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Para el antropólogo e investigador Weildler Guerra, históricamente ha existido una relación asimétrica entre la Nación y los wayuu.

Una entrevista en profundidad con el antropólogo e investigador guajiro devela los conflictos y el olvido a los que se ve sometido el pueblo wayuu por parte de empresas y el Estado colombiano.

La imagen de La Guajira como territorio inhóspito, desolado, condenado al olvido, parece ser común en el imaginario de los colombianos, pero una revisión a la Historia revela la importancia de este territorio peninsular y de sus habitantes originarios: “El pueblo wayuu firmó en Curazao el primer tratado de comercio en 1752, antes de que existiera Colombia, con la República de Holanda para proteger el comercio entre la nación Guajira y los holandeses. Este pueblo marítimo viajaba a Jamaica, le vendió toros a la Armada Británica para tomarse La Habana, comerciaba con los franceses y vendían o trocaban perlas por mercaderías en todo el Caribe”, afirma Weildler Guerra Curvelo, doctor en Antropología de la Universidad de los Andes, profesor universitario, exdirector del Observatorio del Caribe Colombiano, y exgobernador de La Guajira.

Contexto dialogó con Guerra sobre los conflictos territoriales entre clanes wayuu, la relación de este pueblo con las empresas extractivas y de energía eólica, y la situación de su niñez en una imprescindible pesquisa para conocer la cosmogonía y la coyuntura actual de un pueblo indígena que sufre el embate de la modernidad y el olvido estatal. 

Beatriz Toro: La mayoría de conflictos entre los clanes wayuu tienen mucho que ver con la tierra y la llegada de empresas a su territorio. ¿Cuál es tu concepto sobre este tema?

Weildler Guerra Curvelo: Las empresas han incurrido en inmensos errores de perspectiva y desconocimiento de la normatividad colombiana. En primer lugar, han visto a La Guajira como un reservorio extractivo. Se trata de una tierra que la Nación ve como un territorio de ultramar en una relación no horizontal entre conciudadanos de una república, sino una relación vertical de carácter colonial. Los proyectos de energía eólica, como cualquier proyecto, generan impactos ambientales y sociales. Si a ello le añadimos que la dimensión social es subvalorada, la situación empeora. No hacen estudios de impacto ambiental serios. Estos no tienen un componente social incluido, ni mucho menos socializado. 

Se ha pervertido el concepto de consulta previa y convertido en una grosera negociación material. La consulta previa incluye un diálogo horizontal, intercultural y bidireccional. Lo último de lo que se trata es de la compensación material de los impactos y estos deben ser previamente identificados por las partes. Los proyectos de energías limpias se ven solo como un asunto de ingenieros. Allí tú no ves el capítulo social. No se asesoran de antropólogos y el elemento histórico para definir quién ocupa y decide sobre un territorio no es tenido en cuenta. 

B.T.: Para entender mejor, explícanos cómo funciona para los wayuu su relación con la tierra. 

W.G.C.: Hay tres criterios territoriales claves. El primero es la precedencia, las familias que han llegado con más tiempo, uno o dos siglos, tienen una precedencia en el territorio evidenciada en sus cementerios, las viviendas, en las huertas, en los corrales, incluso cuando son antiguos o huertas abandonadas. Todo este vestigio material muestra evidencia de ocupación porque ahí están los huesos de sus ancestros. Estas son las escrituras del territorio. 

La adyacencia significa que además de mi vivienda y cementerio yo tengo un área que contiene zonas de pastoreo, fuentes de agua, zonas de cacería o de cultivo, zonas de recolección de frutos de plantas medicinales.

La subsistencia implica que yo me haya beneficiado de ese territorio. Yo puedo ser un pastor que vive a orillas del mar, pero no me beneficio del mar. Esos criterios son claves. Cuando un individuo nace, tiene su grupo materno (apushi), y sus parientes uterinos. Mi jefe inmediato político es mi tío materno, no mi papá. Yo estoy adscrito a la unidad política y social de mi madre y mis tíos maternos. Cuando hay una relación muy estrecha entre padre e hijo, el padre lo puede dejar como “guardián del territorio”, se puede beneficiar de la tierra, pero no puede decidir sobre ella. El solo está de vigilante. 

Los derechos territoriales se heredan de nuestros parientes maternos. Entonces lo que ocurre es que han favorecido a los hijos que no tienen derecho a decidir sobre esas tierras con el argumento occidental de que “estos sí viven allí y los otros no”. Es un juicio de valor occidental acerca de quién tiene derecho sobre la tierra, cuando la normatividad wayuu claramente establece quiénes deciden sobre una patria wayuu. Las empresas le han dado carácter de autoridades a estos hijos. Esto por supuesto es lo que genera enfrentamientos entre los clanes. 

