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Una indígena kogui echa en una mochila la hoja de coca que va arrancando de una planta. La labor, encomendada a las mujeres de la comunidad, es parte de la identidad cultural de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Sagrada para los indígenas, para quienes es alimento, palabra y medicina, el cultivo y los usos alternativos de la hoja de coca en Colombia se mueven en un limbo jurídico no exento de trabas y persecuciones. Tres emprendimientos que la usan como materia prima, y la cosmovisión y tradiciones de las comunidades cocaleras, trazan un viaje al interior de la planta sagrada en este reportaje que brinda una nueva perspectiva sobre el uso y comercialización de la hoja de coca.

Entre la legalidad y la ilegalidad sobrevive la coca en Colombia. En medio de programas de erradicación manual forzosa o voluntaria y un desconocimiento de sus usos tradicionales, ha crecido la manufactura de productos a base de hoja de coca como un punto de contacto entre las luchas de las poblaciones cocaleras y una masa creciente de consumidores fuera de las regiones rurales.

El más reciente reporte titulado Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos que prepara la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito –UNODC, publicado en julio del año pasado, menciona que, si bien “en 2019 hay menos coca en los parques, los resguardos y las comunidades negras, la coca sigue siendo una amenaza para la diversidad biológica y cultural de Colombia”.

Así, a la cara de la moneda que está al anverso, donde conviven el discurso de la coca como una amenaza, como un cultivo ilícito que deriva en la producción de clorhidrato de cocaína puro, la multiplicidad de estructuras armadas ilegales, las rutas de ilegalidad y un anhelado regreso de la aspersión con glifosato, se contrapone el reverso, la otredad: un grito que se alza para reivindicar el buen nombre de la planta que representa un sustento económico, político y espiritual para poblaciones indígenas, campesinas y afro en Colombia, donde se cultiva en 20 de sus 32 departamentos.

Escuchar la otra voz es la primera intención de este trabajo, que se publica ad portas de la reanudación de actividades aéreas de aspersión con glifosato, luego de que se ordenara su suspensión mediante resoluciones del Consejo Nacional de Estupefacientes y de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla), y de que la Corte Constitucional estableciera en sentencia T-236 de 2017 los requisitos o características mínimas el proceso decisorio para modificar la decisión de no reanudar la polémica medida.

La Anla, hace tan solo unos días, dispuso levantar la suspensión de los términos de la actuación administrativa iniciada en 2019, que corresponde al trámite para la modificación de un Plan de Manejo Ambiental que se impuso mediante resolución en 2001, y que es la puerta para el regreso del “Programa de Erradicación de Cultivos Ilícitos mediante la Aspersión Aérea con el herbicida Glifosato” –PECIG, a cargo de la Policía Nacional de Colombia, que supondría una profundas afectaciones de un porcentaje no marginal de pueblos y territorios indígenas.

La resistencia que encarna un modelo de comercialización de alimentos y cosméticos, que impulsan los emprendedores de la hoja de coca, nos ha traído a un recorrido periodístico por los procesos de siembra, producción y venta. A través de las voces detrás de las iniciativas empresariales Coca de Vida, Coca Nasa y Nuestra Hoja de Coca, nos acercamos a las cosmovisiones que sobre esta planta tienen los pueblos nasa y kogui.  

 

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Aunque son las mujeres quienes recolectan la hoja de coca. Solo los hombres la consumen. La coca es una mujer. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Siembra: coca es una mujer

Con sus labios pintados de verde, Felipe Carrillo saca de su mochila unas hojas de coca y las echa, a modo de saludo, en la mochila del mamo Lorenzo, de la comunidad kogui noaneyzhaxa, que siembra cerca al Parque Tayrona la hoja de coca que él vende en Coca de Vida.

La iniciativa empresarial que gestó Carrillo en junio de 2020 nos ha traído a un recorrido de cerca de dos horas por empinados caminos en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde las garrapatas de montaña no dan tregua.

La hoja de coca es solo uno de los productos que distribuye desde Bogotá; también promociona a través de Instagram harina de coca, mambe —una mezcla de hojas de coca molidas con ceniza de hojas del árbol Yarumo del Amazonas—, pomadas medicinales y tintura madre, en un intento de promover el acercamiento al uso tradicional de la coca y un entendimiento de su sacralidad, más allá de una concepción utilitarista de la cultura occidental.

