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A pesar de que en la Cartagena colonial la moda parecía estar «racializada», algunos comerciantes mestizos de la ciudad vestían a la manera de las élites blancas, cosa que no era del agrado de estos últimos. Foto: Comisión Corográfica. Archivo Biblioteca Luis Ángel Arango.

Aunque las clases sociales cartageneras tenían bien diferenciada su forma de vestir, no era extraño que se presentaran reclamos por parte de las élites blancas por la forma en que mestizos prestantes “imitaban” su vestimenta. Así era la sociedad y la vestimenta en la Cartagena de Indias colonial.

La Cartagena de Indias del siglo XVIII era una sociedad estamental dividida por condiciones socioraciales y sociojurídicas, así como por estilos de vida y diferencias reguladas por la legislación de la época. Todo esto se expresaba en símbolos y rituales cotidianos de diferenciación social. Pese al interés en mantener las diferencias, era una sociedad con cierto nivel de movilidad social en la que empezaban a desarrollarse aspectos de la división de clases modernas basada en el estatus económico. 

De las diferencias y las transgresiones que se hacían dan fe varios testimonios. Los científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa visitaron la ciudad en 1735 y en sus memorias describieron las indumentarias de los distintos sectores sociales: 

“Los hombres de república (funcionarios y autoridades) visten en cuerpo como en Europa; pero con la diferencia de que toda la ropa que usan es ligera, tanto, que por lo ordinario hacen las chupas (chaleco largo) de bretaña (tela ligera), y de lo mismo los calzones; y las casacas de algún género muy sencillo como de tafetán de todos los colores; porque el uso se extiende sin limitación de ningunos. Lo más común es no usar pelucas; y cuando estuvimos allí, solo se notaba ese adorno en el gobernador y algún oficial de la plaza, aunque muy raros. Tampoco acostumbran corbata; sino solo el cabezón de la camisa que con unos botones de oro grueso, y la más de las veces desabrochados; y en las cabezas llevan unos birretes blancos de algún lienzo muy delgado; y otros van con ellas totalmente descubiertas, y cortado el pelo contra el casco. A esto se agrega la costumbre de llevar abanicos para hacerse aires tejidos de una especie de palma muy fina, y delgada, y a la manera de media luna con un cabo en el medio hecho de la misma palma”.

Acerca de la gente de color dijeron lo siguiente: 

“La gente de color y la que no es de familia distinguida usan capa, y sombrero redondo. Bien que algunos, aunque sean mulatos, y muchas veces negros, se visten en cuerpo, como los españoles, y principales del país. Las mujeres españolas usan una ropa, que llaman pollera, y pende de la cintura. Esta es hecha de tafetán sencillo, y sin forro, porque los calores no les permiten otra cosa, y de medio cuerpo arriba un jubón, o almilla blanca muy ligera; y este solo en el tiempo que allí llaman invierno, porque en verano no lo usan ni pueden sufrir. Pero siempre se fajan para abrigar el estómago. Cuando salen a la calle, se ponen manto, y basquiña […] Aquellas, que legítimamente no son blancas, se ponen sobre las polleras, una basquiña de tafetán de distinto color (pero nunca negro) la cual está toda picada, para que se vea la de abajo; y cubren la cabeza con una como mitra, de un lienzo blanco, fino, y muy lleno de encajes; el cual quedando tieso a fuerza de almidón, forma arriba una punta que es la que corresponde a la frente. Llámanle el pañito, y nunca salen afuera de sus casas sin él, y una mantilla terciada sobre el hombro. Las señoras y demás mujeres blancas se visten a esta moda de noche, y el traje les sienta mejor que el suyo, porque criándose con él lo manejan con más aire. No usan zapatos calzados dentro, ni fuera de sus casas, sino una especie de chinelas con tacón, donde solamente les entra la punta de los pies”.

Pocos años después, recordando su estadía en la ciudad en 1755, fray Juan de Santa Gertrudis también describió las vestimentas de los distintos sectores sociales. Empezó por las mujeres adultas de las familias prestantes: camisa de seda de colores, con hilos de oro y plata, cuello, falda con encajes, sobre la camisa un fustán con encajes, y reboso, ambos hechos en tela de bretaña. Para salir de casa agregaban manto y saya de tafetán, y calzaban chinelas. Y luego agregó: 

“La gente ordinaria viste angaripola, y para la iglesia reboso de bayeta. La negrería y gente india su vestido en los hombres es unos calzones de tocuyo (tocuyo llaman una tela de algodón muy basta que se fabrica en la ciudad de Tunja, más allá de Santa Fe) y un capisayo de estambre negro, que es una manta abierta en medio, por donde meten la cabeza y queda hasta la rodilla de largo, sin camisa ni montera, descalzo de pie y pierna (…) Las mujeres una pollera y un rebozo de bayeta, ceñido el cuerpo a la cintura y los demás al aire. Muy rara la que trae (en misa) camisa de tocuyo. Y aún a confesar van sin camisa. En casa y por la calle van con las dos varas y media de bayeta, ceñido el cuerpo a la cintura, y lo demás al aire”.

