Margarita Garcia

Aspecto de la fachada de la Escuela de Bellas Artes. Construida en 1940, en sus inicios congregó a 17 instituciones educativas para la enseñanza de diferentes expresiones artísticas. Foto: Junior Villarreal.

Una mesa de seguimiento sembró dudas sobre la entrega este 26 de noviembre de la histórica sede de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. ¿En qué estado se halla la recuperación de este edificio patrimonial? 

—La próxima semana vengo a ensayar con veinte pelaos. Y si no me abren, me vuelo.

Junior Villarreal, estudiante de Arte Dramático y representante estudiantil, lanza su última advertencia durante una mesa de seguimiento con maestros de obras, contratistas, docentes y estudiantes de Bellas Artes. Son las tres de la tarde, último viernes de octubre en un salón para estudiantes de Danza que parece listo para ocupar. Pero el calor sofoca: todavía no hay fluido eléctrico ni están instalados los aires acondicionados. 

—¿En qué momento se alcanzará un equilibrio entre lo programado y lo ejecutado? —pregunta Juan David González, decano de la Facultad. Y añade, enjugándose el sudor—: ¿En cinco años de decanatura no voy a poder dar clases aquí?

Es la preocupación de los cerca de 160 estudiantes de la escuela; aunque, en esta reunión de quince personas, no hay más de cinco o seis alumnos, que sudan. Los demás, docentes y alumnos de la Facultad de Bellas Artes, están en sus clases –repartidas, como exposiciones itinerantes, en distintos puntos de la ciudad: los de Artes Plásticas, en la sede de la 43 de la Universidad del Atlántico (UA); los de Música y Arte Dramático, en la Academia de Arte y Cultura, en la avenida Olaya Herrera; los de Danza, en el bloque del Coliseo, en la sede norte de la UA. 

Unos y otros fueron obligados a dejar la casa de sus estudios desde 2017, cuando se desplomaron los techos del primer bloque de Bellas Artes, en el Aula Magna. Antes, en 2010, colapsaron –por fortuna sin víctimas humanas–, las vigas y tejas de terracota del taller de grabado y de otro más, de música. Después de un traslado a la sede norte, reingresaron –parcialmente– en 2013, hasta aquella caída del 2017 y otros colapsos al año siguiente. Por entonces se reforzaron unos bloques, pero otros salones, deteriorados, caían o amenazaban con venirse abajo. En 2019, se inhabilitaron el resto de los espacios y el edificio se convirtió en una casa embrujada cuyo fantasma más aterrador han sido los aplazamientos de la restauración y las demoras de las ejecuciones.

Mientras se proyecta en el salón de Danza una presentación con detalles del proceso de restauración, se oye una pulidora de fondo. La ventana de madera –nueva– está abierta de par en par y deja entrar el rugido de los carros que suben por la 53. Una profesora pregunta si habrá luz en noviembre. Imposible asegurarlo: el cableado ya está y la instalación puede tardar tres o cuatro días, pero la intervención de la empresa electrificadora definirá el plazo. 

En la terraza del edificio patrimonial, una valla informativa mira desteñida, entre mangos frondosos y palmeras espigadas, a la calle 68. Allí, se dice que la intervención dura 14 meses, ya cumplidos en abril pasado; que el contratista es la Unión Temporal Bellas Artes 2021 y que el valor presupuestado es de 29 mil millones, suma que ascendió a los 47 mil millones. “¿Cómo justifican ese aumento tan drástico? Con cantidades mayores y con imprevistos con los que nosotros, obviamente, estamos en desacuerdo, por eso hemos hecho las respectivas denuncias”, dice Villareal. Procuraduría, Contraloría, Fiscalía, Inspección y Vigilancia del Ministerio de Educación y Ministerio de Cultura son las entidades a las que ha acudido la comunidad estudiantil, según el estudiante de Arte Dramático. Ahora, si sigue dándose el incumplimiento, irán a pleito jurídico.

“Hemos hecho mesas, asambleas y mesas técnicas en las que proponemos y solicitamos a la rectoría y a la administración de la universidad que nos mejoren los espacios”, dice Angie Palencia, estudiante de segundo semestre del programa de Danza. Habla desde el Bloque del Coliseo, cuando falta una semana para la entrega postergada del 27 septiembre. Palencia acaba de enterarse del nuevo aplazamiento. “Siempre se habla del tema… siempre se va a hacer, y nunca se hace”.

El teatro de la Escuela, en una fotografía tomada a finales de octubre. El 26 de noviembre de 2024 era la fecha anunciada para la entrega de las obras con un 96 % de avance. A la fecha, las obras presentan un avance de 82.5 %. A priori, la conclusión es que Bellas Artes no será entregada en lo que queda de 2024. Fotos: Kirvin Larios.

Este 26 de noviembre es el (nuevo) plazo final, pero nadie asegura que consiga entregarse ni siquiera a finales de año. “Hoy, más cerca que antes de cumplir este sueño, insistimos en la suma de capacidades de la comunidad universitaria para lograrlo; y seguimos vigilantes del contratista para, muy pronto, poner esta sede al servicio del arte y la cultura de nuestra región caribe”, dijo el rector de la universidad, Danilo Hernández Ortega, en un comunicado oficial del pasado abril que anunciaba un avance del 75 %: el mismo en que se encontraba al finalizar septiembre. 

“Hemos tenido algunos atrasos y algunas dificultades, ya se ha pospuesto dos veces el inicio de clases, pero yo creo que esta fecha que tenemos del 26 de noviembre si es definitiva y que podremos empezar en enero dando clases en Bellas Artes. Va a ser espectacular”, afirmó a mitad de octubre el gobernador Eduardo Verano en El Heraldo. A propósito, consultamos a la Gobernación del Atlántico para ampliar su postura sobre este asunto, pero no hubo respuesta.

