Foto: Psicopedia.org
La compasión es vital para la supervivencia de la especie humana y la humanización de la sociedad. Funda un común sentir y obrar en pro de la defensa de la vida.
Es una tragedia ver cómo el matoneo, las agresiones, la violencia y los asesinatos permean todos los ámbitos de la sociedad, arropados por una sociedad apática, que se muestra insensible ante las penas y el sufrimiento ajeno. Da la impresión de que la crueldad le ganó la partida a la sensibilidad humana.
Lo que en realidad se necesita es cultivar la compasión hacia el sufrimiento de los demás para que se pueda repudiar a una sola voz la crueldad, prevenir la violencia y favorecer la sana convivencia entre los seres humanos, porque la compasión es el agente activador de la moral del cuidado.
Idea a la que ha dado voz Schopenhauer, al declarar que la compasión es el fundamento de la moral, y la chispa de la acción moral. Ya que cuando nos compadecemos del otro, cuando nos identificamos con él, no le hacemos daño y actuamos para ayudarlo a que pueda aliviar sus sufrimientos.
De ahí que la compasión puede dar pie a la justicia, al rechazo de todas aquellas acciones que puede afectar la realización, los derechos y la dignidad del otro. O bien, puede dar lugar a la solidaridad, a ese lazo afectivo que nos une a otras personas para compartir sus intereses, afugias y necesidades.
Estos dos poderosos derivados de la compasión repercuten en la vida pública de los ciudadanos y son fuente de unidad, concordia y paz. Lo que quiere decir, por un lado, que la compasión garantiza que los ciudadanos se preocupen por la dignidad y el bienestar de otros, sin esperar nada a cambio.
La verdadera compasión funda un común sentir y obrar en pro de la defensa de la vida.
Y, por otro lado, que es una fuerza de cohesión social que favorece la armonía y el trabajo conjunto de las partes para alcanzar un propósito común. La compasión nos une, la compasión nos responsabiliza del otro, la compasión nos redime, la compasión nos aleja de los conflictos y violencias.
Con razón algunos connotados filósofos contemporáneos creen que la compasión es vital para la supervivencia de la especie humana y la humanización de la sociedad. De lo que se trata, entonces, es comprender que la verdadera compasión funda un común sentir y obrar en pro de la defensa de la vida.
Por eso, la compasión debe ser parte de nuestra cultura. Lo que exige una educación para la vida compasiva, que impulse, ejercite y acreciente esta importante potencialidad del ser humano, hasta el punto de convertirla en virtud y principio regulador del obrar de las generaciones que está por venir.
Solo así puede crecer la conciencia de una común vulnerabilidad, la preocupación e interés por el otro, y el compromiso de ofrecer ayuda adecuada y de la manera correcta a ese otro que clama por ella. De tal manera podremos tener una sociedad más sensible, que sienta compasión y actúe con compasión.
Definitivamente, Dostoyevsky da en el blanco cuando advierte que, “La compasión es la ley principal de la existencia humana”.
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Julio Antonio Martín Gallego
Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.