Entre 1945 y 1980 “El Nacional” hizo parte de la cotidianidad informativa de los barranquilleros. El periódico, de expreso corte Liberal, registraba las noticias de sangre de la ciudad. Uno de sus redactores fue Gabriel Garcia Márquez. Foto: Fundación Gabo y Archivo Histórico del Atlántico.
Semblanza del principal vespertino que tuvo Barranquilla durante el siglo XX y que fue el gran precursor de los diarios de crónica roja de hoy día.
“¡El Nacional con la tragedia, El Nacional con la tragedia!”.
La frase, machacada una y otra vez, y proclamada a voz en cuello por las calles de la ciudad, la escuchaban los barranquilleros todos los días, aproximadamente una hora después de la siesta, y todos no sólo se la sabían de memoria, sino que entendían muy bien a qué se refería. Eso sucedió durante 35 años, entre abril de 1945 y octubre de 1980. Era la seña de identidad de la tarde.
La caprichosa imaginación no puede evitar fantasear que, si hubieran existido los diarios en la Grecia de Esquilo, Sófocles y Eurípides, ésa habría sido –mutatis mutandis– la misma frase que también se hubiera pregonado en el ágora y en las vías públicas de Atenas, anunciando la publicación de cada nueva obra de estos grandes maestros de las desgracias humanas.
Al fin y al cabo, y aunque resulte elemental señalarlo, las tragedias que registraba cada tarde El Nacional –generadas por la cotidiana realidad social de Barranquilla– tenían por lo menos algo en común con las que crearon los gloriosos dramaturgos griegos: la muerte violenta, fatal. Los muertos.
Además de sus incisivas críticas a la clase política local y de sus atrevidas posiciones ideológicas que sacaban de quicio al clero –lo que merecería tratarse en un artículo aparte–, El Nacional trajo muertos desde sus comienzos. Muertos que eran el resultado de accidentes de tránsito o de atroces y, en ocasiones también, misteriosos asesinatos.
Más que las dos primeras características, fue la tercera de ellas –la preeminencia de la crónica roja en sus páginas–, la que le granjeó desde sus primeros números una enorme audiencia. Este éxito inicial no fue flor de un día, sino que echó fuertes raíces y se sostuvo durante aproximadamente los siguientes quince años, es decir, hasta finales de los años cincuenta del siglo pasado. Por eso, tal período era considerado por Danilo Devis Pereira, hijo de Julián Devis Echandía, el fundador y director histórico de la recordada publicación, como “el de mayor auge de El Nacional”. El vespertino, en efecto, les competía con fuerza a los otros dos diarios que circulaban a la sazón en la ciudad, El Heraldo y La Prensa, que eran matutinos.
Los muertos cuya tragedia previa relataba con todo detalle El Nacional a sus lectores, guardaban una relación directamente proporcional con la demanda del diario. Las agencias distribuidoras llamaban cada día a la redacción para preguntar cuántos muertos traía la edición y, de acuerdo con su número, determinaban el volumen del pedido. Cuando contenía un solo muerto –lo que ocurría no pocas veces, pues entonces la ciudad era incluso famosa por ser pacífica–, las ventas indefectiblemente bajaban.
La crónica judicial tuvo un extenso despliegue en el vespertino barranquillero. El diario, fundado por Julián Devis Echandía, competía con “El Heraldo” y “La Prensa”. Foto: Zona Cero y Archivo Histórico del Atlántico.
Un muerto muy especial
Pero hubo una vez que un solo muerto le permitió a El Nacional dar una de las chivas más grandes y contundentes no sólo de su propia historia, sino de la historia periodística de Barranquilla. No fue uno de esos muertos anónimos que solían caer acuchillados en el barrio Chino después de una noche de farra en un burdel. No: fue un muerto de tamaño planetario.
