ajonjoli-campesinos

Foto: Z. Unsplash.

En su libro “El liberalismo y sus desencantados”, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama desarrolla la idea de que el desencanto con el liberalismo proviene de haber llevado al extremo sus principios, pero ¿qué pasa con los principios liberales en regiones como Latinoamérica? Reseña.

Si en 1989 Francis Fukuyama anunció la primavera del liberalismo, ahora nos acaba de notificar su otoño, que no se habla mucho con el capitalismo y que ha estado durmiendo en camas separadas con la democracia. Y todo porque por la derecha, las políticas populistas amenazan las libertades y los derechos individuales, mientras que, por la izquierda, las políticas identitarias progresistas ponen en cuestión los marcos de referencia comunes. Ambas tendencias, sostiene Fukuyama en su último libro El liberalismo y sus desencantados (Ariel, 2022), son producto de haber llevado al extremo ideas propias de la tradición liberal como la racionalidad, la autonomía, la representación política y la igualdad. Su receta, para decirlo brevemente, consiste en moderarlo o reformarlo.

Aunque ya son legión los autores que han diagnosticado la crisis del liberalismo, especialmente desde 2016 cuando la elección de Donald Trump y el Brexit remecieron sus placas tectónicas, la crítica de Fukuyama es significativamente honesta y debe leerse como una autocrítica. Su principal mérito, a mi juicio, es que contradice con lucidez la creencia de muchos liberales según la cual los fenómenos iliberales y antidemocráticos aterrizan en las sociedades por cuenta de bárbaros ignorantes que desconocen las bondades de una tradición benemérita que ha traído estabilidad institucional, crecimiento económico y disfrute de derechos en una tercera parte de los países del orbe.

Su crítica, por el contrario, parte de un dato incontrovertible: según Freedom House, entre 1974 y 2000 los derechos políticos y las libertades aumentaron en todo el mundo, pero llevan más de 15 años disminuyendo sistemáticamente. Luego, estamos viviendo una recesión democrática. Y las respuestas a la misma no están tanto afuera, sino en la deriva autoritaria y dogmática de muchas ideas en esencia liberales como la igualdad, la autonomía o el individualismo.

 

brujula-numeros

Portada del libro de Francis Fukuyama, publicada por Editorial Ariel.

Aunque la crítica del autor de El fin de la Historia adolece de una perspectiva norte-céntrica, en la que –con la excepción de referencias marginales a Argentina, Brasil, Cuba, Chile y Venezuela– los datos, ejemplos y diagnósticos de la crisis liberal se refieren casi exclusivamente a los países anglosajones y europeos, es especialmente sugerente que identifique algunas tendencias que si bien se afirman en el Norte global, se imitan y adaptan en el Sur. Si a ello se suma que Estados Unidos sigue siendo el laboratorio de las teorías normativas de Occidente, la lectura está más que justificada.

Pero, además, es indudable que hay fenómenos que no solo amenazan al liberalismo como marco normativo de las democracias modernas, sino la vida cotidiana de millones de personas que desde La Habana a Moscú y de Teherán a Beijing reclaman el derecho a llevar una vida libre de despotismos. Por eso, a las clásicas formas de autoritarismo político contra las que ha combatido el liberalismo desde el siglo XVII se añaden amenazas contemporáneas como la cultura de la cancelación, el capitalismo de la vigilancia, el abuso de las redes sociales, el capitalismo especulativo y los tribalismos de género, raza, etnia y nacionalidad.

Ciertamente, la idea de que el desencanto con el liberalismo proviene de haber llevado al extremo sus principios es tan intuitiva como poderosa. Denota, por demás, algo que sus críticos soslayan: que el ethos de las sociedades modernas es liberal, y por lo tanto, el ansia de libertades y derechos plantea una feroz resistencia a los estatismos y colectivismos. En este sentido, la explicación de la forma como la teoría crítica marxista se amalgamó con la posmodernidad (discurso poscolonial, anti-meritocracia, anti-intelectualismo, emotivismo y abuso de la categoría “estructural”) sitúa la discusión sobre las democracias liberales en el plano cultural y no sólo en el político y el económico.

Sin embargo, creo que allí reside solo una parte del diagnóstico, pues frecuentemente lo que está en juego hoy en día –lo habría notado el politólogo estadounidense si mirara más hacia acá– son las reglas del juego, no solo su aplicación. Los países del Sur global, lo ratificó la pandemia del COVID-19, están lidiando con problemas de orden público, violencia, cuestiones constitucionales esenciales y modelo económico, es decir, están en fase de definición del contrato social. Mientras tanto, y descontando por supuesto la amenaza existencial nuclear rusa, los países del Norte global están en fase de adaptación a la crisis de su contrato social. Una mirada diferenciada es oportuna y coherente con el principio liberal del pluralismo.

En países como los latinoamericanos el liberalismo no es un proyecto político triunfante que requiere ajustes, sino un proyecto inacabado que se estrella una y otra vez con un Estado a medio hacer, un capitalismo rentista y de amigos y una sociedad civil vulnerable.

Dicho de otro modo, la receta de moderar el liberalismo puede funcionar en países como Estados Unidos, Canadá, Francia o Inglaterra, donde aquel está sólidamente arraigado en la cultura política. Prueba de ello es que allí hay diferentes versiones del mismo –como el libertarianismo americano o la socialdemocracia europea–, partidos políticos que lo representan, y las instituciones han resistido a los embates de los últimos años. Pero en países como los latinoamericanos –y quizás suceda algo similar en algunos asiáticos y africanos–, el liberalismo no es un proyecto político triunfante que requiere ajustes, sino un proyecto inacabado que se estrella una y otra vez con un Estado a medio hacer, un capitalismo rentista y de amigos y una sociedad civil vulnerable.

Quizás entonces haya que leer el último libro de Fukuyama como una sutil retractación de su idea estelar de El fin de la Historia –de que tras el fin del comunismo la democracia liberal y el capitalismo se extenderían por el resto del mundo–, y asumir que el liberalismo contemporáneo ha devenido en una doctrina aplicable a las sociedades del Norte global. En cualquier caso, en los países del Sur no se trata tanto de persuadir a los “desencantados” como de encontrar el modo de “encantar” a quienes creen en proyectos políticos refundacionales que sacrifican derechos, libertades y prosperidad.

Querido lector: la experiencia de disfrutar de nuestros contenidos es gratuita, libre de publicidad y cookies. Apoya nuestro periodismo compartiendo nuestros artículos en redes sociales y ayúdanos a que Contexto llegue a más personas.

Iván Garzón Vallejo

Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su más reciente libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Crítica, 2022). @igarzonvallejo