“Entre más se compre hoja de coca para productos que no tengan que ver con la droga, habrá un poco menos que esté destinado al narcotráfico”, cuenta el joven de 19 años que comenzó a mascar hayo a los 14 años y que recibió poporo de un mamo de la Sierra.

Tras una hora en mulo desde la casa del mamo Lorenzo, llegamos a la casa de su hijo, el jate Martín, donde se asoman con timidez, desde un bohío circular, pequeñas caras sonrientes. Hemos llegado hasta aquí con la guía de un descendiente del pueblo wayú, Juan David Amaya, cocreador de la agencia de ecoturismo Tierra Nativa, el punto de contacto entre Felipe y la comunidad noaneyzhaxa.

Antes de la recolección, el mamo ya ha bautizado el cultivo, la comunidad ya ha pedido permiso a la madre tierra y ha hecho pagamento para que no se seque la rama, el tallo y la raíz, un ritual que se basa en una lógica de equilibrio e intercambio, que consiste en retribuir los beneficios dados por la divinidad, también conocida como madre o espíritu supremo.

En horas de la tarde, la java, esposa del jate Martin, señala los arbustos de coca de los que se pueden arrancar las hojas y con qué técnica hacerlo, una labor asignada a las mujeres de la comunidad, una tarea para manos pacientes. Una necesidad imperiosa de comunicarse hace que la java no deje de hablarme en kogui, una risa amplia de los ojos y la boca acompaña la confirmación de no saberse entendida, mientras abre su bolsa de fique para que vaya echando ahí el puñado de hojas que he arrancado. Las mujeres de esa comunidad no hablan español, tampoco pueden consumir la hoja de coca: la coca es una mujer, la compañera del hombre, una vez la recibe con la entrega del poporo, no puede dejarla, porque significa complementariedad para el indígena kogui.

Antes de la recolección, el mamo ya ha bautizado el cultivo, la comunidad ya ha pedido permiso a la madre tierra y ha hecho pagamento para que no se seque la rama, el tallo y la raíz (una especie de abono interno), un ritual que se basa en una lógica de equilibrio e intercambio, que consiste en retribuir los beneficios dados por la divinidad, también conocida como madre o espíritu supremo.

Al tiempo que los koguis establecen una serie de reglas para hacer un buen uso de los arbustos de coca y que la Corte Constitucional afirma que su jurisprudencia ha sido uniforme en establecer que el uso de la hoja de coca hace parte de la identidad cultural de las comunidades indígenas, Colombia es Estado Parte de la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, que incluye la hoja de coca en la lista I, que contiene los estupefacientes sujetos a fiscalización internacional e información adicional pertinente, en perjuicio de su reconocimiento —la lista I de la Convención no implica necesariamente que sean sustancias ilícitas, pero sí que los Estados deben tener control sobre cuánto, cómo se produce, para qué fin, y rendir cuentas a la Junta Internacional de Estupefacientes—.

 

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Un indígena kogui acostado en su hamaca usa su poporo tradicional. En el interior de éste reposa una mezcla de polvo de conchas de mar y hojas de coca que lleva a su boca para sacar sus jugos y vencer así el sueño, o las pesadillas, caminar rápido y reflexionar. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

De hecho, al revisar el artículo 7 de la Ley 30 de 1986, se puede leer que “el Consejo Nacional de Estupefacientes reglamentará los cultivos de plantas de las cuales se produzcan sustancias estupefacientes y el consumo de estas por parte de las poblaciones indígenas, de acuerdo con los usos y prácticas derivadas de su tradición y cultura”.

Basados en una interpretación de la redacción, se entiende que no hay una diferenciación entre el consumo de productos de uso tradicional derivados de la hoja de coca y lo que se considera como “estupefaciente” —droga no prescrita médicamente, que actúa sobre el sistema nervioso central produciendo dependencia, según el Estatuto Nacional de Estupefacientes—.

La misma normativa habla en su artículo 77 de una destrucción de “las plantaciones de marihuana, cocaína, adormidera y demás plantas de las cuales pueda producirse droga que produzca dependencia (…)”, lo que demuestra que por lo menos en ese apartado no hay una distinción entre la planta de coca y la cocaína; es decir, señala que la cocaína es una planta.

