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El historiador y escritor costeño Javier Ortiz Cassiani regresa con un libro que reúne relatos basados en hechos históricos. Foto: Valentina Rodríguez Ayola.

“El racismo se nutre de la ignorancia, pero el conocimiento puede aportar a su destrucción”: Javier Ortiz Cassiani

por | Ago 3, 2023

Por Juan Sebastián Lozano

Entrevista al historiador y escritor Javier Ortiz Cassiani a propósito de  “Bailar con las trompetas del apocalipsis”, su último libro publicado por Editorial Planeta. 

Bailar con las trompetas del apocalipsis es un libro de historia y también de literatura. Los pequeños ensayos son narraciones sobre individuos, personajes y gente del común que reflejan la historia del país y la universal y están escritos con belleza, originalidad, un estilo propio. Son una serie de artículos que aparecieron en El Espectador, El Malpensante y otras publicaciones. Abordan con amplitud, entre otros temas, el racismo en Colombia y el Caribe, la música que representa la colombianidad, las paradojas y curiosidades de nuestra historia, la pandemia que nos hizo reflexionar. Los textos son profundos y amenos de leer. 

Javier Ortiz Cassiani nació en Valledupar y es historiador de la Universidad de Cartagena. Tiene estudios de postgrado en la Universidad de los Andes y El Colegio de México. Es autor de El incómodo color de la memoria y Un diablo al que le llaman tren. Tiene un amplio recorrido en asesorías con entidades públicas como el Ministerio de Cultura, el Centro Nacional de Memoria y el Museo Histórico de Cartagena de Indias. Su reciente libro, publicado por Editorial Planeta, recoge un juicioso trabajo intelectual de años. 

Juan Sebastián Lozano: Escribes historia narrada con estilo literario. ¿Cómo llegaste a esta manera de contar la historia? 

Javier Ortiz Cassiani: Respeto profundamente el trabajo de la historia profesional, en esa disciplina me he formado, es la que me ha dado las bases para emprender las investigaciones de diferentes temas. Los historiadores no lo saben todo, pero ten la absoluta seguridad que saben dónde hay que buscar. Yo no hago ficción, por lo menos todavía no he publicado ficción. No me satisfago solo con la ortodoxia y la rigurosidad del oficio, por eso acudí a la literatura para encontrar la forma de contar historias sin el temor a la metáfora y los adjetivos. Eso, por supuesto, se va depurando con la lectura de mucha literatura y ensayos, no solo leyendo libros de historia o envejeciendo con los documentos en los archivos.

J.S.L.: ¿Cuéntanos un poco sobre algunos de los capítulos que componen este libro?

J.O.C.: Yo escribo normalmente ensayos, crónicas y columnas de opinión en diferentes medios. Con el tiempo voy acumulando una serie de materiales a los que después, cuando vuelvo a revisarlos, empiezo a encontrarles conexiones que quizá no había pensado en la premura de las entregas, ahí empieza a nacer el libro. El libro se organizó en cuatro partes: “Claroscuro”, la segunda parte del libro, tiene el tono del reportaje y del ensayo histórico con protagonistas a través de la aproximación íntima a los personajes, algunos de ellos ocupan las páginas de los libros de historia oficial o profesional y documentada. La tercera parte, “Días apestados”, fueron textos cortos escritos para los tiempos del coronavirus, de modo que son artículos que revisitan las pandemias históricas desde el presente con cierta carga apocalíptica. Pero allí, tal como sugiere el título del libro, siempre hay unas formas estéticas y éticas para escapársele al apocalipsis, porque muchos de los que fueron afectados por la pandemia siempre han vivido en el apocalipsis y lo que han aprendido es a bailar con sus trompetas. 

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Portada del libro de Ortiz Cassiani, editado por Planeta.

Tratas el tema de la música popular en el libro. ¿Qué importancia tiene en tu trabajo y en la construcción de una, así sea precaria, identidad nacional?

Voy a tomar el final de tu pregunta para tratar de construir una respuesta: Si hay algo rescatable de esa “precaria identidad nacional” a la que te refieres, es la música, o dicho de mejor forma, quizá son las músicas populares lo que mejor ha contribuido a la construcción de una identidad nacional. Tal vez habría que creerle a Henry Miller cuando dice en la novela Trópico de Capricornio que la música es el abrelatas del alma o al poeta Jorge García Usta cuando expresa tajantemente en un poema que una vez llegue la música será capaz de firmar “todos los manifiestos”. Hubo resistencia de gente del interior del país cuando el porro y la cumbia se tomaron por asalto “la señora de las brumas”, como le decía Manuel Zapata Olivella a Bogotá; hubo editoriales de prensa desobligantes y argumentos de tipo racial, pero es indudable, como lo demostró el investigador británico Peter Wade en el libro Música, raza y nación, y el mismo Manuel Zapata Olivella en varios de sus ensayos, que las músicas populares del Caribe colombiano terminaron por convertirse en referente nacional. Hay algo que no se puede perder de vista en este fenómeno, el papel del río Magdalena en la difusión de la música popular. 

