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El geógrafo italiano Agustín Codazzi tuvo una activa figuración en la historia de Colombia como militar y geógrafo materializada en proyectos científicos como la Comisión Corográfica y diferentes libros. Foto: “Las siete vidas de Agustín Codazzi”.

Las actividades empresariales de los inmigrantes italianos en los siglos XIX y XX en nuestro país marcaron diversos hitos, pero su influencia se extiende también a campos como las artes y la ciencia.

Dos ilustres italianos nos dejaron como herencia el nombre del continente, uno, y el otro el nombre de nuestro país. Somos América por Amerigo Vespucci (1454-1512) comerciante, explorador y cosmógrafo florentino, naturalizado castellano, piloto mayor de la Casa de contratación de Sevilla en 1508, que participó en, por lo menos, dos viajes de exploración al Nuevo Mundo. Y nos llamamos Colombia por cuenta de otro gran italiano, genovés, Cristóforo Colombo Fontanarossa, descubridor de estas tierras al llegar el 12 de Octubre de 1492 a Guanahani, en lo que hoy son las Islas Bahamas.

Poco se sabe de la participación de italianos en nuestras guerras de independencia. Pues resulta que los hermanos Carlos y Juan José Caballi fueron de los primeros extranjeros en unirse al ejército libertador; eso fue en 1810, cuando estos dos hermanos ya estaban asentados en Caracas –aunque no se sabe con precisión cuando llegaron a América–, y en 1812 estuvieron bajos las órdenes de Francisco de Miranda. Carlos cayó prisionero de los españoles en la batalla de Barquisimeto en 1813. Salió de la cárcel en 1819 y combatió en 1821 en la Batalla de Genoy, en las faldas del volcán Galeras, al mando del General Manuel Valdés, cuyas tropas fueron casi exterminadas por los aguerridos pastusos. Este Teniente coronel murió a los pocos días, después de varios quebrantos de salud y como consecuencia de la dura vida de un soldado. Su hermano Juan José cayó muerto en la Batalla de Bomboná en el triunfo del ejército de Bolivar, en 1822. Próceres italianos de nuestra independencia que merecen ser recordados y honrados.

Gran parte de nuestra corografía se la debemos al formidable lombardo Giovanni Agostino Codazzi, quien después de pelear en las guerras napoleónicas vino a la Gran Colombia en 1826 y se puso a disposición de Simón Bolívar. Militar, geógrafo, cartógrafo y etnólogo, Codazzi estudió a fondo nuestra geografía y dirigió la Comisión corográfica entre 1850 y 1859. A pesar de caer enfermo en 1858 quiso terminar toda la corografía del país, por lo que emprendió rumbo a la Costa Caribe, región que no había cubierto del todo, demostrando un especial interés en la Sierra Nevada de Santa Marta. En este, su último periplo, fue huésped del momposino Don Óscar Trespalacios en su inmensa hacienda Las Cabezas (cerca de 15.000 hectáreas entre Chimichagua, Cesar y Mompós, Bolivar, originalmente parte del Marquesado de Santa Coa), quien lo atendió con mucho  esmero y aprecio. Su salud empeoraba, pero más podía su sentido del deber y su espíritu de investigador; en efecto, pese a las advertencias de Don Óscar (por casualidad tatarabuelo de mi cuñada Catalina Trespalacios Gómez), Codazzi siguió su recorrido y se instaló en Espíritu Santo, un pequeño pueblo cerca de Valledupar. Preocupado por sus padecimientos, Trespalacios manda a un estafeta a Valledupar para que le diga a su amigo médico y muy amigo de Bolívar, Juan Bautista Pavajeau, (por coincidencia, tatarabuelo de Patricia Maestre Castro, mi esposa) que viaje a Espíritu Santo a examinarlo, pero poco antes de llegar, Codazzi muere de la terrible fiebre maligna que lo venia aquejando. El pequeño pueblo, Espíritu Santo, es bautizado Agustín Codazzi en 1958 cuando es elevado a la categoría de municipio para honrar por siempre la memoria y la obra de este gran italiano.

 

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Rafael Núñez y Oreste Sindici son reconocidos como autores del Himno de Colombia. El compositor italiano nacionalizado en nuestro país compuso la música para el himno, cuya letra era un poema escrito por el entonces presidente Rafael Núñez.