 

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Países como Perú y Bolivia han legislado a favor del uso de la hoja de coca de sus poblaciones indígenas por considerarla parte de su identidad cultural. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Para los koguis, no sembrar hoja de coca sería como no vivir en la tierra. Cómo podrían saludarse, dialogar o poporear para soportar las largas jornadas de trabajo sin tener hambre o sed, caminar rápido, vencer el sueño, la flojera, las pesadillas o la tristeza y traer emociones de felicidad y pensamientos profundos, tampoco podrían preparar medicina para dolores de muela y musculares o diarreas. Así lo explica José Antonio, un joven de 19 años de la etnia kogui, para el que cargar el poporo es como llevar la comida o el agua.

José equipara la hoja de coca a un ser humano que tiene madre, padre, abuelos y hermanos y explica que las autoridades del pueblo kogui exigen “sembrar cocas”, porque sin coca no hay tradición.

Sai-sai-sai (noche, noche, noche, en lengua kogui), es el momento de volver al origen, cuando era todo oscuridad. El fuego aviva las anochecidas y largas cabelleras que caen sobre las blancas túnicas de algodón de José y Pedro. Con poporo en mano, los observo desde mi hamaca envueltos en una visión de humo, han partido al encuentro con los pensamientos, con los ancestros, con los relatos, con el pasado, el presente y el futuro.

 

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Siguiendo el mandato de la hoja de coca, Coca Nasa nace como resultado de una tarea de innovación para desdibujar los señalamientos o estigmas alrededor de la planta como un materia exclusiva del narcotráfico. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Producción: ¡una soberana locura!

Mágica, así define la hoja de coca Fabiola Piñacué, dueña del emprendimiento Coca Nasa, que la transporta deshidratada o tamizada hasta Bogotá desde el resguardo indígena Avirama, contiguo al resguardo de Calderas, en Tierradentro, Cauca.

Dos alegres mujeres son las encargadas de empaquetar y marcar galletas de chocolate, bebidas energéticas, tés, ron, entre otros productos de coca, dentro de la fábrica artesanal ubicada en el noroccidente de la capital.

Frente a un escritorio, Fabiola emana la seguridad de quien se atrevió a cuestionar la jurisdicción convencional de alimentos y cosméticos en la Sentencia T-357 de 2018 de la Corte Constitucional, que versa sobre el derecho a la diversidad étnica y cultural de comunidades indígenas frente a la comercialización de productos derivados de la hoja de coca, y que se resolvió a favor de la Secretaría Distrital de Salud de Bogotá.

 

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Costales de hoja de coca sirven de materia prima con la que el emprendimiento Coca Nasa elabora galletas, bebidas energéticas, té y ron. La comercialización de estos productos naturales no está exenta de la satanización de drogas como la cocaina. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Hoy Coca Nasa es un referente entre los emprendimientos de hoja de coca, pero hace tan solo unos años era una idea de negocio difícil de aterrizar; desde la venta de aromáticas de coca, experimentar con galletas de coca caseras para romper escenarios de estigmas y señalamientos de narcotráfico, hasta vender una casa en Popayán para comprar máquinas, debido a que le denegaron el préstamo que había solicitado, el proceso ha sido de prueba y error.

“Si uno va al banco a decir que va a hacer un té de coca, pues no te presta, hacer empresa aquí en Colombia es muy difícil. Yo le dije al asesor del Banco Agrario que no fuera a poner coca en la solicitud, la puso, me lo negaron (…) Esto ha sido una soberana locura”, relata Piñacué.

La hoja de coca era, antes del narcotráfico y la entrada de las multinacionales farmacéuticas al negocio, la moneda de muchas poblaciones indígenas. En tiempos más recientes, cargar “un puñito de coca” llevó a algunos de sus compañeros indígenas a la cárcel. A inicios de los 2000, con una base de clientes consolidada, ella también fue víctima de llamados de atención y retención de cargamentos.

En 2010, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) emitió la alerta sanitaria 001, advirtiendo que no ha expedido registros sanitarios para productos que contengan hoja de coca, y que, por tanto, prevenía a los ciudadanos consumir o comercializar productos que contengan hoja de coca entre sus ingredientes.

