Paul Brito, la escritura como filigrana.
Reseña de “La vida no es un ensayo”, obra del escritor barranquillero Paul Brito.
El último libro del barranquillero Paul Brito, titulado La vida no es un ensayo es exquisito. Escrito como resultado de un pensamiento fino y elaborado alrededor de temas indispensables, apuesta por crear con su lectura el poco aceptado sentido de la impermanencia. Pero más allá de las letras, en un entusiasmo por atrapar sendas reflexiones que de la ficción nos llevan a la filosofía o a la psiquis, para regresarnos y envolvernos y, en medio de García Márquez, Cortázar, Sábato, Bergson, Kafka, Chéjov, Heidegger, Schopenhauer, Freud, Jung, Bataille, Zweig, Nietzsche, Byung-Chul Han, Poe, terminamos la lectura sabiendo que “algo ha pasado”, nos hemos movido.
La idea del movimiento, que no es idea sino hecho, teje todo el libro. Cada uno de los ensayos y de los apartes dentro de los mismos, promueve el necesario desciframiento del movimiento, de la impermanencia, y entonces de la continuidad. Como si asistiéramos a un carrusel, incluso sin importar que demos vuelta, lo cual sería la realidad, seguimos moviéndonos más que en esa realidad misma, pues somos un constructo de ideas, significados, símbolos, lenguaje. Brito se encarga de señalar bien todo esto y de poner bisagras, en una maniobra por llevarnos de un mundo a otro de los escogidos. Así, en su lectura de García Márquez, nos hace ver la diferencia entre cuento y novela, un asunto sobre el que ya poco se escribe, para, justamente por el movimiento, concluir, por ejemplo, que “Cien años de soledad es una novela con la forma medular de un cuento, una novela con muchas capas narrativas encima de un único relato” o, que El coronel no tiene quien le escriba es un cuento que concentra “un centro de luz, una epifanía”, a la manera de Borges. El símil de que el cuento es la luz de un individuo y la novela el alumbrado público, es brillante. En la inmovilidad de un hombre en su habitación convertido en un insecto está otra clave para la compresión de este tejido: una acumulación de cambios cuantitativos, nos dice, da lugar a un cambio cualitativo. Es para él, el principio que hace posible La metamorfosis. Sin duda, el movimiento que se crea la transformación.
Hay que celebrar un libro como este de Paul Brito, que nos trae la certeza del movimiento perpetuo mediante la agudeza de sus deducciones y sus reflexiones y también de la libertad de su palabra.
El ensayo titulado Lo cómico como sensor cósmico es de lo mejor del libro. La entrada, con el carnaval y su desorden, su relajo, su recocha, es el tablado retumbante desde donde amplía lo que va de la sonrisa a la gracia. De la mano de Bergson, de Chaplin, de la comedia y de la tragedia, de Baudelaire, se atreve a hacer un diagrama que llama “la curva de la risa” con su primer nivel en la indiferencia, que es materia, hasta la gracia divina, que es espíritu. El paso anterior a la gracia es la carcajada: “franca e incontenible, pues la intensidad de la vida ya no puede ser apresada por las limitaciones de la carne y explota”. El ejemplo de la comedia, de la risa, es el Quijote y también, advierte, es el mejor ejemplo del distraído, que desconectado de su contexto y sus circunstancias se torna cómico, pero también idealista, lo cual lo deja sembrado en el terreno de la gracia.
Con El túnel de Sábato el autor nos ofrece su comprensión de una nueva historia del sexo y los celos. Nos lleva a reconocer otros movimientos. El primero, marcado por Bataille, con la prohibición del sexo, lo cual lleva al hombre a imaginar al otro por fuera y por dentro, trayéndonos así el erotismo. “El erotismo es al sexo lo que la aceleración al movimiento: una acción a otro nivel, un acto operando sobre otro que ya está en escena y lo trasciende”. Pensé en la clásica posición del misionero, más practicada por los que se aman que por los que simplemente se encuentran, la única que nos funde con el otro y nos atraviesa en las miradas, la risa y el beso; debió ser como el paso de lo crudo a lo cocido. Un movimiento bien pudo hacernos entrar al erotismo. Y luego de la prohibición del objeto sexual, que nos obliga a ese reconocimiento, entonces viene otro movimiento, requerido para la posesión de ese objeto: los celos, otro instinto, casi como contrato, pero como fuerza que sostiene la tensión. Ahí examina a Freud, a Jung, en sus diferencias frente a tal fuerza, como destino y sustancia del hombre. Pero es con la obra de Sábato donde expone el siguiente movimiento: la razón, que dice es la cúspide evolutiva y cultural de los celos. Una explicación para esto recorre varias páginas trayendo a los personajes de la novela y al propio relato como exponente del tema de los celos, por la reelaboración intelectual que hace Castel de estos y de sus consecuencias. Tres movimientos para la libertad.
