Juan Carlos Botero regresa con una poderosa novela sobre la vida, la muerte, y el pasado reciente de Colombia.
El escritor colombiano regresa con “Los hechos casuales”, una fuerte pero esperanzadora novela sobre el destino y la fortuna de estar vivos.
En Los hechos casuales, la más reciente novela de Juan Carlos Botero (Bogotá, 1960), un escritor llamado Roberto Mendoza reconstruye la vida de un antiguo compañero de colegio, Sebastián Sarmiento, un rico pero enigmático empresario con una tragedia a cuestas: haber perdido a su padre, su esposa y su amigo Rafael por hechos casuales en los que él se ve envuelto y que lo llevan a estar inmerso en un sentimiento de culpa que nunca lo abandonará, una metáfora de la culpa colectiva que cargamos todos los colombianos por nuestro pasado convulso y violento.
Publicada en septiembre pasado por Alfaguara, la novela es el fruto de 10 años de trabajo. A tono con su nueva obra, una serie de hechos casuales me llevaron a entrevistarlo en un café cerca de su casa para hablar sobre este reciente libro suyo, una historia de vida que nos rompe el corazón pero que a la vez nos llena de esperanza, de la suerte y el prodigio de estar vivos y que bien resume el protagonista de la novela: “El pesimismo es un lujo que solo se dan aquellas personas que no son conscientes de que son mortales”.
Cristina Said: ¿Cómo fue el proceso de escritura de esta novela?
Juan Carlos Botero: En mi primer libro, Las semillas del tiempo. (Epífanos), buscaba enfatizar esos momentos de gran importancia que estallan en la vida con la fuerza para iluminar aspectos fundamentales de la condición humana, o de una problemática, o de un país, y que son el resultado de una serie de coyunturas y circunstancias. En esta ocasión, lo que quería era enfocarme no tanto en el momento importante, sino en los eslabones que, conectados por el azar o por el destino, lo producen como un efecto dominó. Desde hace muchos años me ha llamado la atención comprobar la fragilidad de cada eslabón, entender que de los mil hechos que tuvieron que ocurrir para que tal desenlace finalmente aconteciera, cada uno hubiera podido ocurrir un poquito antes, o un poquito después, o un poquito más allá, o un poquito más acá, de modo que el resultado hubiese sido totalmente diferente. Comprobar eso para mí es impactante porque, como digo en la novela, cuando tú tomas conciencia de las consecuencias tan grandes que tienen esos hechos insignificantes en la vida, llegas a una conclusión que es estremecedora y es que los hechos insignificantes no existen, y entonces te dices: “Hay que escribir sobre esto”.
C.S.: Como diría Paul Auster: “Todo puede cambiar en cualquier momento, de repente y para siempre”.
J.C.B.: Así es. En los hechos que comento, los grandes a nivel mundial, la vida cambió para miles o millones de personas en un instante por aparentes tonterías, porque alguien se sienta en un café y no en otro, porque el pie de un tipo baleado en un automóvil resbala sobre el pedal y mueren 17 millones de personas, porque otro lee una palabra equivocada, un discurso oficial y se cae el muro de Berlín. O sea, los hechos casuales funcionan en ambos sentidos, pueden ser catastróficos o maravillosos.
La novela tiene un aire autobiográfico. ¿Qué tanto se parece Sebastián Sarmiento a Juan Carlos Botero?
Me alegra que digas que “tiene un aire autobiográfico”, porque no es una autobiografía ni una novela autobiográfica, pero sí tiene muchos elementos míos que le presto a Sebastián Sarmiento y también a su amigo. Lo lindo de la literatura es que te permite utilizar todo lo que has vivido, lo que incluye las películas que has visto, las lecturas que has hecho y las mismas experiencias personales, y eso le comunica cierta autenticidad y verosimilitud a lo que se cuenta.
Hay violencia, hay culpa, dolor, amor, traición, hay una amalgama de sentimientos en la novela. A Sebastián lo salva el amor en un momento y le da esperanzas, a pesar de las traiciones.
Sí, este es un personaje que está en un momento de crisis existencial porque, a pesar de que lo tiene todo, está muerto por dentro y él mismo lo reconoce. Lo que lo saca adelante, lo que lo aleja del abismo y le vuelve a proporcionar gusto por la vida es justamente el amor. Literalmente renace.
¿Qué te llevó a crear un personaje como Sebastián Sarmiento? ¿Las ganas de encontrar más personas así en Colombia?
Para mí era un desafío literario interesante porque, si miras en la literatura colombiana contemporánea, es muy inusual encontrar un personaje principal que sea una buena persona; casi todos son antihéroes, casi todos son el malvado, el narcotraficante o el sicario, el criminal. Me parecía interesante que fuera una buena persona, pero que estuviera en esa crisis existencial; que aún cuando estuviera rodeado de tantos bienes materiales, se hallara existencial y emocionalmente muerto por dentro. También me parecía importante ubicar a esa buena persona en el peor contexto de nuestra violencia, que fue en los últimos 20 años del siglo XX y los primeros 10 de este, y ver cómo se desarrollaba allí el personaje.