La hoja de coca era, antes del narcotráfico y la entrada de las multinacionales farmacéuticas al negocio, la moneda de muchas poblaciones indígenas. En tiempos más recientes, cargar “un puñito de coca” llevó a algunos de sus compañeros indígenas a la cárcel. A inicios de los 2000, con una base de clientes consolidada, ella también fue víctima de llamados de atención y retención de cargamentos.

“El cultivo y uso de plantas como la hoja de coca por parte de las comunidades indígenas, de acuerdo con los usos y prácticas derivados de su tradición y cultura, están restringidos a sus resguardos y no se ha autorizado la producción ni el consumo de estos productos para el resto del territorio nacional”, precisaba la alerta, que además señaló los productos como fraudulentos.

La comercialización de estos productos se encuentra sujeta a las restricciones que establecen las leyes y disposiciones legales del ordenamiento jurídico colombiano. “La producción de la hoja de coca en Colombia no está expresamente ni prohibida ni permitida, pero en todo parece indicar que sí está circunscrita a los resguardos indígenas”, ha dicho la Corte Constitucional.

David Restrepo, director del Área de Desarrollo Rural, Economías Ilícitas y Medio Ambiente del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed) de la Universidad de los Andes, afirma que la hoja opera en una zona gris; no está criminalizada, ni es legal.

“Colombia tiene un derecho romano, napoleónico, entonces lo que no está escrito no es ley. La ley se tiene que escribir a diferencia de otros sistemas legales donde los precedentes son los que fijan la ley. Entonces no está escrito en ningún lado que la hoja sea un delito”, precisa. Operando en un limbo jurídico, añade que se pueden hacer productos con hoja de coca, sin ser sujeto de un proceso judicial, pero sí hay vacíos que impiden una ruta de mercado clara.

El pueblo nasa empezó entonces a hacer a hacer “trabajo tradicional”, a pedirle permiso a los espíritus mayores: “porque para el pueblo nasa, la misión es la defensa de su territorio y el territorio abarca la hoja de coca, a mí me correspondió la hoja de coca. Uno no está solo, sino que las fuerzas espirituales lo van encaminando”, explica Fabiola. Ella es clara en decir que es solo un instrumento de los espíritus para proteger la hoja de coca; es decir, cuando ella habla, son las palabras de ellos, ellos hablan por ella y a través de ella, “le van diciendo por dónde es qué es”. Obedece también a una autoridades tradicionales, físicas, en el territorio.

“Colombia tiene un derecho romano, napoleónico, entonces lo que no está escrito no es ley. No está escrito en ningún lado que la hoja sea un delito”, precisa David Restrepo, del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed) de la Universidad de los Andes. Operando en un limbo jurídico, añade que se pueden hacer productos con hoja de coca, sin ser sujeto de un proceso judicial, pero sí hay vacíos que impiden una ruta de mercado clara.

Desde que era niña, la hoja de coca siempre ha estado presente en la casa de los Piñacué, “cualquier cosa podría faltar, menos la hoja de coca”, porque es medicina, alimento, trabajo, palabra, todo, “si no había hoja de coca, era como si no hubiera sal en la casa, como si no hubiera agua”. La lucha que encarna apuntala la tolerancia a la diversidad y a la integración para vencer “el terreno de lo inamovible, donde no hay espíritu del bien común, lo maquiavélico”.

 

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A pesar de contar con una marca propia, José Reyes Cuchillo dispone de su tienda Nuestra Tierra, en Guatapé, para impulsar otros emprendimientos que utilizan como materia prima la hoja de coca. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Punto de venta: romper estigmas

En la concurrida plazoleta de los Zócalos, en Guatapé, Antioquia, una colorida tienda llama la atención de los transeúntes, se trata de Nuestra Tierra, un espacio atendido por un representante del pueblo nasa, José Reyes Cuchillo, y que fue creado para romper los estigmas alrededor de una satanizada hoja de coca.

Allí no solo se comercializan productos derivados de la planta, se transmite conocimiento sobre sus propiedades y la importancia que tiene para los indígenas.

Nuestra Hoja de Coca es el nombre de su iniciativa empresarial, que utiliza materia prima del resguardo indígena nasa La Laguna Siberia, municipio de Caldono, Cauca.

