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La imagen del derribo de la estatua, captada por una audaz reportera gráfica de un diario local, le dio la vuelta al mundo. Foto: Mery Granados. El Heraldo.

Vandalismo o reivindicación, la imagen caída de la estatua del navegante italiano le dio la vuelta al mundo y avivó el debate sobre la forma en que se ha relatado –y se comprende– nuestra historia.

El almirante genovés Cristóbal Colón sobrevivió a motines en altamar, tormentas, y levantamientos de pueblos indígenas durante los cuatro viajes que realizó entre España y las Indias occidentales, pero transcurridos varios siglos no sucedería lo mismo con su imagen inmortalizada en mármol y erigida en una ciudad del Caribe colombiano llamada Barranquilla.

La caída de Colón ocurrió el pasado lunes 28 de junio en el límite entre los barrios Boston y El Prado. Transcurría una soleada tarde cuando decenas de manifestantes que conmemoraban el Día del orgullo LGBTI y los primeros dos meses del Paro Nacional en Colombia, irrumpieron en la calle 56 entre carreras 47 y 50 y luego de pintar con aerosoles el monumento y enlazarlo por el cuello, procedieron a derribar la efigie mientras entonaban al unísono la arenga: “¡Pa’ abajo, pa’ abajo!”.

Decapitada la cabeza de la escultura del navegante italiano, sería expuesta como un trofeo desde lo alto del pedestal entre vítores y saltos, mientras banderas Whipala de los pueblos indigenas andinos y de la comunidad LGBTI ondeaban al aire.

Hasta hoy se desconoce el paradero de la cabeza de Colón, pero por algunas horas –antes de que funcionarios del Distrito acudieran al sitio del derribo y pintaran nuevamente de blanco su pedestal–, junto a la caída estatua un epitafio improvisado por los manifestantes en aerosol rojo, rezaba: “Por nuestros muertos”.

El quinto viaje de Colón

Los monumentos no hablan, pero un poco de historia puede hacerlo por ellos. La estatua de Cristobal Colón –evoca en una crónica el escritor y gestor cultural barranquillero Heriberto Fiorillo–, llegó al barrio Boston hace 111 años, en 1910. Francisco Fiorillo, tío abuelo del escritor, había ordenado su modelado en mármol 18 años atrás, en 1892, a la compañía Tomagnini de Pietrasanta, en la provincia de Carrara, como un regalo de la colonia italiana a Barranquilla, ciudad que en ese momento era fundamental para el desarrollo del país y en donde se asentaban inmigrantes de distintas nacionalidades –italianos también– llegados del viejo continente.

“El regalo se pudo concretar 18 años después, a fines de julio de 1910. Desde entonces, la estatua del Almirante recorrió varios sitios de importancia en Barranquilla, entre ellos el Paseo Colón –hoy Paseo Bolívar– y la plaza de San Nicolás, hasta llegar al frente de la iglesia del Carmen”, consigna Fiorillo en su crónica sobre el barrio Boston https://contextomedia.com/recuerdos-de-boston/

En el Paseo Colón –conocido también como la Calle Ancha–, la estatua estuvo hasta 1937, cuando durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo se ordenó que las principales plazas del país debían homenajear a Simón Bolívar, El Libertador. La efigie de Cristobal Colón sería trasladada justo en frente de la iglesia de San Nicolás de Tolentino, donde sería testigo de excepción del desarrollo de Barranquilla en buena parte del siglo XX, hasta que a mediados de los años noventa, como parte de los procesos de organización del centro de la ciudad, la estructura en mármol, declarada bien de interés cultural debido a su valor histórico, estético y simbólico, emprendió su último viaje hacia el lugar en el que reposó durante casi tres décadas antes de ser derribada.

La estatua de Cristobal Colón llegó al barrio Boston hace 111 años, en 1910. Francisco Fiorillo había ordenado su modelado en mármol en 1892 a la compañía Tomagnini de Pietrasanta, como un regalo de la colonia italiana a Barranquilla.

Colombia, ¿más histeria que historia?

