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), entes que vigilaron los procesos de la adquisición de tierras de los campesinos. A su vez, muchos de los líderes del Sumapaz encontraron en la propuesta política de la Unión Patriótica (UP) una solución para cimentar bases sólidas a sus luchas por la tierra, la paz y la dignidad. Ya hartos de la violencia, del desplazamiento y de la pobreza, los procesos sociales se fortalecieron, hasta que inició el genocidio de los miembros de la UP. No se tienen datos concretos de que miembros de la UP pertenecientes a la región del Sumapaz hubieran sido víctimas del genocidio, sin embargo, sus sueños de alcanzar curules en los estrados políticos del Estado se desvanecieron y, por el contrario, el 17 de diciembre de 1990, en el gobierno de César Gaviria, se inició la Operación Colombia con la toma de la Casa Verde, el lugar simbólico de fundación de las Farc. Para ello, el Ejército Nacional desembarcó a más de 7000 tropas en San Juan de Sumapaz, seguido de ametrallamientos indiscriminados contra la población, quemas de casas y falsos positivos judiciales.

Durante esta década del 90 las Farc tuvo una fuerte presencia en el Sumapaz debido a su cercanía con Bogotá. Los comandantes Marco Aurelio Buendía, Romaña, el Zarco y Miller Perdomo instalaron sus centros de operaciones en zona rural, además de llevar allí a sus secuestrados. Como medida del Plan Colombia el Ejército bombardeó Lagunitas y Chorreras, hostigaron a los campesinos que a causa del miedo regresaron al monte en un nuevo éxodo. Los militares llegaban a sus casas o a sus parcelas, los detenían y acusaban de guerrilleros, como lo cuenta don Filiberto Baquero, de la vereda San Juan: “Ustedes cogen el azadón de día y de noche cogen el fusil” (Morales Acosta, 2017, pág. 85). Muchos de los sumapaceños debieron huir desplazados hacia Bogotá, dejando sus casas, animales y parcelas abandonadas. Con las casas deshabitadas el ejército saqueó y se comió las cosechas y los animales. Todo ello sin contar con los listados del Ejército, llamados Órdenes de Batalla, con los que perseguían y montaban sus falsos positivos judiciales.

Quizás es por esto por lo que los sumapaceños no se sienten de Bogotá ni comparten las estructuras burocráticas ni las lógicas de mercado de otra región, solo las de su páramo, y por ello perviven sus luchas en contra de la guerrilla, ya que varios frentes de las Farc, el 51, 52, 55, 26 y 17, usaron su territorio como corredor geográfico. Al respecto, don Marco me dice: “Empecemos porque estando allá en la localidad de Sumapaz (actualmente sucede) quien viaja para la ciudad manifiesta: «me voy para Bogotá»; creo que con esto se dice todo, creo que me quedo corto si digo que el 70% de la comunidad no se siente bogotana, se siente sumapaceña”. Además, la población siempre quedó en medio el fuego cruzado, pagando los platos rotos de una lucha armada inacabable sin que el Estado actuara para defenderlos. Luego debieron sufrir con el Ejército Nacional, el cual instaló en 2001 el primer batallón de alta montaña en el sitio Los Pueblos de la vereda Las Águilas, en el municipio de Cabrera y al cual denuncian porque han contaminado sus aguas, talado los frailejones y la vegetación para levantar sus campamentos, han cometido abusos de todo tipo y sindicado a muchos de los campesinos de ser guerrilleros.

 

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Frailejones en conexión con el cielo paramuno. Foto: Lawrence Milovich.

Durante la década de los 60 hubo una tensa calma, con la excepción del Plan Laso (Latin American Security Operation) instigado desde el congreso por Álvaro Gómez Hurtado, el hijo de Laureano Gómez, y con el cual se presionó al presidente Guillermo León Valencia para que atacara con toda la fuerza militar a lo que Álvaro Gómez denominó las repúblicas independientes del país, entre ellas la del Sumapaz.