Explica José que “la hoja de coca es sagrada porque hace parte de nuestra educación, cosmogonía, espiritualidad y armonización, y está presente a lo largo del transcurrir del día, al saludarnos, a la hora del almuerzo, cuando nos sentamos frente al fogón (la tulpa), que es donde los mayores comparten la sabiduría a los descendientes para que no se pierda la parte ancestral que tenemos como pueblo indígena”.

Sentados en pequeñas mesas, los extranjeros consumen en una totuma un suave té de coca. Contrario a lo que inicialmente creía Reyes Cuchillo, estos llegan con un entendimiento previo de la hoja de coca. En cambio, el desafío de transmitir a los colombianos la historia poco contada de la planta que para el pueblo nasa da vida persiste.

 

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José Reyes Cuchillo hace una labor pedagógica con los consumidores de los productos que promociona en su tienda, para transmitir el mensaje de sus mayores sobre que “la hoja de coca es nuestra”, así como “nuestra tierra, nuestra gente y nuestra lucha”. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

Coca: un integrador del mundo físico y metafísico

Para David Restrepo, experto del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed) de la Universidad de los Andes, en casi todas las culturas tradicionales encuentra un protagonismo muy grande en la hoja de coca.

“La coca es realmente un integrador del mundo metafísico y el mundo físico (…) Es una planta relacionada con la construcción de la comunidad, con la comunicación, se ve en la Amazonía, en el Perú, en Bolivia, en el Cauca, en la Sierra”, dice.

Frente al futuro que espera a los emergentes emprendimientos de coca, resalta la innovación social que está sucediendo, en medio de los desafíos de insertar la función tradicional de la planta en la concepción de orden de la ciudad: dentro de la base la cultura urbana hay una predisposición al individualismo y una tendencia a vivir aislado: “la hoja de coca se consume tradicionalmente en comunidad, en la maloka, durante el trabajo colectivo, esos son los espacios de iniciación”.

Señala, así mismo, que se está buscando desde el Cesed acelerar ese proceso de productos de valor agregado con hoja de coca, que se constituye como un modelo corporativo de empoderamiento de las comunidades productoras de coca. Escuchar las perspectivas de un modelo de economía que consulta con las autoridades indígenas y que incorpora parámetros alternativos a lo que la ciencia ha dictado como bueno y malo, de alta calidad o seguro.

“Estamos buscando que haya una equidad epistemológica donde la perspectiva de lo que es la salud de comunidades como los nasa pueda tener tanta cabida como otras perspectivas sanitarias, eso es muy difícil en Colombia, porque Invima reclama toda la jurisdicción sobre lo que es medicamentos y alimentos (…) Es construir un espacio donde otros modelos rigen la comercialización de productos”, puntualiza Restrepo.

 

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Coca Nasa compra la hoja de coca a los campesinos en Tierradentro, Cauca, y luego la transporta, ya molida en su mayoría, a su fábrica en Bogotá, donde se convierte en el insumo principal de galletas de chocolate, aromáticas, bebidas energizantes, entre otros productos. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

“Un ladrón pillado llega a reclamar”

En el Cauca, en palabras de Fabiola Piñacué, el indio que no tiene coca no es indio; coca como alimento, como medicina y para el trabajo. Sin embargo, esa cultura ancestral asociada a la hoja ha sido desdibujada por quienes la compran para transformarla en clorhidrato de cocaína.

“El conflicto ha permanecido entre nosotros, no hemos sido ajenos a eso, ha ido destruyendo la esencia cultural (…) por necesidad venden la coquita al primero que le ofrece. Nosotros en ese sentido, nos damos la pela también, porque escasea la coca para hacer nuestros productos, nos toca pagarla por adelantado de contado. A veces dice uno mañana le traigo la plata y se llevan la coca y nunca más vuelven”, expresa la indígena nasa, al referirse a la competencia entre los actores legales e ilegales por asegurar esa materia prima.

La Corte Constitucional de Colombia, mediante sentencia C-176 de 1994, precisó que “no se puede colocar en el mismo plano la planta coca y los usos lícitos y legítimos que de ella se han hecho y se pueden hacer y la utilización de la misma como materia prima para la producción de cocaína”.

