ajonjoli-campesinos

Una educación sexual que tiene en cuenta la época y contexto actual es, para el profesor Luis Miguel Bermúdez, capaz de generar resultados positivos entre los jóvenes.

Luis Miguel Bermúdez, el galardonado “profe de la sexualidad”, en la entrevista de Contexto.

Los colegios cerrados durante la pandemia, la dificultad de acceso a información, y la limitación o suspensión de servicios e insumos de salud sexual y reproductiva han sido causas claras del aumento de embarazos adolescentes. Se suman a esto los casos de violencia sexual y de género por el confinamiento prolongado.

Según un estudio desarrollado en el 2020 por Profamilia, durante los confinamientos prolongados del año pasado en Colombia, estos servicios se descontinuaron, y las denuncias por distintas formas de violencia en los hogares durante los dos primeros meses de cuarentena aumentaron en un 163 % con relación a 2019. El confinamiento y el estrés debido a la reducción de ingresos generó un aumento de casos de violencia intrafamiliar: el 44 % de las mujeres cabeza de hogar experimentaron alguna forma de violencia en sus casas. De las personas que tuvieron una necesidad de apoyo en salud sexual y reproductiva, más del 53 % no pudieron asistir a consulta, consejería o adquirir métodos anticonceptivos.

La ONU afirma que de no hacerse en Latinoamérica adaptaciones rápidas y mantener la atención en los servicios de salud sexual y reproductiva durante la pandemia, más de 47 millones de mujeres y jóvenes no podrán acceder a métodos anticonceptivos, lo cual resultaría en aproximadamente 7 millones de embarazos no deseados y 31 millones de casos adicionales de violencia de género si las cuarentenas se extienden.

Contexto dialogó con Luis Miguel Bermúdez, conocido por los jóvenes como “el profe de sexualidad”, quien ha sido merecedor de varios reconocimientos como la nominación al Global Teacher Prize, reconocimiento auspiciado por Bill Gates, que lo destacó como uno de los diez profesores más importantes del mundo en 2017. Posteriormente, en 2018, estuvo de nuevo entre los finalistas del Global Teacher Prize y en 2020 fue ganador del Global Teacher Award.

Profesor e investigador, Bermúdez ha trabajado en el colegio Gerardo Paredes IED de Suba por espacio de una década. Allí empezó desde 2014 su proyecto de educación sexual denominado “Integración Curricular de la Ciudadanía Sexual y el Enfoque Diferencial y de Género”, con el que ha logrado importantes resultados al reducir en un 90 % las tasas de embarazo temprano, al igual que situaciones como el matoneo por razones de orientación sexual y la prevención del abuso sexual.

Beatriz Toro: ¿Qué relación puede haber entre los feminicidios en Colombia y el machismo?

Luis Miguel Bermúdez: Hay una relación directamente proporcional. Estamos inmersos en una cultura machista en la que muchos de los comportamientos que vemos los hemos aprendido de una forma imperceptible y están culturalmente aceptados por la mayoría. Esta cultura machista tiene comportamientos, ideas y creencias que refuerzan los estereotipos ideales de mujeres y hombres para mantener un dominio patriarcal.

En la investigación encontramos que los roles se interiorizan a través de las violencias de género y que la sociedad está programada para mantener el control social mediante la crítica. Por ejemplo, a un pelado le dicen “gay” por alguna situación en el colegio  y esto pone al hombre en la obligación de expresar al máximo su “machismo” para contrarrestar estas críticas. ¿Cómo quitarme la etiqueta de gay? Con violencia o con sexo: demostrando que soy macho, y  apenas deja a una niña en embarazo, ya el matoneo se acaba. Los hombres sufren por la homofobia mientras que las mujeres sufren por el sexismo.

Esta violencia de género va desde lo más sutil, como lo simbólico y psicológico, hasta lo más fuerte como la violencia física y el feminicidio. ¿Por qué algunas mujeres lo siguen aceptando? Porque se naturalizó.

B.T.: ¿Cómo se aprende el machismo?
L.M.B.: Es un proceso en el cual se reproducen los estereotipos a través de las pautas de crianza. Por ejemplo, en la crianza se refuerzan los roles de los hombres: ser el fuerte, el proveedor, el que no llora, son expresiones de masculinidad. De igual manera se sigue pensando que el instinto materno es algo “natural”.

¿Qué elementos tiene la cátedra tradicional de educación sexual que termina por fomentar el machismo en nuestra sociedad?
Los currículos tradicionales de educación sexual en Colombia han tenido un propósito concreto que es evitar embarazos adolescentes y también evitar contagios de enfermedades de transmisión sexual. Estas cátedras siempre han estado tocadas por un velo moralista, religioso y con enfoque abstencionista.

Se trata de una educación sexual cuyo peso recae más que todo en la mujer. La educación sexual con enfoque de género que proponemos nosotros ha sido duramente criticada y ha sido erróneamente señalada como una “ideología de género”. Nosotros hablamos del respeto a las diferentes opciones sexuales, pero las corrientes tradicionales se preocupan porque piensan que se está incentivando a que los hombres sean gays o bisexuales y que las mujeres se convertirán en promiscuas. Eso no es así.

