ajonjoli-campesinos

La lucha ambiental y por el derecho de las minorías negras en Colombia de Francia Márquez se hizo eco en la consulta del pasado 13 marzo. Allí la precandidata por el Pacto Histórico obtuvo la tercera votación más alta.

En “Palabra que mira”, perfil de la política y activista medioambiental que hizo de la dignidad su bandera de combate.

Tiene los ojos tristes. Pero sonríe a menudo. Tal vez los ojos de Francia Márquez no son tristes sino que no puede evitar mirar el presente y el futuro con una mirada antigua. Con los ojos de un pasado remoto. Entendió, desde muy niña, que a sus ancestros lo único que les regalaron fue un viaje que nunca pidieron y que pagaron con largas cuotas de dolor. Que después de haber luchado –de todas las formas y con todos sus saberes– para que la herencia no fuera solo una memoria de esclavización infame, a lo poco que conseguían le aparecían dueños con títulos de propiedad legalizados por el prejuicio de una nación. Que detrás de la codicia económica de algunos y de la unidimensional idea de desarrollo de otros, lo que existía era una clara negación de las formas de ser y estar de un pueblo negro en su territorio. Francia tenía apenas trece años cuando se sumó a la lucha para que un río siguiera siendo río y la tradición que fundaron sus aguas y sus recursos no terminara en el fondo de una represa. Era 1994 y los topónimos, desde el principio, resultaban inquietantes: el río se llama Ovejas y la represa La Salvajina. Quedan al norte del departamento del Cauca, la tierra donde ella nació.

Por esa arraigada costumbre nacional de convertir las obligaciones oficiales de los dirigentes políticos en actos de generosidad administrativa bautizando los sitios con nombres ligados a los funcionarios de turno, el municipio de donde es Francia se llama Suárez. En 1920, durante la presidencia de Marco Fidel Suárez, se fundó una estación de tren como parte del tramo Cali-Popayán del Ferrocarril del Pacífico, y desde entonces el pequeño caserío que se había formado quedó registrado con ese nombre. Mucho tiempo después sería convertido en municipio. En realidad, Francia nació –el 1º de diciembre de 1981– en una zona rural de allí, en la vereda Yolombó, corregimiento La Toma, que para entonces pertenecía al municipio de Buenos Aires y desde 1989 pertenece al de Suárez. El espacio, por supuesto, tenía una memoria mucho más antigua que los rieles del tren que lo atravesaban. La locomotora de la región era el oro. Estuvo allí desde siempre, y el afán de muchos para obtenerlo de cualquier manera y a cualquier costo marcó el destino de sus antepasados esclavizados y definió su condición de mujer negra y su vocación de luchadora por los derechos humanos y medioambientales.

La lucha por el río fue una epifanía: su autorreconocimiento como mujer negra y el despertar de la conciencia por la defensa del territorio. Desde entonces no ha parado. Como representante del Consejo Comunitario de La Toma comenzó una pelea por la derogación de ocho títulos que las autoridades mineras concedieron para explorar y extraer oro sin respetar la consulta previa. Aquellos títulos se sumaron a una larga tradición de contaminación y envenenamiento del río Ovejas con mercurio y cianuro, y la consecuencia inmediata fue que una mañana de agosto de 2010, antes de poner las ollas del café en la hornilla, los habitantes de La Toma se enteraron de la noticia de que serían desalojados de sus tierras ancestrales –habitadas por gente negra desde 1636– para adjudicárselas a un explotador minero. Francia y Yair Ortiz interpusieron una acción de tutela y la Corte Constitucional echó para atrás la medida y suspendió todas las licencias que se habían otorgado sin cumplir con la consulta como exige la ley.

A Francia la reconoce el mundo, la respetan en el mundo porque consideran que su lucha no solo beneficia al pequeño espacio territorial y al grupo étnico al que ella pertenece, sino a toda la humanidad. Aquí la querían matar.

Tampoco pararon las amenazas contra su vida en un país donde las formas mezquinas del progreso suelen andar respaldadas por ejércitos privados. El argumento es el mismo: “Llegó la hora de ajustar cuentas con los que se hacen llamar defensores del territorio. Sabemos cómo se mueven y la orden es darle de baja para que no se opongan al desarrollo”. Uno de esos mensajes intimidantes –que los declaró a ella y a sus hijos objetivos militares, y la hizo salir desplazada de La Toma por atreverse a denunciar la minería ilegal–, lo recibió en octubre de 2014. Un mes después, con la misma parsimonia de quien conoce los ritmos del monte y con ese gesto descreído que suele hacer con la comisura de los labios, estaba organizando la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales, que partió desde el norte del Cauca hasta la ciudad de Bogotá. Fue una larga travesía que les tomó varios días entre noviembre y diciembre, con el objetivo de hacer visible ante la nación y el mundo los impactos de la minería en el departamento del Cauca y la necesidad de que el Gobierno protegiera los territorios y a los pueblos que lo habitan. Pero Francia no paró. Siguió derecho. Ese mismo diciembre tomó un avión y se fue a La Habana para exponer en los diálogos de paz del Gobierno con las Farc cómo el conflicto colombiano afectaba a los pueblos afrodescendientes, y explicar con absoluta claridad que una paz estable y duradera solo era posible si vinculaba a los pueblos étnicos.

Por todo esto Francia Márquez ha recibido muchos reconocimientos: en el año 2015 le otorgaron el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos; en abril de 2018 recibió el Premio Goldman, el que todo el mundo reconoce como el Nobel por la defensa del medioambiente, y en 2019 sería incluida en la lista de las 100 mujeres más influyentes del mundo por la prestigiosa cadena BBC. A Francia la reconoce el mundo, la respetan en el mundo porque consideran que su lucha no solo beneficia al pequeño espacio territorial y al grupo étnico al que ella pertenece, sino a toda la humanidad. Aquí la querían matar.

De sus fotos ésta es la que me gusta. Tiene ese gesto cálido, tranquilo y bueno de mujer confiable. La otra certeza no se ve en la foto, pero sepan que lleva el puño apretado. Hoy, en la resaca de la consulta presidencial, los amanuenses trasnochados corren a inventarla, a describirla, a fundarla, a tabularla, a buscarle un lugar a su inédito éxito electoral. Tranquilos. A la gente como ella el destino no le ha dejado otra oportunidad que la de nacer siendo. Francia es porque ya su gente era. Alguna vez en un curso de escritura escribió que de niña le encantaba salir de pesca con su abuelo y sus primos, y que durante esas jornadas, acostada, al aire libre, en la arena de la orilla de los ríos y la playa, era feliz mientras miraba el cielo en las madrugadas. Tranquilos –vuelvo a decirles– la niña de mirada triste y puño apretado siempre ha sabido cuál es el lugar al que pertenecen sus votos.

Javier Ortiz Cassiani

Es escritor e historiador de la Universidad de Cartagena. Ha sido profesor de las universidades de Cartagena, Jorge Tadeo Lozano (seccional del Caribe), los Andes y la Santo Tomás de Cartagena. Es doctorando en Historia de El Colegio de México.