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Una vista de Cartagena con la flota inglesa dispuesta por el almirante Edward Vernon. Foto: Wikimedia Commons / Biblioteca Nacional de Colombia.

Hacía una historiografía no regionalista de la Costa Caribe.

La región debe estudiarse en una triple perspectiva. La primera enfocada al interior para analizar los diferentes aspectos económicos, sociales, políticos y culturales que intervienen en el proceso de configuración regional. La segunda obliga a prestar atención a como las elites urbanas superaron el fraccionamiento y reivindicaron una identidad colectiva que se impuso y subordinó a espacios y comunidades que aún se reclaman distintas a la identidad que se convirtió en hegemónica. Y la tercera es que su definición no puede ser producto de la auto-contemplación pues demanda ser estudiada en términos relacionales con otros espacios geográficos y socio-culturales, como también con una entidad político-administrativa mayor, el Estado nación en la que está inserta. 

Los estudios fundacionales

Los estudios contemporáneos sobre la región y el regionalismo de la Costa Caribe se introdujeron con fuerza gracias a la obra Historia doble de la Costa de Orlando Fals Borda. Su propuesta, que integraba elementos provenientes de los estudios geográficos, antropológicos e históricos, concebía a la región como un espacio habitado y condicionado por aspectos compartidos: la relación hombre-espacio-tiempo, procesos productivos, mestizaje triétnico, manifestaciones culturales heredadas y recreadas, instituciones y ejercicio de la política. El centro de gravedad de todas estas reflexiones fue el “ethos costeño” al que contrapuso al “ethos andino”.  

Respondiendo a la pregunta sobre las causas de la crisis de la región Caribe en los años 80 y comienzos de la siguiente década, las primeras investigaciones históricas se concentraron en algunos aspectos de la economía, la identidad cultural y la política regional, así como en las relaciones con el Estado central; empresariado, el comercio, las industrias y los transportes modernos; la función de la hacienda ganadera en la configuración de la economía rural costeña. Los aspectos sociales y culturales (música, literatura y la llamada “forma de ser costeña”) que intervenían en los juegos de imágenes sobre la identidad. Y la participación de la región en los presupuestos y en los altos cargos del poder ejecutivo nacional; aplicación de cargas impositivas gravosas para la producción regional y políticas aduaneras y sus efectos sobre los mercados de materias primas. 

En el marco de esas investigaciones Eduardo Posada y Gustavo Bell diferenciaron los procesos históricos que dan origen a la región y al regionalismo, entendido este como la consciencia e identidad que tenían sectores de la dirigencia política de la Costa Caribe en torno a las diferencias geográficas y socio-culturales con relación a otras áreas del país y al tratamiento recibido por parte del gobierno central. Ambos autores argumentaron que la formación de la región y del regionalismo requieren que las elites superen el localismo y se identifiquen en torno a intereses de índole regional en sus diálogos y conflictos con el Estado central. Al estudiar los primeros decenios de vida republicana Bell señalaba la inexistencia de una clase con vocación de dominio nacional debido al fraccionamiento provincial resultado de distintas formas de vidas que cristalizaron en los diferentes espacios coloniales. Veía en ese fraccionamiento la causa de la derrota de los proyectos autonomistas de Cartagena, lo que a su vez facilitó la hegemonía del centro político-administrativo del país sobre la región costeña.

Entre 1982 y 1988 y como resultado de la extensa investigación que adelantaba sobre el Caribe colombiano durante el periodo comprendido entre 1870 y 1950, Eduardo Posada propuso evitar el grave riesgo de que la historia regional se convirtiera en una “[…] obsesión regionalista, con todas las connotaciones peyorativas que ella representa”. Para ello demandó ligar el análisis de la historia regional al estudio de su expresión política, el regionalismo, y sobre este tener en cuenta su carácter circunstancial y cambiante e integrador de múltiples aspectos de la vida colectiva, los que se jerarquizan acorde con las circunstancias. También demandó estudiar ambos aspectos enlazados con la formación del Estado nacional. Años después volvió sobre el tema, pero resaltando dos aristas: el proceso de autoconstrucción de la región y del regionalismo por los habitantes del Caribe y los conflictos entre los imaginarios que se aplican la región y el resto del país, disputas que se han llevado a cabo sin que la Costa nunca se haya planteado un objetivo separatista como propósito central de sus descontentos por las políticas del gobierno central.

 

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El centro histórico de Santa Marta a vuelo de pájaro, en una foto del siglo pasado.

¿Es tan vieja la región?

Durante los años 90 Alfonso Múnera expuso su interpretación sobre los orígenes y la naturaleza del regionalismo de la Costa Caribe. Analizó los conflictos entre los comerciantes importadores de Cartagena y las políticas de restricciones al comercio de las autoridades de Santa Fe de Bogotá durante el tránsito entre los siglos XVIII y XIX, como expresión de una tradición autonómica de la plaza fuerte por encima de las políticas de una autoridad virreinal. Concluyó que lo que había detrás de esos enfrentamientos eran dos proyectos políticos y económicos regionales: la Costa Caribe bajo la hegemonía de Cartagena pensando en un proyecto de nación volcada hacia el exterior y el mundo andino que tenía al frente a la capital virreinal. 

