Para Ricardo Silva Romero, la búsqueda de la paz debe llevar a que Colombia entre en una mundo más femenino, reflexivo, compasivo e inclusivo. Foto: Rodrigo Sepulveda. El Tiempo.
Paz, política y creación literaria, en un diálogo con el escritor colombiano.
Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975), ha creado en sus más de 20 libros publicados un “retrato de costumbres” que nos permite comprender la psicología de nuestro país. Con su prolífica pluma ha incursionado en diversos géneros literarios y en el periodismo es conocido por sus columnas de opinión y textos publicados en medios de Colombia e Hispanoamérica.
Optimista, conciliador y diplomático, son algunos de los calificativos que saltan a la vista al conversar con Silva Romero, una personalidad que contrasta con el universo de sus novelas, en las cuales destacan cuadros demoledores y desesperanzadores de aquella Colombia que muy pocos ven pero que, como afirma el autor, “estamos empezando a ver”.
Contexto dialogó con el escritor, periodista, guionista y crítico de cine bogotano.
Cristina Said: En las últimas semanas los colombianos hemos sido testigos de muchos anuncios y noticias: la confesión de las Farc de crímenes execrables, la publicación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y un nuevo Gobierno que ha expresado su deseo de un Acuerdo Nacional y la paz total. ¿Cómo ves este panorama?
Ricardo Silva: Me pone a pensar mucho esa pregunta en mi abuelo, Alfonso Romero Aguirre, un político liberal costeño, de Sincé, cuando Sincé pertenecía a Bolívar y no a Sucre. Un político extremadamente popular en toda la costa Caribe, muy respetado y querido. Me haces pensar en él porque en varios de sus libros sobre su experiencia en la Cámara, en el Senado, y sobre la historia del Partido Liberal, siempre están diciendo que en Colombia no es posible gobernar contra la otra mitad del país. Se refería al Partido Conservador y a la necesidad de pactar con este partido y con el pueblo conservador para que el país funcionara, y da una serie de ejemplos de gobiernos que le dieron la espalda a la otra mitad del país, que gobernaron contra las ideas de la otra mitad del país, lo que devino en mucha violencia.
Pienso que la gente colombiana no es tan irreconciliable como parece. Lo nota uno cuando está en el exterior y se encuentra con colombianos e inmediatamente hay una especie de lenguaje, historias, un humor en común al que se puede acudir, así las ideas sean contrarias. Hay una buena fe en común y unas buenas intenciones colectivas que hacen superar cualquier desacuerdo sobre las coyunturas, sobre los momentos que estamos viviendo, sobre, por ejemplo, las opciones políticas que hay.
Creo que en los últimos años, en el siglo XXI colombiano, sí que ha sido evidente la necesidad de conciliar, de hacer acuerdos, de pactar la paz, no necesariamente con los grupos que atizan el conflicto armado interno colombiano, sino una paz política, una paz que desarme los conflictos colombianos, es decir, que elimine las armas y la violencia de la discusión. Eso ha sido muy claro y se han intentado diferentes cosas, por ejemplo el unanimismo de principio de este siglo, el uribismo, que tantos estuvieran de acuerdo con una opción.
En el siglo XXI colombiano sí que ha sido evidente la necesidad de conciliar, de hacer una paz que desarme los conflictos colombianos, que elimine las armas y la violencia de la discusión.
C.S.: El país entero estuvo prácticamente de acuerdo con esa opción…
R.S.: Prácticamente. Es decir, había cifras del 85 %. Era, a diferencia de lo que sucede con la llegada de Petro, un fenómeno popular. No eran unas élites que pensaban que Uribe era el mejor, era prácticamente el país entero con una oposición mínima de un 15 % de la población que no creía en esa opción porque veía los riesgos de esa política de seguridad, pero era una opción de buscar la paz también. Lo que pasa es que era a punta de resolver la guerra con guerra. Era la solución pensada y la gente llegó a esa conclusión también arrinconada, hasta el cuello.
Porque íbamos camino hacia un estado fallido…
Una cosa que es muy importante recordar es que en Colombia se suelen olvidar los contextos y los matices. Había gente muy uribista, había gente menos uribista, había oposición. Era igual un país lleno de matices, pero lo que se pensó para llegar a la paz fue esa solución que trajo violencia a pesar de que contuvo el fenómeno de los grupos armados. Esa violencia dejó una herida muy honda. Hoy en día basta recordar los falsos positivos para pensar en una herida difícil de cerrar en muchos años.
