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Recientemente el artista plástico español Juan Muñoz viajó desde Islas Canarias realizar un gran mural en el Barrio Abajo como tributo a Víctor Ladrón de Guevara y a su gran personaje La Loba. El aullido no termina.

La noche barranquillera tiene una larga y nutrida historia de personajes y shows transformistas. El escritor John Better retrata a uno de estos iconos gays, Víctor Ladrón de Guevara, La Loba. Crónica travesti con la luna de Barranquilla como telón de fondo.

Si le bajáramos el volumen a la música en este momento, posiblemente se revelaría ante nosotros un muy esperado show de fonomímica travesti. A la artista en escena no le afectaría tal cosa y continuaría con  su espectáculo de plástica corporal, sin melodía, con la canción de Whitney Houston ‘I Have Nothing’, que ha escogido para iniciar su show.

El hecho ocurre en un bar club llamado La Roma, ubicado al sur de la ciudad, y se trata del publicitado regreso a los escenarios de uno de los iconos gays más queridos de Barranquilla: La Loba.

Pero mejor dejemos la música sonar: el personaje en el escenario está entregada a su papel de diva de la canción. Sus gestos y movimientos se pasean entre lo sutil y lo dramático, por un instante parece a punto de llorar cuando en su mímica simula alcanzar alguna nota aguda de la cantante afroamericana; otras veces, se desliza por el escenario como un animal de fino pelaje, cauteloso y enigmático. Las manos son otro lenguaje, las mueve con destreza, como arañas que parecen destejer la cortina de humo que una máquina riega sobre el escenario. El público aplaude, gritan a coro: ¡Loba, Loba!

En 1985, Valeria Lynch, la platinada cantante argentina, capturaba la atención del continente con su tema ‘Como una loba’, canción que después popularizaría, en su versión salsa, la dominicana Milagros Hernández. En aquellos años Víctor Ladrón de Guevara era un jovencito de 14 años con una vida familiar tranquila. Era un sencillo estudiante de bachillerato en el colegio Inem de Soledad, Atlántico. Llevaba una vida sin urgencias entre la escuela y el hogar que compartía junto a sus padres y hermanos en el Barrio San José. Pero Víctor sabía que no era como el resto de los chicos, soñaba con ser otro, o, mejor dicho, otra. Todavía faltaba mucho para la gran metamorfosis, ‘La Loba’ era apenas un aullido en la lejanía, un deseo, una delicada zarpa que arañaba su interior cuando la canción de Valeria Lynch sonaba en algún pick up cercano:

Como una loba, caminando mal herida /
tratando de ubicarse en la región /
traicionada, por su olfato a la deriva /
así me siento yo, si me falta tu amor.

El cabaret extinto

El show transformista o travesti, como se le quiera catalogar, ha sido una escuela, un escenario donde se ha escrito la historia gay de la ciudad; historia redactada a punta de taconeos, vestidos formidables, pelucas de todos los estilos, maquillaje de fantasía y cientos de canciones que han narrado durante décadas esa vida nocturna y clandestina que siempre fue censurada y que poco tenía espacio en la vida social de la Barranquilla de hace treinta años.

Digo escuela, porque en las décadas de los ochenta y noventa el asunto era tomado muy en serio por quienes practicaban el arte del doblaje musical. Los dueños de los bares de esa época invertían dinero en el montaje de los espectáculos. Se cuidaba el vestuario y la coreografía como si se tratara de un Folies Bergère local que brindaba no solo a los gays sino a gente del común la oportunidad de presenciar números musicales dignos de ser aplaudidos hasta el cansancio.

Pero fueron los años noventa la edad de oro para el arte del transformismo en Barranquilla. Los grandes nombres empezaban a escribirse con letras doradas en la marquesina: Lorena ‘John’ Pantoja hacía las mejores interpretaciones de Madonna de las que se tengan noticias hasta hoy. La ‘Grace Jones’ se trepaba en las mesas del bar de turno y se bañaba en cubos de hielo mientras rumbeaba su pop negro, ‘La Pili’ era Rocío Dúrcal, Grace de Caro, una noche era Paulina Rubio y la otra, Selena. Caroline Dayanna Locastí se convertía en Lucía Méndez. Todo era un universo posible en el ambiente de los bares. Las divas se sometían a estrictos ensayos, dietas rápidas y tediosas sesiones de maquillaje que se demoraban dependiendo del rostro a trabajar.

Por entonces el cuerpo transgénero no estaba tan intervenido por la silicona, exceptuando las que habían regresado de Europa con un par de tetas al mejor estilo Dolly Parton. Eran tiempos de cinta, esparadrapo, lentillas de contacto, rellenos de espuma con los que se armaban “los cuerpos” femeninos. Ya con el vestuario encima, caderajes, bustos y derrieres saltaban a la vista seduciendo el ojo de quien miraba, eclipsado, el más ficticio de los encantos. El travestismo era un número de magia y más de uno en aquellos días pudo comprobarlo al ver aparecer un conejo bajo las faldas de las inolvidables divas.