Notable también es El tiempo unificado de la tragedia, que nos recuerda como “la tragedia ayudaba a recuperar la continuidad esencial del tiempo, su libertad íntima (la imagen móvil de la eternidad); permitía rearmar el cristal eterno del tiempo por medio de la consumación de un pasado oculto y la actualización del componente irreversible de toda acción, como lo haría un psicoanalista al sacar a flote un trauma y convertirlo en una proyección tan maleable como el futuro”. Acá, de nuevo entendemos con precisión que Edipo como Aureliano se saben el ahora que sostiene el mundo entero como una avalancha, tal como aduce, en tanto pasado, presente y futuro se engranan en un inmenso déjà vu. Páginas más adelante, previas a la cuarta parte del libro que nos muestra otros movimientos cercanos y tal vez más aprehensibles en la cotidianidad, camina con Maurice Blanchot por el intricado sendero de la expresión, de la imagen o del arte, para llegar con Heidegger a la gran metáfora donde se abrazan la vida y la muerte, sabiendo que “mientras sigamos vivos, la vida es una negación que se niega, una afirmación que toma impulso en la muerte”.
Portada del libro publicado por Editorial Uninorte y Luna Libros.
La cuarta parte es como el baile de la última pieza, cuando el salón repleto rebasa a los amantes y se van al saloncito de al lado, donde algunos ya se han sentado y estiran las piernas, mientras otros bailan a su ritmo, a su velocidad, con sus pasos particulares: el gol de Maradona contra el Deportivo Pereira en un partido amistoso en 1980, clasificado por el astro como su gol favorito y en esa narración la figura del “Canario” Brito en la intimidad de las emociones, que ese movimiento perfecto que es el fútbol, desataba entre padre e hijo. Otras páginas para Usain Bolt a propósito de un movimiento que desacelera para decirse a sí mismo que ha vencido y que, de no hacerlo, podría haberle significado el imbatible de 9.51 segundos, confirmando así que el no movimiento es el movimiento, el de adentro y el de afuera. El irrefrenable caribe colombiano en Cumbia al final del túnel, que me sacó lágrimas al reconocer ese mar de personajes, situaciones y palabras, como los hilos de la hamaca ancestral que a todos los exiliados de ese calor y de esa luz nos sigue meciendo donde quiera que estemos. Luego, un epílogo que termina con la muerte de Sócrates, para de nuevo hacernos sentir en la muerte el mayor movimiento: la vida.
La teoría de cuerdas dice que las partículas elementales son realmente modos de vibración de cuerdas diminutas. Si no las hemos detectado, como explican los físicos, es porque trabajamos con un régimen de partículas muy bajo que solo permite ver partículas puntuales, entonces con un súper acelerador de partículas se podría ver que las puntuales son en realidad las vibraciones de cuerdas extendidas entre dos puntos. Todo se mueve, todo está en movimiento, nada permanece y no hay solidez, ni en la materia ni en quien la percibe, ni en nada. Por eso tal vez, la música es el arte por excelencia y el que a todos nos mueve y, por eso, hay que celebrar un libro como este de Paul Brito, que nos trae la certeza del movimiento perpetuo mediante la agudeza de sus deducciones y sus reflexiones y también de la libertad de su palabra. Celebro este ensayo, porque el género es precisamente un ejercicio de libertad, celebro su buena escritura, la amplitud de sus símiles, de sus búsquedas, de su relectura, la frugalidad de muchos momentos para acercarse desde allí a lo más profundo; el valor de la anécdota como testimonio del movimiento cotidiano de la vida. Celebro el secreto de la impermanencia, acá expuesto, como el secreto de la vida misma.
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María Angélica Pumarejo
Escritora, columnista de opinión y editora. Es Magistra en literatura y a su pasión por la literatura sureña dedica la mayor parte de sus lecturas. Desde hace varios años ha sido comentarista y presentadora de libros.