Más parecido a un viacrucis, el camino hacia la reconstrucción de Providencia luego del paso del huracán Iota ha estado signado por la ineficiencia, el autoritarismo, y el desconocimiento por parte del Estado de la cultura y el territorio raizal. A medida que avanza una nueva temporada de huracanes, cientos de personas en la isla aún siguen sin un techo digno.

El proyecto de la reconstrucción de Providencia y Santa Catalina ha estado manchado de incertidumbre. El daño tras el paso de Iota, el primer huracán en categoría cinco en llegar a estas islas, alcanzó el 98 % de su infraestructura, y de entre casi cinco mil apenas quedaron diez viviendas sin afectaciones severas tras el 16 de noviembre de 2020.

El pasado miércoles 23 de junio se cumplieron 105 días desde que el Comité Permanente por la Dignidad instaló un campamento en el sector de Bowden, en Providencia, para resistir frente al intento de apropiación de la Armada Nacional de la zona para la construcción de un muelle de guardacostas. Antes de Iota allí se ubicaba el muelle de los pescadores artesanales de la isla.

A pesar de que Coralina, la Corporación Autónoma Regional, negó la viabilidad ambiental del pretendido muelle, en la zona la Armada estuvo presta a avanzar, en contra de la resistencia pacífica pero activa de la comunidad. Cuatro cooperativas de pescadores se organizaron y constituyeron la primera Guardia Raizal, e integran, entre otras personas de la comunidad, el campamento, cuya actividad es frenética. El líder de la guardia, el activista providenciano Edgar Jay, no para de atender llamadas y denuncias, de redactar comunicados e informes diarios, en un trabajo con una vocación de transparencia y coordinación que hasta ahora poco se había visto en el archipiélago.

Aquel 23 de junio, en vez de conmemorar con verbena la fecha en la que se cumplen 199 años de polémica adhesión del archipiélago a la Nueva Granada, la comunidad asistió a una marcha, la Marcha por la Dignidad.

Sin tradición de movilizaciones, Providencia y Santa Catalina hicieron caso omiso al rechazo a la marcha por parte de la alcaldía de Norberto Gari Hooker. Ambas islas se volcaron a las calles gritando arengas contra todo: el Presidente, la Gerencia de la Reconstrucción, el gobernador Everth Hawkins y el alcalde. A ojos isleños todos parecen estar en el mismo barco, un barco que zarpó hacia un mar de imprecisiones y de cifras maquilladas, sin tener en cuenta el sufrimiento de la gente que siete meses después, en el pleno de la nueva temporada de huracanes, no sabe cómo va a sobrevivir hasta diciembre.

Un viaje al terreno y un recorrido en diálogo casual con las vecinas y transeúntes de Providencia y Santa Catalina es suficiente para evidenciar, no solo la desesperación frente a la falta de claridad de las instituciones, sino el miedo terrible de que la reconstrucción implique lo que para la mayoría de los providencianos equivale a un infierno: convertirse en otro San Andrés.

Y es que ser San Andrés sería, sí, horroroso. Sin ordenamiento, sin control poblacional, sin saneamiento básico, con aguas servidas en las vías peatonales, con problemas de abastecimiento de agua en verano y de inundaciones en invierno; y con una creciente ola de criminalidad de la mano de la toma del país continental por parte de bandas criminales y de carteles mexicanos, San Andrés es como una olla muy bella.

Lo del Estado hacia el archipiélago es neocolonialismo sin matices, con inocentes o cooptadas motivaciones, algunas de ellas económicas, y otras simplemente fundadas en el desconocimiento del territorio.

Una resistencia histórica

Providencia y Santa Catalina, a través, entre otros, de la Veeduría Cívica de Old Providence, ha resistido todos estos años a proyectos que buscan la ampliación del turismo extractivo, con el esfuerzo coordinado de quienes están allá y de isleñas, isleños y simpatizantes de la causa, que trabajan desde la diáspora. Se había logrado un par de veces detener el proyecto de ampliación de la pista de aterrizaje del Aeropuerto El Embrujo, que permitiría el ingreso fatal de vuelos directamente desde territorio continental, incluso detectando prácticas descaradas como una presunta modificación de los límites del Parque Natural McBean Lagoon, un santuario clave de manglares y de flora y fauna, gracias al cual los estragos de los huracanes se mitigan considerablemente.

