El periodista Heriberto Fiorillo y Gabriel García Márquez durante una visita que el Nobel costeño realizó a La Cueva. Foto: El Heraldo.
Entre los aportes hechos por el periodista barranquillero Heriberto Fiorillo se cuenta uno muy especial, el rescate de la memoria y el espacio físico de La Cueva, sitio donde se congregaba el grupo de Barranquilla y que desde hace casi dos décadas bulle con su actividad cultural.
En marzo de 2001, en el tabloide barranquillero Última Página, que dirigía Rafael Salcedo Castañeda, apareció una breve titulada “Encuevado”. La notícula daba cuenta de que el periodista y escritor barranquillero Heriberto Fiorillo se hallaba inmerso en una investigación destinada a la publicación de un libro sobre La Cueva, el famoso bar de los integrantes del grupo de Barranquilla que por entonces llevaba ya más de 30 años cerrado al público. Fiorillo había regresado poco tiempo atrás a Barranquilla tras una estadía de ocho años en Nueva York.
En 2002, conocimos el fruto de aquella investigación: un libro en tapa dura de 374 páginas, ilustrado con numerosas fotografías, titulado La Cueva. Crónica del grupo de Barranquilla. Era una edición de autor patrocinada por varias empresas locales y nacionales.
Los libros tienen la capacidad de influir en la realidad y aun de moldearla, sutil o manifiestamente, en un proceso que suele ser gradual. Pocos libros, sin embargo, tienen el poder de modificar de manera inmediata la realidad. Ése fue el caso del libro de Fiorillo. Porque, a instancias de la obra, el mismo año de su publicación fue constituida la Fundación La Cueva y dos años más tarde, tras las obras de restauración y adecuación del inmueble, el viejo y entrañable bar del barrio Boston abrió de nuevo sus puertas a los parroquianos. El memorable acto –para mí lo fue– tuvo lugar el sábado 28 de agosto de 2004. Fue como si las palabras del libro hubieran actuado como un conjuro, como un carmen magicum: “Ábrase La Cueva”. Y La Cueva fue abierta. Es decir, el libro no se limitó a recuperar la memoria de un espacio representativo de un pasado brillante de la ciudad, sino que además literalmente lo revivió, lo hizo renacer.
El grupo de Barranquilla, que formalmente nunca fue un grupo ni se autodenominó así, tuvo su etapa de mayor esplendor y fecundidad entre finales de la década de 1940 y la primera mitad de la siguiente. Pero a partir de 1954 y hasta finales de la década de 1960, sus integrantes, con la excepción de García Márquez, hicieron de La Cueva su principal lugar de encuentro, hasta el punto de que terminó convirtiéndose en el símbolo de este cenáculo literario y artístico. Baste decir que, en 1962, en su libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande, García Márquez, al referirse a quienes eran y serían siempre sus amigos y contertulios, los llama “los mamadores de gallo de La Cueva”.
De modo que La Cueva, aunque no fue el único lugar donde celebraron sus reuniones y tertulias los miembros del grupo de Barranquilla, acabó siendo el que más lo identifica y, debido a ello, las nociones de grupo de Barranquilla y de La Cueva están hoy por hoy indisolublemente unidas.
De ahí que la existencia de la Fundación la Cueva –que no sólo es una institución cultural, sino que es un bar y restaurante que día y noche recibe a todo tipo de público– constituye un aporte crucial al mantenimiento de la memoria del grupo de Barranquilla. Una memoria viviente, bulliciosa, tintineante, presente en la vida cotidiana de la ciudad, y en la vida de miles de visitantes que, de Colombia y el exterior, acuden cada año a sus instalaciones.
Pasado y presente de La Cueva, el otrora bar de cazadores y literatos hoy alberga un bar restaurante y museo que mantiene viva la memoria cultural de nuestro Caribe.
La existencia de la Fundación la Cueva constituye un aporte crucial al mantenimiento de la memoria del grupo de Barranquilla. Una memoria viviente, bulliciosa, tintineante, presente en la vida cotidiana de la ciudad.
Si desglosamos este aporte de La Cueva al conocimiento del grupo de Barranquilla, tenemos que mencionar, entre otros elementos, la exposición permanente en sus diferentes áreas de las fotografías de Nereo López, del mural de Obregón La mujer de mis sueños, así como de pinturas originales o reproducidas de Alfonso Melo, Juan Antonio Roda y Figurita; la Biblioteca Fuenmayor, que alberga una colección de libros que pertenecieron a José Félix Fuenmayor y a su hijo Alfonso; el programa didáctico La Cueva por Colombia; las instalaciones artísticas de Heriberto Fiorillo El ahogado, El arcón del hielo y Las huellas del elefante; la publicación del libro Orlando Rivera. Figurita entre comillas (2006); la reedición de las Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, de Alfonso Fuenmayor (2015). Pienso que a todo ello debería agregarse en el inmediato futuro la promoción de la lectura y el estudio de las obras de los escritores del grupo.
Es preciso dejar claro que fue Jacques Gilard quien, desde finales de la década de 1970, sacó de las sombras el grupo de Barranquilla –cuya existencia y denominación habían sido formuladas entre 1954 y 1955 por Próspero Morales Pradilla y Germán Vargas– y lo hizo conocer en el ámbito internacional. Fiorillo, junto con el invaluable apoyo de su gran amigo y cómplice Antonio Celia Martínez- Aparicio, quien tocó todas las puertas de empresas a nivel regional y nacional para recoger todos los recursos financieros que se necesitaban, lograron cristalizar el proyecto cultural de La Cueva y otros como el exitoso Carnaval de las Artes. Ese prestigio materializado en un activo a un tiempo material e intangible de la ciudad y del país –en 2004 el Ministerio de Cultura lo declaró Bien de Interés Cultural de la Nación– no sólo preserva el legado de la vanguardista tropa, sino que fomenta, a partir de su inspiración, las nuevas actividades literarias y culturales de Barranquilla y Colombia.
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Joaquín Mattos Omar
Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).