Foto: La República.
Este 2025 se cumplen 30 años de la formulación y puesta en marcha del primer Plan Decenal de Educación y el balance de logros a la fecha es más bien agridulce.
Hay temas de gran importancia para la Nación que no acaparan titulares y se mantienen al margen de la discusión pública, a pesar de que tienen una importancia capital en la convivencia, la democracia, la estabilidad, el desarrollo de la ciudadanía y el país.
Por eso, me gustaría tratar en esta ocasión el caso del Plan Decenal de Educación (PDE), formulado por la Ley General de Educación de 1994 para que se erigiera como un instrumento clave de política pública que marca la ruta que debe seguir el país en la Educación.
En 1995 se formuló el primer PDE 1996 – 2005, con una amplia participación del sector educativo y la sociedad. A este le siguió el PDE 2006 – 2015, y después el PDE 2016 – 2026, que aún está en curso. La idea era que los planes trascendieran al gobierno de turno.
Este 2025 se cumplen 30 años de la formulación y puesta en marcha del primer PDE y el balance de logros a la fecha es más bien agridulce: encontramos cosas que muestran avances considerables, y otras en donde no se aprecian cambios significativos.
Se podría afirmar que mantener los focos de acción en los sucesivos PDE, y las medidas adicionales que los acompañaron, construyeron la ruta que permitió lograr una serie de avances relevantes en la dimensión organizativa y operacional del sistema educativo.
Me refiero en particular a los avances alcanzados en aspectos como el ordenamiento del sector educativo, la cobertura educativa, la infraestructura escolar, la jornada única, la gratuidad educativa, el sistema de evaluación, o el gasto público en educación.
Los tres PED han tenido muy poco efecto en el principal objetivo del sistema educativo: lograr que los estudiantes aprendan más y mejor. Lamentablemente, seguimos arrastrando el problema de la baja calidad e inequidad educativa.
Un ejemplo representativo es la cobertura de la educación superior que paso de 10.2 % en 1995, al 28.9 % en 2005; luego, con el segundo PDE, saltó al 49.42 % en 2015, y en 2023 llego al 55.38 %. En 28 años el número de estudiantes universitarios se cuadruplicó.
Sin embargo, los tres PED han tenido muy poco efecto en el principal objetivo del sistema educativo: lograr que los estudiantes aprendan más y mejor. Lamentablemente, seguimos arrastrando el problema de la baja calidad e inequidad educativa.
Esta decepcionante faceta de los PDE genera serias preguntas acerca de por qué no funcionaron las estrategias que se formularon en esos planes, en las que jugó un papel central el enfoque de la institución educativa eficiente y su palanca, la gestión educativa.
Y también el uso de las viejas prácticas educativas como estrategias de cambio educativo. Por ejemplo, la formación y evaluación docente desvinculada del aprendizaje del estudiante: una estrategia convertida en habito que no tiene ningún impacto significativo en el aprendizaje.
Si bien es cierto que se debe procurar por la eficiencia educativa, hay que tener claridad de que los resultados del sistema, y su ritmo de cambio, dependen de la capacidad de aprendizaje. Solo una cultura de aprendizaje puede impulsar al sistema a niveles de excelencia.
Por este motivo creo que, de cara a la siguiente década, el proceso de planificación del PDE en su componente de calidad y equidad debería ser planteado de otra manera: colocando en un primer plano el aprendizaje de los estudiantes, maestros e instituciones.
Ya es hora de formular un PDE centrado en el aprendizaje.
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Julio Antonio Martín Gallego
Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.