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Rodolfo Hernández e Ingrid Betancourt, dos candidatos fuera del sistema que no obstante han logrado capitalizar el sentimiento de frustración con la política tradicional del electorado.

Hernández y Betancourt, políticos “outsiders” y sus posibilidades reales de gobernar Colombia

por | Feb 24, 2022

Por Eduardo Pizarro Leongómez

En la actual campaña electoral los nombres de Rodolfo Hernández e Ingrid Betancourt han surgido como candidatos independientes u “outsiders”. Aunque la Ciencia Política define este tipo de liderazgos como personalistas y autoritarios, la experiencia de América Latina evidencia que es posible que hayan también “outsiders” con tendencia democrática. ¿En donde situar, entonces, a Hernández y a Betancourt?

No existe un consenso entre los analistas en torno a los rasgos que definen a los outsiders, las condiciones en que surgen y las razones de su éxito. El profesor Gabriel Levita sostiene que “la acepción más difundida abarca a quienes se presentan a elecciones viniendo desde afuera de la política con un prestigio y un reconocimiento acumulados más allá de los partidos”. Este prestigio puede provenir del deporte, del espectáculo, del periodismo, del sector empresarial o académico e, incluso, de la función pública.

En este último caso, se trata de personas que han ganado visibilidad en un cargo público y desde éste buscan saltar a la vida partidista, como fue el caso de Nayib Bukele (ex alcalde de San Salvador) y de Rodolfo Hernández (ex alcalde de Bucaramanga).

Por su parte, el analista Miguel Carreras apunta que los outsiders, además de no disponer o de disponer de una escasa experiencia partidista (“por definición, los outsiders son políticos amateurs que no tienen vínculos con partidos políticos establecidos”), buscan conquistar el poder mediante movimientos nuevos y creados para la ocasión.

En algunos pocos casos, los outsiders logran ganar experiencia, aprenden las reglas de juego, construyen un capital político y entran a las grandes ligas. Un claro ejemplo fue el de Mauricio Macri, quien, tras dirigir el Club Atlético Boca Juniors, se convirtió en jefe de gobierno de Buenos Aires y, más tarde, en presidente de la República. Este es el caso, igualmente, de comediantes reconocidos que acceden a las grandes ligas –como el fundador del Movimiento 5 Estrellas de Italia, Beppe Grillo– o, incluso, a la presidencia como Jimmy Morales en Guatemala (2016-2020), o el actual presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.

En este caso, pasan de disponer, como sostiene Daniel Gaxie, de un “capital individual” (gracias a su presencia mediática) a un “capital colectivo”.

El aumento creciente de outsiders a nivel mundial –basta pensar en un oscuro empresario y presentador de televisión llamado Donald Trump–, quien sorpresivamente y contra todos los pronósticos se impuso como candidato del Partido Republicano está ligado, según muchos analistas, a la revolución de las comunicaciones. A los mensajes audiovisuales. Un caso sorprendente del uso de las redes sociales es el de Nayib Bukele. Bukele tiene, en un país pequeño como El Salvador, 2.3 millones de seguidores en su cuenta de Twitter. Ya se dice en el “pulgarcito de América”, con mucho humor y sarcasmo, que el Twitter del presidente más cool del mundo se ha convertido en el nuevo diario oficial.

Ahora bien, a diferencia de muchos analistas, considero que existen tanto outsiders involucrados con un proyecto autoritario y un liderazgo personalista, como outsiders guiados por un espíritu democrático. Los primeros son alérgicos a la construcción de consensos, pues consideran a todos los políticos como una caterva de corruptos indeseables. Otros, contagiados de un espíritu más abierto, intentan separar el trigo de la paja. Es decir, no descalifican a la clase política en su conjunto.

“Outsiders” democráticos

Un ejemplo interesante de una outsider democrática es Violeta Barrios de Chamorro, la tercera mujer en ocupar el cargo de Jefe de Estado en América Latina (tras Isabel Perón en Argentina y Lidia Gueiler en Bolivia) y la primera en ocupar la presidencia por la vía electoral (1990-1997).

El 10 de enero de 1978 es asesinado por orden de la dictadura dirigida en aquel entonces por Anastasio Somoza Debayle, su marido y director del prestigioso diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, quien además era uno de los líderes más reconocidos de la oposición civilista. Inesperadamente para el gobierno que creía que mediante este crimen iban a disuadir a la oposición, se produjo un efecto contrario: se desató la insurrección que triunfaría solo un año más tarde, el 19 de julio de 1979.

Dada su significación simbólica la joven periodista hizo parte durante un corto período de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional compuesta por cinco miembros (Luis Alfonso Robelo, Moisés Hassan, Sergio Ramírez, Violeta Barrios y Daniel Ortega), a la cual, renunció para asumir una dura oposición al gobierno sandinista desde el diario La Prensa. En medio de la devastadora guerra que vivía el país debido a la acción de la Contra agenciada por Washington, es promovida por la Unión Nacional Opositora –que agrupaba a 14 partidos–, como candidata presidencial en contra de Daniel Ortega y, en contravía de todas las encuestas, triunfó en las elecciones celebradas el 25 de febrero de 1990.

