Margarita Garcia

Inaugurado en 2009, el Museo del Caribe fue el primer museo regional del país y su creación supuso una manera de rescatar la memoria y la identidad caribeña desde la región. Sumido en el olvido, el espacio merece volver a la vida. Foto: El País América.

El Museo del Caribe no ha muerto, pero para devolverlo a sus días de gloria se necesita del compromiso de una ciudadanía activa que recuerde cuán necesarios para la memoria y la identidad son espacios como este. Una invitación a repensar el lugar de la cultura en Barranquilla.

Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.

Gabriel García Márquez.
Cien años de soledad.

El Museo del Caribe, como alguna vez lo fue Macondo, parece ser víctima de la peste del olvido. La ciudadanía de esta región no recuerda lo que hubo alguna vez allí donde se alza ese letrero que como las marcas con hisopo entintado de José Arcadio Buendía, no lograron detener las evasiones de la memoria. Aunque aun podamos leer las palabras en la fachada, parece que hemos olvidado el significado detrás de esa construcción que se alza en el centro de Barranquilla.

Y así como en Macondo marcar los objetos no fue suficiente, en Barranquilla, ni la recuperación del edificio, ni el rescate de su museografía, ni el recuento de los objetos que alguna vez albergó podrán, por si solos, recuperar lo que fue la joya de la corona del Caribe colombiano. Para salvarlo, la ciudadanía necesita recordar lo que significaba el Museo del Caribe que abrió sus puertas un abril hace 15 años y que no sabemos con certeza cuándo cerró, pues ni de eso tenemos memoria. 

Entonces, recordemos. En 2009, como parte del Parque Cultural del Caribe, un complejo cultural que buscaba promover el patrimonio de la región, abrió sus puertas al público el Museo del Caribe, el primer museo regional del país que presentaba a sus visitantes la complejidad del Caribe colombiano a partir de su entorno natural, de su gente, de la oralidad de su cultura, de su devenir histórico y de su expresión creativa.

Concebido y creado en su totalidad desde una mirada plural e incluyente, el Museo del Caribe ofrecía una narrativa que mezclaba la investigación académica con una experiencia que usaba los sentidos para conectar a los visitantes con la región. Así, el museo se distanció de la museografía más tradicional de finales del siglo XX y, con estrategias de vanguardia, buscó consolidarse como un escenario que promoviera el diálogo intercultural y la reflexión sobre el devenir de la región. Bajo la premisa de que el patrimonio vivo es su principal activo y convencido en la participación de sus públicos, el museo promovía la imaginación y construcción colectiva de un mejor futuro.

Tras su apertura, muchos fueron los elogios que recibió el museo. Propios y ajenos alababan el resultado de años de esfuerzo y reconocían en este espacio una oportunidad para el fortalecimiento de la identidad regional. En un artículo para el medio económico Portafolio en mayo de 2009, Mauricio Reina describió el museo como un lugar extraordinario que logró «recoger las fibras esenciales de una cultura, no para guardarlas en bodegas subterráneas ni para exhibirlas bajo vidrios blindados, sino para ponerlas donde deben estar: adornando con gozo el alma de la gente”. En dicho artículo, el autor exaltó la sorpresa que le generó “ver la manera amorosa como el Museo le entrega a su gente sus raíces”.

Una propuesta museográfica que mezclaba tecnología con la apreciación de objetos vivos de la región acompañaron los mejores años del Museo del Caribe. Foto: El Tiempo.

En su primer año de operación, el museo hizo un enorme esfuerzo por consolidar esos espacios mediante la creación de una activa agenda cultural y académica como el principal elemento para asegurar su sostenibilidad ofreciendo un escenario para el fortalecimiento de la identidad cultural y de la integración regional. La agenda buscó mantener una relación abierta y dinámica con el público con un énfasis temático en el Caribe en sus dimensiones medioambiental, histórica y cultural, así como la relación del Caribe colombiano con el país, la Cuenca y otros espacios geográficos en el exterior.

El resultado de ese esfuerzo se evidenció en su primer año de operación con la creación del Diplomado de Intérpretes del Patrimonio dirigido a jóvenes interesados en trabajar en el museo para liderar las visitas guiadas; en la apertura, en agosto de 2009, de la Sala Gabriel García Marquez, y en la consolidación de alianzas que le permitieron albergar tres importantes exhibiciones y poner en marcha una serie de eventos culturales periódicos como los “Martes de música” y “La noche del río”, actividades todas que convocaron a la ciudadanía a esa reflexión constante que complementaba y trascendía la exhibición permanente.

Con el paso de los años, esa agenda se fue enriqueciendo con eventos como los “Jueves del Gran Caribe”, “Hablemos de Gabo”, la “Cátedra de cocina del Caribe colombiano”, y el  “Seminario Internacional de Museos”; además de albergar otras exhibiciones como el “Salón BAT de Arte Popular”, “Afrocolombianos: la libertad y sus rutas”, “Nikola Tesla: Utopía eléctrica”; y “El Caribe, soledades y relación: Gabo y Glissant”, entre otras.

Ese esfuerzo de consolidar un diálogo con la ciudadanía estuvo siempre acompañado por el equipo de educación que construyó un Portafolio de Servicios Educativos que ofrecía visitas diseñadas a la medida de los requerimientos de las entidades educativas, talleres para docentes y vacaciones recreativas.

