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En 1975, cerca del 80 % de los campesinos de la Sierra Nevada y La Guajira sustituyeron sus cultivos por el de marihuana, la cual era bajada a lomo de mula. Arte: Guillermo Solano.

Entre 1974 y 1985 la costa Caribe colombiana fue escenario del cultivo y exportación ilegal a gran escala de marihuana a los Estados Unidos, fenómeno que influyó en la sociedades y cultura de los departamentos de Atlántico, Magdalena, Cesar y La Guajira. Acerca de los excesos de esta época, primera crónica en dos entregas de la época en que llovió dinero en la Costa.

La marimbera fue la única de las tantas bonanzas que ha tenido La Guajira en la que sectores populares como el campesinado realmente se beneficiaron. Los campesinos marimberos llegaron a ostentar más poder económico que la sociedad que la tuvo marginada por años, y que los veía apenas como simples sembradores de yuca.

Con la llegada de la bonanza marimbera pronto fueron evidentes los excesos, extravagancias y disparates de quienes comerciaban con ella. Hubo marimberos tranquilos, respetuosos de los demás, hombres caseros y mesurados, pero otros dieron rienda suelta a su imaginación y ambición y vivieron fantasías terrenales entre montañas de dinero.

El volcán de dólares sirvió para amplificar a niveles extraordinarios viejas tradiciones como las riñas de gallos; satisfacer gustos personales de manera exagerada como las gigantescas parrandas, y cumplir sueños juveniles como presenciar la final de un Mundial de Fútbol. El tener la posibilidad de poseer todo lo que se sueña llevó a una locura colectiva que incluso contagió a las autoridades de la época.

Generosos y en efectivo

En la primera etapa de la bonanza, docenas de agentes de la Policía “salieron de pobres” durante su servicio en La Guajira, y no pocos oficiales se hicieron millonarios. Las anécdotas se cuentan por cientos. Un exmarimbero narraba que en una ocasión fue tan jugoso el pago a varios policías, que estos ayudaron a cargar la marihuana en el camión e hicieron el viaje en el vehículo hasta las afueras de Manaure para garantizar que no los molestaran. En varias ocasiones los propios vehículos oficiales de la Policía –relatan distintas anécdotas– sirvieron para iluminar las pistas clandestinas en la Alta Guajira.

El dinero de la hierba daba para todo. Los mayoristas hicieron importantes contribuciones para mejoras en la Catedral de Riohacha. El dinero marimbero circuló a todo nivel. Financiaba campañas políticas, regalaba cirugías, pagaba matrículas universitarias, subsidiaba a reinas, carnavales y fiestas patronales, servía para adquirir obras de artistas criollos y era invertida en ganadería, agricultura y construcción de viviendas.

De caché

Los marimberos construyeron espléndidas casas en Riohacha, adquirieron fabulosas mansiones en Barranquilla y lujosos apartamentos en El Rodadero, Cartagena y Miami. A esos lugares se trasladaban con sus familias, gustos, música y culinaria. Los vehículos fueron un símbolo de poder, desde el Mercedes Benz hasta la Ford Ranger. Algunos sentían que no les lucía reparar carros: si se varaban en una calle o en la carretera lo dejaban tirado y al día siguiente compraban otro.

Las mujeres fueron las clientas preferidas de las boutiques más exclusivas de Barranquilla y Miami, muchas viajaban a esta última ciudad en sus avionetas privadas. La ropa costosa se convirtió en objeto de deseo. El velorio, el compromiso social más importante para los guajiros, pasó de ceremonia de recogimiento a desfile de modas. Despampanantes trajes y espléndidas joyas entraban y salían de las casas al dar el pésame, provocando rumores entre los asistentes.

La mayor preocupación de la mujer de un marimbero era la “competencia”: las amantes, queridas o novias de su marido. Se conocen casos de esposas que recurrieron al uso de la brujería para enfrentar a sus rivales. Viajaron a Panamá, Venezuela, Cuba y Haití en búsqueda de hechiceros para romper la relación de sus maridos con sus amantes. En Barranquilla y Riohacha se libraron verdaderas batallas mágicas entre mujeres de un mismo hombre. Los conjuros y maleficios iban y venían de un hogar a otro. Son muchos los testimonios que aseguran que el uso permanente de la brujería terminó arruinando a familias enteras.

Otros marimberos son recordados por sus excentricidades: contrataban prostíbulos enteros en Barranquilla y cerraban las puertas por 2 o 3 días, a semejanza de las bacanales romanas. Un conductor de un “mayorista” de marihuana de la época tiene como el mejor recuerdo de su vida la ocasión en que su patrón le “mandó” tres mujeres para el solo. “No sabía ni por dónde empezar”, aseguraba el hombre.

En tiempos de la bonanza, la tortuga frita –el plato más exclusivo de la gastronomía guajira– la pagaban por adelantado al triple del valor, y los que residían en Barranquilla contrataban carros expresos para que les llevaran tortuga desde la península.