Explico la fatalidad de los vuelos desde el continente: si luego de unos treinta años ha sido imposible controlar efectivamente la circulación y la residencia en la capital, si aún no tenemos un estudio de capacidad de carga, ¿en qué instituciones podemos confiar para vigilar la estabilidad de Providencia y Santa Catalina? ¿Se va a instalar un proyecto socioeconómico para Providencia? Providencia podría, más bien, seguir resistiendo para afianzar un proyecto socioeconómico de y desde sí misma

Si hoy todavía la Gerencia para la Reconstrucción, la Presidencia de la República y Findeter, se escudan resaltando que buena parte de la demora en la entrega de sus promesas se debe a que la comunidad se dignó a exigir la socialización y aprobación de los modelos de las casas, poca horizontalidad puede esperarse de los planes para las islas. Ese proceso de consulta tomó dos meses y resultó en un fiasco: hoy en día, de los cuatro modelos aprobados en realidad solo se está ejecutando uno, es decir, todas las casas entregadas serán iguales. Lo del Estado hacia el archipiélago es neocolonialismo sin matices, con inocentes o cooptadas motivaciones, algunas de ellas económicas, y otras simplemente fundadas en el desconocimiento del territorio.

Por el cubrimiento, el mundo ya lo sabe: son dos casas nuevas las que a la fecha ha entregado el gobierno nacional, de las 1.134 prometidas inicialmente. Han sido cerca de 500 viviendas reparadas, y son incontables los discursos de negación e inconsistencias de parte de la Gerencia para la Reconstrucción, una institución en cabeza de Susana Correa, que coordina esta labor con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), con recursos manejados parcialmente por la cuestionada Findeter.

En el desconocimiento andino del territorio insular hay un neocolonialismo peligroso, descorazonador, el que impulsó a Duque a prometer la reconstrucción en cien días. Hoy ya sabemos por las cuentas de la Contraloría General que eso tomará al menos hasta finales de 2022. Según declaraciones del contralor Felipe Córdoba durante su visita a Providencia el día después de la marcha, mensualmente se entregarán cincuenta de las novecientas diez casas nuevas proyectadas en las últimas cuentas. El 30 de junio, en teoría, se debían entregar catorce que nadie sabe dónde están.

En Mocoa, municipio de Putumayo que vivió un desastre natural en 2017, el mismo 23 de junio, mientras Providencia marchaba, la comunidad denunció que todavía después de cuatro años espera la entrega de viviendas de parte de la UNGRD. La gente que salió en Providencia reclama que por lo menos la reconstrucción no sea un elemento más de propaganda política, sino que haya un reconocimiento de la responsabilidad por la situación precaria de muchos.

Ese reconocimiento ojalá reemplace el afán por maquillar las casas del componente de reparación con manitos de pintura en paredes sin resanar y con techos sin estándares antihuracán; o el afán de publicar fotos de casas reconstruidas por el esfuerzo de sus propietarios, con mensajes que destacan la celeridad de la gestión de la Gerencia. Esto le pasó a Susana Correa hace dos semanas: tuiteó la foto de la casa de la ciudadana Laura Newball como un logro de la reconstrucción y tuvo que pasar por la pena de ser señalada públicamente, antes de borrar el tuit, cuyas capturas de pantalla por suerte circulan ampliamente por las redes.

 

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En noviembre de 2020 Iota, un huracán Categoría 5 arrasó con las islas de Providencia y Santa Catalina. La promesa de una reconstrucción de la isla en 100 días por parte del Gobierno Nacional no ha sido cumplida.

En el discurso público

A pesar del terror frente a este temporada de huracanes, el Iota tiene sus ángulos positivos. La agenda del archipiélago es más visible y escrutable, hay muchos más elementos para hacer control y veeduría ciudadana, y hay muchos más ojos puestos en las islas. Hasta el diario El País de España resaltó la jornada de protesta de las providencianas, y periódicos como el alemán Süddeutsche Zeitung han cubierto el desastre desde ángulos globales como el de la vulnerabilidad de las islas oceánicas frente al fenómeno del cambio climático, del cual los sobrevivientes de Iota y Eta son víctimas directas. Numerosas voces de alerta desde el archipiélago habían sido ignoradas.