De igual forma los inventarios de los bienes que dejaron algunos maestros artesanos permiten observar las indumentarias formadas por camisas, chupas, mantas, sombreros, calzones, ceñidores, pañuelos. El sector más bajo de la sociedad, los esclavos, vestían con camisas y pantalones de tela de gante. Al menos así lo hacían los esclavos del rey según informaban en 1767 los oficiales de las reales cajas al referirse a estos señalando que al año se les daba dos camisas y dos pantalones elaborados con esa tela. Y es muy probable que hombres libres muy pobres vistieran igual que los esclavos.

A mediados del siglo XVIII en un pleito entre dos familias que se cuestionaban la condición de blancos, también se asociaba el uso de determinada indumentaria con el estrato social. Una de las preguntas hecha a los testigos que presentó una de las partes que pretendía demostrar que sus contradictores eran de baja esfera social, rezaba: 

“(…) si les consta que no usan estas de otro traje al público que el que corresponde a su calidad, cual es el de paño y pañito, y no el de manto y saya que a las mujeres blancas corresponde”. Y las respuestas de los testigos afirmaron: “(…) usan de paño y pañito propio traje de mulata (…)”. 

Pero también se reconocía que en la vida hogareña blancas prestantes usaban vestidos sencillos asociados a otros sectores sociales. Más allá de estas taxonomías que relacionaban el vestir con la condición socio-racial de las personas, hubo transgresiones de las fronteras que intentaban mantener y perpetuar esas diferencias. 

Familias de color que se dedicaban al comercio en los niveles medios (mercaderes y pulperos exitosos), hacendados de color y ejercitantes de oficios artesanales bien remunerados se vestían como blancos, lo que generaba pleitos.

Las transgresiones y la movilidad social

Desde el punto de vista normativo y arraigado en la mentalidad de las elites de la época, el vestuario debía expresar esas diferencias sociales. Sin embargo, se convirtió en un terreno de intensas disputas, presionando algunas familias de pardos acomodados para acceder al uso de las prendas juzgadas propias de los blancos. Las principales transgresiones provinieron de las familias de color que se dedicaban al comercio en los niveles medios (mercaderes y pulperos exitosos), hacendados de color y ejercitantes de oficios artesanales bien remunerados se vestían como blancos, lo que generaba pleitos. El acceso a prendas consideradas de exclusivo uso de la elite se facilitaba al contar con recursos económicos y por la oferta gracias al contrabando. 

La descripción de Joaquín Posada Gutiérrez sobre la indumentaria de las “blancas de la tierra” (quinteronas y cuarteronas) de Cartagena de finales del siglo XVIII, pone de presente que en época de fiestas los sectores medios usaban prendas solo asociadas a las blancas. En 1795 un grupo de comerciantes de Cartagena, entre los efectos nocivos del contrabando denunciaba que, en medio del vacío ocasionado por las restricciones impuestas por la guerra con Francia (1792-1794) sobre el comercio entre España y el Nuevo Reino de Granada, el contrabando adquirió gran vuelo, y acto seguido describían que en la ciudad abundaban los lienzos, linos de estopilla y telas de algodón extranjeros, con precios inferiores a los de los productos españoles. El síndico del Consulado de Comercio de Cartagena decía que, “(…) desde la dama hasta la esclava, desde el artesano hasta el más respetable comerciante, lleva finas muselinas y otras prohibidas telas de algodón peinado”. Aunque sin duda que algunas familias de sectores medios y de artesanos mejoraron sus ingresos y sus niveles de vida, es un error suponer cierta una generalización como la formulada por el síndico, pues muchas veces se hacía con el fin de hiperbolizar el contexto de la queja y la petición de los correspondientes correctivos. 

Como hemos mencionado, el sector más bajo de la sociedad, los esclavos, vestían con camisas y pantalones de tela de gante. Treinta años después, un inventario de 1797 de gastos del albacea de una testamentaria incluía que a los esclavos se les daba calzones y camisas elaboradas en telas de crea, puntibí y crudo. Y es muy probable que hombres libres muy pobres vistieran igual que los esclavos.

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Sergio Paolo Solano 

Historiador. Profesor del Programa de Historia de la Universidad de Cartagena. Doctor en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.