(…) Desde que tengo uso de razón he escuchado, y todos lo repiten y lo creen, que nuestro himno nacional es el segundo mas hermoso de todo el mundo, solo superado por la Marsellesa, himno nacional de Francia. Nunca he sabido quien se toma el trabajo de hacer estos escalafones, si es que existen. Lo cierto es que nuestro himno tiene la huella de un italiano, Oreste Síndici, quien le puso música a una rara poesía patriótica en honor a Cartagena, escrita por Rafael Núñez. Esto sucedió en 1887; el 11 de noviembre de ese año, con ocasión de la celebración del aniversario de la Independencia de Cartagena, se estrenó el himno en la Catedral de Bogotá. La presentación fue clamorosa y Núñez invitó a Síndici a que lo hiciera de manera oficial el 6 de diciembre ante las autoridades nacionales en el Palacio de San Carlos. En 1920 el Congreso oficializó la obra de Síndici y Núñez como Himno Nacional y años después algún congresista volvió obligatoria su interpretación por todas las emisoras, todos los días a las 6:00 a.m. y a las 6:00 p.m., y en todos los partidos de fútbol profesional –en esto sí podemos ser únicos. Síndici, oriundo del Lazio, había llegado a Colombia en 1863 como integrante de la compañía de Egisto Petrilli que interpretaba óperas y zarzuelas. La compañía se disolvió y Oreste decidió radicarse en Colombia. Su hijo cayó en combate en la Guerra de los Mil Días y él murió en Bogotá en 1904.

Nuestro himno tiene la huella de un italiano, Oreste Síndici, quien le puso música a una rara poesía patriótica en honor a Cartagena, escrita por Rafael Nuñez. Esto sucedió en 1887; el 11 de noviembre de ese año.

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Francesco Di Domenico, con sus hermanos, y algunos primos y socios crearon la Sicla (Sociedad Industrial Cinematográfica Latino Americana), pionera en la exhibición de películas en Colombia.

Francesco “Pacho” Di Doménico fue un popular empresario en la Bogotá de los años 20 y 30 del siglo XX por su simpatía y por haber traído el cine, esa caja mágica que tanto divierte y enseña, a Colombia. Nacido en 1880 en Castelnuovo di Conza (Campania), hereda algún dinero a la muerte de su padre –joyero en Panamá–, a causa de la fiebre amarilla. Allí había llegado con sus primos, los Cozzarelli (abuelo y tíos de mi padre, Tonino, Antonio Celia Cozzarelli) a buscar prosperidad por la construcción del Canal.

En 1902 Di Doménico se va con su tío Vicente Cozzarelli a Africa Occidental a probar fortuna, pero no les va bien. La vida resulta más dura de lo que pensaron. Reanudadas las obras del Canal de Panamá por los norteamericanos, el tío Vicente y Francesco deciden regresar al istmo en 1906 y esta vez se afincan en Colón, donde establecen su casa comercial: el “Italian Bazaar”. Pero Di Doménico quiere ser independiente y regresa a Italia donde decide incursionar como empresario en un mundo que comenzaba con furor, el del cine. Su empresa es itinerante y en un recorrido por el Caribe que incluye Venezuela, las Antillas y Trinidad, llega a Barranquilla en 1910 con sus proyectores a cuestas y en 1911 decide ir a Bogotá buscando ampliar su mercado. Al año siguiente inaugura el salón Olympia –ya lo empezaban a conocer como “el hombre de la máquina”– y se asocia con empresarios como Ulpiano Valenzuela y Nemesio Camacho. Crea con sus hermanos y con su cuñado, Pepe Di Ruggiero (tío de Tonino, esposo de Italia Cozzarelli), la Sicla –Sociedad Industrial Latinoamericana de Cine– y además de proyectar películas empiezan, ellos mismos, a hacer cine, titulando su primera producción La fiesta del Corpus y de San Antonio. Hicieron noticieros y una película muy polémica sobre la muerte del General Rafael Uribe Uribe, ya que mostraba imágenes de sus asesinos, quienes se suponen recibieron dinero por esta aparición. Años después fundan el Teatro Colombia, hacen noticieros, y después de la Primera Guerra Mundial se inclinan más por el cine norteamericano que por el Europeo. En 1928 venden la compañía a Cine Colombia; Don Pacho se integró a la sociedad bogotana a pesar de haber pasado varios años viviendo en Italia. Muere en 1966 en Villeta, Cundinamarca, rodeado del cariño de familiares y amigos.