El reporte de aquella mesa de seguimiento arrojó un exiguo salto porcentual –76.7 % de las ejecuciones–, e indicaba que debía entregarse este 26 de noviembre en un 96 %. Con el decano, Juan David González, se acordaron reuniones de veeduría cada martes hasta la fecha programada, para inspeccionar avances o retrasos. “Si continúan como están, no entregan”, dice González. A un día de la fecha, el avance es de 82.54 %, según actualización de Villarreal.

Recorrido por Bellas Artes

La escuela de Bellas Artes comenzó a funcionar en 1940 en el edificio actual de la calle 68 –entre carreras 53 y 54–, que había servido como pabellón en una feria de productos nacionales. Seis años después, se incorporó a la Universidad del Atlántico. En 1979, fue elevada a categoría de Facultad de Bellas Artes por el Consejo Superior de dicha institución. El pintor y maestro Ángel Loochkartt, primer egresado junto con la pintora Neva Lallemand, fundó en 1965 la galería La Escuela (que migró a la sede de la 43). El artista Alejandro Obregón, cuyo busto reposa en el ala izquierda de la terraza, fue uno de sus profesores y directores en 1962 y 1963. 

Cuesta vincular ese pasado conspicuo con los vientos de la desgracia que ahora quieren tumbarla.

Adentro del edificio, hay que buscar el movimiento de las construcciones, que parecen afectadas por el sopor de una larga siesta. Los obreros están desperdigados. Unos pintan en la cima de un andamio los calados del patio principal, donde se restauró la fuente de mosaicos que destacó en las imágenes con las que algunos medios se anticiparon a anunciar la entrega del 27 de septiembre. Otros trabajan en el patio trasero, donde se concentra lo mayor actividad y la mayor incompletud: estruendo de palas y cemento, un boquete en el suelo de un corredor al aire libre, la obra gris de los bastidores del teatro, cubículos empezados, amén de la clausura total del bloque donde quedan la cafetería, los baños, una rotonda, el taller de primer semestre, un aula teórica y el taller de fotografía. Se ven albañiles descansando o a punto de irse, una ingeniera deambula con casco y botas. En total, deberían contarse al menos cincuenta personas trabajando, pero treinta y siete es lo máximo que han calculado los veedores estudiantiles, y ese viernes, al final de la tarde, había alrededor de veinte.

Este 26 de noviembre es el (nuevo) plazo final, pero nadie asegura que consiga entregarse ni siquiera a finales de año.

Al lado del portón que mira a la 54, frente a los salones del sector no patrimonial del edificio, se acumula un lodazal de cascajo con aspecto de basurero. Desde esa zona soleada, como un guiño al abandono, se aprecia el armazón clausurado y descascarado del antiguo Hotel Royal. 

En el bloque principal, cruzando la fachada, las anchas escaleras que conducen al Museo de Antropología están forradas con bolsas negras pisadas por peñones en los extremos; a un costado del pasillo, reposa el esqueleto de lo que será un ascensor. En los senderos a cielo abierto se dispuso el adoquín de cemento mustio de las aceras de Barranquilla, con relieves para personas con discapacidad visual. En los espacios cubiertos y los pasillos que conducen a los salones, el suelo es de baldosa hidráulica, las tradicionales de las casonas de El Prado. Las superficies combinan el crema o beige (en las paredes) y el ocre (en columnas, relieves, dinteles y capiteles). Las vigas son de madera maciza con refuerzos en metal. Las tejas, de terracota. Las esculturas y algunos frescos se mantienen tan intactos como han querido los años; los árboles y arbustos del jardín sombrean y embellecen los caminos. En lo que parece que serán unas oficinas, hay aires acondicionados para nadie, no solo por la falta de electricidad, sino de una tercera y cuarta pared: se asoman a la terraza.

Pasada la fuente, el vitral colorido a la entrada del teatro es lo más llamativo, pero, adentro, el recinto carece de acabado, de butacas, de tramoyas, de entablado, de sistema electroacústico y aire. Verlo así, con un andamio casi enraizado, cilindros gigantes en la platea y muros sin revocar, impide avizorar una entrega completa. A estudiantes como Villareal eso no les importa: quieren venir a dar clases y hacer ensayos pronto, al menos antes de graduarse, y no almorzar más en la calle, como le toca por el hacinamiento en la Academia de Arte y Cultura. 

—Todas estas obras incompletas tienen ya un diseño. Es cuestión de ejecución— dice.

—¿Cuál es el estado de ánimo de los estudiantes? —le pregunto, un rato después, a Palencia.

—De indignación, más que todo, por no poder estar juntos y no tener un espacio en el que todos hagamos arte. Porque las artes, todas, se necesitan. Se necesitan juntas para poder subsistir, para poder existir.

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Kirvin Larios

Estudió Artes Plásticas en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (Destiempo, 2018). Textos suyos han sido publicados en la antología de poesía Nuevo sentimentario (Luna Libros, 2019), en el Diario de la pandemia (Revista Unam, 2020) y en la antología de cuento Puñalada trapera II (Rey Naranjo, 2022). Trabajó como reportero en las redacciones de El Heraldo, Infobae y El Colombiano. En 2023 ganó el Tercer Concurso de Crítica Literaria de la revista mexicana Letras Libres. Obtuvo el Premio Nacional Xilopalo 2024 en la categoría entrevista. Actualmente es coordinador editorial en la Fundación Gabo.

 

 

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