En mi libro, además de un texto sobre una cantante infantil esquiva que cantó una canción dedicada al barrio de Chambacú de la que nadie en Colombia parece acordarse mientras que en Centroamérica y México es furor y sigue siendo regrabada, hay un perfil a José Barros que comienza con una referencia a su canción más emblemática, ‘La piragua’. Esta canción, grabada en 1969, se convirtió unos meses después en el himno de las elecciones a la presidencia de la república de 1970, y el candidato costeño, Evaristo Sourdis, nombró al viejo remolcador en el que se movilizaba haciendo las correrías por los puertos del río Magdalena, “Piragua La Victoria”. Había programas de radio, yeguas de paso y hasta costureros en Bogotá con ese nombre, lo que demuestra la importancia de la música en la construcción de lazos nacionales. 

La elección de Francia Márquez como vicepresidenta de la nación colombiana es el hecho político más importante de los doscientos y un poco más de años que llevamos como república.

¿Cómo ves el fenómeno del racismo en Colombia y los casos de racismo contra la vicepresidenta Francia Márquez?

Voy a responder a esa pregunta contándote algo que menciono en un ensayo sobre Haití que se encuentra en el libro. Es un tema que el pensador haitiano Michel-Rolph Trouillot desarrolla magistralmente en su libro Silenciando el pasado: poder y producción de la historia: en 1790, apenas unos pocos meses antes del primer levantamiento de la gente negra en Santo Domingo, La Barre, un colono francés, tranquilizaba a su mujer que vivía en París diciéndole en una carta que no había ningún movimiento de “nuestros negros”, esas eran las palabras que usaba. Decía también que dormían sin temores con las puertas y las ventanas abiertas debido a que los negros eran muy obedientes y siempre lo serían, porque para ellos la libertad era una quimera. Unos meses después comenzó la Revolución y entonces esta entró en la categoría de un no-evento, de un impensable histórico porque al mundo no le cabía en la cabeza que unos negros pudieran hacer una revolución moderna. Ese no era su lugar en la historia. 

Algo parecido pasa con Francia Márquez en Colombia. Trouillot dice que cuando la realidad no coincide con las creencias más arraigadas, los seres humanos fuerzan la realidad, reprimen lo impensable y la incorporan al discurso aceptado. Francia, para muchos colombianos, es un impensable histórico, alguien que puede funcionar en unos contextos, pero no en otros, ser la vicepresidenta de esta nación, por ejemplo. Muchos aplaudieron cuando ganó el premio Goldman y repitieron hasta la saciedad que era el equivalente al Premio Nobel en la defensa medioambiental, aceptaron que hablara sobre la contaminación de los ríos por la práctica indiscriminada de la minería pues estaba dentro de la cuota de sensiblería ecológica de rigor en estos tiempos, pero cuando fue elegida como la llave política de Petro y luego como vicepresidenta, se descolocaron y entonces salieron al ruedo con toda la tribu racista armada de prejuicios que los habita para deslegitimarla. Ha habido de todo, desde las críticas más burdas y groseras, hasta las más sutiles y refinadas. Lo curioso es que la elección de Francia Márquez como vicepresidenta de la nación colombiana es el hecho político más importante de los doscientos y un poco más de años que llevamos como república. Que una mujer de su origen haya logrado llegar a ese lugar es lo que nos pone ante el mundo como una nación civilizada con fuertes principios democráticos. La paradoja es que parte de ese racismo viene precisamente de los que, acudiendo a una idea de civilización, no aceptan que una mujer como ella sea vicepresidenta de una nación.  

¿Qué hacer contra el racismo en Colombia? 

Asumir que existe. No se puede combatir algo si se niega su existencia. Creo que las ciencias sociales a partir del desarrollo de investigaciones sobre los pueblos negros e indígenas han aportado el material suficiente para discutir el racismo con profundidad, con bases históricas y estructurales que han servido para darle nivel al debate más allá el sensacionalismo obsolescente. Hoy podemos saber el destacado papel de los grupos afro e indígenas en el proceso de independencia de Colombia, por ejemplo, y creo que eso ha jugado un efecto importante para crear referentes de dignidad para enfrentar el racismo. En la medida en que el racismo se nutre de la ignorancia el conocimiento puede aportar a su destrucción. Ahora bien, el racismo está fundamentado también en prejuicios, y estos suelen resistirse a los niveles más altos de enseñanza y educación, es allí donde también se hace necesario darle más músculo a la ley contra el racismo para que algunos tengan claro que no pueden andar por ahí violentando a otros con acciones y palabras en abierto racismo y no sufrir ninguna consecuencia más allá de la censura mediática. 

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Juan Sebastián Lozano

Escritor y periodista colombiano. Su libro de cuentos, La vida sin dioses, fue publicado en 2021 por Calixta Editores.