El problema que afrontó esta interpretación es que las evidencias históricas indican todo lo contrario: los notables de las principales ciudades y villas tomaron decisiones políticas dispares: Santa Marta, Panamá y Riohacha eran realistas; Mompox se declaró independiente de Cartagena; entre 1811 y 1815 las poblaciones de las sabanas centrales de la provincia de Cartagena y el bajo curso del río Sinú se declararon realistas y en 1812 promovieron un levantamiento armado para deponer a las autoridades republicanas. Esa imposibilidad y la consiguiente derrota del Estado de Cartagena de Indias en 1815, creó las condiciones para que Santa fe de Bogotá liderara el proceso inicial de construcción de la nación. Además, los conflictos suscitados entre ciudades y el surgimiento de juntas de gobierno en los principales centros urbanos eran expresión de la naturaleza pactista y profundamente localista de la cultura política hispanoamericana.

El énfasis racial

Luego el tema de la región entroncó con el tema racial y con el arrastre que este hacía de los estudios sobre la formación de la nación. Varias circunstancias explican la deriva hacia esta  nueva  perspectiva: 1) entrada en vigencia de la constitución de 1991 en un contexto internacional de multiculturalismo y de emergencia de la acción política de nuevos actores sociales (étnicos y género); 2) el desarrollo de los estudios antropológicos sobre las comunidades negras; 3) la formación de historiadores de la región en el mundo universitario estadounidense y en las distintas vertientes de los estudios de la subalternidad y 4) la conmemoración del Bicentenario de la Independencia que colocó a la nación en el centro de los debates  historiográficos. 

El eje de gravedad de esta mirada es el de los imaginarios construidos sobre las geografías regionales, las condiciones socio-raciales de sus ocupantes y las posibilidades y dificultades que presentan para “aclimatar la civilización”. Por esta vía el tema de la raza ha integrado a los estudios sobre la esclavitud y el cimarronaje, mestizajes, los libres de color y los márgenes de la movilidad social, la ciudadanía y la vida política, los grupos raciales y la formación de la nación, las diferentes expresiones culturales de los grupos socio-raciales y las identidades regionales y nacionales. 

Si en los años de 1980 se consideraba que era consecuencia de procesos económicos, institucionales y sociales conflictivos a lo largo del primer siglo de la república, desde finales de la década de 1990 el acento en lo racial ha reforzado la idea de remontar su existencia a los últimos decenios del siglo XVIII estableciendo como base los imaginarios que racializaron los distintos espacios de la geografía. 

Estudios en perspectivas comparadas entre los procesos formativos de las distintas regiones del país y sus relaciones con el gobierno central muestran que, aunque la racialización de la geografía es un elemento que interviene en esas construcciones y en los modos como se desarrollan los conflictivos juegos de identidades y contra identidades, por si sola de ningún modo agota la compleja historia de sus formaciones. Se olvida que el orden social tiene múltiples determinaciones relacionales, y que, aunque los historiadores privilegiamos algunas en función de los propósitos de nuestras indagaciones, cuando las erigimos a la condición de explicación absoluta y dejamos de lado los demás factores que intervienen en la configuración del orden social.

En los últimos años una nueva perspectiva se ha abierto con los estudios encaminados a establecer los vínculos del Caribe colombiano con el gran Caribe insular y continental, lo que ha obligado a que por gran Caribe debe entenderse tanto al arco de islas mayores y menores como a la parte continental que delimita a este mar interior.

Pasos en firme en la búsqueda de las relaciones de la región con el Gran Caribe  

En los últimos años una nueva perspectiva se ha abierto con los estudios encaminados a establecer los vínculos del Caribe colombiano con el gran Caribe insular y continental, lo que ha obligado a que por gran Caribe debe entenderse tanto al arco de islas mayores y menores como a la parte continental que delimita a este mar interior. Y, también ha conllevado a sustraerlo de una definición geoeconómica y social que lo reducía a la economía de la gran plantación azucarera basada en la esclavitud. Las investigaciones de Ernesto Bassi son pioneras en reconocer la existencia de un Caribe transimperial gracias al tráfico en este mar interior de gentes y barcos de múltiples procedencias, de sus trashumancias por los puertos mayores y menores, y con ello, los desplazamientos e hibridaciones culturales, raciales y políticas. Su ejercicio constituye la búsqueda de las raíces de un sentido de pertenencia que hasta el momento solo se ha expresado desde lo artístico y lo emocional. Pero lo más importante: propone la existencia de un Caribe transnacional cuya historia ha sido obliterada por los conflictos interimperiales, por las historias nacionales del siglo XIX en adelante que proyectaron imaginarios historiográficos anacrónicos hacia los siglos de dominación europea.

Lo que debe seguir…

Es necesario evitar que la historia sobre la región se convierta en una historia regionalista de exaltación de un supuesto “ethos” cono una esencia y una naturaleza inmodificable a lo largo de tiempo, Una persistente búsqueda de las diferencias con relación a otros espacios regionales y a la formación de la nación colombiana nos está llevando a una especie de regionalismo parroquial que tiende a exaltar muchos aspectos socio-culturales como singularidades exclusivas del Caribe, lo que se debe a la ausencia de perspectivas comparativas con otras latitudes. Así como en la historia se encuentran expresiones de rechazo a políticas e imaginarios aplicados por el gobierno central que lesionaban los intereses y la identidad regional, también existen muchos otros ejemplos que muestran a la dirigencia política, empresarial e intelectual actuando mancomunadamente con el resto de las elites del país y defendiendo proyectos políticos de índole nacional. 

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Sergio Paolo Solano 

Historiador. Profesor del Programa de Historia de la Universidad de Cartagena. Doctor en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.