¿Fue catártico en algún momento o un proceso transformador para ti escribir esta novela?
Sin la menor duda. Yo sí creo que la literatura tiene ese efecto tonificante de exorcizar demonios, experiencias negativas, obsesiones. Yo quería contar muchas cosas sobre las cuales no era tan consciente respecto al efecto que habían ejercido en mí, como el exilio a una edad tan temprana; después las amenazas por el ejercicio del periodismo, lo que me obligó a volver al exilio. Entonces la literatura sí es una gran terapia, como le pasa al personaje al final, que se sienta a escribir y ese ejercicio le permite poner en blanco y negro sus pensamientos y sus reflexiones.
Portada del libro, editado por Alfaguara.
Tenemos una cultura basada en la envidia. La envidia tiene unos efectos realmente graves y eso se nota en Colombia. ¿Cuánto dura un héroe en Colombia antes de que le empiecen a tirar piedras para tumbarlo del pedestal?
El personaje va recorriendo episodios violentos y desgarradores que a mí me tocaron muy pequeña en Colombia, pero leyendo a Sebastián volví a vivirlos muy cerca. Casi como si los hubiese presenciado… la toma del Palacio de Justicia, la avalancha de Armero, la guerra contra el narcotráfico.
A mí sí me tocó vivirlos en carne propia. A los 25 años, estuve detrás de las barreras policiales cuando pasó lo del Palacio de Justicia. Después vino lo de Armero. Lo terrible de ese momento, como digo en la novela, fue que nos quedamos sin héroes porque de repente la gente se dio cuenta de que la derecha o la izquierda, o el Gobierno, o inclusive la religión, todos habían fallado en cuestión de una semana. Yo lo he bautizado como el momento de la gran decepción para Colombia. Para mí era importante traer a cuento esos hechos porque la realidad colombiana es resultado de ellos, y del momento en el que, en 1984, el narcotráfico pasó de ser un grupo de personas folclóricas de muy mal gusto a una amenaza para el país y el Estado. Y todos hemos vivido las consecuencias de eso: los asesinatos, los magnicidios. Me parecía importante incluir todo eso dentro del contexto para permitir que reluciera el caso de este personaje, Sebastián Sarmiento.
Sebastián Sarmiento triunfa sin atropellar a nadie, manteniendo siempre un perfil bajo y, a pesar de ello, terminan pasándole todas estas desgracias. En Colombia, este tipo de personas exitosas son atropelladas porque son vistas como una amenaza. ¿Será que aquí son muy pocos los profetas?
Es que en Colombia está prohibido triunfar.
¿Cómo es eso?
Tenemos una cultura basada en la envidia. La envidia tiene unos efectos realmente graves y eso se nota en Colombia. ¿Cuánto dura un héroe en Colombia antes de que le empiecen a tirar piedras para tumbarlo del pedestal? Mi personaje es consciente de eso, por eso tiene un perfil bajo, para preservar su salud física y mental y para evitar los costos de la figuración. En Colombia la gente se mata por figurar, pero los costos de la figuración son elevadísimos, lo que no pasa en ciertas partes del mundo. Steve Jobs, por ejemplo, tuvo una vida totalmente plena, realizada, laureada, y no hubo ningún costo por eso. En Colombia no es así, pues la mayor parte de la gente que ha triunfado ha tenido que irse del país para que no le frustren la carrera. Ahí están García Márquez, mi padre, Carlos Vives, Shakira, Juanes, todos, qué tristeza.
¿Cómo ves la literatura colombiana actual?
Con gran ilusión y entusiasmo. Cuando yo comencé a escribir, estaba García Márquez coronando la cima, y le seguía en un segundo lugar muy retirado Álvaro Mutis. Y otro grupo de escritores en gran parte opacados por la sombra de García Márquez. No había mucho más, se podían contar con las dos manos. Hoy en día, no alcanzan las manos de nadie para contar todos los narradores que hay, y hay grandes plumas, gente muy comprometida con el oficio, muy comprometida con el país. Y aunque somos una cantidad, todos tenemos un elemento en común fundamental: no somos garciamarquianos. Cuando tú naces en una cultura histórica y tienes a tu lado una figura de un peso tan trascendental como García Márquez, eso por lo general anula varias generaciones porque quedan absorbidos por su impresionante fuerza creativa. Nosotros en muy poco tiempo nos logramos desprender de él y tenemos hacia García Márquez, por lo menos yo, una actitud reverencial, de admiración total.
Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.
Cristina Said
Periodista cultural, Especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos de la Universidad del Norte.