¿Puede ser la escuela una cuna para democracias más fuertes?

A medida que avanza la pandemia aparece con mayor frecuencia en los medios de comunicación el tema de la cultura ciudadana, porque los estudios médicos que se publican muestran que los comportamientos de los ciudadanos tienen una gran importancia en la dinámica de transmisión de la COVID- 19.

Pero la cultura ciudadana no solo contribuye con el mejoramiento de la salud colectiva, sino que también fortalece el tejido social y la vida en comunidad. Por eso, se puede decir sin exagerar que una cultura con comportamientos virtuosos y altas expectativas morales es vital para el entendimiento social, la cooperación ciudadana y el funcionamiento eficaz de la democracia.

De allí, el interés creciente que tienen los gobiernos locales de mejorar la calidad moral de la cultura cotidiana a través de estrategias sociales que hagan posible la democratización de las decisiones políticas y estimulen al ciudadano a lograr poco a poco los valores, actitudes y practicas ciudadanas deseadas.

Para lograr esto, los mandatarios configuran equipos de trabajo especializados que tienen la tarea de desplegar la política de cultura ciudadana a través de un amplio arsenal de estrategias sociales. Dentro de las que se destacan: la comunicación para el cambio social y los ejercicios de corresponsabilidad y control ciudadano.

El propósito común de todas estas estrategias sociales es mejorar los comportamientos y costumbres ciudadanas. Sin embargo, la dispersión, el corto alcance y, sobre todo, el peso que tienen las representaciones sociales hacen que estas experiencias colectivas tengan serias dificultades para transformar las conductas ciudadanas.

La supervivencia y el fortalecimiento de la democracia dependen en buena medida de la educación escolar. A fin de cuentas, la educación formal es un proceso social sistemático y continuo con el que se desarrolla la autorregulación del aprendiz y forma una ciudadanía ética, responsable y crítica.

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La escuela y en general la educación son las llamadas a formar una ciudadanía ética y responsable capaz de convivir en sociedad y fortalecer el ejercicio de la democracia.

Por ese motivo, a mi modo de ver, es fundamental que los programas locales de mejoramiento de la cultura ciudadana utilicen como principal palanca de transformación cultural al sistema educativo escolar para que puedan lograr cambios conductuales verdaderamente importantes a una mayor escala social.

Para entender mejor esta idea, es conveniente recordar que la filosofía educativa ha puesto de presente una y otra vez que el desarrollo de las virtudes cívicas y la democracia están ligadas indefectiblemente a la educación. Una interrelación que Dewey representa con su ingeniosa frase: “La democracia debe nacer en cada generación, y la educación es su partera”.

Dicho en otros términos, la supervivencia y el fortalecimiento de la democracia dependen en buena medida de la educación escolar; dado que, a fin de cuentas, la educación formal es un proceso social sistemático y continuo con el que se desarrolla la autorregulación del aprendiz y forma una ciudadanía ética, responsable y crítica.

Esto le da pleno sentido al programa de competencias ciudadanas del Ministerio de Educación Nacional (2004), con el que se busca formar ciudadanos más críticos y autorregulados, más participativos y democráticos, más tolerantes y solidarios, más conscientes de sus derechos y responsabilidades, etc.

Ahora, por supuesto, la tarea es construir una escuela democrática y justa, donde se privilegie el desarrollo afectivo, social y moral de los estudiantes; con maestros críticos que hagan del aula un espacio de aprendizaje cooperativo y familiares comprometidos con el desarrollo moral de las nuevas generaciones.

En resumidas cuentas, para que el sistema educativo escolar pueda dar a luz los ciudadanos demócratas y solidarios que demanda la sociedad, es imprescindible que las escuelas prioricen desde todas las disciplinas el aprendizaje moral y la formación ciudadana. Asumiendo así, de una vez por todas, el desafío de Educación y Democracia.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.