Sucedió el viernes 22 de noviembre de 1963. Poco antes de la una de la tarde, llegaron a través del teletipo las primeras informaciones sobre el suceso a la sala de redacción del periódico –cuya sede se hallaba entonces en la avenida Líbano con la calle 43, en un edificio situado en diagonal respecto al Teatro Colón–, las cuales daban cuenta de que la famosa víctima había sido objeto de un atentado, pero sin agregar mayores detalles sobre su condición física. Los siguientes cables, que no pararían de repicar en toda la tarde, anunciaron que el personaje estaba herido; después que estaba recibiendo cuidados médicos intensivos. “A todas estas, según la evolución de las informaciones”, me contaba Devis Pereira algunos años antes de su fallecimiento en 2019, “se iba modificando la primera plana del periódico, con titulares diferentes, y con el consecuente retraso de su salida, que normalmente tenía lugar a las 2:00 p.m. Por fin, se recibió la noticia definitiva y El Nacional pudo cerrar su edición de aquel día. Así que, a las cuatro, ésta ya circulaba en las calles con el impactante titular: ‘¡Asesinado el presidente Kennedy!’. Por supuesto, todo el tiraje se agotó en pocas horas”.
Las agencias distribuidoras llamaban cada día a la redacción para preguntar cuántos muertos traía la edición y, de acuerdo con su número, determinaban el volumen del pedido.
Un hombre a carta cabal
Julián Devis Echandía, quien fundó y dirigió El Nacional hasta su fallecimiento en 1970, era un hombre excepcional. Bogotano de nacimiento, primo del expresidente Darío Echandía, liberal radical, poseía una entereza moral insobornable y un recio carácter. Una mañana de finales de los años treinta, cuando residía en Cartagena, le asestó una cachetada al mismísimo arzobispo de esa ciudad en respuesta a una ofensa verbal que éste le había hecho. En 1953, seducido por el populismo de Gustavo Rojas Pinilla, le brindó a su gobierno de facto un pleno respaldo desde las columnas editoriales de El Nacional, y pese a que tal posición le acarreó un severo perjuicio comercial, pues muchos anunciantes retiraron su publicidad del vespertino, Devis Echandía se mantuvo fiel a ella hasta la caída del general en 1957.
El Nacional y el grupo de Barranquilla
Sin duda, otro de los principales méritos históricos de El Nacional fue el de que muy temprano les abrió sus páginas a quienes serían pocos años más tarde consideradas las figuras cimeras del grupo de Barranquilla. En el vespertino, por ejemplo, hizo su debut como periodista Álvaro Cepeda Samudio, en 1947, cuando era apenas un estudiante de bachillerato. Allí trabajó casi por la misma época Germán Vargas Cantillo, quien conoció a Cepeda justamente en El Nacional, presentados el uno al otro por Devis Echandía. En sus páginas escribió Ramón Vinyes, el sabio catalán, quien hizo una columna al alimón con Vargas Cantillo llamada “Escrito con tiza” y firmada con el seudónimo de Farfa.
En la redacción de El Nacional –ubicada por esa otra época en otra dirección, en la esquina del Paseo Bolívar con la carrera 38, donde hoy día se halla una estación de combustible–, fue también donde se conocieron Vargas Cantillo y Gabriel García Márquez, el 16 de septiembre de 1948; después, en 1953, el futuro premio nobel, invitado por Cepeda Samudio a hacer parte de un ambicioso proyecto de innovación periodística, se vinculó igualmente al vespertino, donde, según testimoniaba Devis Pereira, cubrió la crónica roja, y en cuyas oficinas, según recuerda el propio novelista en sus memorias, escribió su magnífico cuento “Un día después del sábado”, con el cual ganaría su primer premio literario en 1954, y que es la primera pieza narrativa donde aparece Macondo.
El final
El Nacional logró sobrevivir diez años a la muerte de su fundador y director de toda la vida. Fue una proeza, pues era el ojo sabio y visionario de don Julián Devis Echandía el que tenía la virtud de engordar el caballo del vespertino. Su hijo Danilo Devis se ocupó de la dirección entre 1972 y 1974, pero, como él mismo admitía, él no era periodista, no obstante que los olores con que asociaba su infancia eran los del plomo fundido del linotipo y el del ácido del fotograbado. (Danilo era abogado, graduado en la Universidad Javeriana, y atendió su propio bufete en el norte de Barranquilla hasta su fallecimiento). Después lo sucedieron en el cargo sus hermanos Julián y Jaime, hasta que las máquinas de escribir de la redacción se silenciaron en forma definitiva en 1980, cuando ya ni siquiera los muertos nuestros de cada día, pese a que su número se había incrementado de modo notable, resultaron suficientes para darle una tarde más de vida al periódico.
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Joaquín Mattos Omar
Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).