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La periodista hondureña Jennifer Avila es una de las fundadoras de ‘Contracorriente’, medio digital independiente hondureño. Foto: Fundación Gabo.

La periodista hondureña de 33 años, exaltada con el reconocimiento  a la Excelencia Periodística del Premio Gabo 2023, conversó con Contexto sobre  la importancia de no leer solo noticias y de su apuesta como directora editorial del medio independiente ‘Contracorriente’. 

Uno de los primeros libros que Jennifer Ávila compró con su primer sueldo fue Cien años de soledad. No era algo difícil de prever: de adolescente había leído con emoción un ejemplar prestado en la exigua biblioteca de su colegio en El Progreso, el pueblo hondureño donde nació y se crió en medio del calor y las historias heredadas de la United Fruit Company, la compañía bananera ante la que los campesinos del lugar se rebelaron para ponerle fin a sus maltratos. La periodista no sabía entonces que años después recibiría el Reconocimiento a la Excelencia Periodística del Premio Gabo que otorga la Fundación Gabo, institución creada por el escritor Gabriel García Márquez en marzo de 1995, cuando Ávila no había cumplido los cinco años.

Desde aquellas protestas en el país centroamericano ha transcurrido más de medio siglo sin que las cosas hayan cambiado mucho. “Aún resuena más la bota militar en marcha que el grito de los trabajadores insurrectos que una vez pudieron tumbar a un gigante transnacional”, dijo la periodista en su discurso de seis páginas en el Teatro Colón de Bogotá, la noche del pasado 30 de junio durante la ceremonia del Premio Gabo 2023, un día después de cumplir 33 años.

Ávila es reportera, documentalista, directora editorial y cofundadora de Contracorriente, un medio nativo digital nacido en 2017 al calor de las manifestaciones sociales en Honduras. Su país natal es considerado uno de los más difíciles para ejercer el periodismo en la región, con altos índices de impunidad, corrupción y crimen organizado que su medio ha investigado a profundidad.

Siendo una joven universitaria, y huyendo de los estudios de medicina que querían para ella sus familiares, Jennifer vivió el Golpe de Estado en 2009 contra el presidente Manuel Zelaya Rosales, ejecutado por los altos mandos militares y políticos de Honduras y apoyado por los medios masivos, que tergiversaron u ocultaron a sus lectores información sobre lo que sucedía. En ese momento, la estudiante de periodismo de 19 años se dio cuenta de dos cosas: “La necesidad de unos medios que cuenten lo que está pasando y de tener buenos periodistas, pero también de lo dañinos que pueden ser esos medios y esos periodistas”, dice en una aula del Gimnasio Moderno durante el undécimo Festival Gabo, que se llevó a cabo del 30 de junio al 2 de julio en Bogotá. 

Ávila habla con una dicción clara que se ajusta a un café o a un caudaloso discurso frente a los cientos de asistentes del Teatro Colón. En el Gimnasio Moderno, donde transcurrió el grueso de la programación del Festival, ha tenido charlas, caminado por sus jardines y concedido entrevistas bajo las carpas en medio del ruido de la música, el ajetreo de los asistentes, invitados y los que se acercan a felicitarla. 

Ávila puede escribir de la escasez de casabe en la etnia garífuna de la costa Caribe hondureña, de las raíces del narcotráfico en la policía o los conflictos agrarios de su país.

María Jesús Espinosa de los Monteros, directora general de Audio en Prisa Media y miembro del consejo Rector de la Fundación Gabo, dijo en su charla con Ávila que su reconocimiento, que recayó el año pasado en el escritor mexicano Juan Villoro, no riñe con la juventud, pues los nuevos periodistas también están haciendo un trabajo excelente. Jon Lee Anderson, también miembro del Consejo Rector y especialista cubriendo conflictos en zonas de guerra, dice que Ávila y su equipo en Contracorriente “se distinguen por su singularidad: están en Honduras, trabajando con periodistas independientes, sin pedir perdón y ‘a calzón quitao’, lo que no es tan fácil”. 

Ávila puede escribir de la escasez de casabe en la etnia garífuna de la costa Caribe hondureña, de las raíces del narcotráfico en la policía o los conflictos agrarios de su país, así como de lúcidas reflexiones sobre el oficio: “Si estamos contando la fragmentación de nuestra sociedad, es imprescindible contar también de dónde viene el poco pegamento que la mantiene unida”, dice en una columna en la que se hace una pregunta crucial en su día a día: “¿Cómo podemos hacer mejor periodismo?”.

Para Ávila, el Premio ha conseguido que internacionalmente se ponga el foco en un medio pequeño, que lucha por narrar “un país que a veces pareciera que no le importa a nadie”. Por eso mismo lo considera “una gran responsabilidad”, que le da a su equipo “el impulso de seguir” en un momento en que “la gran narrativa es que los periodistas no son necesarios y que la inteligencia artificial va a escribir las notas”. Por el contrario, ella cree que “el mensaje de este Festival y el Premio es que el periodismo no está muerto y no se va a morir”. 

Contracorriente, fundado con Catherine Calderón –directora de desarrollo del medio– arrancó con cuatro personas y dos voluntarios trabajando en una oficina prestada; hoy son más de veinte ubicados en las ciudades San Pedro Sula y Tegucigalpa, la capital hondureña. Sin ser “esclavas del SEO”, hacen lo que haría todo medio que tenga en cuenta a su público: una producción segmentada que llega en diferentes formatos a las redes sociales. “Estamos claros de que hay textos que no van a tener cientos de miles ni millones de vistas, pero podemos trabajar a profundidad con cierta parte de la audiencia”, explica Ávila. 

‘Contracorriente’ desarrolla su labor en Honduras, uno de los países más difíciles para el ejercicio periodístico. Su mandato: narrar la verdad, “duélale a quien le duela”.

En el caso de una crónica extensa –que se posiciona en internet de forma distinta a una nota de última hora, por ejemplo– pueden proponer círculos de lecturas con lectores estudiantes. Una manera de convocar a más gente en un medio tan meticuloso como independiente, que, como los de su tipo en Centroamérica y Latinoamérica, se financia a punta de subvenciones, de fundaciones o a veces con el endeudamiento de sus dueños.

Si le preguntan cómo han logrado la sostenibilidad, ella aclara que de momento solo podrían hablar de “supervivencia”. En este tiempo se han dedicado a formalizar el proyecto: inscribir la marca, crear procedimientos y estructuras propias, elaborar un manual de estilo y uno de protección –disponibles para cualquier medio o periodista.“Es muy difícil realmente que nos inventemos un modelo de negocio, porque, de hecho, el modelo de negocio de los medios tradicionales también está fracasando”. Y agrega: “A  veces los periodistas somos muy soñadores… pero hay que pagar luz, agua, internet, celulares, equipos, oficinas: todo es caro”.

Aparte de soñadores, los periodistas tienen la costumbre de leerse entre sí, de leer solo periodismo. O eso cree Ávila: “Debemos dejar de leernos a nosotros mismos”, dice a un día de mencionar en su discurso a escritores y poetas de su país como Ramón Amaya Amador y Roberto Sosa. “Debemos leer mucha literatura, novelas, ficción, poesía. La mayor parte de las noticias están mal escritas”.

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Kirvin Larios

Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado reseñas, crónicas y columnas en medios nacionales e internacionales. Hace parte de las antologías de poesía Nuevo sentimentario (2019) y Como la flor (2021), y de la antología de cuento Puñalada trapera II (2022). Trabajó en las redacciones de El Heraldo, Infobae y El Colombiano.

 

 

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