Una alumna de literatura me manda un mensaje con esa pregunta. Medité la respuesta. Puedo confesar las dificultades para publicar que he tenido, pero el proceso creativo no es fácil de explicar. Puedo sugerirle que lea el proceso de investigación y publicación de mi novela Deborah Kruel en dos revistas culturales que pueden ser consultadas al doctor Google.
Confieso que el recuerdo que precipitó la escritura de la novela fue la imagen de los zepelines (ahora se dice dirigibles) sobrevolando la bahía de Santa Marta. Salían cerca del canal de Panamá y llegaban más allá del Cabo de la Vela buscando la sombra de los submarinos nazis. Siempre hay una primera imagen que dispara la imaginación.
Tengo más fresco el recuerdo de La mujer barbuda, mi última novela publicada. Esta vez no hubo la primera imagen, sino que el editor de Planeta, me habló de una muchacha peluda que figuraba en una rechazada novela mía. “Escribe una novela con ese personaje y tienes seis meses para entregármela”. Contesté que nunca había escrito de esa manera. “Siempre hay una primera vez”, afirmó, mientras me adelantaba el contrato y algo de plata. Firmé.
Al salir de la editorial me pregunté ¿Qué sé yo de mujeres barbudas? Tengo algunas amigas con una sombra de bigote, pero hasta ahí… recordé que en mi infancia había ido a ver en el circo Atayde a la mujer barbuda, pero estaba enferma y quedamos los espectadores con la sola imagen de esa mujer en los carteles de propaganda.
En esta ocasión empecé a leer todo lo que pude sobre mujeres barbudas, barbadas, depilaciones, higiene de la mujer en el siglo diecinueve, costumbres victorianas, y los pocos libros de memorias sobre ese período entre nosotros.
Foto: Patrick Tomasso. Unsplash.
Confieso que el recuerdo que precipitó la escritura de Deborah Kruel fue la imagen de los zepelines (ahora se dice dirigibles) sobrevolando la bahía de Santa Marta. Salían cerca del canal de Panamá y llegaban más allá del Cabo de la Vela buscando la sombra de los submarinos nazis.
Como me enfermé en algún momento, el editor me hizo repetidas llamadas. “Estoy entregando el puesto, si me voy no te publican”, me dijo. Tuve que escribir a contrarreloj el final, lo que no es bueno ni para la salud ni para la escritura.
¿Y ahora qué puedo aconsejarle a mi joven corresponsal?
Por lo pronto, que siga la imagen que la impulsa.
(Aunque tampoco tiene que ser necesariamente una imagen. Con A la búsqueda del tiempo perdido, la novela de Marcel Proust, el autor se inspiró al morder una Magdalena —algo así como una almojábana— para después mojarla en una taza de café).
Después viene el trabajo de investigación, la introspección o la agonía. Autores sensatos opinan que se necesita mucho esfuerzo y trabajo frente al computador, antes frente a la máquina de escribir. Incluso se dan proporciones. 80 % frente al instrumento de trabajo y solo un 20 % de inspiración. No estoy convencido. Las musas existen y la inspiración para el poema o la novela solo llegará en el momento en que ellas quieran. Por algo Homero nos dice: “Canta, oh musa la cólera del pélida Aquileo”. El canto es lo heroico de la palabra y el bardo se sintió poseído y embriagado por las musas.
Y entre nosotros, nos lo confesó García Marquez al decirnos cómo cuando salió en su carro en una excursión familiar, decidió a los pocos minutos dar la vuelta de regreso pues sintió que debía volver a casa a escribir la novela que lo obsesionaba. En ese instante se le había revelado todo lo que buscaba, alguien se la estaba dictando al oído. ¿Quiénes? Las musas, ¿qué otras?
Ramón Illán Bacca
Escritor y profesor universitario nacido en Santa Marta. Es autor, entre otras, de las novelas Déborah Kruel, Maracas en la ópera, Disfrázate como quieras y los libros de cuentos Marihuana para Göering.