En el centro de la imagen La Julieth Pantoja: Víctor Ladrón de Guevara, conocida también como La Loba, una de las leyendas del Carnaval Gay, artista, estilista y poeta.

‘She Wolf’

En 1999 ya Víctor Ladrón de Guevara había asumido su identidad homosexual y su pasión por vestirse “como mujer” lo había llevado a la escena de algunas discotecas. El curso de fonomímica lo había tomado en la intimidad de su cuarto durante años con un cepillo de pelo como micrófono, una toalla como pelo, y un espejo como único juez de su innegable carisma.

Baco fue otro bar que acogió estas manifestaciones y ganarse el ‘Baco de oro’ era algo así como el Óscar para quienes aspiraban a obtener un nombre dentro del competido mundo del show travesti. A Víctor, los nervios lo consumían esa lejana noche, por primera vez actuaría en “vivo” y le tocaría enfrentarse a algunas de las más nombradas “showsistas” de la ciudad. Tenía claro que esa noche interpretaría el tema ‘Como una Loba’ de la Lynch. Ignorando que esa misma noche de luna llena, por mera casualidad, se haría conocida en el medio como ‘La Loba’, su garra escénica quedaría impresa a partir de esa competencia en aquellos que presenciaron su espectáculo.

A falta de un vestuario de diseñador –se rumoraba que muchos de los modelitos usados por las divas los había llevado puesto alguna Miss Colombia en Cartagena–, Víctor salió al escenario con el traje de graduación de una de sus hermanas. La canción de Valeria Lynch empezó a sonar y la transformación inició. Aunque de frágil apariencia –48 kilos–, Víctor se adueñó de todo a su alrededor, su gestualidad dejaba boquiabierto a todos mientras él/ella parecía hacer trizas con su boca las estrofas de aquella canción memorable:

Como una loba aúllo por las noches encendida /
para que sepas, que sigo estando sola en mi guarida /
y si mañana, volvemos encontrarnos por la vida /
finjamos que acabamos, recién de conocernos.

Al finalizar la canción, Víctor Ladrón de Guevara intuyó que ya nunca más sería el mismo. Esa noche ganó el primer premio, el anhelado ‘Baco de oro’. Como la loba Luperca en la fundación de Roma, había empezado a moverse en inexplorados territorios y el dios del vino le había bautizado con un nuevo “nombre”:  La Loba.

Fueron los años noventa la edad de oro para el arte del transformismo en Barranquilla. Los grandes nombres empezaban a escribirse con letras doradas en la marquesina: Lorena ‘John’ Pantoja hacía las mejores interpretaciones de Madonna. La ‘Grace Jones’ se trepaba en las mesas de los bares y se bañaba en cubos de hielo mientras rumbeaba su pop negro, ‘La Pili’ era Rocío Dúrcal.

Con el transcurrir de los años, muchos bares se fueron a pique, la modernidad trajo otros modelos de vida gay menos extravagantes, el consumismo y la imagen de macho musculado se impusieron más que nunca. Muchas transformistas emigraron a Europa, otras fueron arrasadas por el Sida y el resto sucumbieron a la prostitución y las drogas, viviendo en la indigencia sin importarle a nadie. Las luces de los reflectores se fueron apagando de a poco, y el escenario quedó vacío. Víctor, después de años de una vida agitada, se dedicó a su trabajo como estilista y al cultivo del intelecto, es un apasionado lector y escribe poemas; es un sobreviviente de ese tiempo de lentejuelas que parece querer regresar como una luciérnaga de Strass o Swarovski, perdida en la noche. Muchos grupos en Facebook han desempolvado todo un archivo nostálgico, fotografías y videos dan testimonio de ese mágico mundo que muchos desconocen. Hace poco, Víctor sacó a La Loba de la guarida en la que hace muchos años la dejó hibernando, Su gran amiga, Dubys Yepes, otro icono de este movimiento, se encargó de maquillarle, dibujó con su paleta los rasgos todavía intactos de su personaje; Briana Carolina Locasti, su hermana del alma y compañera de trabajo, la peinó para su regreso.

Vamos aprisionados en un taxi, atravesando la ciudad de cabo a rabo para llegar hasta La Roma, el lugar donde Víctor hará su tan esperado regreso. Bajamos del auto, el lugar está a reventar, mucha gente de aquellos años ha venido a presenciar el emotivo espectáculo. Una puerta custodiada por soldados romanos se abre, en un pestañeo La Loba se pierde de mi vista atravesando el denso humo al interior de la discoteca. Al rayar la media noche todos volverían a escuchar su inconfundible aullido: Ars longa, vita brevis.

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John Better

Poeta y escritor barranquillero autor, entre otros, de los libros China White (2006), Locas de Felicidad (2009) y las novelas A la caz(s)a del Chico Espantapájaros (2016) y Limbo (2020).