Todas esas políticas, tanto la uribista como luego la santista, fueron de cierto modo incompletas. Se pactaba o no se pactaba; o se hacia la guerra o se pactaba, pero no se pactaba socialmente. La sociedad no reconocía el problema que estaba viviendo. La gente de a pie, en las ciudades y pueblos, no se miraba, no estaban llegando a la conclusión de la búsqueda del diálogo y la conciliación.
¿Crees que se están abriendo las puertas en Colombia para una verdadera cultura de la paz?
Yo sí creo. Creo que aquí ha habido claramente una cultura de la aniquilación, de acabar con el otro para pacificar. Una contradicción, pues no es hacer la paz, sino pacificar a sangre y fuego. Ha habido también una cultura de la paz verificable en los últimos 40 años, es decir, diálogos de paz con el M-19, con el Quintín Lame, con las Farc, con las autodefensas. Eso es una cultura de paz que a mí me parece que ha sido fundamental, paralela a la cultura de la aniquilación.
Pero seguimos siendo un país sumamente violento que ha vivido a la sombra de las Farc o a la de la violencia de turno…
Desmontado todo el discurso detrás de una violencia justificada como parte de una lucha política, es tiempo de una cultura del duelo y de la terapia que siempre hemos menospreciado. Colombia ha sido un país tan machista, tan de armas, tan militarista, tan de curas varones, que cualquier cosa que se proponga parecido a la terapia parece cosa de mujeres.
Creo que ahora estamos en esa etapa, en la terapia, en un mundo que tiene que ser mucho más femenino, más reflexivo, más compasivo, más inclusivo. Uno podría pensar en la historia de Colombia en términos dramáticos como la de un pueblo que busca desesperadamente la inclusión, pero tiene muchos obstáculos para conseguirla. Lo que ha estado pasando en estos días, la capacidad del nuevo Presidente de hablar con otros, la disposición de esos otros a hablar con él, las noticias de la JEP que cada vez son más contundentes, demuestra que algo de esa incredulidad puede estar disipándose.
Portada de la más reciente obra de Silva Romero, publicada por EdiAlfaguara.
Colombia ha sido un país tan machista, tan de armas, tan militarista, tan de curas varones, que cualquier cosa que se proponga parecido a la terapia parece cosa de mujeres.
¿Eres optimista con lo que viene para Colombia en este nuevo Gobierno?
Yo creo que hay que ver las cosas con optimismo, sin negar el horror, sin negar el dolor, sin negar los problemas enormes que hay. Eso sí es optimismo. Yo lo veo con optimismo porque cuándo uno tiene hijos está obligado a ser optimista y creo que no me estoy mintiendo cuando veo estas posibilidades. Veo en el gobierno de Petro, más allá de consideraciones, de pasados, a una persona que encarna esa cultura de paz, esa vocación por la paz. Veo en él una causa.
¿Cuál crees que podría ser la contribución de tu literatura y del periodismo que haces en este proceso actual de reconciliación, de memoria histórica?
Desde mis primeros libros ha habido cierto espíritu de servicio allí. A mí sí me parece que el arte tiene un propósito político, un llamado a no matarse, a vivir en paz. En el fondo siempre el arte está mostrando un pulso del individuo con su sociedad y es un pulso para que el individuo pueda estar a salvo, para que pueda ser quién es libremente. Eso está en los libros que yo he escrito y está más fuertemente a partir de mi novela Autogol, publicada en 2009. Es más clara la reescritura del país, la recreación de este país para hacerlo comprensible emocionalmente.
Tanto el periodismo como la ficción o la memoria histórica son una manera de no dejar perder lo que sucedió. El instinto humano por excelencia es sujetar lo que sucede para que no se pierda en el tiempo, pero hay un paso siguiente que es hacer comprensible emocionalmente esa información. Si uno lee los informes de memoria histórica y se estremece, entiende lo que paso, pero falta un siguiente paso que es una especie de asimilación emocional, una comprensión en la mente o en el espíritu; es decir, el momento en que a uno le duele como si le hubiera pasado a uno. Ese paso extra lo consigue la ficción y yo creo que ese es el paso que tratan de dar las novelas que yo he escrito, especialmente desde Autogol.
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Cristina Said
Periodista, especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos de la Universidad del Norte.