Imagine lo siguiente. Usted va caminando por la calle y ve, de pronto, a una señora que mira hacia arriba, la mano en la frente para tapar el sol. Un par de metros delante de usted hay otras tres personas, una pareja y un niño, que también miran hacia arriba. Todos observan con preocupación o así se percibe por la seriedad de los gestos. Usted, segundos después, será el quinto observador. No podrá resistir la tentación de mirar hacia arriba, con curiosidad, para descubrir al avión que se estrella contra el rascacielos, el hombre que camina por el cable o el suicida que se abraza a la columna de la torre. O nada, porque los otros cuatro se pusieron de acuerdo para tomar del pelo a los demás.

Imagine ahora que entra a un mercado. Hay miles de personas y centenares de puestos de frutas, verduras, carnes, mariscos, embutidos… De pronto hay un tumulto en el sector de las frutas. Usted escucha gritos y ve, a lo lejos, una riña que apenas inicia pero que muy pronto involucra a más gente. Alrededor de los que riñen se reúne gente curiosa a ver, a azuzar. Al mismo tiempo, en otro lugar ofrecen bebidas gratis y, en otro, hay música en vivo que suena maravillosa, y del lugar de las verduras, un niño corre llevándose unas manzanas mientras los vendedores gritan y corren tras él.

Uno y otro ejemplo ilustran la manera como se construye la opinión pública, ese primer momento de atracción del interés de alguien hacia algo. El primer ejemplo es simple y revela el poder de la curiosidad. Alguien dice: “mire, hay un hombre en un cable”, y no hay manera de no mirar. El segundo ejemplo, en cambio, ilustra lo que es el mundo de las redes sociales, en el que miles de estímulos compiten por la atención del ciudadano.

El ciudadano que está en la plaza de mercado sabe que la riña es el lugar de mayor peligro y también el que disputa con mayor fuerza su atención. Las bebidas gratis podrían interesarle. Si la música es lo suyo irá tras ella, como los niños en Hamelín. Un espíritu justiciero podría llevarlo a esperar a que pase el niño para ponerles una zancadilla a sus perseguidores.

Pero ahora imaginemos que en un extremo del mercado se oye una voz potente, la de un hombre que tiene una pistola, y se escuchan unos disparos. En el otro extremo hay alguien que le grita al hombre armado. Muestra una ametralladora. Esos dos fenómenos, apagan de pronto la música, la riña, la oferta gratuita de bebidas y la persecución al niño, que escapa feliz con sus manzanas.

Estos estímulos fuertes construyen hoy la opinión pública, definen el comportamiento de los electores y de muchas maneras ponen en peligro el funcionamiento de la democracia y el respeto a los derechos de los individuos.

Los enemigos de hoy son construidos y manipulados igual que ayer (el castrochavismo, para unos; los ricos empresarios, para otros; los neoliberales, para aquellos; los expropiadores, para estos; en fin) pero con un acelerador que hace todo más volátil y peligroso: las redes sociales.

La opinión pública es un agregado de las percepciones de los individuos en una sociedad, la suma de lo que la mayoría opina sobre algún tema en particular. Algunos dicen que su origen está en el término l’opinion publique que fue utilizado por Rousseau, pero basta leer los escritos de Cicerón para saber que esa idea es tan antigua como la política misma.

¿Cómo se forma la opinión? Tradicionalmente la opinión pública resumía los cimientos del status quo, se establecía de manera muy fuerte y durante mucho tiempo por una élite que compartía un propósito común y controlaba, de una manera u otra, los instrumentos de comunicación hacia la población. Pero no siempre ese “paradigma”, en el sentido en que lo usa Thomas Kuhn, se fijaba en la mayoría de ese modo. A veces se daba una ruptura, por un acontecimiento específico (una hambruna, una tortura, un exceso inadmisible por parte del poder establecido, etc.) y la opinión pública daba una vuelta y se iba en contra del poder establecido, de las mismas élites que la habían formado y controlado.

La democracia moderna y la independencia de los medios de comunicación habían permitido, hasta hace poco tiempo, que la opinión pública fuera un espacio de (casi siempre) sana competencia. Diferentes visiones sobre algo se enfrentaban y competían para ganarse a la opinión mayoritaria y llevar a una sociedad de un lado para otro o para conservar el rumbo. Los promotores de esas visiones (gobiernos, partidos, iglesias, sociedad civil, líderes sociales, opositores, empresarios, iconoclastas y defensores de intereses específicos, entre muchos otros), usaban lo que tenían a mano para construir opinión pública. Para ello,

 

  • los medios servían para llegar a audiencias específicas, segmentadas por lectores o televidentes o radioescuchas;
  • las convocatorias presenciales se destinaban para incentivar a los seguidores y, por la vía de la pasión colectiva y el ejemplo, atraer a los indecisos y los apáticos;
  • se recurría a conversaciones particulares, de tal manera que líderes específicos pudieran ir, de casa en casa, de familia en familia, construyendo el caso para una posición determinada;
  • estudios específicos, técnicos a veces, escritos por personas cuya credibilidad está fuera de toda discusión, funcionaban como validadores de una iniciativa o una campaña;
  • en fin, existía todo un sistema que permitía atraer el interés de los ciudadanos, explicarles algo, convencerlos de esos contenidos y, por último, persuadirlos de que actuaran en conformidad con lo que buscaba quien construía esa opinión pública.
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Facebook ha sido la red social con mayor difusión de información falsa en internet. Foto: Kon Karampelas. Unsplash.