¿Cuál ha sido el problema con los proyectos eólicos?

Los proyectos implican quitar una hectárea por aerogenerador a los wayuu. Una hectárea de pastoreo, de agricultura, de cacería y de recolección de frutos silvestres. Esto deteriora significativamente la economía de los grupos familiares wayuu. ¿Cómo les compensan en el desierto esas hectáreas? 

El discurso del gobierno anterior que alzaba el estandarte de la prosperidad empresarial y la inversión extranjera ha sido sustituido por el de la religiosidad incuestionable de las energías limpias. Esto desconoce que casi todas las empresas eólicas reproducen procedimientos extractivistas similares a los agentes económicos de las energías fósiles. Esas granjas solares no son inocuas. Ellas potencialmente podrían causar mayor impacto y conflictos territoriales porque ocuparían miles de hectáreas. Esto las hace más vulnerables a las acciones vandálicas. Han instalado pequeñas plantas solares en La Guajira y todas terminan vandalizadas o abandonadas ¿Por qué? Porque estos proyectos son pequeños enclaves tecnológicos y culturales que detonan tensiones preexistentes sobre los  territorios. 

Las empresas eólicas no ven a los wayuu como sujetos económicos, sino como sujetos de misericordia. Consideran que es suficiente con la dádiva generosa que ellos dan, como arreglar el jaguey o la escuela de la comunidad. Menosprecian la capacidad de este pueblo indígena marítimo que firmó en Curazao el primer tratado de comercio, antes de que existiera Colombia, en 1752, con la República de Holanda para proteger el comercio entre la nación Guajira y los holandeses. Este pueblo marítimo viajaba a Jamaica, le vendió toros a la Armada Británica para tomarse La Habana, comerciaba con los franceses y vendían o trocaban perlas por mercaderías en todo el Caribe. A pesar de esto, los empresarios del interior dicen con un  cinismo sin par que los wayuu no saben negociar porque no tienen clara la diferencia entre pérdidas y utilidades.

Fue Colombia como república la que redujo a los wayuu a una condición provinciana y mediterránea cuando les clausuró el mar. La Península quedó sin mar. ¿Por qué hay hambre en La Guajira? Si tú le quitas el mar a una península, territorio que es casi una isla, con el argumento del control del contrabando, la matas de hambre. Este es uno de los factores que ha incidido en la pérdida de la autonomía alimentaria wayuu y en su debilidad económica y política actual. 

Con los proyectos offshore como Astrolabio y Barlovento los pescadores van a sufrir grandes impactos. Están amenazados los pelícanos, los murciélagos, y sobre todo las tortugas marinas que pastan en La Guajira. Estos se proyectan sobre áreas protegidas. Tenemos una tierra semidesértica, pero contamos con un mar muy rico. Estos también impactan los proyectos de turismo ecológico que se han venido desarrollando con las posadas nativas que están involucradas.

 

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La pobreza y el hambre en muchas comunidades wayuu se debe a múltiples factores que van desde las estaciones climáticas hasta la indiferencia estatal.

Las empresas eólicas no ven a los wayuu como sujetos económicos, sino como sujetos de misericordia. Consideran que es suficiente con la dádiva generosa que ellos dan como arreglar el jagüey o la escuela de la comunidad.

¿Cuál es tu recomendación entonces para una empresa que quiere entrar a La Guajira?

Cumplir las normas. El problema es que han creado unas empresas “desarrolladoras” colombianas que tienen detrás una multinacional. Ellos buscan a los “líderes” que negocian con el máximo beneficio y ofrecen manejar de forma expedita los trámites para poder iniciar los proyectos saltándose en lo posible a la comunidad wayuu. Las empresas actúan como vendedores de cosméticos que ofrecen catálogos de productos y presentan “rituales” para compensar. Estos “rituales” implican entregar a la comunidad cuarenta o cincuenta millones de pesos para agilizar el proceso. Es cierto que entre los indígenas hay corrupción, como en todos los grupos, pero las empresas desarrolladoras no cumplen las reglas sobre cómo aproximarse a un territorio.

