Gabo baila cumbia con Totó La Momposina en la fiesta que siguió al recibimiento del Nobel. El ron de la velada corrió por cuenta de Cuba, que lo envío en barco hasta Estocolmo.
La celebración del premio Nobel de literatura que consagró a Gabriel García Márquez en 1982 como uno de los grandes autores de nuestro tiempo fue noticia en el mundo entero. Sin embargo, en el ajetreo de la noticia, poco se habló de un detalle que cruzó los mares para atracar en un puerto de Estocolmo.
Fueron mil quinientas botellas de ron cubano las que zarparon desde la Habana en un break bulk (buque de carga), navegaron las aguas del Caribe, surcaron la densidad del Atlántico, atravesaron el canal de la Mancha y flotaron en las jovencitas y salobres corrientes marinas del Báltico hasta llegar a su destino: un muelle en Estocolmo en una noche estrellada en la que Gabriel García Márquez, que vestiría un liquiliqui blanco y llevaría una rosa amarilla en la mano, recibiría el premio Nobel de literatura. Las enviaba desde Cuba el comandante en jefe, Fidel Castro, quien, dicho sea de paso, solicitó a sus colaboradores que los rones viajeros fueran los mejores.
La idea era que el ron no faltara en la celebración que le siguió a la ceremonia, así que las botellas fueron dispuestas (previa contra entrega del billete de entrada) en las mesas para que cada invitado, con sacacorchos a la mano, bebiera a su antojo. A pesar de que la ley sueca prohibía entonces el consumo de alcohol en sitios que no contaran con el permiso y que después de las diez de la noche no se sirviera un amarillo más, las botellas llegaron a su destino y fueron parte del anecdotario de la fiesta.
Después de esto, la cancillería de Suecia (según las investigaciones hechas desde entonces por los curiosos de esa noche que sigue alejándose) envió su nota de protesta a la embajada cubana con el argumento de que en tierras suecas no estaba permitida la distribución ilegal de alcohol, y menos de semejante cantidad.
El periódico más conocido en Suecia reseñó la parranda con una nota curiosa en la que, palabras más, palabras menos, decía que los amigos del escritor le habían enseñado a Estocolmo cómo se celebraba un Nobel.
En la Habana, Fidel se reía con un tabaco humeante entre labios. En Estocolmo, García Márquez festejaba una parranda ribeteada con brillos de leyenda que, de paso, sirvió para terminar de mitificar todo lo que pasó esa noche (y lo que vino después) con el escritor de Aracataca, posiblemente el más popular entre los ganadores del premio. El periódico más conocido en Suecia reseñó la parranda con una nota curiosa en la que, palabras más, palabras menos, decía que los amigos del escritor le habían enseñado a Estocolmo cómo se celebraba un Nobel.
Todavía se habla, como si fuera un rumor, de lo que dijo Doris Lessing en el 2007, después de hacerse al codiciado galardón: lo mejor de haber recibido la noticia abrumadora del premio fue que García Márquez la llamó por teléfono para felicitarla por su triunfo.
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Erick Camargo Duncan
Periodista samario. Sus crónicas y reportajes han sido publicados en revistas y medios como El Malpensante, Semana Historia y Semana rural, y en otros como Revista Global, de República Dominicana y La Cuarta, de Chile. Es colaborador de la portal digital Cambio. Instagram: @erickcdun