Desde hace meses cadenas como Blu Radio y W Radio han cubierto ampliamente la reconstrucción, en especial esta última, a través de reportería en vivo, en una jornada en la que la periodista María Camila Díaz visitó muchos sectores con la activista Arelys Fonseca, evidenciando la situación de algunas de las cerca de ochocientas familias que todavía hoy, a merced de aguaceros y ventiscas, sobreviven en carpas, cambuches, o debajo de los cimientos de lo que fuera su vivienda.

Ese 16 de junio vimos en video, en directo, gracias a las redes de Arelys Fonseca, cómo algunas de estas personas, en situación de discapacidad o de la tercera edad, aún no tenían siquiera acceso a unidades de baño portátiles, hasta que la periodista indagó directamente a los contratistas responsables de la zona. ¿Dónde está la priorización? Es una de las preguntas constantes. He conocido de primera mano casas reparadas en los primeros meses que no pertenecían a población vulnerable, casas de arriendo cuya intervención no resultaba urgente frente a la de aquellas de personas de la tercera edad.

Vimos en video cómo algunas de estas personas, en situación de discapacidad o de la tercera edad, aún no tenían siquiera acceso a unidades de baño portátiles en Providencia. ¿Dónde está la priorización?

Amparo Pontón Vélez, una experimentada periodista que vive hace más de 35 años en Providencia, se dedica a través de sus redes sociales a emitir informes periódicamente, con su experiencia directa y con un análisis crítico de las declaraciones, cifras y omisiones de la reconstrucción. Amparo hace preguntas claves. Como muchos, vive en una carpa con su pareja hace siete meses y se ha dedicado a exponer el negacionismo del gobierno, en cabeza de la gerencia de Correa.

Amparo Pontón decidió quedarse en Providencia, pero muchos han tenido que salir y no han podido regresar. ¿Cuántos son? Apenas la Contraloría anunciaba para el 30 de junio, con afán, la entrega de un censo de las personas que viven en carpas y demás refugios, y también de los exiliados, para ofrecer un subsidio de arrendamiento que nadie tiene claro cómo será efectivo, puesto que en Providencia y Santa Catalina no hay dónde vivir en arriendo.

De acuerdo con Ethel Bent Castro, una periodista de San Andrés con experiencia en campo, los hospedajes disponibles están ocupados, por supuesto, por el personal de la reconstrucción. Todo está ocupado: restaurantes, líneas de abastecimiento de agua y de alimentos, espacios públicos. La gente de Providencia tiene poco margen frente a la magnitud de una empresa que, según denuncias recogidas por Bent Castro, estaría filtrando los intereses de desarrolladores de grandes proyectos turísticos que, como en San Andrés, pocos beneficios generan en la población local, aparte de su pauperización y de dependencia económica.

Ahora bien, hay que resaltar varias cosas antes de terminar: por supuesto que la reconstrucción exige personal y conocimiento de fuera. Por supuesto que la presencia de la Armada tiene un valor estratégico, y que Colombia tiene un afán especial por cumplirle en la reconstrucción a estas disputadas islas de tradición autonomista. Pero fue precisamente la actitud de la Armada y de la Dirección Marítima —o del Estado, que es lo mismo—, el florero de Llorente que arrojó el corazón comunitario hacia la protesta activa.

Por fortuna, el 23 de junio pasado, cerca ya del bicentenario de nuestra adhesión a la Nueva Granada, recordamos que Providencia y Santa Catalina han alcanzado una madurez política que les permite resignificar, desde los desastres y las fiestas comunitarias, hasta su relación con el Estado. No se puede pasar por encima de los pescadores, de la guardia, del comité, de las víctimas climáticas, de la autoridad ambiental. Providencia, donde empezaron todos los proyectos coloniales en este archipiélago, Providencia, que estuvo poblada mucho antes que San Andrés es, ahora, el nuevo viejo norte para una capital en llamas. En tiempos de incertidumbre, de pandemia, de presión sobre los recursos, que este sea el espíritu de nuestro bicentenario. Peace out.

Cristina Bendek

Escritora, periodista e internacionalista sanandresana. Su libro Los cristales de la sal fue publicado por Laguna Libros.

 

 

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