Las preguntas que debemos hacernos son: ¿cómo evitar que estos proyectos sean meros enclaves y cómo llevar beneficios a las comunidades indígenas? ¿Cómo lograr que se articulen con la economía local? El Ministro de Minas del gobierno anterior dijo que los parques eólicos generarían miles de empleos en La Guajira. Falso. Generan unos pocos durante su instalación y punto. Es cínico y supone que los demás somos unos ignorantes. 

Me parece de simple lógica. Si yo voy a montar un proyecto eólico en África debo averiguar mínimamente qué significa el viento para los Masai. Pero nunca le preguntaron a los wayuu ¿qué es el viento para ellos? Resulta que para los wayuu no existe el viento sino Los Vientos. Son seres plurales y ambiguos. Son seres con personalidades distintas. El viento Alisio del Nordeste, Jepirachi, es un viento amoroso, padre de los pescadores wayuu y que refresca las condiciones del desierto. El viento Joutai, que viene del Golfo de Venezuela, es un viento malo, que seca los pastos, que aleja a las canoas y deja a los humanos y a los animales sin suelos, ni nada para pastar. El viento que viene del Norte, Jepiralujutu, se mete dentro de un viento para desorientar a los pescadores. Este es el tipo de cosas que a las empresas no les importa ni se les ocurre preguntar. Para los wayuu los vientos no viven en un lugar, los vientos tienen caminos. 

A nosotros nos preocupa que las torres de los generadores afecten los caminos del viento. Los vientos para nosotros están ligados al contar de los sueños. Los vientos son femeninos y masculinos simultáneamente. Son una ambigüedad. El remolino, el huracán, son ejemplos de las  jerarquías y amistades y enemistades entre los vientos. Si yo entrevisto a un pastor, este no va a conocer sino un tipo de viento. El pescador conoce otros que los percibe al navegar y que afectan su vida. Por eso no todos los wayuu manejan la misma información sobre los vientos, depende de su ámbito de subsistencia. El hombre es quien da sentido a los lugares. Si yo modifico el paisaje, borro la inteligibilidad del territorio, le eliminó el sentido original.  Existe una cartografía invisible para el hombre blanco, pero de mucho significado para los wayuu. ¿Cuántos aerogeneradores ubicarán sobre lugares sagrados? Las empresas no los identifican, y por ahorrarse el dinero de los estudios sociales están a ciegas bajo la linterna de la codicia. Con esto quiero demostrar la complejidad del pensamiento wayuu y la torpeza al entrar al territorio que aviva conflictos preexistentes entre clanes o familias.

 

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Las empresas de energías limpias han exacerbado, debido a malos procedimientos con las consultas previas, los conflictos territoriales de los wayuu.

A nosotros nos preocupa que las torres de los generadores afecten los caminos del viento. Los vientos para nosotros están ligados al contar de los sueños. Los vientos son femeninos y masculinos simultáneamente. 

Me gustaría que aclararas qué ha pasado en La Guajira con las regalías y por qué no se ve mejora en la calidad de vida a lo largo de estos años

Hay un libro de Adolfo Meisel que es Iluminador. Se llama El mito de las regalías redentoras. Allí se aclara que era tan grave el rezago de La Guajira en cuanto a sus indicadores económicos y sociales respecto al resto de la nación, que ni siquiera aún invirtiendo el 100 % de las regalías con total eficiencia y cero corrupción se alcanzaba a recuperar del rezago. Además, toda la falacia de que La Guajira es rica y recibe miles de millones, tampoco es cierta. Se olvida que  se hizo una reforma a las regalías y un ministro dijo una frase desafortunada: “Debemos  repartir la mermelada en toda la galleta”. Esto hacía alusión a que los departamentos productores, como La Guajira, Cesar, o Arauca, compartieran la riqueza con departamentos no productores. Lo que olvidó ese gobierno es que los impactos de estos proyectos no se pueden repartir en todos los departamentos. El impacto se da sólo donde se desarrolla el proyecto.

Cuando yo estuve en la Gobernación teníamos 350 mil millones para inversión a través de un organismo colegiado llamado OCAD que requería la aprobación de Planeación Nacional y los votos de los  representantes de gobernadores regionales y de los alcaldes. Los departamentos con baja eficiencia técnica en planeación tienen muchas dificultades para presentar esos proyectos. Terminan en iniciativas que no son siempre los que necesita la región. El proceso es difícil para que te aprueben un proyecto allá cuando tienes rezagos así. No le pasa eso al Atlántico ni a Antioquia, que tienen mayor eficiencia técnica. Cierto que cuando hubo la bonanza antes del gobierno Santos, que se tenía un billón para invertir, los líderes guajiros lo dilapidaron, se robaron una parte, pero sobre todo hubo una gran atomización en obras puntuales, no articuladas y sin relación con los indicadores sociales y económicos de la región. Estos proyectos tenían la única lógica de cubrir a los caciques locales y mantener la empresa electoral que los mantiene en el poder. No invirtieron en el agua, ni alcantarillado, ni en la niñez vulnerable. Tampoco se dedicaron a capacitar a su personal. Si por lo menos hubieran invertido en recurso humano, a largo plazo se habría reflejado en mejor toma de decisiones.

 

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Al igual que otras minorías étnicas en Colombia, los wayuu anteponen su milenaria cultura como una forma de resistencia social.

Explícanos cuál es la causa de la desnutrición infantil en La Guajira que ha sido tan reportada por los medios. ¿Qué está pasando?

La malnutrición es un fenómeno multicausal. Los periodistas empezaron a decir que la corrupción era la causa de esto. No es así. La corrupción opera sobre los recursos destinados para combatir la malnutrición, igual que ocurre en ICBF y en el PAE. En este tema hay factores diferenciales, los wayuu ricos no se desnutren. Yo fui con una amiga reportera buscando niños desnutridos hasta la alta Guajira, y no los encontramos. Los encontramos en Uribia, Manaure y Riohacha. ¿Por qué? Porque no  depende de la distancia respecto a los centros de salud. Hay factores ambientales como cambios en el ciclo estacional. El hambre es estacional. En invierno nadie tiene hambre, hay más cosechas, más leche, el ganado está gordo y hay frutas de recolección. Cuando los veranos se prolongan más de la cuenta, a pesar de que los wayuu acumulan semillas y alimentos, se secan los jagüeyes. 

Por otro lado, Venezuela desde hace muchos años fue la fuente de abastecimiento de La Guajira. Durante la bonanza petrolera la zona de Maracaibo estuvo articulada a este territorio y Colombia nunca se preocupó por proveer a este territorio marginal. Al colapsar la economía venezolana, se unieron el tema ambiental, el político y además el modelo de intervención del ICBF es trasplantado al resto del país y no corresponde a la realidad local. Es un modelo que no va adaptado a la diversidad cultural en el territorio y además es asistencialista. A mí me preocupa que el modelo ni siquiera tenga en cuenta los patrones nutricionales autóctonos. Los wayuu han tenido cambios en su alimentación por los procesos de urbanización, han dejado de consumir el trupillo y todos sus derivados y han pasado a una dieta que depende del mercado. 

La carencia de fuentes de agua potable también los hace vulnerables. Valdría la pena hacer el mapa de la desnutrición: ¿De dónde viene este niño? ¿Cuál es su familia? ¿Qué presencia institucional hay? Pero esa labor no la hacen las instituciones. El estereotipo prima, es decir, se culpa al otro diciendo que los padres no alimentan a los niños. Mientras no haya un mapa de determinantes sociales sobre la desnutrición, no se pueden tomar medidas adecuadas. Manaure es donde más han muerto y a la vez es una ciudad conectada por carreteras, ¿por qué ahí? Un porcentaje del problema es la corrupción, pero falta más análisis multidimensional. El ICBF tiene entre su misión institucional generar conocimiento y caracterizar los distintos tipos de familias que existen en Colombia. ¿Por qué no lo hacen? ¿Dónde están los estudios sobre La Guajira? ¿Por qué siguen juzgando a los padres con el mismo criterio? Si el ICBF no entiende a la familia wayuu, ¿cómo pueden aplicar aquí sus políticas? Si supiéramos identificar el tipo de niños que mueren y se localizan, los recursos se aplicarían más eficientemente. 

Los promotores de salud, que antes eran indígenas, tenían información detallada y georeferenciada para poder actuar. Eso se eliminó con la reforma a la salud y era un apoyo clave en la adecuada atención en las regiones. Eran quienes más sabían de sus comunidades. Esto no lo hacen las EPS porque las grandes empresas solo operan en los centros urbanos. Los wayuu tienen especialistas cuidadores de niños, son los Jo´uupuú, ¿cómo no involucrarlos en esto y hacerlos parte de la solución?

En el fondo esto que sucede con la desnutrición es lo mismo que sucede con las empresas. Las dos hacen parte de la misma visión colonialista y homogeneizante que viene del pensamiento occidental y la quieren aplicar a los wayuu sin estudios culturales previos. 

 

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Beatriz Toro P.

Antropóloga de la Universidad de los Andes. Magíster en Desarrollo Social de la Universidad del Norte.