Vladimiro Morales de la vereda de San Juan cuenta que “En el año 91, un día martes de marzo fui aprehendido por las tropas de mi general Millán, cuando ellos me capturaron estaba sacando papa, arriando unas mulitas con la pinta de campesino, mis botas de caucho, una camisa sin botones, martes, miércoles, jueves y viernes fui torturado, desaparecido de mi familia, de la visión de mis compañeros, donde las torturas fueron de verdad muy desagradables, donde intentaron quitarle a uno parte de sus órganos como los testículos, los ojos, donde en horas de la noche me sacaban a hacer mis necesidades y también me ponían a que cavara el hueco donde me iban a enterrar porque no les daba la información que ellos requerían, fue algo muy doloroso”. (Morales Acosta, Arando el pasado para sembrar la paz, 2017, pág. 90)

En el libro Surcando amaneceres, Laura Varela y Yuri Romero, ponen en evidencia un hecho ocurrido en 1950 cuando Jorge Eliécer Táutiva, quien era un joven campesino que vivía en el Sumapaz y que junto con su hermano Carlos había seguido los pasos de su padre Carlos Julio Táutiva en la lucha por las tierras en contra de la familia Pardo Roche, siendo miembro activo de la organización de resistencia. Una noche, el joven Jorge Eliécer es detenido bajo la acusación de ser chusmero, como se les llamaba a los liberales. Supongo, muchos años después, que era una noche en la que la luna alcanzó a iluminar los caminos reales y dejó entrever las hojas de los frailejones que se erguían bajo la niebla, y que por uno de esos caminos condujeron a Jorge Eliécer hasta La Concepción, ante la presencia del corregidor Camacho, de inclinación conservadora. Allí fue torturado y vejado, pues le quitaron la piel tanto de las palmas de sus manos y dedos, con los que tocaba el tiple, como la de sus pies. Luego, en estado inconsciente lo llevaron hasta Cabrera, a la rivera del río Sumapaz, lo despertaron abofeteándolo y en un lugar denominado Peñas Blancas la policía, el ejército o grupos paramilitares le rompieron las piernas y lo castraron, y cuando la luna declinaba sobre las aguas arremolinadas del río le amarraron una cuerda que tenía atada una piedra del otro extremo y lo arrojaron a la profundidad.

Sin embargo, la historia que cuentan Valera y Romero se quedó corta, ya que el miércoles 16 de junio de 2010 a las 5:30 de la mañana, cuando no había salido el sol en el páramo y la neblina era tan densa que parecía un cuerpo sólido, miembros de la Sijín llegaron a la vereda Buenas Tardes del municipio de Pasca, y disparando para asustar a los campesinos se llevaron preso a Carlos Julio Táutiva Cruz, sobrino de Jorge Eliécer Taútiva asesinado en 1950. Carlos Julio, el de la contemporaneidad, y a quien le decían Yuyo, era fiscal de la junta de acción comunal de la vereda Lagunitas, presidente de la asociación de padres de la misma vereda, vicepresidente de la asociación de padres del colegio Erasmo Valencia y miembro del Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Sumapaz (Sintrapaz), fue capturado y judicializado aquella mañana de junio por ser presunto integrante de las Farc, tratándose, al parecer, de otro de los tantos y tantos falsos positivos judiciales de la inteligencia militar del país.

Pero allí no acabaron los desmanes del gobierno y del Ejército en contra de la población civil del Sumapaz. Con el Plan Patriota de Álvaro Uribe Vélez se recrudeció de nuevo el conflicto en la región, como lo cuenta Moisés Delgado de la vereda Lagunitas: “Resulta que en el gobierno de Uribe Vélez, y por su intención de acabar la subversión, de acabar con la izquierda colombiana, ya fueran sindicalistas o agrarios, le prometió al pueblo que iba a acabar la izquierda colombiana en poco tiempo, entonces le pide a su ejército que presentara positivos —en el año 2000 es cuando el ejército se toma Sumapaz y desaparece la guerrilla— y como no tenían positivos para entregar en esa tierra, le hicieron un seguimiento y unos falsos positivos al campesinado, y en esas desafortunadamente vine a caer yo en el año 2005, creo que por ser sindicalista”. (Morales Acosta, Arando el pasado para sembrar la paz, 2017, pág. 97)

Es decir, con ejemplos como el caso de los Táutiva se puede comprender que los habitantes del Sumapaz conservan en su memoria colectiva las luchas que dieron sus antecesores por la defensa del territorio, y como me dijo algún día don Rómulo, las luchas que ellos y sus antecesores enfrentaron, también las dieron para que las nuevas generaciones no tuvieran que pasar por esos hechos de violencia.

No obstante, las persecuciones, el aniquilamiento y el desplazamiento se multiplicaron en la región, y nunca acabó, pues en el siglo XXI, como me cuenta don Marco, pervivieron las escenas macabras en la región como “el levantamiento del cadáver de un niño de 9 años quien cayó abatido por el fuego cruzado entre el Ejército y la guerrilla y quien, perdón la crudeza, literalmente quedó destrozado por las balas. Además, me cuenta de casos de violencia sexual por parte de las fuerzas armadas (me refiero a Ejército y guerrilla). Conocí el caso de un descuartizado del cual sus partes (algunas) aparecieron en diferentes fechas. Se tuvo conocimiento de personas a quienes “se les aplicó el destierro”. Allí se “ajusticiaron personas” (asesinaron) por cometer hurtos. Allí conocí militares, de la mano de la guerrilla, que iban al caserío a cobrar “la vacuna” (la extorsión) por secuestrados. Conocí casos, muy frecuentes, donde las fuerzas armadas (de ambos bandos) se apropiaban de semovientes y mi intervención para el reconocimiento de su valor”, y otras escenas más que me remite con gran pesar.