Los años del olvido 

Sin embargo, esas fortalezas que tuvo en sus inicios se fueron desdibujando a la medida en que el museo enfrentó fuertes retos en su operación administrativa y financiera, y el afán de mantener a flote el proyecto, alejó al equipo de su misión de mantener esos lazos con la ciudadanía. Así, el debilitamiento de la agenda cultural y académica, disminuyó con el tiempo el flujo de visitantes y alejó a los Barranquilleros de lo que fue un día motivo de orgullo.

Sin una ciudadanía comprometida que asegurara su continuidad en medio de esa adversidad, el museo fue lentamente cayendo en esa peste del olvido y quienes fueron sus más grandes defensores se dejaron contagiar por la desmemoria y, como en Cien años de soledad, “sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante”.  

Sin embargo, el Museo del Caribe no ha muerto, y así como a finales de 2008 una convocatoria a la ciudadanía llevó al museo una multiplicidad de objetos y fotografías donados por ciudadanos que querían hacer parte de esa historia, hoy, 15 años después, debemos convocarlos nuevamente para que recuerden lo que significa un espacio como este. 

Con su programación académica, cultural y musical, el Museo del Caribe se ganó un espacio en el imaginario colectivo de los habitantes del Caribe colombiano. El apoyo de la ciudadanía es hoy clave para una reapertura de este necesario espacio. Foto: MaguaRED.

¿Pero cómo arrebatarle al olvido el Museo del Caribe e integrar a los ciudadanos para recobrar de nuevo este importante espacio?

Para lograrlo, habrá que implementar un plan que tenga como eje central de la reconstrucción y puesta en marcha del nuevo museo, la participación activa de la ciudadanía. Así podremos tener un museo que asegure que todos los ciudadanos del Caribe colombiano lo sientan como suyo, no solo en términos de su representación en el museo, sino que lo apropien, lo vivan, lo defiendan y sean veedores de su funcionamiento y sostenibilidad.

El plan deberá tener entonces cuatro grandes ejes. El primero, centrado en la convocatoria ciudadana, deberá contar con una política de apertura de espacios para la co-creación y la co-producción de proyectos ciudadanos, incluyendo la reconstrucción del museo y su futura agenda cultural y académica. Esa política deberá contar, además, con la creación de la Sociedad de Amigos del Museo que no sólo aporte recursos económicos, sino que vele por la sostenibilidad del proyecto; con un laboratorio de cultura ciudadana que reconozca y valore el museo como un espacio propio; y, con una serie de alianzas con organizaciones sociales y culturales a nivel regional. 

El Museo del Caribe puede y podrá salir del olvido si reconocemos que más allá del letrero con el que marcamos la fachada del edificio hay un espacio para la expresión ciudadana, para el debate, el diálogo y la reflexión.

El segundo eje debe entender el museo como un centro de pensamiento y creación, que cuente con un plan de investigación continua, en alianza con las universidades regionales; un plan de pasantías pagas; un laboratorio de diseño y producción museográfica; un laboratorio TIC al servicio del museo; y una serie de espacios dedicados a la creación que puedan ser usados libremente por la ciudadanía.

El tercer eje deberá centrarse en el diseño, producción y montaje de una museografía actualizada que se ajuste a las tendencias recientes en esta disciplina que entiende el espacio como un entorno narrativo complejo en el que el espacio, la narrativa y las personas se entrecruzan, y que se ajuste a las nuevas realidades de la región. Esta nueva museografía deberá hacer un balance que muestre un Caribe tanto urbano como rural; que abra espacios a temas como el deporte; que hable abiertamente de temas difíciles y controversiales; y que esté guiado por un equipo técnico calificado.

Por último, y no por eso menos importante, el cuarto eje debe estar enfocado a unas finanzas sólidas y transparentes que despejen cualquier duda sobre las inversiones que se hagan en el museo y en el desarrollo de su agenda cultural y académica. Esas finanzas deben estar centradas en la generación de ingresos a través de unidades productivas independientes de la taquilla, pues es bien sabido que, aunque los números de visitantes son determinantes para su éxito, en términos financiaros la taquilla siempre es un ingreso menor en proporción a otros más rentables. También debe contemplarse una estrategia de venta de boletería masiva a instituciones educativas y secretarias de educación regionales como una apuesta para el fortalecimiento del currículo en áreas de ciencias naturales, sociales y artes, y como un vehículo de empoderamiento de esos visitantes más jóvenes, a partir del reconocimiento de su cultura e identidad regional. Por último, en aras de la transparencia, el eje financiero debe contar con un plan de veeduría ciudadana que acompañe el plan de inversión y ejecución de recursos. 

El Museo del Caribe puede y podrá salir del olvido si reconocemos que más allá del letrero con el que marcamos la fachada del edificio hay un espacio para la expresión ciudadana, para el debate, el diálogo y la reflexión, para imaginar juntos un futuro diferente y a partir de allí, construirlo. Este artículo es entonces una invitación para que como ciudadanos asumamos nuestro rol en el futuro de la institución que fue nuestro mayor orgullo hace 15 años. Es un llamado para que bebamos de aquella sustancia que el viejo Melquiades le dio a José Arcadio Buendía, y así, sin más, se haga luz en nuestra memoria.

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Bexielena Hernández López

Antropóloga de la Universidad de Los Andes. Experta en proyectos museográficos.

 

 

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