La complejidad de este trabajo nuestro es que es necesario empezar por los maestros, quienes también han sido educados bajo este currículo muy conservador. Pero los tiempos han cambiado y debemos cambiar nosotros como educadores. Ya sabemos que el embarazo adolescente sólo conlleva a más pobreza. A medida que las jóvenes se empoderan y educan, reducen esta tendencia al embarazo no deseado.

Los currículos tradicionales de educación sexual en Colombia han tenido un propósito concreto que es evitar embarazos adolescentes y también evitar contagios de enfermedades de transmisión sexual. Estas cátedras siempre han estado tocadas por un velo moralista, religioso y con enfoque abstencionista.

¿Qué actividades realizaron con los jóvenes para desarrollar este proyecto de Ciudadanía Sexual?

Todo el trabajo investigativo del colegio se hizo en conjunto con los jóvenes. Se crearon actividades de la mano de pedagogos en las que se estimulaba que ellos mismos identificaran actitudes machistas, sexistas u homofóbicas entre sus pares, tanto en la escuela como en la familia. Queríamos ver qué conocen los estudiantes sobre este tema. Siempre encontramos que las mujeres no identificaban las conductas machistas. Ellas consideraban que el trato recibido era el “normal”. Estos comportamientos estaban muy naturalizados.

Todo eso suena muy bien pero ¿cómo lograr que los padres, cuya formación es tradicional, apoyen la aplicación de la cátedra en el colegio?

Los jóvenes identifican conductas y analizan qué consecuencias tienen en sus vidas: “Mi mamá me dijo que ya no iba a conseguir marido porque yo no quería atender a mi hermano”, por ejemplo . Y ellos mismos sugirieron la necesidad de “educar a sus padres” ya que el proceso generó resistencia y tuvimos reacciones violentas en sus hogares. La idea no era generar mayor vulnerabilidad para los jóvenes, entonces ampliamos el espectro para hacer un trabajo integral.

Creamos un currículo de educación sexual para padres que fue construido bajo la guía de los jóvenes, quienes señalaban qué temáticas era necesario tocar para lograr un cambio coherente en todos los ambientes donde se movían. Todo confluyó en la importancia de trabajar en las pautas de crianza y así se desarrolló una cátedra bajo la asesoría de pedagogos enfocada para padres de nuestro contexto y que por sugerencia de los jóvenes las llamamos “Escuelas de Familia”. Pudimos mostrarle a los padres exactamente qué era lo que se les estaba enseñando en clase y fue más fácil contar con su apoyo.

Paralelo a la cátedra tenemos el Proyecto de Planificación con el apoyo de las EPS, lo que garantiza acompañamiento a los jóvenes. Nuestra sorpresa fue ver que incluso los padres atendían a consultas. Esta articulación de los dos aspectos nos garantizó el éxito y el colegio se convirtió en el enlace de todas las instituciones. Pienso que lo más complejo ha sido tema del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Ese es el tabú más fuerte que perdura hoy y debe ser el punto de partida de todo el trabajo. Ahí es donde tuvimos más resistencia, pero su comprensión hace toda la diferencia.

¿Cómo lograr que los jóvenes expresen sus vivencias privadas?

Establecer la confianza era prioritario y generar un ambiente donde ellos no se sintieran juzgados y pudieran expresar sus inquietudes. Encontramos que la mejor manera para comprender sus situaciones íntimas era a través del anonimato de historias escritas. Con ellos trabajamos varias herramientas de investigación como la encuesta, la entrevista y la historia de vida. En este proceso encontramos el poder terapéutico de la escritura que se tornó más valioso, al hacer la conexión con las materias de artes y de filosofía. Unimos estas áreas porque lo visto en una clase influía en lo que los jóvenes expresaban en la otra. Escribir, pintar y cuestionar fue una manera de expresar estas vivencias juveniles.

¿Cuál ha sido la experiencia con la población del Caribe colombiano?

Hace un par de años al colegio llegó una oleada muy grande de jóvenes venezolanos y provenientes de la costa, a tal punto que al barrio lo empezaron a llamar “Cartagenita”. Hubo una especie de choque cultural entre nuestros jóvenes que ya venían con un proceso y los nuevos miembros de la comunidad. Las niñas se sentían irrespetadas por estos jóvenes que actuaban como los machos alfa.

En ese momento tuvimos que volver a trabajar temas ya vistos porque sus actitudes y creencias entraban en conflicto con lo que habíamos trabajado con nuestros alumnos. Por ejemplo, encontramos que entre los jóvenes “veneca” se convirtió en sinónimo de prostituta y las niñas sufrían una estigmatización muy fuerte.

Este trabajo con población costeña sumado a unas experiencias que tuve con un par de onegés en Barranquilla y Santa Marta, me permitieron ver que hay mucho por hacer al respecto en el Caribe colombiano y hoy es pertinente un trabajo amplio desde el sector público. Desde los colegios se pueden generar grandes cambios.

Beatriz Toro P.

Antropóloga de la Universidad de los Andes. Magíster en Desarrollo Social de la Universidad del Norte.