Margarita Rosa de Francisco ha dejado una impronta en la retina y la memoria de los colombianos. En su faceta de escritora cuestiona, entre otras, el rol de las mujeres en la sociedad. Foto: El Espectador.
“La soledad de la mujer es algo vergonzoso y producto de algo que salió mal, no es una decisión autónoma de la mujer”, afirma Margarita Rosa de Francisco. En su más reciente libro, mezcla de diario y ensayo, la actriz batalla contra lo establecido.
Entras como en un laberinto y vas descubriendo las mujeres que encarna Margarita Rosa de Francisco; semejante a una matrioska, es una mujer que se despliega en otros personajes de sí misma. El más reciente libro suyo, Margarita va sola, recoge las dudas que permean todo lo que piensa y escribe. Su vida y sus pensamientos han transcurrido entre ficciones que la han hecho concebirse como una ficción de sí misma. Nunca ha sabido cómo definirse. Su personalidad es proteica y por eso no tiende a lo absoluto ni lo inamovible. Su biografía dice: actriz, cantante, reina de belleza, columnista y escritora. Ella solo se reconoce tímidamente como actriz. En su escritura hay una pulsión intensa que batalla contra lo establecido. Margarita va sola, anuncia la carátula del libro, pero en realidad, ella sola es una multitud.
A sus 57 años combina su carrera de actriz con el estudio a distancia de Filosofía. Su libro es un retrato poliédrico, una autobiografía en la que se cuestiona más que se afirma. El “yo” es una de sus obsesiones más intensas. Trata de mostrar la inexistencia del yo de distintas maneras hasta concluir que es la cultura la que habla a través de nosotros y no esa partícula siempre idéntica a sí misma que llamamos “yo”. “La identidad es una medida de emergencia ante la angustia que produce intuir que, detrás de todo lo accidental que la constituye, no hay nada”, dice. “Dentro de nosotros existe un extranjero”, escribe.
En esa mezcla de diario, ensayo, reflexión y fragmentos ficticios hay varias Margaritas, algunas de ellas ya deshojadas y una más reciente que intenta desenmarañar y darle una forma creíble a su existencia. En un aparte, manifiesta su rabia hacia sí misma. Critica, por ejemplo, el concepto de “ser una buena mujer”, porque tiene una carga mucho más moral que la de ser una buena persona o un buen hombre. “La soledad de la mujer es algo vergonzoso y producto de algo que salió mal, no es una decisión autónoma de la mujer”, me dijo hace poco en una entrevista. En sus disertaciones muestra cómo la mujer tiene que sobrellevar la imposición social de mostrarse acompañada y parecer siempre deseable y versátil. Si está sola, hay algo raro en ella, su soledad no es elegida. “Alguna vez dije: ‘V me da el lugar que cualquier mujer desearía en la vida de un hombre’. ¿Qué es esto de ‘me da el lugar’? ¿No soy yo la que me ubico en el lugar que quiero?”, reflexiona.
Si bien no se puede explorar la complejidad de Margarita en este libro, sí se logra entrar en sus pensamientos sinuosos capaces de derribar castillos y mitos. Sus memorias literarias están impregnadas de preguntas que intenta responder. ¿Existe el tiempo? ¿Realmente pasa? “Todo lo que involucra el tiempo para el hombre es motivo de angustia; qué más puede significar la ansiedad sino su lucha desigual contra el tiempo”, dice. Desde niña fue muy consciente de su propia finitud y comenzó a obsesionarle la muerte. Padeció ataques de pánico y desde entonces fue a consultas de psicoanálisis, una terapia que compara con la literatura por su efecto curativo a través del lenguaje. Toca otros temas como su aborto, la política, el sexo, Dios, sus gatos, las lecturas que la inspiran, el arte…
Margarita Rosa pasó de recibir miles de halagos por su belleza en la televisión a ser criticada porque se le empezaban a notar los signos de la edad. Sentía como si tuviera que pedirle permiso por envejecer a una sociedad que espera que una reina sea eternamente bella.
Portada del libro de de Francisco, publicado por Lumen (Penguin Libros).
Margarita Rosa pasó de recibir miles de halagos por su belleza en la televisión a ser criticada porque se le empezaban a notar los signos de la edad. Sentía como si tuviera que pedirle permiso por envejecer a una sociedad que espera que una reina sea eternamente bella; una belleza angustiante, feroz. “Desafiar el paso del tiempo o la ley de la gravedad, como tanto prometen los lemas publicitarios a las mujeres, dejó de ser un reto para mí y ya no me interesa comprar la ilusión de esa victoria imposible”, dice. La belleza llegó a ser agotadora para ella en ese mundo superficial y competitivo. Por eso, Margarita también le dijo adiós a las redes, y se refugió en la escritura, ese rasguñar introspectivo.
En la soledad de su “habitación propia” (Virginia Woolf), Margarita ha logrado un libro profundo, con muchas preguntas e intentos de respuestas de sí misma. “Nunca he podido acostumbrarme a existir”, confiesa. Podría ser la gurú en el ejercicio, publicar libros sobre cómo tener una figura apuesta o crear un canal de Youtube. En vez de eso, cuenta la incomodidad que siempre ha sentido con su cuerpo, que ha vivido más en función de los que otros esperaban ver en él.
Una voz te ha llevado por cada línea del laberinto. Quién no conoce la voz tersa de Margarita que de repente habla de la guerra, o sobre los políticos, o sobre sus propios desatinos. Es una mujer que durante mucho tiempo se ha mirado hacia adentro y que en lo que escribe tiene el valor de ponerse en evidencia. “Lo más trágico de vivir es no tener a quién echarle la culpa de estar aquí”, dice. El buen arte, como el que se respira en el libro de Margarita, produce no solo emociones palpitantes sino, sobre todo, preguntas que pueden arraigar en la mente del lector o sacudirlo como un vendaval.
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Diana López Zuleta
Comunicadora social y periodista de la Universidad del Norte, de Barranquilla, realizó una especialización en Opinión Pública y Mercadeo Político en la Universidad Javeriana, de Bogotá. Sus trabajos periodísticos han sido publicados en Diario Las Américas, de Miami, revista Semana, y los portales Las 2 Orillas y La Nueva Prensa. Su primer libro publicado Lo que no borró el desierto (Editorial Planeta, 2020), ganó el Premio Nacional de Periodismo CPB a mejor libro.