En cierta oportunidad, la residencia de uno de ellos en Barranquilla fue allanada por la Policía y el Servicio de Sanidad. Vecinos habían denunciado que los guajiros tenían un cadáver insepulto en su patio. Cuando las autoridades irrumpieron en la vivienda notaron que el fuerte olor procedía de una ponchera. Los agentes esperaban encontrar los despojos de un ser humano, pero al levantar la tapa hallaron 10 kilos de Cachirra, pez salinero de no muy agradable olor pero de exquisito sabor, muy apetecido en el corregimiento de Camarones, al sur de Riohacha.

El dinero marimbero financiaba campañas políticas, regalaba cirugías, pagaba matrículas universitarias, subsidiaba a reinas, carnavales y fiestas patronales, servía para adquirir obras de artistas criollos y era invertida en ganadería, agricultura y construcción de viviendas.

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En 1979 se descubrió el campo más grande de marihuana en La Guajira, con una extensión de 40.000 hectáreas.

Parrandas, música y gallos

La parranda es una práctica cuyo origen puede rastrearse en el sureste de España, y que gana popularidad en Riohacha desde el siglo XIX. Se desarrollaba con músicos que iban de puerta en puerta cantando y esperando unos traguitos. A principios del siglo XX nació la parranda estacionaria, con músicos de bandas que se reunían a tertuliar, beber y cantar.

En la época de los grandes contrabandistas, el músico pasó de protagonista a ser el encargado de amenizar eventos. Cuando un comerciante lograba introducir a salvo su mercancía, contrataba músicos, abría una caja de whisky, ginebra o brandy, y celebraba con sus amigos. La parranda se extendió por La Guajira para celebrar triunfos comerciales y políticos, conmemorar cumpleaños y bautizos, y festejar fiestas patronales.

En la bonanza se sabía cuándo iniciaba una parranda pero no cuándo terminaba. Podían durar entre dos y cinco días, amenizadas por hasta tres conjuntos vallenatos, compositores con guitarras y un mariachi. Se consumían varias cajas de whisky y toneladas de comida: picadas, friche, asados, sopas a media noche y tortuga en la mañana. La gente tomaba, amanecía, se retiraba a dormir en chinchorros cercanos, o iba a su casa, se cambiaba de ropa y regresaba.

El vallenato se benefició de la bonanza por ser la música de su tierra, la que los marimberos escuchaban de niños en sus pueblos. Compositores e intérpretes tuvieron su “bonanza” durante la bonanza. Por primera vez les remuneraban bien su trabajo. Antes ganaban una miseria y muchos se veían obligados a trabajar en oficios alternos para sobrevivir: jornaleros, carpinteros, albañiles y mensajeros. Los menos afortunados llegaban a la vejez alcoholizados, tocando por un poco de comida y mucho ron.

El gusto de los marimberos por la música vallenata permitió mejorar ostensiblemente la calidad de vida de gran parte de ese gremio. Les pagaban muy bien los toques y parrandas, y en ocasiones les obsequiaban vehículos, electrodomésticos y ganado.
Por aprecio y agradecimiento, compositores inmortalizaron a sus amigos a través de melodías. A su vez, acordeoneros y cantantes, en correspondencia por la exorbitante generosidad, les enviaban saludos en las grabaciones de discos, gesto que se convirtió en negocio ya que cualquier persona pagaba para que lo saludaran en un vallenato.

La riña de gallos finos fue por décadas la afición preferida del campesino guajiro. Cuando estos se involucraron en el negocio de la marihuana, el esparcimiento se convirtió en espectáculo de grandes inversiones y apuestas.

Los marimberos tomaron el asunto de gallos como cuestión de honor. Hicieron cruces de las mejores razas. Importaron aves de Aruba, Miami, Cuba y España, esperando crear animales invencibles. El nuevo gallo guajiro ganó fama nacional. Se intentó, incluso, cruzar gallos con gavilanes, en búsqueda de engendrar un verdadero asesino emplumado.

Las apuestas eran desmedidas. Millones de pesos, miles de dólares, vehículos y hasta fincas se jugaban. Un millonario de la marihuana venido a menos reconoció que los gallos fueron su ruina: “Viajábamos a muchas partes del mundo con los gallos apostando dinero como locos, ahí se me fue mi plata”.

Lee ya, en la segunda entrega de “La bonanza marimbera, tiempos de locura”: el uso de armas en la cultura marimbera y cómo la bonanza de la marihuana transformó las viejas costumbres guajiras.

*Texto publicado en el desaparecido semanario Latitud del diario El Heraldo el 29 de septiembre de 2012.

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Fredy González Zubiría

Escritor, cineasta e investigador cultural nacido en Maicao. Es director del Fondo Mixto de Cultura de La Guajira.