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Caricatura de Leo publicada en el medio digital Casa Macondo

A excepción de algunos concejos municipales, menos alcaldías y escasas gobernaciones, el recambio en los liderazgos brilló por su ausencia en las justas electorales.

En Colombia «así como hay mucho conservatismo, hay muy poco Partido Conservador» (Álvaro Gómez) y «más vale malo conocido que bueno por conocer»: dos frases que podrían resumir el balance de las elecciones locales y regionales del pasado domingo. Por eso, si en 2019 hubo un giro hacia los independientes y en 2022 hacia la izquierda, esta vez hubo un categórico giro a la derecha. 

Ahora bien, descontando los tópicos consuetudinarios de análisis de esta elección como la movilización de las maquinarias, la compra-venta de votos, el triunfo de los alfiles de políticos judicializados o cuestionados y la novedosa resurrección del centro político, voy a proponer tres claves de lectura en términos de cultura política: el castigo al progresismo, la escasa renovación política y el desespero como emoción predominante. Más allá de las cifras puntuales, los tres ayudan a trazar un mapa de esta Colombia de 2023 que está pasando del anhelo de cambios al desespero.

Petro y los alternativos, a la baja

El castigo a Petro lo anticipaban las encuestas, su desfavorabilidad sostenida y el personalismo de su movimiento político. Aunque las elecciones no eran propiamente un plebiscito sobre su gestión sí evidenciaron que el país reclama poner la seguridad en la agenda, y que el proyecto gubernamental de paz total está lejos de cumplir tal propósito. Por supuesto, esto no invalida las reformas que están en trámite, pero es un llamado de atención al gobierno y a la clase política de que las prioridades de la gente están en el día a día y no tanto en los problemas estructurales, más aún cuando sus soluciones siguen embolatadas. Una lectura menos coyuntural sugiere que los ciudadanos quieren ambas cosas: reformas y gestión del diario vivir; discurso pero también tecnocracia, “las 3c” de Gómez Buendía: congestión, crimen y contaminación. Por lo demás, nada muy diferente de lo que la política está demandando en otras latitudes. En todo caso, es irónico que el progresismo haya sido vapuleado en la contienda local y regional, es decir, en los territorios que reivindica en su plataforma. ¿Se trata entonces de un discurso dirigido a sus votantes posmodernos y a las comunidades politizadas en la que ya no creen quienes padecen la lejanía de las instituciones?

En cualquier caso, es justo despersonalizar un poco el castigo: una vez más ganó el voto «anti», sobre todo contra quienes estaban en el poder y cuyos sucesores fueron vistos como malas copias del original. Pero el «voto anti» ya no se expresó buscando opciones independientes o alternativas como en 2019, sino candidaturas que ofrecieran certezas: que el metro de Bogotá sí se va a hacer, que Medellín ya no seguirá al vaivén de una banda de oportunistas, que Barranquilla volvió a su viejo amor, que en Cali se hartaron de la demagogia. Obras son amores.

¿Y la renovación?

Salvedad hecha de algunos concejos municipales, menos alcaldías y escasas gobernaciones, el recambio en los liderazgos brilló por su ausencia. Y es que, en la lógica del voto castigo es difícil explicar por qué se opta por los mismos, aunque es fácil intuir que quienes repitieron son como los amores tóxicos: nunca se van del todo… y la familiaridad cuenta. Sin embargo, el elefante en la sala sigue siendo el costo exorbitante de la política, el caciquismo de los partidos políticos –una tendencia que acrecentará su absurda multiplicación–, y el descrédito que le ha hecho a la política su judicialización y criminalización. En este sentido, ¿cuál es el costo que alguien debe poder pagar o financiar para llegar a la política? ¿Hemos pasado de la dictadura del bolígrafo de los caciques a la tiranía de los contratistas y los costos de campaña impagables? En El descontento democrático, Michael Sandel da una pista: “Desde el punto de vista del ideal republicano, que la política esté dominada por el dinero, por muy legal que esto pueda ser, es una forma de corrupción”.

“El ‘voto anti’ ya no se expresó buscando opciones independientes o alternativas como en 2019, sino candidaturas que ofrecieran certezas: que el metro de Bogotá sí se va a hacer, que Medellín ya no seguirá al vaivén de una banda de oportunistas, que Barranquilla volvió a su viejo amor, que en Cali se hartaron de la demagogia. Obras son amores”.

No es difícil anticipar que, de seguir así, el país pagará un alto costo si sigue bloqueando la renovación de liderazgos al nivel de los tomadores de decisiones y solo la permite tímidamente en los órganos colegiados. Y si además, quienes llegan al poder con el discurso de independientes o anti-políticos se dedican a gobernar para las redes, amigos y contratistas, le seguirán haciendo un gran favor a los políticos tradicionales y a sus maquinarias. Gobernar es cuestión de método.

El giro a la derecha: ¿más de lo mismo?

Dice mucho de la deriva autoritaria de la cultura política colombiana que hayan sido electos un candidato célebre por salir a la calle armado durante el estallido social o un pastor evangélico que promete ser la versión criolla de Bukele y Xi Jinping. La derecha celebra porque piensa que todo le suma, pero hay dos preguntas que debería hacerse: ¿Qué proyecto de país tienen para los ciudadanos desencantados con el cambio? O dicho de otro modo: ¿Cuál es el proyecto político de esta derecha que gobernará a un país sin el señuelo de la amenaza del «castro-chavismo», pero desesperada con la delincuencia común y las organizaciones criminales? En todo caso, es improbable que la mano dura, el populismo punitivo y la estigmatización discursiva de la izquierda den réditos de gobernanza en un contexto de inseguridad transnacional y multifacética, inflación, desempleo y pobreza galopantes. Y el cemento no lo aguanta todo.

Por eso, que hay desencanto con la izquierda es un hecho notorio. Pero también hay desespero con la situación general del país. Y ese sentimiento no da mucha espera: en 2026 el péndulo podría devolverse, pero hacia nuevos oportunistas.

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Iván Garzón Vallejo

Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su más reciente libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Crítica, 2022). @igarzonvallejo