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Humanismo más allá de nuestras fronteras o indelicadeza presidencial, los trinos sobre los últimos sucesos de Medio Oriente no han pasado inadvertidos. Foto: Red + Noticias.

Fidel Castro, Chávez, Petro, la causa palestina y las relaciones diplomáticas con Israel, una historia más allá de los ‘trinos’.

Los revolucionarios latinoamericanos están huérfanos de aliados en el Medio Oriente. Desde los orígenes de la Revolución Cubana el acontecer político y social en dicha región despertó el interés de los revolucionarios latinoamericanos pues veían un claro paralelo entre sus luchas y las que daban algunos de los gobiernos y movimientos de liberación nacional del Medio Oriente en contra de los vestigios del colonialismo europeo, el imperialismo americano y la corrupción de las elites locales, y a favor de la construcción de sociedades modernas, equitativas e incluyentes. Además, tenían razones estratégicas para establecer estos paralelos. Estaban convencidos de que de sus luchas surgiría un nuevo Sur Global, un mundo afro-asiático-latinoamericano, progresista e independiente de la contienda entre las super potencias de la Guerra Fría. 

A raíz de este nuevo capítulo en la confrontación entre Israel y Palestina, el presidente Gustavo Petro se ha insertado como antiguo conocedor del tema y ha ratificado, correctamente, en su cuenta de X –antes Twitter– que es con los revolucionarios árabes donde han estado las lealtades de la izquierda latinoaméricana. Sin embargo, el arabismo revolucionario que profesa Petro desconoce que estos regímenes han mutado desde hace décadas en regímenes autocráticos de diferentes formas a las antípodas del ideario político que alguna vez tuvieron. Es más, las banderas de la lucha en pro de Palestina, aglutinadora de la mayor solidaridad a ambos lados del océano, tiene ahora un nuevo y violento  protagonista, Hamás, una milicia islamista con un proyecto de sociedad ultraconservador y excluyente, afiliada y coordinada con los intereses geoestratégicos de una potencia regional, Irán. 

Desde los años cincuenta, el epicentro de ese movimiento revolucionario en el Medio Oriente estuvo en Egipto. Su líder, Jamal Abdel Nasser, se había convertido en un modelo de asertividad internacional, promotor de la unidad árabe, abanderado del cambio social, y enemigo acérrimo del poder colonial europeo. Así que fue allí donde se encaminaron los primeros esfuerzos diplomáticos de los jóvenes revolucionarios cubanos. Buscar el apoyo y reconocimiento de Nasser era una prioridad para los revolucionarios del 59. De hecho, en una primera visita a Egipto meses después del triunfo de la Revolución, Raúl Castro, el jefe de las Fuerzas Armadas Cubanas, llamó en Alejandría al pueblo egipcio a formar un frente unido para luchar en contra del imperialismo en Asia, África, y América. Cuba, afirmaba Raúl, “estaba lista para unir sus fuerzas junto con nuestros hermanos árabes”.

Años más tarde, La Habana estalló en agradecimiento por la visita de Ahman Ben Bella a la isla días antes de la crisis de los misiles en 1962. La visita selló en Fidel Castro la convicción de que ambas eran ‘revoluciones hermanas’. El Frente Nacional había derrotado a Francia, y Cuba, lo entendía Fidel, estaba moralmente obligada a demostrar todo su apoyo. Es así como se volcaron en su primera campaña internacionalista enviando médicos, enfermeros y soldados a Argelia, y participando en la primera campaña militar en África en la guerra fronteriza contra Marruecos en 1963. La Argelia de Ben Bella catapultó a Cuba al liderazgo revolucionario reflejado en la conferencia Tricontinental de 1966 en la que La Habana llamó a la lucha antiimperialista en los tres continentes en contravía incluso del interés soviético de alcanzar un modus vivendi con los Estados Unidos en medio de la Guerra Fría. 

Es cierto, como ha afirmado en uno de sus trinos recientes el presidente Petro, que la izquierda revolucionaria no apoyaba el movimiento islamista. No podía ser de otra manera. Era imposible: Hezbollah y Hamas no existían ni en los tiempos de Nasser o Ben Bella, y no existieron por gran parte de muchos de los años de la larga lucha palestina. Tampoco son una creación de la inteligencia israelita, el Mossad, como afirma el Presidente. El movimiento islamista del que nacen estas organizaciones ya existía, pero fue política y militarmente irrelevante, excepto en Egipto, hasta la mitad de los años ochenta. Hezbollah fue fundada en 1982 como respuesta a la invasión de Israel al Líbano, y Hamas en 1987 para entonces la situación en el Oriente Medio había cambiado radicalmente y estos grupos comenzaban a recibir apoyo financiero y militar de otros revolucionarios: los de la república islámica de Irán. 