A más de dos meses del estallido del Paro Nacional en Colombia, desatado por la fallida propuesta de una nueva Reforma Tributaria, miles de colombianos en diferentes ciudades encontraron en la protesta pacífica y las marchas, algunos; y en los bloqueos y actos vandálicos, otros, una válvula de escape para reclamar las perennes demandas nacionales de equidad, justicia social y mejor calidad de vida.

Estudiantes, personas pertenecientes a minorías étnicas o sexuales, o simples manifestantes, sin premeditación o con ella, han hallado en el derribo o vandalización de monumentos que rendían homenaje a conquistadores como Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada, e incluso a los Reyes Católicos, una reivindicación con la historia patria y con los pueblos indígenas que fueron víctimas de la colonización europea.

“Derribar estas esculturas es una forma de alzar nuestra voz y rechazar la manera en que desde el colegio nos han contado la historia desde el punto de vista de los vencedores”, afirma Kevin*, un joven estudiante de Ciencias Sociales que participó en el derribo de la estatua de Colón.

“En los colegios se preparan actos cívicos alusivos a la conquista del territorio colombiano por los colonizadores españoles, haciendo pasar lo que fue el genocidio de los indígenas como un intercambio cultural y festivo”, afirma vía WhatsApp el estudiante.

Para Roberto González Arana, Ph.D en Historia del Instituto de Historia Universal y profesor titular de la Universidad del Norte, “reducir solamente a actos vandálicos o de terrorismo lo ocurrido con los monumentos en varias ciudades del país y del mundo sería una visión simplista. Estamos ante una oleada global que busca visibilizar nuevos relatos sobre el pasado. Hay una sentida necesidad de redescubrir ese pasado y nuevas versiones de la historia desconocidas para muchos”.

En una columna publicada recientemente por Contexto https://contextomedia.com/sobre-heroes-y-monumentos/ , González señala que “analizar nuestra historia partiendo exclusivamente de los patriotas, los héroes o los conquistadores es arrancar de un tajo parte de nuestro pasado”. No obstante, afirma el académico, “el caso de Colón no se puede comparar con violentos colonizadores como Sebastián de Belalcázar u otros. No podemos pretender destruir todos los símbolos del pasado, pues se trata de conocer la historia en sus distintas dimensiones para interpretarla. Mal haríamos al pretender que una visión anacrónica imponga los discursos del presente al tiempo pasado”.

Para Juan Guillermo Martin, docente e investigador vinculado a la Universidad del Norte y director del Museo Mapuka, el derribo de la estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla era de esperarse, teniendo en cuenta la coyuntura y situaciones similares en otras ciudades del país. Por eso, afirma, “llama la atención que, entendiendo el actual contexto, las autoridades locales no hayan tomado la decisión de resguardar la estatua en otro lugar, lo que evidencia un desinterés hacia la conservación del patrimonio cultural, arquitectónico y arqueológico que puede convertir a Barranquilla en una ciudad sin memoria”.

Martin manifiesta que vandalizar una estatua no cambia la historia y demuestra la limitación de un sector de la ciudadanía en torno a una historia muy elemental de un complejo pasado que va más allá del proceso de invasión de los europeos al continente americano.

“Es una historia que no es blanca, ni es negra, sino que tiene una cantidad de matices grises y así debe entenderse. Es otra demostración más de la falta de conocimiento, de formación que tiene nuestra sociedad respecto a su historia. Somos resultado de una compleja historia y si no la conocemos estaremos destinados a derribarla en los próximos años”.

La polémica sigue abierta y la estatua de Colón, maltrecha, decapitada y sin su mano derecha, reposa en el edificio de la Aduana a la espera del diagnóstico de un experto que defina si es posible su restauración. Mientras tanto, la pregunta sobre si en un futuro cercano serán los museos los espacios donde finalmente estos monumentos puedan descansar en paz, vuela en el viento de la historia.

*Nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente.

Alberto M. Coronado

Periodista y editor cultural. Es Editor general de Contexto.

Eduardo Patiño M.

Periodista de las secciones Ciudad y País de Contexto.

 

 

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