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Titulares de prensa de la época dan fe de las noticias de violencia e incautación de cargamentos de marihuana durante la bonanza.

Segunda parte de la crónica sobre las excentricidades y disparates de la bonanza marimbera en La Guajira.

Conciertos de plomo en Do mayor

La tenencia de armas es tradición en La Guajira criolla desde el siglo XIX, y milenaria en La Guajira indígena. Era una prenda más de vestir. El resguardo del honor, su uso común. En el siglo XX el arma continuó como elemento disuasivo, en una tierra donde históricamente la ausencia de autoridad ha llevado a que las familias de las víctimas se encarguen de hacer justicia.

En la bonanza, la adquisición de armas fue una prioridad. Los marimberos adquirieron modernos arsenales, armaron a familiares, ahijados y amigos, y los improvisaron como guardaespaldas. Los disparos al aire, antigua tradición practicada a la medianoche cada 31 de diciembre para celebrar el cambio de año, en la bonanza tuvo otros motivos: se hacían para marcar territorio o expresar estados de ánimo. Celebraban o maldecían disparando, o simplemente porque les daba la gana. Si alguien hacía un tiro al aire, otro le respondía desde algún patio. Los habitantes de Riohacha presenciaban un concierto de plomo todas las noches: entre 300 y 500 tiros se hacían como pasatiempo.

Para los jefes marimberos, el valor y el tamaño del arma eran elementos de prestigio. El voluminoso revólver Smith & Wesson modelo 29, más conocido como Magnum 44, inmortalizado por Clint Eastwood en el film Harry el sucio, fue el favorito de marimberos campesinos. Lo portaban en la parte de atrás del pantalón causando una protuberancia del mismo, lo que les valió el apelativo de ‘culo puyú’. Otros preferían la pistola Browning, calibre 9 mm. La llevaban en la parte del frente de su pantalón. A estos le decían los ‘cacha afuera’. Artesanos y orfebres de los Estados Unidos hicieron su agosto personalizando armas para guajiros. Fabricaban cachas de oro con las iniciales del dueño e incrustaciones de piedras preciosas.

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La bonanza marimbera ha sido ampliamente narrada en relatos orales, libros y películas, pero su influencia en la cultura y los imaginarios populares del Caribe colombiano aún está por explorarse.

A ciertos personajes las armas y el poder los trastornó. En la Punta de los Remedios se recuerda a alguien que gustaba caminar con la pistola en la mano y montada. En Maicao, la pasión de un mestizo era embestir con su camioneta a peatones. En Riohacha hubo maridos que aterrorizaban a sus mujeres con disparos. Uno de ellos, cuando necesitaba a su esposa, en vez de llamarla por su nombre hacía un tiro y ella entendía que debía acudir.

El juego con armas entre amigos y familiares les costó la vida a decenas de jóvenes. En medio del licor terminaban matando a un buen amigo o a su propio pariente. La tentación de sacar un arma para resolver pequeños problemas condujo a decenas de muertes absurdas y al exilio de muchos para evitar la venganza.

Algunos jóvenes se transformaron en auténticos pistoleros, y terminaron siendo tan peligrosos que hasta los marimberos les temían. Trabajaron de escoltas o “solucionadores de problemas”. Al finalizar la bonanza quedaron sueltos y por su cuenta. Murieron en su ley. El abuso del poder y la intimidación por parte de pistoleros destrozaron la imagen del guajiro en la costa Caribe. La tenencia de armas se propagó como epidemia. Abogados, profesores, médicos, comerciantes y hasta sacerdotes adquirieron armas para enfrentar posibles amenazas de pistoleros. “Si se meten conmigo, les doy a’lante”, decían.

En Maicao, la pasión de un mestizo era embestir con su camioneta a peatones. En Riohacha hubo maridos que aterrorizaban a sus mujeres con disparos. Uno de ellos, cuando necesitaba a su esposa, en vez de llamarla por su nombre hacía un tiro y ella entendía que debía acudir.

El aislamiento

La Riohacha tradicional y la Maicao comercial fueron las que más sufrieron el impacto de la cultura marimbera. A la primera –entonces ciudad conservadora, de economía débil, costumbres mesuradas, devoción religiosa y concentración del poder en pocas familias– le llegó desde la zona rural una migración de familias extensas con mucho dinero, armadas hasta los dientes y acostumbradas a realizar celebraciones fastuosas. La segunda, una pujante ciudad comercial, fue tomada por pistoleros criollos y mestizos que atemorizaron a sus habitantes y espantaron a quienes por años habían logrado darle a la ciudad credibilidad a nivel nacional.

Los disparos y el volumen de los equipos de sonido mantuvieron a riohacheros y maicaeros encerrados por años. Cuando lograron asomarse a la puerta, las ciudades no les pertenecían. Sin embargo, la intolerancia e intimidación nunca fue perdonada. Las familias amigas de los tiros empezaron a sufrir del aislamiento social. A inicios de los noventa, el porte de armas empezó nuevamente a ser mal visto, fue pasando de moda. La gente discretamente se apartaba cuando veían a alguien armado. Lo dejaban solo.

Riohacha y Maicao jamás serían las mismas. La marimbería estremeció esas ciudades y opacó a la sociedad civil de ambas. Riohacha ha logrado salir adelante; Maicao aún no encuentra su norte.

En la actualidad se quiere responsabilizar de todos los males de La Guajira a la cultura marimbera. El clientelismo y el nepotismo vienen de atrás. La corrupción es un mal endémico, herencia colonial. Miembros de algunas familias que jamás negociaron una libra de marihuana administraron recursos de regalías del carbón y gas como plata de bolsillo. Al menos los marimberos despilfarraron su propio dinero, no el del pueblo.

*Texto publicado en el desaparecido semanario Latitud del diario El Heraldo el 29 de septiembre de 2012.

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Fredy González Zubiría

Escritor, cineasta e investigador cultural nacido en Maicao. Es director del Fondo Mixto de Cultura de La Guajira.