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Dentro del complejo cultural de la Aduana funcionan espacios como la Biblioteca Piloto del Caribe y el Archivo Histórico del Atlántico, los cuales prestan invaluables servicios a estudiantes, investigadores y público en general.

En Barranquilla pocas edificaciones públicas llegan a los 100 años prestando un servicio a la comunidad. Espacio histórico, artístico y cultural, en la vieja Aduana reposa buena parte de la memoria de los atlanticenses.

Porque lo nuestro es la indiferencia y la desmemoria, muy seguramente, aún hoy, muy pocos ciudadanos barranquilleros y colombianos saben que el terreno en el que está asentado el antiguo edificio de la Aduana, nuestra joya de arquitectura republicana que en este año cumple 100 de haber sido inaugurado, fue alguna vez, antes de la historia, un cementerio indígena.

Así es. Los investigadores del pasado más remoto de la ciudad consideran que los yacimientos óseos y vestigios de objetos hallados en la zona pertenecieron a una comunidad lingüística arawak que vivió en este territorio hacia el año 365 después de Cristo. Estos hallazgos fueron hechos en 1890 por el ingeniero barranquillero Antonio Luis Armenta, durante los trabajos de construcción de las líneas del Tranvía Municipal. Se trataba de un cementerio indígena localizado en una amplia zona del barrio Abajo, entre las carreras 45 a 53 y entre las calles 43 y 37, entorno en donde precisamente sería construido algunos años después el palacete que albergaría la Administración de la Aduana.

Tampoco se sabrá, o no se recuerda, que en 1916, una precaria edificación en la que funcionaba la aduana, luego de su traslado del Castillo de Salgar, en donde funcionaba, a Barranquilla, fue presa de un voraz incendio que la destruyó completamente, y que, sólo tres años después, luego de una pronta y diligente reacción del presidente Marco Fidel Suárez, empezó a construirse la emblemática nueva sede que sería inaugurada en 1921.

En un recorte de prensa del diario El Día del lunes 14 de agosto de ese mismo año de 1916 se dice que ya en ese momento el administrador de la aduana de entonces, el señor Diógenes Reyes, tenía sobre la mesa dos propuestas para una nueva sede, y el 31 de agosto el gobierno nacional expediría entonces la Ley 13 que ordenaba la construcción de un nuevo edificio para tal fin. Y es que la aportación económica que representaba el movimiento aduanero de Barranquilla para las arcas de la nación era tan importante que la intención era dotar cuanto antes a la ciudad de una nueva sede, para “satisfacer el anhelo general de que nuestra aduana tenga un aspecto más decente, de acuerdo con la categoría del puerto”, tal como decía el mencionado recorte de prensa.

De acuerdo con el arquitecto investigador colombiano Fernando Carrasco Zaldúa, biógrafo del ingeniero (no arquitecto) jamaiquino (no inglés) Leslie Arbouin, seis propuestas de construcción llegaron al Ministerio de Obras Públicas de entonces, entre ellas una de Arbouin. Tales propuestas fueron consultadas con la Sociedad Colombiana de Ingenieros que comisionó a los arquitectos Arturo Jaramillo Concha y Alberto Manrique Martín para la correspondiente selección, quienes al final se quedaron con las propuestas de la firma barranquillera De la Rosa y Co. y la de Leslie Arbouin, que estaba presupuestada en $108.841.oo. Ambas propuestas fueron consideradas parcialmente satisfactorias e invitaron a los dos proponentes a complementarlas y realizar conjuntamente unos nuevos planos del proyecto.

Arbouin, que residía entonces en Panamá, tuvo que viajar a establecerse en Barranquilla en 1917, acompañado de mujer y cinco hijos.

Pero es posible que también muy pocos barranquilleros sepan que fue un poeta y periodista soledeño, el señor Miguel Moreno Alba, quien por su estrecha amistad con el presidente de la república Marco Fidel Suárez, terminó siendo el encargado de llevar a cabo la construcción del edificio y de su puesta en funcionamiento como nueva sede de la aduana, en su calidad de nuevo administrador de esta entidad. Y fue también quien, al darse cuenta de que la construcción aprobada iba a ser insuficiente para la dinámica aduanera de la ciudad, autorizó costos fuera del presupuesto original para ampliar el edificio a las dimensiones que tiene en la actualidad, lo que le representó una investigación fiscal que lo obligó a asumir con su propio pecunio las obras no autorizadas, circunstancia que lo llevó a la ruina económica y moral, y posteriormente al suicidio.

En Barranquilla pocas edificaciones públicas llegan a los 100 años prestando un servicio a la comunidad. Espacio histórico, artístico y cultural, en la vieja Aduana reposa buena parte de la memoria de los atlanticenses.

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El edificio de la Aduana se puso en servicio en 1921. En la foto, imagen de la fachada de la edificación en los años 50.

