Margarita Garcia

Ilustración: Arantza Clavellina. Revista Común.

Fascismo, marxismo y liberalismo, tres ideologías y un solo camino.

Quizá la característica más preocupante de la crisis del mundo contemporáneo sea el incremento de los discursos polarizantes y su proclividad a la violencia. El historiador israelí Yuval Noah Harari ofrece una posible respuesta cuando compara tres de las narrativas principales que le han dado forma al pensamiento político contemporáneo: el fascismo (o nacionalismo), el marxismo, y el liberalismo (en el sentido europeo de la palabra). Argumenta Harari que las dos primeras narrativas se definen a partir del conflicto, y se plantean en términos de enemigos; la tercera narrativa abraza la colaboración como su razón de ser, y se plantea en términos de oponentes. La diferencia no es sutil, al enemigo hay que aniquilarlo de manera definitiva, al oponente no.

El fascismo/nacionalismo argumenta que el motor de la historia es el conflicto entre naciones o entre razas, que este conflicto es inevitable y solamente se resuelve cuando este aniquila a sus enemigos. La ideología fascista parte del supuesto que hay una nación o raza o grupo superior que debe imponerse sobre los demás. Su superioridad le da la fuerza y el derecho a imponerse.  

El marxismo propuso una metodología, llamada Materialismo histórico, para comprender el desarrollo de las sociedades a lo largo de la historia. Según ella, la historia es empujada hacia adelante por las tensiones entre las clases sociales por hacerse con el control de los medios de producción. En otras palabras, el motor de la historia es la lucha por el control de los medios de producción; un planteamiento que argumenta una tensión entre clases, entre oprimidos y opresores. Desafortunadamente, en la historia hay muchos ejemplos, como el régimen de Stalin, que utilizo el marxismo para justificar la aniquilación del otro aquel que era considerado el enemigo. Mas cerca de nuestro contexto está el ejemplo de movimientos guerrilleros que justifican su obrar en su interpretación de los preceptos marxistas-leninistas. 

La tercera narrativa, la liberal, argumenta que el mundo no está definido en términos de conflictos. Por el contrario, argumenta que la historia puede ser de cooperación. Si bien podemos estar divididos en naciones, razas o en clases, en ultimas todos somos seres humanos con experiencias comunes por lo cual puede haber intereses y valores comunes a todos, y puede ser la base para construir una historia de cooperación y no de conflicto.

El fascismo/nacionalismo y el marxismo contienen en sí mismos la semilla de un enemigo de raza o clase cuya presencia obstaculiza el proyecto ideológico y social que se quiere alcanzar. Mientras que la tercera narrativa, la liberal, acepta que no hay respuesta única ni perfecta, y que las circunstancias cambian y que la sociedad necesita de la diversidad de ideas para responder a los retos y demandas cambiantes que surjan a lo largo del tiempo. Por eso necesita de una democracia donde puedan florecer una suficiente variedad de ideas y propuestas que respondan a las demandas de la sociedad.    

La democracia es imperfecta, en ocasiones incoherente y desordenada, pero no por eso debemos caer en la tentación de las narrativas definidas por el conflicto y por la lógica inmoral de “el fin justifica los medios”.

La democracia no aniquila oponentes. En la democracia de partidos, los oponentes tienen una relación simbiótica. Mi oponente me define, y yo defino a mi oponente. Nos necesitamos mutuamente. ¿Qué sería de la izquierda sin la derecha? El juego democrático permite esta relación simbiótica entre oponentes en la cual en la contraposición de ideas se encuentran los caminos para definir las mejores políticas públicas.  

La democracia es imperfecta, en ocasiones incoherente y desordenada, pero no por eso debemos caer en la tentación de las narrativas definidas por el conflicto y por la lógica inmoral de “el fin justifica los medios”. La humanidad lleva miles de años evolucionando sus sistemas de gobierno, y llegamos a la democracia después de una larga curva de aprendizaje. Ya sabemos que los sistemas feudales, monarquías, dictaduras, etc. no funcionan. La historia ha demostrado que las alternativas a la democracia son peores.  

La noción moral de las democracias liberales ha abrazado el cambio y el humanismo. La esclavitud paso de ser una práctica aceptada durante milenios a ser una práctica inmoral e inaceptable para las naciones democráticas. Los conflictos de la primera mitad del siglo XX que fueron impulsados por la ideología fascista o marxista ocasionaron más de 150 millones de muertes. Esto incluye la Primera Guerra Mundial, Revolución Rusa, Revolución China, Guerra Sino-japonesa y la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces y gracias a la notable reducción de regímenes no democráticos, el número de muertes en guerras y conflictos civiles ha caído a aproximadamente 15 millones de personas. Una reducción del 90 %. Todavía hoy la democracia no está plenamente consolidada, y sufre amenazas, pero no podemos perder de vista cuanto hemos ganado con la democracia.  

Las democracias liberales han posibilitado el mayor nivel de progreso social y económico que ha visto la humanidad en toda su historia. Solo tratemos de imaginarnos la distribución de la riqueza en las monarquías feudales. O imaginemos cómo era la vida en la Colombia colonial. O no vayamos tan lejos, cómo era Colombia en 1980; cuál era, por ejemplo, la cobertura de salud en aquel momento y cuál es hoy. A pesar de los inmensos avances, las demandas de la sociedad han aumentado. Pero no porque falte mucho significa que no se ha logrado nada. Lo que cambio fue la meta, pero vamos en la dirección correcta con el sistema de gobierno más efectivo en toda la historia de la humanidad.    

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Alfredo Rodriguez Gonzalez-Rubio

Ingeniero Industrial, Universidad de los Andes. Magistrante en Historia. Consultor Financiero Internacional, Washington D.C.