Hace 205 años el Libertador Simón Bolívar, quien se encontraba en la capital jamaiquina de Kingston, redacta su famoso escrito conocido como ‘La Carta de Jamaica’, en el que expone las causas que provocaron la perdida de la Segunda República en Venezuela y la necesidad de que los países europeos apoyaran el movimiento independentista.

Conocida originalmente como Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, fue publicada en su versión inglesa, durante el mes de julio de 1818, en el Jamaican Quarterly and Literary Gazette. Como no ha aparecido la versión original solo se dispone de distintas traducciones castellanas del texto en lengua inglesa, la primera de las cuales fue publicada en la compilación de Francisco Javier Yanes y Cristóbal Mendoza titulada Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador, 1833, vol. XXI (apéndice). El texto más antiguo conocido del manuscrito borrador de la versión en inglés se conserva en el Archivo General de la Nación (Bogotá), fondo Secretaría de Guerra y Marina, volumen 323. El profesor Arturo Ardao demostró que cierto pasaje de esta carta en el que se asigna la palabra Colombia a la república que resultaría de reunir a la Nueva Granada con Venezuela fue añadido posteriormente por Bolívar, en fecha indeterminada*.

Vertida a la lengua inglesa para su remisión al caballero Henry Cullen y datada en Kingston el 6 de septiembre de 1815, esta carta es el reconocimiento explícito de la restricción de la ambición continental de una nación, llamada Colombia, por Simón Bolívar. Considerando que todos los hispanoamericanos profesaban la misma religión, hablaban la misma lengua, compartían el mismo origen y las costumbres, “deberían tener un solo gobierno para incorporar los diferentes estados que podrían formarse”, pero la experiencia acumulada hasta su exilio en Jamaica forzó a Bolívar a aceptar que tal ambición continental era imposible de realizar, “porque lo remoto de sus regiones, lo diverso de sus situaciones y lo diferente de sus caracteres dividen a la América”. Los términos de esa resignación bolivariana de la ambición continental original son bien conocidos:

Yo deseo más que otro alguno ver a la América convertida en la más grande nación del universo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro e incluso anticipo la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo será regido como una sola y gran república. Como es imposible, no lo deseo; y aún menos deseo ver a la América convertida en una sola y universal monarquía, porque este proyecto, sin ser útil, es también imposible: los abusos que actualmente existen no serían reformados, y nuestra regeneración sería infructuosa.

Reconocida la imposibilidad de realización de la desmedida ambición mirandina, Bolívar expuso al caballero Cullen un cuadro político sobre el destino de Hispanoamérica: aunque el Abate de Pradt había vaticinado que esta región resultaría dividida en quince o diecisiete estados nacionales independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas, en su cálculo predijo que serían diecisiete las naciones distintas que resultarían como producto del proceso revolucionario. Contradijo la idea de que sus regímenes serían monárquicos: “pienso que los americanos, deseosos de la paz, de las ciencias, las artes, del comercio y la agricultura, preferirían las repúblicas a las monarquías, y creo que este anhelo corresponde a las miras que la Europa tiene hacia nosotros”. Bolívar no aprobaba entonces monarquías para los estados americanos, pese a que reconocía la bondad de tal régimen para Inglaterra, como tampoco aprobaba el régimen federal estadounidense, por ser “demasiado perfecto y que requiere virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros”. Con un criterio pragmático dijo que “nos contentaremos con evitar anarquías dogmáticas y tiranías onerosas, extremos que por igual nos conducirían a la infelicidad y al deshonor, y buscaremos un justo medio”. Pese a que Bolívar era un republicano, su liberalismo moderado admitía algunos regímenes que serían inaceptables para los liberales radicales, como los senados y presidentes del poder ejecutivo vitalicios, tal como ocurriría algún día en su propuesta constitucional para Bolivia, resistida a ultranza por los liberales granadinos y venezolanos.

Considerando que todos los hispanoamericanos profesaban la misma religión, hablaban la misma lengua, compartían el mismo origen y las costumbres, “deberían tener un solo gobierno para incorporar los diferentes estados que podrían formarse”, pero la experiencia acumulada hasta su exilio en Jamaica forzó a Bolívar a aceptar que tal ambición continental era imposible de realizar, “porque lo remoto de sus regiones, lo diverso de sus situaciones y lo diferente de sus caracteres dividen a la América”.

El caso es que en la Carta de Jamaica ya Bolívar había dejado de especular sobre el destino ideal para la América, que sería una única nación continental, para concentrarse en la realidad del “destino que le será más asequible”. Predijo entonces que los estados nacionales que con seguridad resultarían de la crisis monárquica que comenzó en 1808 serían al menos México, una sola república centroamericana, Perú, el Estado del Río de la Plata dominado por Buenos Aires y Chile. Y para su suelo natal expuso el siguiente proyecto de nación:

La Nueva Granada se unirá con Venezuela si concuerdan en formar una república central, y por su situación y ventajas, la capital será Maracaibo… Su gobierno emulará, pues, al británico, pero como anhelo una república, en lugar de un rey tendrá un poder ejecutivo electivo, vitalicio tal vez, nunca hereditario. Su constitución será ecléctica, con lo cual se evitará que participe de todos los vicios; tendrá una cámara o senado hereditario que en las tempestades políticas se interpondrá entre las olas de las comunicaciones populares y los rayos del gobierno; y otro cuerpo legislativo de libre elección, sin más restricciones que las impuestas a la Cámara de los Comunes