Sin embargo, era lo que había que hacer. Antes del nuevo edificio la insuficiencia y la precariedad de la sede de la aduana hacían que el robo y el saqueo de mercancías en sus instalaciones fueran la nota discordante de la ciudad. El maestro Rodolfo Zambrano Moreno, nieto del poeta Moreno Alba, en una nota sobre el anecdotario de este edificio escribía al respecto: “El saqueo antes del aforo era notorio; “respetables” comerciantes compraban a descuento lo robado sin preguntar por el origen, haciendo pingues ganancias”.

El edificio se inauguró con gran pompa en 1921, con presidente de la república y gran comitiva a bordo, con mantelería y cubiertería comprada expresamente en Panamá y con un cocinero chino (el cheff Fu Ye Da) traído también desde el istmo para tales efectos.

Y así comenzó la historia de lo que aún hoy es el edificio más emblemático de la ciudad, dadas su importancia arquitectónica y su trascendencia histórica.

Sesenta años duró la experiencia del palacete republicano como sede de la aduana nacional, desde su primer esplendor a comienzos del siglo XX hasta su cierre por ruina física a inicios de la década del 80, cuando quedó flotando y pudriéndose durante diez años en una gran laguna de desidia y aguas negras, hasta que surgió la idea de recuperarlo y convertirlo en un proyecto cultural.

Gustavo Bell Lemus, Gobernador del Atlántico en 1992, gestor de la recuperación del edificio y quien ya tenía el sueño de una biblioteca y un archivo histórico para la ciudad, recuerda así el surgimiento de la idea: “… al final de una tarde cualquiera me hallaba en el despacho de la Gobernación del Atlántico divisando el paisaje de la ciudad, del río y de los caños por donde llegan pequeñas embarcaciones al viejo edificio de la Intendencia Fluvial. Me acompañaba en ese momento Enrique Berrío Mendoza, en aquel entonces Presidente Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Barranquilla, a quien le comenté el sueño de la gran biblioteca pública… y me dijo: ‘¿Y por qué no lo haces en el edificio de la Aduana?’ Y me dio detalles del convenio de comodato entre la Cámara de Comercio y el entonces Ministerio de Obras Públicas… Al día siguiente conformamos un comité… con el único y exclusivo fin de adelantar las gestiones que fueran necesarias para convertir el edificio de la aduana en la gran biblioteca pública que tenía en mente”.

Lo que sigue es la otra parte de la historia. Se emprendió el proceso de recuperación y restauración encabezado por la arquitecta Katya González Ripoll, trabajo que enseguida ganó el Premio Nacional de Arquitectura en la categoría de restauración; se creó la Biblioteca Piloto del Caribe a partir del acervo documental del Centro de Documentación de la Cámara de Comercio de Barranquilla y de un pequeño aporte bibliográfico de la Biblioteca Departamental y se trasladó a su nueva sede de la aduana el entonces naciente Archivo Histórico del Atlántico, que estaba también en la Biblioteca Departamental, para que ambos proyectos se constituyeran en los dos pilares que le dieran sentido cultural a otra institución que surgía con el propósito de preservar, mantener y promover el patrimonio histórico, arquitectónico y cultural del proyecto de la aduana: la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta.

En julio de 1994 fue reinaugurada la antigua Aduana y desde entonces, en estos 27 años, es un proyecto que no ha cesado de crecer y consolidarse siendo ya no sólo una biblioteca y un archivo sino un centro de investigación, arte y cultura con una de las ofertas culturales más importantes del Caribe colombiano, con exposiciones de arte, conferencias, talleres, conciertos, la publicación de una revista, la realización de un festival internacional de poesía, un programa regional de promoción de lectura a través de maletines viajeros, un programa de radio, una biblioteca infantil, un centro interactivo de memoria urbana; y agregando a su acervo histórico y patrimonial nuevas recuperaciones arquitectónicas y artísticas, como las estaciones Montoya y del Tranvía, las antiguas pesebreras de las mulas del tranvía; la antigua locomotora que simboliza el gran pasado portuario de la ciudad; el mural de Obregón en homenaje a Barranquilla; los mosaicos en laminilla de oro alegóricos a la historia de la ciudad…

Sin embargo, como lo nuestro es la indiferencia y la desmemoria, mucha gente en la ciudad no sabe todavía que en esa antigua aduana hay muchas formas de conocimiento y de cultura abiertas permanentemente para todos. Así es.

En estos oscuros tiempos de pandemia y de crisis de nuestras instituciones culturales, hay que decir que el proyecto de la aduana es de los pocos que sigue en pie. Sin titubear.

Miguel Iriarte

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico. Magister en Comunicación para el Cambio Social de la Universidad del Norte. Poeta, periodista cultural, ensayista, gestor e investigador cultural. Actualmente dirige la Biblioteca Piloto del Caribe.

 

 

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