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Foto: RTVE

El conflicto ucraniano tiene una dimensión cultural e histórica para Rusia. Putin quiere recuperar el control de este país y su esfera de influencia perdida tras la caída de la URSS en 1991. Antecedentes históricos de un conflicto que no cesa.

Para orientarse en el conflicto ucraniano, ayuda pasearse con un catalejo por anchos caminos geográficos y políticos en siete siglos de expansión del pequeño Ducado de Moscú en el continente Euroasiático y América, desde cuando se liberó de los kanatos mongoles que todavía lo subyugaban a fines del siglo XV. La gran marcha ha sido deslumbrante, pero con algunos momentos críticos: Nóvgorod, la ciudad-estado del norte, que se hizo rica con la Liga Hanseática, disputó la primacía en Rusia. El gran Carlos XII de Suecia invadió. Pedro el Grande le derrotó en Poltova (1709), con lo que precipitó el real ingreso de la atrasada Rusia a Europa de la mano del zar. Napoleón invadió en 1812 con 400 mil hombres y se retiró con 50 mil. Tras vencerle, se desató la explosión cultural rusa y la rusificación de su afrancesada élite. El colapso de los Romanov (1917) fue un gran revés territorial, en el que casi todas las repúblicas en sus bordes adquirieron su libertad; la marcha de Hitler en 1941 amenazó a Rusia existencialmente; la Unión Soviética colapsó en 1991.

En la construcción de su imperio, y mientras las potencias atlánticas colonizaban América por mar, Rusia desfiló terrestre hasta el Pacífico con magra oposición. En el siglo XIX, llegó a Alaska y la costa cerca de San Francisco, que cedió por venta a los EE. UU. Por el sur, avanzó contra el imperio turco y conquistó Crimea en época de Catalina la Grande (1762-96). Solo la intervención de Francia y Gran Bretaña (Guerra de Crimea 1853-56), evitó que Rusia se apoderara de Estambul y navegara una flota en los mares cálidos del Mediterráneo. El imperio turco se conocía como “el enfermo de Europa” y Rusia lo aprovechó. Hacia el Asia Central coleccionó territorios de los kanatos musulmanes que reinaban en la superficie de las cinco repúblicas de hoy. Además, anexó el Cáucaso. La oposición inglesa desde la India impidió que llegara al tibio Índico, en una confrontación que bautizaron “The Great Game”. Llegar a los mares calientes que permitieran navegación todo el año era una obsesión.

Al occidente, los avances fueron parsimoniosos, aunque sangrientos. Pedro el Grande abrió las puertas al hacerse con Estonia y Letonia, arrebatándoselos a Suecia hacia 1720. Pudo entonces fundar San Petersburgo en el Gofo de Finlandia, para señalar, como quería el zar, su vocación europea. Antes, Polonia había entregado el hoy proruso oriente de Ucrania (1667). La aniquilación de la primera fue el puente para ingresar a Europa Central, donde reinaban Prusia y el Imperio austriaco. Entre los tres se repartieron Polonia-Lituania tres veces hasta desaparecerla. Rusia obtuvo el gran bocado y una parte adicional de Ucrania. En guerra contra Suecia, se hizo al Gran Ducado de Finlandia (1809). Después no hubo más anexiones al Occidente, pero agitó en los Balcanes el paneslavismo. El irrestricto apoyo ruso a Serbia precipitó la Primera Guerra Mundial. Su gran frustración imperialista fue no haber podido asentarse en el Bósforo y los Dardanelos.

Con la disolución de la Unión Soviética, el Ducado de Moscú sufrió una merma sensible de sus conquistas. Se le fueron muchos de los territorios adquiridos desde el siglo XVIII.

La derrota rusa en la Guerra del 14 significó la independencia de Finlandia y de las repúblicas bálticas, así como la reconstitución de Polonia sin Ucrania. Esta última se independizó (1917-21) para luego bajo presión de sus soviets internos integrarse entre las primeras a la Unión Soviética. Los rusos reincorporaron las repúblicas bálticas con el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, que significó también una nueva partición de la Polonia. Cuando se reconstituyó Polonia en 1945, Rusia no devolvió los territorios anexados gracias a su contubernio con la Alemania nazi. Invadieron Finlandia en el invierno de 1939, y para 1944 habían anexado permanentemente el 11 % de su territorio. La Cortina de Hierro proporcionó no territorio, pero sí satélites serviles.

Con la disolución de la Unión Soviética, el Ducado de Moscú sufrió una merma sensible de sus conquistas. Se le fueron muchos de los territorios adquiridos desde el siglo XVIII, con la notable excepción de Siberia. Y, como podría esperarse, muchos rusos no quedaron contentos de perder su imperio multiétnico y multicultural. Putin los lidera. Lo de Ucrania no sorprende. La historia del Principado de Moscú, con los zares y después, ha sido la de agredir vecinos más débiles –Georgia, por ejemplo– en un continuo batallar imperialista por territorio. Una potencia perennemente insatisfecha.   

 

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Rodolfo Segovia

Ingeniero químico del MIT, posee un máster en historia de América Latina de la Universidad de California, Berkeley. Ha tenido una trayectoria destacada como Ministro de Obras Públicas y Transporte y Senador de la República.