Aunque hoy permanecen las tropas del Ejército en el Batallón de alta montaña, la lucha actual de los campesinos sumapaceños la libran contra las empresas que están detrás de proyectos de fracking en el páramo.

Una de las campesinas del Sumapaz, que prefiere ocultar su nombre, me cuenta que a pesar de los grandes hechos de violencia que ha sufrido su territorio, uno de los peores inició después del 2001 con el Plan Patriota de Álvaro Uribe Vélez, ya que el ejército actuó de forma indiscriminada en el sector y la guerrilla también respondió con fuerza. En la edición del 3 de abril del 2019 el periódico El Espectador publicó un artículo en el que se da cuenta de cientos de casos de falsos positivos que se dieron en el Sumapaz durante esta época y que permanecen enterrados en el silencio. Una de sus víctimas le dice a la periodista: “He sido víctima del conflicto por donde se le mire: los militares me asesinaron a mi chinito de nueve años, las Farc se llevaron a otra hija cuando tenía solo 14 años, fui desplazado a Bogotá urbana dos veces, me pegaron un tiro en la pierna en medio de un combate. Los militares me decían guerrillero. Y los guerrilleros me decían ayudante de los militares. ¡Veinte años viviendo así! Pero eso nadie lo sabe, a nadie le importa. Y lo olvidaría, pero necesito que me devuelvan a la niña. Llevamos 17 años buscando a Sandra Paola y nadie nos da razón”.

El anterior no es el único caso, la campesina que me responde una serie de preguntas me habla de alrededor de 500 solicitudes que han interpuesto los habitantes del Sumapaz para ser reconocidos como víctimas de la guerra, de las cuales más de 250 no han sido respondidas por el gobierno y, por lo tanto, no se han hecho las respectivas investigaciones sobre los acontecimientos. Es decir, las Fuerzas Armadas Colombianas no han reconocido hoy los errores que cometieron en la ejecución del Plan Patriota de Uribe Vélez y la guerrilla de las Farc tampoco se han pronunciado al respecto. Solo hasta septiembre de 2016, por orden del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, el viceministro de Defensa Aníbal Sánchez Soto pidió perdón públicamente por el asesinato de Helver Antonio Torres quien en 2006 “murió en la escena simulada por el Batallón de Infantería 39 del Sumapaz, en tanto Fredy logró escapar y denunciar los hechos ese mismo día, a la vez que desde el Batallón se emitía informes indicando que se había tratado de un combate contra guerrilleros de la cuadrilla Abelardo Romero de las Farc”, como lo explica el periódico Vanguardia y la Unidad de Víctimas del gobierno.

Con la firma del tratado de paz en el gobierno de Juan Manuel Santos, se inactivaron totalmente las confrontaciones armadas en la región del Sumapaz. Sin embargo, hoy en día los problemas en el páramo no se acaban, pues la tala indiscriminada de frailejones, los cuales crecen en promedio un centímetro al año, las quemas constantes que hacen los colonos para las cosechas de arveja y habas, la tala y venta ilegal de madera que ha destruido hasta mil hectáreas del páramo, la presencia del Ejército Nacional, ya que, cuentan los campesinos de la región, los militares cortan las hojas del frailejón, utilizan las bocatomas de los acueductos veredales para bañarse o para hacer sus necesidades fisiológicas y en las 28 subcuencas hidrográficas del páramo han encontrado envoltorios de comida, baterías de radio y hasta munición, han contaminado en niveles alarmantes el páramo. Para la CAR, el problema también radica en que los semovientes pastan a 3500 metros de altura y por el frío deben esconderse entre los matorrales pisoteando y destruyendo el suelo que pierde sus propiedades de esponja para la recolección del agua que junto a los deshielos surtirá los caudales de los cuerpos de agua.

