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“La mujer de la flor arrebatamachos”, lienzo del pintor barranquillero Orlando Rivera, integrante del Grupo de Barranquilla.

Barranquilla alberga esta semana su popular Carnaval de las Artes. A propósito de la obra pictórica que inmortalizó al pintor Orlando Rivera, homenajeado en esta edición, un análisis de los motivos de su pintura y la programación completa del evento.

La mujer de la flor arrebatamachos (título sobre el que me detendré al final) reúne todas las convenciones o rasgos históricos del subgénero del retrato femenino. Esa condición transtextual del cuadro, pintado al óleo por Orlando “Figurita” Rivera hacia 1949 en una frágil lona de 58 por 52 centímetros rescatada de los restos de un siniestro aéreo, hace que establezca un diálogo múltiple con la tradición retratística universal.

Para empezar, la mujer del óleo riveriano luce en la oreja izquierda una cayena roja casi tan grande como su rostro mismo, lo que la vincula a una larga estirpe de la que hacen parte, entre otras, las jóvenes criollas de la América española colonial que, al hacerse monjas de clausura, eran retratadas con la cabeza tocada con sofisticadas coronas florales; las rubicundas femmes pintadas por Renoir con una rosa en la oreja izquierda; las corpulentas tahitianas pintadas por Gauguin con esa parte de la cara también enjoyada con exóticas flores; y la supericónica Frida Kahlo, que aparece varias veces autorretratatada con tocados florales. Incluso, Kahlo es autora de un famoso cuadro titulado “Retrato de una mujer de blanco” (1930), cuya modelo, una amiga no identificada de la artista mexicana, exhibe una flor roja en el lado izquierdo inferior de la cara, prendida en una negra capa de cabello. 

Otro rasgo habitual del retrato pictórico femenino es que la figura suele tener un objeto en la mano: un abanico, unos guantes, un mapa, un libro, un parasol. La figura de Rivera sujeta entre los dedos de la mano derecha una diminuta hoja de árbol –acaso del mismo árbol que produce la cayena–, que contrasta con la flor no sólo por su menor tamaño, sino por su menor iluminación. 

La figura de Rivera está retratada de busto y en una vista de tres cuartos, una combinación de patrones que también presenta un elevado uso en la tradición del retrato de mujer. Baste decir que a ella corresponden desde imágenes pictóricas femeninas muy antiguas, como las de las hermosas muchachas del Egipto romano pintadas sobre madera y halladas en las envolturas de sus propios cuerpos momificados, hasta el Busto de mujer, de Modigliani; el Retrato de mujer en rojo, de la vanguardista francesa Marie Laurencin, y los mencionados autorretratos de Frida Kahlo, pasando por obras maestras como La joven de la perla, de Vermeer (1665). 

La mujer del cuadro de Figurita está asomada a la ventana y éste es todo un tópico pictórico, como lo indican ya los mismos títulos de numerosas telas, incluidas varias muy prestigiosas, tales como Mujeres en la ventana (c. 1665), del gran pintor español Bartolomé Esteban Murillo; Mujer en la ventana (1822), del romántico alemán Caspar David Friedrich; Mujer en la ventana (1905), de Henri Matisse, y Figura en una ventana (1925), de Salvador Dalí. A estas obras hay que agregar, cómo no, las más de una docena de Edward Hopper que, desde el interior y el exterior, muestran a solitarias señoras en la ventana o cerca de ella. 

 

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El pintor costeño “Figurita” Rivera en una fotografía de 1956 de Nereo López.

La mujer de la flor arrebatamachos’ se enlaza a la gran vertiente de la pintura de retratos que se caracteriza por la cuidadosa representación fisonómica: los rasgos delicados de la cara, en los que destacan ‘unos ojazos de bolero o de pasodoble español’, como los describió Alfonso Fuenmayor

Por otra parte, La mujer de la flor arrebatamachos, sin que su realismo sea meticuloso, se enlaza a la gran vertiente de la pintura de retratos que se caracteriza por la cuidadosa representación fisonómica: los rasgos delicados de la cara, en los que destacan “unos ojazos de bolero o de pasodoble español”, como los describió Alfonso Fuenmayor; la mata de pelo negro y rizado; la textura, los volúmenes y el color moreno de la piel; la posición del cuerpo (esa distendida inclinación del torso hacia adelante, el antebrazo derecho puesto sobre el izquierdo, que es el que realiza el mayor apoyo sobre el alféizar); la generosidad de los senos; la clavícula, así como los metacarpos y las falanges de la mano grande, larga: todo en la tela está bien definido e individualizado.