Este sería el límite de la nación colombiana soberana a construir por una ambición política restringida, si bien reconocía ya las dificultades que enfrentaría: “como la Nueva Granada es extremadamente adicta al federalismo, es posible que no consienta en reconocer a un gobierno central, en cuyo caso formaría por sí sola un estado que perduraría feliz por las muy grandes y variadas ventajas que posee”. Como eventualmente dos naciones distintas podrían resultar en el escenario político, adoptó la férrea disposición de construir una sola, que se llamaría Colombia. Esta ambición restringida, correspondiente a una identidad aplicable a un menor espectro social del continente suramericano, ya la había expuesto al general Santiago Mariño en una carta datada a finales de diciembre de 1813, cuando coordinaba la existencia de los departamentos militares del oriente y del occidente de Venezuela:

Nuestra seguridad y la reputación del gobierno independiente nos impone, al contrario, el deber de hacer un cuerpo de nación con la Nueva Granada. Este es el voto ahora de los venezolanos y granadinos, y en solicitud de esta unión tan interesante a ambas regiones, los valientes hijos de Nueva Granada han venido a libertar a Venezuela. Si unimos todo en una misma masa de nación, al paso que extinguimos el fomento de los disturbios, consolidamos más nuestras fuerzas y facilitamos la mutua cooperación de los pueblos a sostener su causa natural. Divididos, seremos más débiles, menos respetados de los enemigos y neutrales. La unión bajo un solo gobierno supremo hará nuestra fuerza, y nos hará formidables a todos.**

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Manuscrito de la ‘Carta de Jamaica’ en español, documento custodiado por el Archivo Histórico del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador.

En ese mismo momento el caraqueño Pedro Gual, quien había llegado a Cartagena en julio de 1813, promovía la idea de unir a la Nueva Granada con Venezuela en su periódico El Observador Colombiano, que desde el mes de agosto comenzó a imprimir en Cartagena. En el mes de diciembre siguiente fue elegido diputado ante la cámara provincial del Estado de Cartagena, donde hizo aprobar un decreto que declaraba al general Bolívar “hijo benemérito de Cartagena” y fue comisionado para conferenciar con él sobre la creación de una confederación de Venezuela y el Estado de Cartagena. En marzo de 1814 preparó unas Instrucciones para los diputados del Estado de Cartagena cerca del Congreso de la Nueva Granada, en las que se les pedía “promover la unión de la Nueva Granada y Venezuela”, un propósito “conforme a los votos de los ciudadanos ilustrados, como que es la única medida que puede dar a esta nación nueva un carácter sólido y estable”.

El 9 de ese mes de marzo firmó, como prefecto del poder legislativo del Estado de Cartagena, el acto legislativo por el cual se decretó la unión de este estado con Venezuela “para la defensa común, como para lograr la más pronta pacificación de las provincias disidentes [Santa Marta, Riohacha, Maracaibo] de esta costa entre la de Cartagena y Caracas”, sancionado el 15 de marzo siguiente por el presidente gobernador Manuel Rodríguez Torices. En el mes de enero de 1815 asumiría el cargo de presidente gobernador del Estado de Cartagena, pero no fue capaz de conciliar el enfrentamiento entre el jefe militar de la plaza, Manuel del Castillo, y el general Bolívar que llegó al frente de las tropas del Congreso de las Provincias Unidas para invadir a Santa Marta.

La nueva ambición política restringida, si se la compara con la ambición continental de Miranda, se propuso presentar ante los pueblos del mundo una nación “dignamente sometida a un gobierno central”. Calculaba entonces el general Bolívar que si se establecían dos poderes independientes, uno en el oriente de Venezuela bajo el mando del general Mariño, y otro en el occidente andino bajo su propio mando, se marcharía hacia dos naciones distintas, cada una impotente para sostener una representación como tal, con lo cual podrían hacer el ridículo ante los pueblos del mundo. En cambio, una Venezuela unida con la Nueva Granada “podría formar una nación que inspire a las otras la decorosa consideración que le es debida”.

El 23 de marzo de 1816, cuando desde los Cayos de San Luis partía hacia la costa venezolana la expedición de mil hombres en catorce barcos de guerra, el general Bolívar comenzó a encabezar sus despachos con el título de “capitán general de los Ejércitos de Venezuela y de la Nueva Granada”. Era la ambición restringida que intentaba alcanzar el logro que hasta entonces le había sido esquivo. El 8 de mayo siguiente ya había logrado ver de nuevo “el país de Venezuela” desde la isla de Margarita, y el 10 de junio ya despachaba desde su cuartel de Carúpano. Tras el fracaso de esta expedición, que lo obligó a retornar a Puerto Príncipe, a finales de diciembre estaba de nuevo en Margarita con otra expedición. Las campañas de los generales Mariño, Monagas, Rojas, Zaraza y Páez contra las tropas españolas le permitieron al fin fijar el cuartel general en Angostura, a orillas del río Orinoco, ya en julio de 1817, con lo cual la provincia de Guayana fue incorporada al territorio de Venezuela el 15 de octubre de 1817.

 

*Arturo Arnao. Magna Colombia y Gran Colombia en la Carta de Jamaica, en Estudios latinoamericanos de historia de las ideas, Caracas, Monte Ávila, 1978, 33-40.

** Simón Bolívar. Carta dirigida al general Santiago Mariño. Valencia, 16 de diciembre de 1813, en Obras completas, Bucaramanga, FICA, 2008, tomo I, 183-184.

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Armando Martínez Garnica

Bucaramanga, 1950. Historiador profesional con título posdoctoral en Historia. Es profesor emérito de la Universidad Industrial de Santander, donde trabajó 25 años. Ha publicado 32 libros y más de un centenar de artículos en revistas y obras colectivas, todos sobre diversos aspectos de la historia de la nación colombiana y de la sociedad regional santandereana. Dirige desde hace 15 años la Revista de Santander, y entre julio de 2016 y marzo de 2019 fue el director del Archivo General de la Nación.