Foto: Bernard Hemant. Unsplash.
Países como Suecia invierten 2.5 veces más en un niño de un año que en un estudiante de secundaria o universitaria. Brindar más oportunidades a los niños de familias de bajos ingresos en los primeros años de su vida, una inversión para la vida y la paz.
Cada vez hay más consenso sobre la importancia y la necesidad de formar y educar a las personas desde su primera infancia, como lo demuestran las siguientes opiniones, con las cuales estoy de acuerdo. Masaro Ibuka, co-fundador de SONY, escribió en 1971 un libro donde decía que el kindergarten –el jardín infantil–, es una etapa demasiado tardía para comenzar a desarrollar al individuo y prepararlo para que sea más productivo. Treinta años más tarde, James Heckman, Premio Nobel de Economía, dijo que las sociedades no pueden permitir esperar a que los niños lleguen a la escuela para hacerlos adultos más productivos, pues quizás es demasiado tarde para intervenir.
La razón detrás de ese consenso se encuentra en que en las últimas décadas se ha acumulado gran evidencia internacional que muestra que invertir en el desarrollo de las personas en su primera infancia (desarrollo personal infantil entre 0 y 4 años) es la inversión educativa más rentable para la sociedad, en parte porque tiene lugar en la época en que el cerebro humano se desarrolla. Si un niño no recibe el apoyo necesario en esta etapa, él y la sociedad pierden muchas oportunidades: una desgracia que vemos con frecuencia. Los estudios que calculan la rentabilidad de desarrollar las capacidades de las personas desde la primera infancia encuentran tasas de retorno social a esa inversión de hasta el 18 %, muy superior a la tasa que pagan los bonos del gobierno colombiano o el rendimiento del mercado de acciones en Estados Unidos en el largo plazo.
En un estudio publicado en 2012 por el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (CEDE) de la Universidad de los Andes encontró que los gastos del gobierno en programas de inversión en capital humano aumentaron los ingresos de las personas en general y que su impacto era mayor cuando se destinaba a los más jóvenes. Por ejemplo, el programa de Hogares Comunitarios del ICBF que presta atención integral por parte de padres comunitarios a niños menores de 5 años tenía un rendimiento social de 32 %; el programa de Familias en Acción que le da a familias de bajos ingresos con niños y adolescentes un apoyo económico condicionado a la asistencia escolar y a atenciones en salud tuvo una rentabilidad social del 27 %; para las otras etapas educativas los rendimientos sociales de ese gasto fueron de 23 % para la educación primaria y la secundaria; 20 % para las becas para educación secundaria, 19 % para la educación universitaria, y 16 % para programas de capacitación del SENA. El estudio mostró una vez más que invertir en la edad temprana produce la mayor rentabilidad para la sociedad.
Si los programas escolares son más eficaces, se necesita gastar menos en educación remedial y en servicios sociales, o en controlar la delincuencia.
Esos estudios también muestran que cuando los programas de educación temprana son de buena calidad, los niños tienen mayores puntajes en las pruebas nacionales de educación primaria, menos estudiantes repiten curso y desertan de la escuela, y una mayor proporción completa el bachillerato. Otros beneficios de las inversiones en primera infancia son los de menores problema de conducta y niveles de delincuencia y mejores empleos e ingresos en el mercado laboral.
Estos resultados conducen a un menor gasto público, porque si los programas escolares son más eficaces, se necesita gastar menos en educación remedial y en servicios sociales, o en controlar la delincuencia o en atender los problemas derivados del tabaquismo y del embarazo adolescente. Finalmente, ciudadanos más productivos y saludables necesitan menos asistencia social del Estado durante su vida. En resumen, el invertir en formar y educar a las personas desde su primera infancia produce altos retornos por los problemas que evita o reduce, lo que hace innecesario tomar medidas correctivas más tarde.
En Colombia, 2 de cada 3 niños menores de tres años no reciben atención educativa, en gran parte porque un alto porcentaje de familias de bajos ingresos no pueden brindar ese apoyo. Quienes deciden las políticas educativas deben prestar atención a las buenas prácticas en otros países con sistemas educativos equitativos y de calidad, como Suecia, que invierte 2.5 veces más en un niño de un año que en un estudiante de secundaria o universitaria. Suecia gasta más en desarrollar la persona en aquella etapa de la vida donde los retornos sociales a esa inversión son más altos. Por ello, dar más oportunidades a los niños de familias de bajos ingresos en los primeros años de su vida los ayudará a que tengan más años de educación formal de calidad y vivan una mejor vida.
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Eduardo Vélez Bustillo
Profesor Visitante en Peking University, en China, y en Kobe University, en Japón.