Pero lo que hay que destacar por sobre todo en el cuadro de Rivera es un singular atributo que también lo une a la retratística de alta calidad: la consecución de lo que Ernst Gombrich llama la “expresión pretendida” o la “expresión deseada”, pues, aclara él, “debemos darnos cuenta de que cualquier fisonomía, por burdamente que se dibuje, nos da la impresión de una personalidad”1. Esa expresión pretendida, que el pintor barranquillero buscó plasmar porque de seguro en algún momento, o en diversos momentos, la captó en el semblante de su modelo, no es otra que esa melancolía suave y exquisita que irradian en conjunto sus ojos, su cara y toda su actitud corporal. Ahí radica la magia poética del cuadro. 

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Póster de la edición 2023 del Carnaval de las Artes. 

En el pobladísimo mundo de la pintura de retratos, muchas mujeres tienen, pues, la cabeza adornada con una o varias flores; muchas sostienen algo en la mano; muchas aparecen de busto y están vistas de tres cuartos; muchas se hallan detrás de una ventana. La mujer de la flor arrebatamachos, que –como ya he dicho– combina todas esas convenciones, resulta, pese a ello, o quizá gracias a ello, una obra original y espléndida, una de las más hermosas del arte colombiano, cuyo personaje –que, igual que las Mujeres en la ventana de Murillo, tambien habita en una zona roja– es único e inolvidable.

Hay que precisar, además, que algunos de esos elementos prototípicos se presentan con una peculiaridad en el cuadro de Rivera. Así, la solitaria flor de la mujer no es cualquier flor: es una cayena, que no creo haber visto en la cabeza de ningún otro retrato. Así, la corola y el pistilo de la cayena son de un insólito tamaño desmesurado; sólo recuerdo otra flor tan grande en una efigie femenina: la gardenia, o mejor, cada una de las dos gardenias yuxtapuestas que lleva en muchas de sus fotografías, y también en la oreja izquierda, la cantante estadounidense Billie Holiday. 

La más famosa y conmovedora de esas fotos de Holiday es la que le tomó Robin Carson en Nueva York hacia 1940. Pues bien: hay otros aspectos que refuerzan el parecido de tal retrato, en blanco y negro, con el de Rivera: es un busto, la mujer (Billie) aparece vista de tres cuartos y su mirada está también abismada en una incierta lejanía, salvo que su expresión no es melancólica, sino de una severidad un tanto amarga. En su novela Noches insomnes (1979), Elizabeth Hardwick, refiriéndose al espectacular y característico aderezo de Lady Day, habla de “las lascivas gardenias que llevaba como una hermosa oreja inmensa y blanca”. ¿Lascivas gardenias? ¿Acaso no se ajusta también el adjetivo a la cayena de la mujer de Figurita? ¿Acaso la llaman por nada arrebatamachos? 

Por último, denunciaré un problema que existe respecto al título del cuadro de Rivera: cuando se lo cita, se hace de diversas maneras. Unos escriben “La mujer de la flor del arrebatamacho”; otros, “La mujer del arrebatamachos”; otros, “La flor del arrebatamachos”. Como ven, se trata de distintas variantes de un mismo título; no es, pues, el caso de otras obras de arte que se conocen con dos títulos, como Mona Lisa, llamada también La Gioconda; o La joven de la perla, llamada también Muchacha con turbante. Me parece necesario fijar el texto del título de esta obra de Figurita. La forma más común de mencionarlo es “La mujer de la flor del arrebatamacho” y creo que es la más adecuada, pero exige dos correciones: 1) la contracción “del” después de la palabra “flor” es un elemento sobrante, dado que, al ser la flor la que tiene la propiedad de arrebatar machos, la palabra “flor” debe ser complementada directamente con el adjetivo que designa esa propiedad: “arrebatamachos”; 2) la morfología adecuada de tal adjetivo no es “arrebatamacho”, sino, ya lo acabo de escribir, “arrebatamachos”. 

En consecuencia, el título acertado del maravilloso cuadro es La mujer de la flor arrebatamachos.

Referencia

1 “La misteriosa conquista del parecido”, prólogo de Tête à Tête (1998), libro de retratos de Henri Cartier-Bresson.

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Joaquín Mattos Omar

Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).

 

 

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