Lo que no parece apreciar el presidente Petro es la orfandad que ha heredado de sus predecesores revolucionarios. Las banderas de la causa palestina, referente por excelencia de los movimientos de liberación nacional, han caído en manos del islamismo político, en las antípodas de las sociedades progresistas, incluyentes y democráticas por las que ellos alguna vez lucharon. Al Fatah, y los demás movimientos seculares y revolucionarios palestinos, colgaron las armas, archivaron la lucha ideológica, y se dedicaron a administrar la Cisjordania desde los acuerdos de Oslo en el 93. Lejos están los días en los que Managua dio un multitudinario recibimiento a Yasser Arafat, y en que Barricada, el periódico oficial del Sandinismo, tras la invasión israelita al Líbano en 1982, describía todo aquello como parte de una lucha global en la que los palestinos “estaban en Beirut en el frente de guerra, nosotros en la retaguardia estratégica”.

El presidente Petro olvida la orfandad que ha heredado de sus predecesores revolucionarios. Las banderas de la causa palestina, referente por excelencia de los movimientos de liberación nacional, han caído en manos del islamismo político, en las antípodas de las sociedades progresistas, incluyentes y democráticas por las que ellos alguna vez lucharon.

El estruendoso fracaso militar de Nasser en la guerra del 67 fue el comienzo del final de su proyecto revolucionario. El mensaje progresista se agotó y a lo largo de gran parte de la región una población desencantada optó por la desidia y el desinterés ante gobiernos que ya no inspiraban, o por la causa islamista. El partido Baath, de corte nacionalista y progresista, parió a Saddam Hussein en Iraq, y su contraparte en Siria a la familia Al Assad que ha gobernado desde los años setenta a sangre y fuego. Nada de esto cuadraba dentro del marco ideológico de los arabistas revolucionarios latinoamericanos. Era mejor negarlo que aceptar el gran fracaso. Asediado por los primeros levantamientos en su contra al finalizar la primera década de este siglo, el presidente Hugo Chávez defendió al presidente Bashar Al Assad de Siria a capa y espada. Las revueltas eran todo un montaje para acabar con Siria, dirigida por quien Chávez llamó, un ‘humanista’. Así mismo, cuando las protestas estallaron en Libia contra Muammad Qaddafi, Chávez no se preguntó jamás si había algo de validez en querer acabar con una dictadura de cuarenta años, de nuevo, según él, todo era parte de un gran complot del terrorismo internacional. A la distancia, Chávez le saludaba con un mensaje: “Qaddafi, compañero, salam aleykum, vive, vive, viviremos, un día nos encontraremos de nuevo y nos daremos un abrazo más grande que África y Suramérica”.

En sus últimos trinos el presidente Petro afirma que la Autoridad Palestina cuenta con el apoyo electoral del pueblo palestino y representa sus intereses en Colombia. Sin embargo, olvida que no hay elecciones en Palestina desde el 2007, desde la última gran victoria electoral de Hamas. Las banderas de la causa palestina están ahora en manos de un grupo islamista, porque sus ‘hermanos’ árabes perdieron la batalla de las ideas. Esta es la orfandad de los arabistas revolucionarios latinoamericanos. Chávez tampoco pudo entender el cambio de los tiempos en su momento. Su apoyo por la causa palestina en 2006, daba réditos políticos a Hamas y a la milicia islamista de Hezbolla en el Líbano, como hoy el silencio de Petro a condenar el terrorismo de Hamas termina justificando su actuar. Las profundas diferencias ideológicas con estos grupos se hacen a un lado para que no opaquen la continuidad revolucionaria. Chávez mismo enfatizó ante la televisión siria en el 2009: “soy un soldado de Nasser, un soldado de Bolívar, un soldado de Fidel Castro. Soy de ese linaje de revolucionarios…”

Es posible que el gobierno colombiano termine rompiendo relaciones diplomáticas con Israel, en apoyo a la causa palestina. El discurso parece calcado del venezolano. En el Medio Oriente, aseguraba Chávez, el brazo del imperialismo era Israel, en América era el gobierno colombiano de Álvaro Uribe, convirtiendo a este último en el ‘Israel de Suramérica’. La suerte del mundo árabe y la de los revolucionarios latinoamericanos, en su imaginario y discurso, era la misma: “…estamos confrontando los mismos enemigos: el imperialismo y sus lacayos aquí en el Medio Oriente y allá en América Latina. Por esta razón nos tenemos que unir”. Por lo tanto, era inútil entonces, y ahora, cuestionar el proyecto de sociedad que tenían los nuevos socios con los que se reconstruiría el mundo una vez destruido el imperio y sus lacayos.

Los revolucionarios latinoamericanos están huérfanos, sus hermanos revolucionarios árabes han desaparecido, o mutado en regímenes autocráticos de todos los colores y formas, y al negarse a rechazar el terror de Hamas su arabismo ha terminado ahora bendiciendo las banderas islamistas y desacreditando la causa palestina.

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Federico Vélez

Profesor de Relaciones Internacionales e Historia. Universidad Americana de Kuwait.