Por otro lado, aunque permanecen las tropas del Ejército en el Batallón de alta montaña y se siguen cometiendo desmanes, la lucha actual de los campesinos sumapaceños la libran contra las empresas que están detrás de proyectos Fracking en el páramo. Como lo dice la organización civil especializada en el impacto social y ecológico de los hidrocarburos en el país, Crudo Transparente, compañías como Alange Energy finalizó el contrato aduciendo temas socio ambientales, pero en realidad fue la pobreza en los hallazgos geológicos, luego de las pruebas sísmicas y la negativa de la población, la que los indujo a cancelar operaciones. (Transparente, 2019.)

Y, sin embargo, a pesar de tanto sufrimiento, tantas luchas, tantos cuerpos caídos por las ráfagas enemigas, el pueblo del Sumapaz sigue adelante, fortalecido y digno, luchando por su territorio y por la paz. Los proyectos sociales que lideran los mismos campesinos son una muestra de la fuerza y la empatía con el otro, del compromiso que tienen con su tierra y con los que vienen. Pienso en sus procesos y su resistencia y en que desde las ciudades conceptos como territorio e identidad con la tierra no existen. Los sumapaceños son uno con su territorio, consideran el páramo una extensión de sí mismos. Por ello, luchan y se preparan para nuevos retos con proyectos encaminados en la modernización y fortalecimiento de la organización comunal en la ruralidad, del modelo Uno más Uno=Todos, Una más Una=Todas, del 2017, o proyectos agroecológicos impulsados por los jóvenes en las regiones de Pasca y Tibacuí, en los que adquieren herramientas para mejorar su relación con la tierra y para generar procesos auto sostenibles.

El sol declina, el viento empieza a golpear con mayor violencia y debo partir. Don Rómulo me acompaña con paso cansino hasta la parada del autobús. Al fondo el cielo está limpio, pocas veces podía observar con claridad los cerros de Monserrate y Guadalupe, pero en aquel momento el mundo se convierte en un lugar tranquilo y seguro por el cual trasegar. Y antes de que llegue el bus echo una nueva mirada sobre los frailejones que crecen lentamente en un proceso de miles de años, imagino sus raíces diminutas estirarse con desespero para aferrarse a la tierra, observo la pelusa de sus hojas excitarse ante la presencia de la neblina que se va disipando a causa de la deforestación y la tala, y los escucho lamentarse, débiles, porque tienen sed. Y antes de subirme al bus, estrecho la mano endurecida de don Rómulo, quien me mira con sus ojos acuosos y me dice: “Sumercé, ¿si sabía que la palabra frailejón se la inventaron mis ancestros, los campesinos, para esas plantas sagradas que nos abastecen de agua?”. Al preguntarle por qué les habían llamado así me dijo: “Mire, mijo, ¿si ve que las maticas parecen frailes?”. Yo me quedo mirando en detalle aquellas plantas erguidas y adornadas con puntas en sus cabezas y que a cierta distancia sí parecían monjes ataviados con sus casullas. “Pero no es solo que se parezcan. Viven también como los frailes, en la pobreza, arañando lo poco que les da la vida para ofrecérselo a los demás”.

NOTAS

1. Los nombres de los protagonistas se cambian para proteger sus identidades.
2. Todos los poemas que sirvieron como epígrafes de este texto fueron escritos por campesinos del páramo de Sumapaz. Para ellos mi agradecimiento.

Trabajos citados

Morales Acosta, C. (2017). Arando el pasado para sembrar la paz. Bogotá: Universidad Nacional.

Galvis, S., & Donadio, A. (2002). El jefe supremo. Medellín: Hombre Nuevo Editores.

Varela Mora, L., & Romero Picón, Y. (2007). Surcando amaneceres. Bogotá: Fondo editorial UAN.

Aprile-Gniset, J. (2019). La crónica de Villarrica. Cali: Programa Editorial Universidad del Valle.

Morales Acosta, C. (2017). Arando el pasado para sembrar la paz. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Jara Gómez, J. (2017). Cuadernos de la violencia. Bogotá: Cajón de sastre.

Villamizar, D. (2017). Las guerrillas en Colombia. Bogotá: Debate.

Aguilera Peña, M., & Vega Cantor, R. (1991). Ideal democrático y revuelta popular. Bogotá: ISMAC.

colectivo, T. (2019). Voces de Sumapaz, memorias y ficciones campesinas. Bogotá: s.d.

Londoño Botero, R. (2011). Juan de la Cruz Varela. Sociedad y política en la región de Sumapaz (1902-1984). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Daniel Ángel

Narrador, poeta y docente de literatura y creación literaria en IDARTES. Autor de la novela Montes de María (2015), Rifles bajo la lluvia (Desde abajo, 2017) y Silva (Seix Barral, 2020). Artículos suyos han sido publicados en revistas como El Malpensante y Casa Tomada, y diarios como El País de España.