De hecho, esa colegiatura afirma que esa diferenciación es necesaria, pues “numerosos estudios han demostrado no solo que la hoja de coca podría tener formas de comercio alternativo legal que precisamente podrían evitar la extensión del narcotráfico, sino además que el ancestral consumo de coca en nuestras comunidades indígenas no tiene efectos negativos”.

La Corte Constitucional de Colombia, mediante sentencia C-176 de 1994, precisó que “no se puede colocar en el mismo plano la planta coca y los usos lícitos y legítimos que de ella se han hecho y se pueden hacer y la utilización de la misma como materia prima para la producción de cocaína”.

El indígena José Reyes Cuchillo afirma que la lucha siempre la han tenido con el occidental, “sobre todo con el blanco”, porque asocian coca con cocaína, pero desconocen los usos ancestrales y cosmogónicos que hacen parte de las comunidades indígenas: “todo el día hacemos el buen uso de la hoja de coca. Hemos demostrado con hechos que es una planta como cualquier otra”.

Pero la lucha de las iniciativas empresariales con coca no solo se da en el frente del narcotráfico, a Coca Nasa la Coca Cola le interpuso una demanda por el nombre de la marca: “los pájaros tirándole a las escopetas. Un ladrón pillado llega a reclamar”, comenta, ahora entre risas, Piñacué. Por si fuera poco, un colegio chileno también los demandó por la palabra sek en el nombre una de sus bebidas, y que en lengua nasa significa sol.

A la lista se suma una crisis identitaria, sobre todo, entre la población más joven de ese pueblo: el mambeo se ha ido extinguiendo, “más se está mambeando en las ciudades que allá, y es que además la arremetida ha sido muy dura, la discriminación contra los mambeadores ha sido difícil”, precisa Fabiola. La práctica del mambeo —como se le conoce en Colombia al acto de mascar hoja de coca entera o pulverizada— es una de las manifestaciones culturales más antiguas que contiene todas las formas en que los pueblos indígenas andinos han consumido la hoja de coca.

 

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De las verdes montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta a los parajes de la Antioquia rural, la hoja de coca se mueve en el cruce de caminos entre lo sagrado y sus usos naturistas comerciales. El potencial de una planta perseguida y fumigada como cruenta parte de una cruenta guerra sin bandos victoriosos es motivo de debate y requiere miradas menos policivas. Foto: Charlie Cordero. Contexto.

El Estado no ha reglamentado el uso de la coca por parte de las comunidades, como sí lo han hecho países como Perú y Bolivia. Así, el desarrollo de la reglamentación ha sido más jurisprudencial que legal. Sí señala que el ejercicio de la potestad de autodeterminación o autogobierno de los pueblos indígenas se circunscribe a su ámbito territorial, lo que, en principio, limita a los resguardos indígenas los actos administrativos que permiten la comercialización de productos que usan la coca. Queda un largo camino para ampliar el alcance, que hoy no es absoluto, del derecho a la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana.

Reyes Cuchillo resalta que haya más y más personas compartiendo la lucha de los pueblos indígenas, que mambean y toman aromáticas de coca, acercándose a la perspectiva indígena. Son una masa de aliados que seguirán caminando, cuando haya otros Jose, Fabiola y Felipe.

Como dice Piñacué, al referirse a la coca como un proyecto de paz, “no nos extinguiremos mientras lo logremos visibilizar, socializar y poner en las diferentes esferas”. El pueblo nasa recupera su tradición de espiritualidad en un sincretismo con la herencia de las huestes de la iglesia católica. Cuando hacen ritos de medicina tradicional, están presentes la fuerza de los espíritus mayores y los indígenas repiten “si Dios quiere se va a alentar”. Es como lo llama Fabiola “la cultura transformada, pero la esencia siempre va a estar”. Aunque parece que fue ayer, “ya llevamos más de 25 años en esa tarea, no hemos hecho nada más que esto”, agrega.

 

Este reportaje fue producido gracias al apoyo del Fondo para Investigaciones y Nuevas narrativas sobre Drogas de la Fundación Gabo.

Laura Pulido Patrón

Profesional en Relaciones Internacionales, con énfasis en Economía Internacional de la Universidad del Norte. Candidata a magíster de Análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia. En el campo del periodismo económico ha trabajado para los diarios El Heraldo, de Barranquilla, El Colombiano y Valora Analitik.

 

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