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Constructor y ex alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández ha dado la sorpresa del siglo en los pasados comicios.

Rodolfo Hernández, una especie de lobo solitario que apelando a la premisa de “acabar con la robadera” logró canalizar un sector importante del antipetrismo es el nuevo fenómeno de la política nacional. ¿Se impondrá en segunda vuelta su estilo demagógico y antipolítico?

Más allá del resultado de la primera vuelta presidencial, del total de votos, las proyecciones de eventuales alianzas y de los análisis locales y regionales, bien vale la pena detenerse en otros aspectos que se destacaron en el contexto electoral y que hacen parte de esa constelación de variables que dan vida a nuestra dinámica político-electoral.

El primero de ellos está dado por la amplia y variada oferta político-ideológica, una sin precedentes en el sistema político colombiano. Nunca como en los procesos electorales de este año hubo tantos partidos y movimientos desde distintas vertientes del campo ideológico y que terminaron confluyendo en tres grandes coaliciones.

Para algunos, esta diversificación se explica por el descontento social generalizado que se evidenció meses atrás y que sirvió para que la mayoría de los actores sociales y políticos del país lograran encauzar y “formalizar” sus reivindicaciones a través de diferentes movimientos y partidos políticos. Para otros, una oferta político-ideológica que se amplía necesariamente como muestra del rechazo rotundo a las formas tradicionales de hacer política en Colombia.

Ya sea por afinidades o por rechazo, el aumento de la oferta político-ideológica no ha significado mayor representatividad, tampoco se ha traducido en un aumento significativo de la participación en las urnas. Lo anterior indicaría, no sólo que permanecen los altos niveles de abstencionismo históricamente instalados en el sistema político colombiano, sino también la continuidad y consolidación de los liderazgos carismáticos y mesiánicos.

Aunado a esto, un segundo aspecto, lo constituye la importancia del componente emocional que han adquirido las campañas políticas en la actual contienda electoral. Las emociones están ganando espacios significativos dentro del debate electoral, siendo una herramienta política fundamental de los liderazgos anteriormente señalados.

Apelar a emociones básicas como eje transversal de campaña y estrategia mediática de comunicación no solo hace que el contenido programático de las campañas se haga accesorio, sino que desmejora la calidad de nuestra democracia al privilegiar el titular o la frase antes que la profundidad o viabilidad de una propuesta, precarizando la interacción entre candidato y votantes.

Este ha sido el caso de Rodolfo Hernández, un jugador político local (Bucaramanga) y sin partido político, una especie de lobo solitario que apelando a una premisa única “acabar con la robadera”, es decir, acabar con la corrupción (sin explicar bien cómo y con quienes lo haría) logró canalizar un sector importante del antipetrismo y del creciente sentimiento antiestablecimiento que exige un cambio urgente del sistema político. Con el uso de redes sociales específicas, ha establecido un canal de comunicación directa con su electorado, al que se dirige con un estilo demagógico por medio de un lenguaje coloquial lleno de frases y titulares sin necesidad de argumentar o profundizar en sus ideas ya que como se ha visto en distintos escenarios carece de fundamentos técnico-administrativos y conocimientos sobre el funcionamiento del gobierno nacional, de ahí, que asista a pocos debates y evada la plaza pública.

De hecho, el intento de construir una oferta política de “centro” alejada de los extremos, desapasionada y muy racional, que aglutinó a muchos intelectuales, no logró consolidarse electoralmente, en cierta forma por lo señalado en los dos párrafos anteriores y por no lograr sintonizarse con el momento actual del país.

El ingeniero Hernández carece de fundamentos técnico-administrativos y conocimientos sobre el funcionamiento del gobierno nacional, de ahí que asista a pocos debates y evada la plaza pública.

Un tercer aspecto para observar después de las elecciones del pasado domingo se encuentra en el fin de un ciclo político, uno que había iniciado en el año 2002 y que se ha cerrado el pasado domingo 29 de mayo. Estas elecciones han estado caracterizadas por la ausencia del exsenador Álvaro Uribe como protagonista del debate político y de la seguridad como tema prioritario de la agenda pública. Los resultados del domingo muestran que el uribismo fue desplazado a lugares secundarios del escenario político y que, para mantenerse activo, tendrá que moverse hacia el centro o atenuar su discurso.

El actual ambiente electoral, este que nos muestra el cierre de un ciclo para dar paso a uno nuevo, exige la evolución no sólo de los discursos y las formas, sino también de las propuestas. Van quedando atrás los extremos identificados con la guerra y la paz, para abrir discusiones sobre temas más estructurales como el acceso al empleo, la preservación del medio ambiente, acabar con la corrupción y el aumento de los ingresos para todos los colombianos.

Así, y de acuerdo con lo anterior, podría afirmarse también que la izquierda ha logrado, a diferencia del centro, leer este “cambio de ciclo” y consolidarse como una propuesta real con vocación de poder. Esto se evidencia no sólo por la alta votación obtenida en las elecciones de marzo, sino porque alcanza nuevamente una segunda vuelta presidencial y, además, proyecta escenarios importantes en las locales de 2023. Es importante resaltar que parte de este avance de la izquierda democrática se debe al proceso de fin de conflicto con las antiguas Farc-Ep que sirvió, entre otras cosas, para desmontar la narrativa que asoció durante años a la izquierda legal con la insurgencia.

Luis Fernando Trejos Rosero y Jolie Guzmán Cantillo

Profesores e investigadores del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte.