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Amalín de Hazbún en su taller en Barranquilla. Una vida dedicada a exaltar la belleza femenina. Foto: Jesús Rico.

Amalín de Hazbún, entre las costuras del recuerdo.

Recuerdo en mi niñez acompañar a mi madre al taller de Amalín de Hazbún. Ubicado a un costado del segundo piso de su hermosa casa de estilo caribe, entrar ahí era como viajar a otro mundo. Sus escaleras separaban el mundo ordinario de la sensación de estar en el Carnaval de Barranquilla o el Concurso Nacional de Belleza; ir era encontrarte con una que otra novia histérica, capitanas de los distintos bailes o quinceañeras ansiosas provenientes de cualquier rincón del país. El taller de Amalín, en el barrio Riomar, era por sí solo un universo femenino en el que podías enterarte un poco de todo lo que sucedía en Barranquilla.

Allí, entre organzas, tules, sedas, chifones, crepes, mallas bordadas, tocados elaborados, y demás materiales, por lo general importados, se encontraba Amalín, la protagonista y diseñadora de todas aquellas creaciones fantásticas. Una mujer menuda, elegante, siempre impecable, de cabellos rojizos y voz recia. Nacida en San Marcos, Sucre, era la más barranquillera de todas. Tan pronto como la vi despertó mi admiración por su actitud de vanguardia, a pesar de moverse en un entorno machista. En ella podía apreciarse esa valentía un tanto feminista y a la vez romántica y soñadora que la llevó a ser pionera de la alta costura en nuestro país: la “Aguja de Oro de Colombia”. 


Es una tarde lluviosa y recorro junto a ella su casa, llena de recuerdos e imágenes que me transportan en el tiempo. En Amalín no hay nada extravagante, todo le luce a la perfección. Lleva una de sus túnicas coloridas, diseñadas por ella misma. Gesticula al hablar con sofisticación y desparpajo. Escucharla es como asistir a la lectura de un cuento por el que podría quedarme horas atenta. En su relato hay historias y anécdotas cargadas de fantasía, color e incluso drama.

 

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Todo el colorido y la fantasía del Caribe, fundido con los orígenes árabes de Amalín se conjugan en sus creaciones. Foto: Jesús Rico.

Cristina Said: Amalín, el diseño de coronación de la reina del Carnaval de Barranquilla era casi que un secreto de Estado…

Amalín de Hazbún: La gente se preguntaba “¿y con qué irá a salir Amalín este año?”, y lo más lindo era que yo sentía que ese disfraz no sólo era para la reina, sino que sabía que toda una ciudad lo iba disfrutar. Ellos esperaban ver con qué iba a salir ese año y esa era mi mayor motivación. Llevarle estas cosas bonitas y alegres a la gente.


C.S.: ¿En qué momento entras al mundo de los carnavales y los reinados de belleza?

A.d.H.: Corría el año 1971 cuando el comité de belleza del Atlántico, encabezado por la Sra. Ilva Carbonell de Pochet, ya fallecida, me llamó para confeccionar el vestuario de la representante. Era la primera vez que iba al Reinado Nacional de la Belleza en Cartagena y tuve la suerte de hacerle un vestido precioso. La candidata fue coronada Señorita Colombia ese año. Todos quedaron fascinados con lo que hice, pues fue un vestido muy original e inusual para la época, bastante escotado, tenía una falda amplia con plumas, y la forma de pegar esas plumas fue distinta, pues le hice pequeños orificios a la tela para introducir plumita por plumita para que cuando ella caminara pareciera un vaivén de olas. Al día siguiente el periódico El Tiempo lo destacó en sus páginas, diciendo: “Definitivamente esta mujer es la Aguja de Oro de Colombia”, y desde ese año me bautizaron así. La reina era María Luisa Lignarolo, Maku, hija de italianos, bellísima. Además de que el vestido era precioso, ella lo supo lucir.

 

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Amalín junto a María Elena Reyes Abisambra, la primera Señorita Bogotá en ser elegida Señorita Colombia en 1975. Foto: Archivo personal Amalín de Hazbún.

¿Cuál fue el origen de tu fascinación por la moda y la estética? 

De pequeña fui siempre muy inquieta. Yo salía del colegio y me paraba en la casa de una señora que bordaba a máquina con tambor, esas no eran como las máquinas de ahora. Un día llegué a mi casa y le dije a mi madre que me comprara un tambor. Me lo consiguió y empecé a bordar y a hacerle ropita a mis hermanas.

Yo era una pelaita cuando me casé, tenía 17 años y mi marido, que era dueño de una fábrica de ropa para caballeros, me envió un día una máquina de coser a la casa. Así que empecé con ese entusiasmo tan grande a hacer moldes. Compraba mucho unas revistas que venían de Cuba en los años 50 que se llamaban Para Ti y la otra era Vanidades, y había una página central en la revista donde explicaban cómo hacer los moldes, tomar medidas y con ellas me informaba y aprendía empíricamente. A veces me moría del susto, pero yo me decía a mí misma “No, Amalín, tienes que hacerlo, pues quien hizo el primer molde, ¿quién se lo enseño?” Así fui aprendiendo a hacer entallados perfectos.

Tuve mi primera hija a los 18 y empecé haciéndole sus vestiditos, que a todos fascinaban. Luego a una vecina se le casaba la hija y me dijo que le hiciera el vestido. Yo le dije que no era capaz. Ella me miró a los ojos y me dijo: “Mija, yo después de verla cómo trabaja créame que sí es capaz”. Le hice el vestido de novia y fue la sensación. Fue así como empezaron a llegar clientas adultas y Barranquilla estaba llena de hijas de inmigrantes que querían que les confeccionara, pero yo siempre fui muy temerosa y sentía algo de pánico en mis inicios. Aprendí que el miedo era necesario, pues me impulsaba a hacer grandes cosas y no me dejé derrotar. En Barranquilla no había nadie que entallara un vestido como yo desde la primera prueba. Es la escuela de la vida y el trabajo con esfuerzo.

Tuve mi primera hija a los 18 y empecé haciéndole sus vestiditos, que a todos fascinaban. Luego a una vecina se le casaba la hija y me dijo que le hiciera el vestido. Yo le dije que no era capaz. Ella me miró a los ojos y me dijo: “Mija, yo después de verla cómo trabaja créame que sí es capaz”.

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Amalín revisa detalles de un vestido junto a una de sus costureras. La “Aguja de Oro” no ha dejado de trabajar y crear desde el día en que supo que lo suyo era la confección. Foto: Jesús Rico.

Nunca fuiste a una escuela de moda pero eres un gran ejemplo para todos aquellos que quieren trabajar en el campo de la moda y la confección… 

Este trabajo es tan lindo… yo lo disfruté y lo sigo disfrutando muchísimo. A mí me apasiona, soy la más feliz cuando me siento en mi escritorio y empiezo a hacer los patrones. Es como una terapia, el trabajo es terapia y cuando estás haciendo lo que te gusta, más. 


¿Cómo fueron esos inicios en tu época, en una sociedad en la que la mujer se quedaba en la casa?

Me lo criticaron mucho las amigas y los familiares. “Pero si las mujeres no trabajan”, decían. No era usual ver a una mujer tan joven entregada a esto que se convirtió en mi vida. Le he dedicado todos los días a este trabajo que amo y que me sigue manteniendo, a mis 83 años, llena de vida. Lo que se hace con amor tiene que quedar bien. Cuando pierdes a una hija a causa de una leucemia a los 17 años, creo que tus perspectivas cambian. Le debo tanto a este trabajo pues más que la parte económica se convirtió en la razón de mi vida, en mi motivación diaria. Siento que Dios siempre ha estado conmigo. 


Como hija de inmigrantes que eres, ¿crees que influyeron tus raíces árabes en tu talento creador?

Claro que sí. Pienso que cuando uno crea, da lo que tiene por dentro, y considero a mi raza libanesa exquisita, muy femenina y elegante, de una sensibilidad a flor de piel. Pienso que eso fue parte de mi éxito. 

 

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De revistas como esta, la cubana “Para ti”, Amalín tomaba los moldes para sus primeras creaciones.

¿Cómo ves el mundo de la moda hoy?

Mira Cristy… hay tantos diseñadores ahorita que cada uno está haciendo lo que su creatividad le pide. Hay unos muy extravagantes y otros menos. Ya no existe un solo patrón, hay muchos y eso está bien. No veo tanta tendencia. Veo más bien que hacen lo que sencillamente les sale de adentro. Cuando empecé, sentía que era yo sola en la ciudad y en el país… y después de muchos años llegaron otros y fue muy lindo porque me decían que yo los había inspirado. 

Pienso que uno no debe ponerse lo que se usa, sino lo que a uno le queda bien y le hace sentir bien. Si te pones una prenda y no te sientes bien con ella no vas a transmitir seguridad, ni te vas a ver bien. 

Has hecho de todo, incluso grabaste un disco con Joe Arroyo, has cantado con Juan Piña, Checo Acosta, te han compuesto canciones y sigues cantando. Has vivido la vida intensamente al son de la música. ¿Qué significa para ti? 

La música para mí es un alimento del alma, es esencial en mi vida… uno se transforma cuando la tienes presente en tu vida, cuando cantas. La música me ha permitido cambiar un poco el mundo a veces caótico o de afanes en el que me movía. Recuerdo un día que fui a grabar con el Joe y no aparecía. Al rato llego y me dijo: “Niña Amalo, era que estaba con unas pelás” . El Joe nos dejó mucha música increíble que será difícil volver a ver. Creo que aquí nosotros como Barranquilleros pecamos por omisión. Al ver al Joe en sus peores momentos se le debió haber prestado atención desde la institucionalidad y ayudarlo. Lo mismo con Diomedes, qué letras esas tan nuestras. Es triste porque esto no se ve ya. Ahora estoy practicando canciones porque voy a sacar otras nuevas (risas). 

 

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Para Amalín el trabajo es una terapia. A sus 83 años su espíritu creativo se mantiene intacto. Foto: Jesús Rico.

La música para mí es un alimento del alma, es esencial en mi vida… uno se transforma cuando la tienes presente en tu vida, cuando cantas. La música me ha permitido cambiar un poco el mundo a veces caótico o de afanes en el que me movía.

¿Qué te hizo falta por hacer?, ¿cómo te gustaría que te recuerden a ti y tu legado?

Me hizo falta viajar un poco más. Mis hijos me dicen que me retire, pero mientras existan las ganas, la salud y capacidad física y mental para crear, aquí estaré. Tengo a mi hija Judy Hazbún, reconocida diseñadora, y a Mayra, mi nieta, que estudió moda en París, para que sigan con mi legado. Me gustaría que no me olvidaran. Que me recuerden como soy, así de alegre, extrovertida, sincera y con una actitud muy positiva ante la vida. Mis hijos me dicen: “Mami, ¿tú de qué estás hecha?” Porque yo podía trabajar en el taller de 8 a.m. a 8 p.m. y al rato me podías ver bailando en una reunión de amigos (risas).

Este mundo puede parecer un tanto frívolo, así que si no haces las cosas con amor no te salen bien. Mi mamá decía que hasta un arrocito blanco hecho con amor te sabe diferente. Y esa es la verdad, todo lo que se hace con amor, sabe diferente.

Cristina Said

Periodista, especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos de la Universidad del Norte.