Es cierto que hablo en pasado. ¿No es así ahora? Lo es y no lo es. Es así, muchas de estas actividades siguen siendo indispensables, pero en el mercado hay ahora muchos borrachos armados disparando al aire y, a veces, a la propia conglomeración. Y eso cambia la manera como se forma hoy la opinión.

Veamos algunas cosas que han cambiado.

1. Los ciudadanos desconfían de los medios y solo confían en sus pares

Las investigaciones de opinión pública muestran que hoy en día la mayoría de los ciudadanos no busca en los medios la información que le interesa para su vida. Desconfía de los medios, de los periodistas y de los intereses de éstos y los dueños de los medios. Esto sucede, en parte, porque los políticos que reciben los ataques de la prensa independiente se dedican a atacarla y enlodarla. Esa mayoría dice que confía en lo que le mandan sus amigos y sus familiares, por las redes sociales. Lo cual implica que hay hoy un canal mucho más poderoso que los medios, que está alimentado por los propios ciudadanos y que no siempre –podría decir uno, casi nunca– tiene una verificación de legitimidad, autenticidad o veracidad. Eso quiere decir que hoy la opinión está construida sobre contenidos que vuelan por las redes y que nadie puede filtrar por su veracidad o legitimidad. Pocos se dan cuenta de que corremos el riesgo de construir sociedades basadas por completo en mentiras y falsedades manipuladas por alguien.

2. Los extremos gritan más duro y convierten a la opinión en público de lucha libre

Había una vez cuando la política era más pacífica. En realidad no es cierto que hubo una vez en que la política era más tranquila. Siempre ha sido agitada, agresiva, confrontacional. Esa es la naturaleza de la competencia entre diferentes visiones de una sociedad, y está bien que los votantes puedan entender claramente las diferencias entre una opción y otra. Pero lo que vemos hoy no es eso. Lo que vemos hoy se parece a lo que vimos en 1933 pero con la ayuda de un acelerador de partículas (las redes).

En 1933 había una tremenda crisis económica en Alemania, un electorado rabioso (por la pobreza, el desempleo, la hiper inflación, las secuelas del Tratado de Versalles, etc.), unos líderes que señalaban culpables y generaban miedo (los nazis contra los judíos, el incendio del Reichstag para acusar a los comunistas y controlar más poder, etc.). Comunistas y nacional socialistas combatían en las calles de Berlín ante la mirada atónita de la gente razonable. Y luego vino lo que vino.

Hoy la opinión pública también cambia con los miedos y las esperanzas de la gente. Pero, para dar un ejemplo reciente –el referendo por la paz– es evidente que los miedos son más potentes para construir mayorías que las esperanzas. Los enemigos de hoy son construidos y manipulados igual que ayer (el castrochavismo, para unos; los ricos empresarios, para otros; los neoliberales, para aquellos; los expropiadores, para estos; en fin) pero con un acelerador que hace todo más volátil y peligroso: las redes sociales.

3. Las redes son fácilmente manipulables y nosotros fácilmente manipulables por las redes

Las redes son culpables de dos crímenes imperdonables. El primero es que ponen a trabajar a millones de personas gratis y venden lo que éstas trabajan. Claro, nosotros no nos damos cuenta de que cuando usamos el buscador de Google o usamos Facebook o Instagram estamos generando data que ellos les venden a los comerciantes y a los políticos y a los gobiernos. “Si usted no paga por el producto, usted ES el producto” dice una y otra vez el documental El dilema social de Netflix. Pero el segundo crimen es aún peor: las redes no crearon un protocolo para verificar la identidad y autenticidad de los usuarios, porque prefieren permitir el anonimato, con lo cual los cobardes pululan y los ejércitos de bots pagados por mercenarios políticos distribuyen ataques e ideas falsas para influir en las elecciones de los países por intereses geopolíticos, económicos o ideológicos.

La opinión pública es determinante: pone y quita presidentes, acelera cambios sociales o los detiene, justifica o deslegitima la violencia, en fin, de muchas maneras determina nuestro futuro. Es maleable, manipulable y puede ser furiosa y vengativa, como un dios griego. La mezcla de pandemia y redes sociales es un caldo de cultivo perfecto para que gente como Trump llegue al poder (y lo conserve), y para que nos muestre, por la vía de su locura, lo importante que es cuidar y conservar la buena salud mental de la opinión pública. Para eso se necesita el liderazgo de los buenos, que siempre son menos activos que los malos.

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Miguel Silva

Abogado, columnista y consultor, experto en manejo de crisis, comunicaciones y estrategia política.

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