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Varias generaciones de cartageneros lo conocían como “el viejo Mainero”: era un icono en la ciudad. Juan Bautista Mainero y Trucco nació en la Liguria italiana en 1831. Heredó la vena política del padre; ambos se oponían a la reunificación de Italia, que finalmente se hizo a golpes de espadas y bayonetas. Mainero, frustrado, se viene a Cartagena, donde ya vivía su tío Juan Trucco lanfranco, comerciante y cutivador de algodón en Turbana, Bolívar. Trabajando duro y con un innato sentido comercial, Juan Bautista se hace a un cierto capital comerciando con Panamá. Por esa época Cartagena entra en decadencia por el taponamiento del Canal del Dique y emerge Barranquilla como una mejor opción comercial. Mainero, sin embargo, mira hacia el Chocó y Antioquia buscando oportunidades en la explotación del oro. Llegó a Quibdó y en 1863 con varios socios obtiene la concesión para abrir un camino entre Chocó y Antioquia. A cambio el Estado del Cauca les concedía la explotación de 40.000 hectáreas. Así se hizo conocer en Antioquia, donde promovió la siembra del tabaco, colonizó el sur de ese departamento, explotó la ganadería y compró varias minas de oro. Sin duda, la transacción mas importante que hizo Mainero fue la adquisición de una parte importante de las minas de oro y plata de El Zancudo, convirtiéndose en el segundo mayor accionista de esta compañía, considerada las más grande de Colombia en el siglo XIX, después de Don Coroliano Amador y su esposa –quizá la sociedad conyugal más rica de la época.

 

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Juan Bautista Mainero y Trucco, a quién los Cartageneros llamaban «el viejo Mainero», incursionó en diversos negocios: minería en Antioquia y Chocó, ganadería en la costa norte, creador de la empresa naviera italiana La Veloce, y fue el principal inversionista de propiedad raíz que tuvo Cartagena en el siglo XIX.

Con una inmensa fortuna, el cariño por su tierra lo llama y regresa a Cartagena en 1868, donde se propone rescatar el Canal del Dique, logrando el apoyo de Rafael Nuñez como gobernador en 1877. Entra al negocio de la navegación fluvial y marítima y constituye la sociedad La Veloce cuyos vapores conectaban a Cartagena con Génova. Invirtió en fincas y terrenos en Cartagena, al punto de convertirse en el poseedor de tierras más importante de la provincia, unidas en la llamada “Hacienda Mainero y Trucco”. Las guerras civiles le causaron problemas y en varias ocasiones sus predios fueron invadidos, a lo que Mainero reaccionaba con agresividad, lo que le valió fama de pendenciero. En 1880 funda el Banco de Cartagena pero el gobierno de la Regeneración ordena cerrarlo en 1887 por no haber renovado los permisos correspondientes; se inició así un largo y enconado pleito, al que Mainero no rehuía, y finalmente se salió con la suya, el Banco siguió funcionando.

(…) De Mainero se decía que era cují, pero ayudaba a mucha gente a través de obras de caridad como el corralón Mainero, una especie de hostal en el que vivian, pagando muy poco, gente necesitada. Tuvo su propio teatro, construido en 1884, el Mainero, que presentaba óperas y zarzuelas. De vida sencilla y familiar tenía, sin embargo, un gusto especial por el mármol, por lo que su entorno lucía ostentoso por la presencia de abundantes obras en mármol de Carrara. En 1918, con 87 años, muere en Cartagena este particular y poderoso empresario, ganadero, minero, promotor de teatro, banquero, importador de esculturas y monumentos. Fue sepultado en un gran mausoleo, de mármol, en el cementerio de Manga. A Luis Carlos López, el célebre tuerto, le atribuyen la fabulilla sarcástica El tigre cebado, que se dice fue inspirada por Juan Bautista Mainero.

*Fragmento de uno de los capítulos de la biografía de Antonio Celia Cozzarelli, obra en preparación.

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Antonio Celia Martínez-Aparicio

Empresario y expresidente de Promigas, es ingeniero del Instituto Politécnico de Worcester en los Estados Unidos y profesor visitante en práctica del London School of Economics.