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Foto: Felipe Lozano Puche. Jafana Jafana.

En “Palabra que mira”, pasado y presente de una bonanza verde.

El paisaje es una invitación a un pasado que no calla, pero para la gavilla de infantes que posa en la fotografía no es más que un presente continuo. Cotidiano. Uno se los imagina persiguiendo a diario la sombra y las semillas de los camajorús, trepándose en los árboles frutales y bañándose en cuanta poza o corriente de agua se cruzan. Hace rato, en Prado-Sevilla (Magdalena) –el centro administrativo en los tiempos de “Mamita Yunai”– se vinieron abajo los límites del “gallinero electrificado”. Atrás quedó la época en que, del otro lado de la alambrada, extranjeras lánguidas y lechosas podaban las plantas con tijeras de oro y recibían visitas ocasionales de las damas locales que merecían tamaña atención porque sus padres o esposos –como miembros de la burocracia provinciana– ayudaban a que la máquina plantadora de banano se mantuviera aceitada. Permanecen, sin embargo, los restos que confirman aquel enclave de riqueza: las cómodas casas de los funcionarios bananeros conservadas entre árboles centenarios –en una de ellas funciona hoy la Alcaldía del municipio Zona Bananera–, algunos jardines, la piscina enmontada en la que aun se pueden distinguir los azulejos con las señas corporativas y la verja herrumbrosa en la que todavía se ven las iniciales CFS (Compañía Frutera de Sevilla) –filial de la United Fruit Company– que se fue de la región en 1962.

Atrás quedó la época en que, del otro lado de la alambrada, extranjeras lánguidas y lechosas podaban las plantas con tijeras de oro y recibían visitas ocasionales de las damas locales que merecían tamaña atención porque sus padres o esposos ayudaban a que la máquina plantadora de banano se mantuviera aceitada.

En esa verja, flanqueada por dos muros de ladrillo compacto, entre luces y sombras, en un escenario de claroscuros –como la memoria histórica de las bananeras–, descansa este grupo de niños. Son cinco. La foto la hizo Felipe Lozano Puche (de Jafana Jafana) un mediodía de diciembre de 2018, justo cuando se cumplían los 90 años de la Masacre de las bananeras. También eran cinco los dirigentes obreros que en 1928, pocos meses antes de la masacre, se hicieron una fotografía de estudio que luego la United Fruit Company usó para reseñarlos. Aquellos sindicalistas iban de traje. Los de aquí hacen gala de una elegancia cerrera. Uno de ellos, el más tímido, o quizás el de mayor cuota de cerrería, prefirió quedarse a un costado, descreído, con los brazos cruzados, como se ve en el extremo inferior derecho de la foto. Los dos que están de pie apoyados en la reja se pusieron la mano en la cintura como herederos de una pose en desuso, de aquellos tiempos en que había que esperar varios días el revelado del rollo fotográfico; el de la izquierda se tiró la camisa sobre los hombros pero tuvo el fino detalle de cruzar las piernas a la altura de los tobillos; su compañero de la derecha, sin perder el estilo, guarda algún tesoro de la travesía acunado en una especie de hamaca que hizo levantándose la franela y mordiéndola en el extremo. El niño sentado encima del muro de ladrillo de la izquierda parece ausente de lo que sucede al frente, tiene la mirada puesta en los árboles o piensa en que sería bueno que cayera uno de esos aguaceros babilónicos del Caribe para chapotear hasta el cansancio en la vieja piscina del fondo. Su compinche, pese a que está de espaldas subido en la verja, gira para mirar hacia la cámara; el sudor le hace brillar la sien izquierda y lleva la camiseta del equipo de fútbol Junior de Barranquilla al revés. Dudo que sea una cábala para que los jugadores logren la victoria en la fecha del domingo, más bien es una estrategia con la que espera proteger de las manchas vegetales el lado correcto de su prenda favorita. Pero si es de banano todo está perdido, no hay fórmula contra esa mancha. Desde que Mr. Herbert se engulló completo aquel “atigrado racimo” de guineo en el comedor de los Buendía, la Musa paradisiaca marcó la historia de esta región al derecho y al revés.

Javier Ortiz Cassiani

Es escritor e historiador de la Universidad de Cartagena. Ha sido profesor de las universidades de Cartagena, Jorge Tadeo Lozano (seccional del Caribe), los Andes y la Santo Tomás de Cartagena. Es doctorando en Historia de El Colegio de México.