
Foto: Ethan Hoover. Unsplash.
Alguien nos mira, ¿es acaso un poderoso y corporativo ojo que todo lo ve? El escritor barranquillero John Better se sometió al proceso de escanear el iris de su ojo y narró la extraña experiencia.
En nuestros ojos se guarda información única de quiénes somos. Nuestro iris –una clave secreta e irrecuperable que al igual que una huella digital hace posible identificarnos–, es también la impronta genética, física y psicológica que evidencia nuestro paso por este mundo.
Hace poco irrumpieron en Colombia una serie de corporaciones que se dedican a “comprar el iris” de las personas a cambio de criptomonedas que luego son convertidas en dinero en efectivo. Barranquilla no es la excepción y una de estas corporaciones, a la que llamaremos por seguridad La corporación del ojo que todo lo ve, ya está en estas tierras de Dios y del diablo. Según ellos, son “un proyecto de criptomoneda que busca proporcionar a todas las personas en el mundo una identidad digital única y verificable”. La idea es que, al inscribirse y verificar su identidad a través de un escaneo ocular único con un dispositivo especial llamado ORB, los usuarios puedan recibir una cantidad de Tokens Worldcoin redimibles en dinero.
Largas filas en centros comerciales y otros lugares de la ciudad muestran que estamos dispuestos a vender el alma a Lucifer por unas cuantas monedas, literalmente. Y como de alma me queda ya muy poco, me di a la tarea de someterme al análisis biométrico y canjearlo por $205.000 devaluados pesos colombianos.
Lo primero que hice fue descargar desde mi celular la aplicación de La corporación del ojo que todo lo ve. Se llenan algunos datos personales y se escoge un sitio cerca a tu lugar de residencia. Luego agendas una cita previa para ser sometido al análisis.
Le comenté a mi amiga trans Salma Katiuska lo que haría y me dijo que había oído rumores sobre ese “negocio”.
—Mara, eso no es de Dios, eso es como el 666. Dicen que es un microchip que te inyectan para controlarte y quién sabe si hasta un ejército zombi planean armar, tú verás —comentó Salma en tono misterioso.
El día de mi cita llegué con cuarenta minutos de anticipación a un centro comercial del municipio de Soledad para hacer un breve reconocimiento del terreno. La extensa fila de gente a un lado de la entrada principal del mall me llamaba a gritos. Había un variopinto grupo de unas cincuenta personas: mujeres, vendedores ambulantes, hombres de avanzada edad; gente humilde, en su mayoría. Todos nos mirábamos con desconfianza. Había un silencio raro. No era ese tipo de colas en donde las señoras hablan de que la EPS no les entregó la medicina de la presión arterial, o lo tipos comentan sobre Petro o el Junior. Recordé la cara de suspenso de la Salma Katiuska diciendo: “Eso no es de Dios”. Me reí estúpidamente. La mujer delante de mí se viró y sonrió también.
—Yo ya vine ayer, traje hoy a mi marido, él no quería pero se necesita la plata —dijo en voz baja la mujer.
—¿Y para qué será que le compran a uno el iris? —le pregunté con ingenuidad.
—Yo ni sé, pero plata es plata.
La fila se movía rápido. Los empleados de La corporación del ojo vestían camisetas negras con un logo blanco que semejaba un tridente. A todos los emparenta un rasgo en su expresión facial: una total ausencia de amabilidad o empatía con la gente. No hubo un instante, al menos el tiempo en que estuve, que sonrieran. Otra cosa rara: evitaban mirarte directo a los ojos. A cada uno nos pedían el teléfono celular y luego te lo entregaban con un código QR que sería leído al entrar a las oficinas de La corporación. Entramos al centro comercial en grupos de treinta. Como borregos nos condujeron hasta la entrada de las oficinas, organizados en seis filas de cinco personas cada una. De repente, el llanto de una mujer irrumpió en el lugar. Los de la fila le ayudamos a sentarse. “Es solo un mareo”, dijo. Alzó el rostro y lloraba copiosamente por un solo ojo. Me fije que el otro lo había perdido.
—Me dijeron que solo compran el ojo izquierdo y lo perdí, necesito esa plata urgente —lloraba y se lamentaba la anciana, hasta que uno de los miembros de la corporación la tomó de la mano y la hizo entrar a las oficinas. Al minuto la señora salió visiblemente calmada.

Foto: v2osk en Unsplash.
La fila se movía rápido. Los empleados de La corporación del ojo vestían camisetas negras con un logo blanco que semejaba un tridente. A todos los emparenta un rasgo en su expresión facial: una total ausencia de amabilidad o empatía con la gente.
Nos hicieron pasar al interior. Cinco gigantescos ojos robóticos casi del tamaño de una bola de discoteca nos esperaban. Al lado de cada ojo un miembro de la corporación te pedía que colocarás el código QR frente a la pantalla de un celular que ellos disponían. Luego te ordenaban poner uno de tus ojos en el ojo gigante al que llaman ORB. Listo, en un segundo el procedimiento se había realizado. En 24 horas el dinero estaba disponible en tu aplicación y listo para transferirlo a otra aplicación que debías descargar. Te sacaban de inmediato. La imagen de los cinco ojos era inquietante. Recuerdo la escena de una película de terror donde la niña le decía a su muñeca con ojos de botón: “Estos son tus ojos y los ojos ven”.
Antes de salir miré las esquinas de las paredes de la oficina, pequeñas cámaras parpadeantes me observaban, otros ojos que vigilaban cada uno de mis movimientos. En la cola de nuevos reclutados me topé con una vecina del barrio haciendo cola. Hizo como si no me viera. En los pasillos del centro comercial más cámaras registraban todo. En el camino a casa gente y más gente con la que cruzaba la mirada. Miradas inquietantes, ausentes, incriminatorias…
Días después de haber negociado mi iris por unas cuantas monedas me sentí angustiado. Raras ideas rondaban mi cabeza, sentía que era observado. Una noche tuve una extraña pesadilla. Estaba siendo sometido a una especie de juicio. Todos los presentes, juez, jurado y público eran personas que en vez de cabeza llevaban los gigantes ORB. Desperté bañado en sudor con una fiebre altísima. Fui por agua. Me acosté de nuevo y recordé las palabras de Salma Katiuska sobre microchips inyectados. Volví a cerrar los ojos.
John Better
Poeta y escritor barranquillero autor, entre otros, de los libros China White (2006), Locas de Felicidad (2009) y las novelas A la caz(s)a del Chico Espantapájaros (2016) y Limbo (2020).
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