Violeta Chamorro es un claro ejemplo de una outsider democrática que, gracias al apoyo de una amplia coalición política, pudo sacar a Nicaragua de la devastadora guerra que sufría el país por la acción de la Resistencia Nicaragüense, la “Contra” o “contrarrevolución”.

Si Rodolfo Hernández o Ingrid Betancourt dieran la sorpresa y, tras pasar a la segunda vuelta presidencial, alguno ganara las elecciones, se trataría de un jefe de Estado que no contaría con el apoyo de ningún partido real y no dispondría de fuerza parlamentaria significativa.

“Outsiders” autoritarios

El ejemplo típico de un outsider autoritario fue Alberto Fujimori quien, siendo rector de la Universidad Agraria La Molina, era un desconocido antes de su exitosa campaña electoral de 1990. El futuro presidente (1990-2000) logró resonancia nacional afirmando que iba a usar mano dura contra Sendero Luminoso, así como reactivando la economía tras la desastrosa gestión de Alan García.

Su movimiento Cambio 90 nació en 1990 desafiando a la clase política agrupada en torno a dos partidos: Acción Popular y el APRA. Lo mismo que haría Nayib Bukele en El Salvador años más tarde. De hecho, las dos agrupaciones dominantes desde los acuerdos de paz de 1991, el FMLN y ARENA, están hoy en día asfixiados por el discurso antipolítico del joven mandatario.

En general, este tipo de líderes emergen en momentos de graves crisis económicas, descontento social y pérdida de confianza en la “clase política”. Además de los ejemplos de Fujimori y Bukele, podríamos añadir a Hugo Chávez quien demolió, a su turno, a los dos partidos dominantes en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, Acción Democrática y COPEI.

Estos ejemplos muestran que los outsiders autoritarios tienden a llegar al poder en situaciones excepcionales, cuando la clase política está muy desacreditada, el sistema de partidos está en crisis y se presenta una alta volatilidad electoral. De ahí el uso estratégico del discurso antipolítico como clave del éxito: aprovechan ese clima para desplegar un discurso agresivo contra la clase política a gusto de los electores descontentos. Fujimori hablaba de la “política antipolítica”, para describir su proyecto. Y su eslogan, “Un peruano como tú”, buscaba reforzar una movilización política fundada en la confianza total en el líder mesiánico, en el único capaz de salvar a la patria.

Esta retórica agresiva no es trivial o intrascendente. Puede conducir a regímenes autoritarios como Fujimori o Chávez, fundados ya no en un modelo de democracia pluralista, sino en democracias delegativas basadas en referendos, plebiscitos y revocatorias, es decir, en la comunicación del líder con el pueblo sin mediaciones.

¿En dónde situar a Rodolfo Hernández e Ingrid Betancourt?

¿Debemos situarlos en la órbita de los outsiders democráticos como Violeta Chamorro o en el campo de los outsiders autoritarios y personalistas como Alberto Fujimori?

Las opiniones están divididas. El escritor William Ospina eleva a Hernández a las nubes e, incluso, sostiene que su capacidad de entendimiento del país “podría hacerlo ganar en la primera vuelta” (El Espectador, 23 de enero de 2022). Otro escritor, Nicolás Martínez, le responde indignado que se trata de un líder autoritario, tanto en su conducta como en su lenguaje (La Línea del Medio, 26 de enero de 2022).

Ingrid Betancourt despierta, igualmente, hondas pasiones. No deja a nadie indiferente. Su organización, el Partido Verde Oxigeno, el cual fue recientemente revivido por sentencia de la Corte Constitucional, no dispone de ninguna institucionalidad real. Constituye una clásica microempresa electoral. Y su candidata, aunque tiene tras sí una importante figuración política (ya que fue miembro de la Cámara de Representantes en los años noventa del siglo pasado), se presenta hoy en día como una líder independiente de las “maquinarias políticas”, de los votos cautivos. Es lo que podríamos denominar una outsider sui generis ya que, a pesar de su pasado político, se presenta hoy en día como una líder anti-política.

Ahora bien, más allá de estas percepciones de afecto o rechazo –yo, en mi fuero interno, los situaría a ambos en el campo de los outsiders democráticos–, lo preocupante es que si uno u otro diera la sorpresa y, tras pasar a la segunda vuelta presidencial, ganase las elecciones se trataría de un jefe de Estado que no contaría con el apoyo de ningún partido real y no dispondría de fuerza parlamentaria significativa.

Es decir, agravaría al máximo la precaria gobernabilidad que existe hoy por hoy en Colombia. Basta señalar que actualmente existen 22 partidos o movimientos políticos o étnicos con personería jurídica, de los cuales 13 tienen presencia en el Senado y 16 en la Cámara de Representantes. Este multipartidismo difuso hace muy difícil la conformación de mayorías parlamentarias para poder sacar adelante las iniciativas gubernamentales, como se ha vivido con el actual gobierno.

Por ello, las coaliciones se han convertido en el país en una forma de construir consensos, aunar fuerzas y sentar las bases de un gobierno sólido provisto de una fuerza parlamentaria igualmente sólida.

A mi modo de ver, sería muy negativo para Colombia el triunfo de un “llanero solitario”.

Eduardo Pizarro Leongómez

Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.