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La bandera nacional domina las murallas de Cartagena en un apacible día. La reivindicación del 10 de octubre de 1821 como el día en el que en nuestro Caribe se selló la independencia de Colombia es hoy más necesaria que nunca para reconocer el relato de las regiones en la formación del país y acabar con la “historiografía centralista”.

A pesar de toda la evidencia histórica, seguimos ignorando que el 10 de octubre de 1821 fue el día que en Cartagena se selló realmente la independencia de Colombia. Reivindicar la importancia de la historia de las regiones, clave en la construcción de un relato que nos una como país.

El pasado 10 de octubre se conmemoraron doscientos años del fin del sitio de Cartagena por las tropas del ejército libertador, al mando del coronel venezolano Mariano Montilla, y con ese hecho la salida definitiva de las tropas de Morillo, que en 1815 habían desolado la ciudad iniciando la campaña de terror con la cual reconquistó el virreinato de la Nueva Granada.

La salida de las tropas españolas de Cartagena en octubre de 1821 significó así el éxito final de la campaña libertadora que se inició con la batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819. En este sentido, y así lo reconocieron tanto el propio Santander como el mismo Bolívar en su momento, la toma pacífica de Cartagena –luego de un prolongado sitio que no estuvo exento de cruentas escaramuzas– constituyó el acontecimiento que realmente selló la independencia de la actual Colombia.

A pesar de que ese fue el hecho histórico cierto, la fecha pasó completamente inadvertida para los medios nacionales y regionales, salvo para El Universal de Cartagena que le dio, como era apenas natural, la importancia merecida. Lo anterior se explica porque la historiografía que desde inicios de la república se denominó como “nacional” consagró el 7 de agosto de 1819 como el día de nuestra independencia. Nada más lejano de la realidad de esos años.

En efecto, un breve repaso sobre la situación militar del territorio de la Nueva Granada el 8 de agosto de aquel año nos mostraría que, a pesar de la desbandada de las tropas españolas luego de su derrota en el puente de Boyacá, gran parte de la geografía neogranadina seguía bajo su control, y lo seguiría hasta que paulatina y sistemáticamente fueran desalojadas por completo de ella a comienzos de octubre de 1821, con la capitulación firmada por el Comandante General Español de la Plaza de Cartagena de Indias, Brigadier Gabriel de Torres, y el Comandante en Jefe de las Tropas de la República de Colombia, Coronel Mariano Montilla.

El triunfo del ejército comandado por Bolívar fue sin duda de la mayor importancia militar y política, como lo fue desde luego la posterior ocupación de Bogotá y la consiguiente huida del Virrey Sámano, empero afirmar que el 7 de agosto de 1819 se selló la independencia de Colombia no se corresponde con la realidad histórica. Vista en retrospectiva y a la luz de los hechos que antecedieron y acontecieron con posterioridad a esa fecha, lo apropiado es señalarla como el comienzo triunfante de la campaña libertadora que habría de culminar el 10 de octubre de 1821 en Cartagena.

Aunque si tuviésemos que ser más precisos en identificar la primera porción del territorio de la actual Colombia en ser liberada en forma definitiva del dominio español, lo tenemos que ubicar en el corazón del mar Caribe: Providencia, el 4 de julio de 1818 de manos del corsario francés Luis Aury.

La indiferencia rayana en el desprecio hacia nuestra verdadera participación en la independencia contrastó con la profusa, diversa, colorida, apologética, elogiosa y, por supuesto, exaltada conmemoración de los doscientos años de la batalla del puente de Boyacá. Con natural orgullo patrio, ese año (2019) fue declarado oficialmente el año de la conmemoración del bicentenario de la independencia de Colombia y así fue asumido por los medios, como también por innumerables columnistas y por ende por la inmensa mayoría de la opinión pública.

La pregunta que hoy nos hacemos es si ello es relevante en nuestro devenir histórico como nación.

Afirmar que el 7 de agosto de 1819 se selló la independencia de Colombia no se corresponde con la realidad histórica. Vista a la luz de los hechos, lo apropiado es señalarla como el comienzo triunfante de la campaña libertadora que habría de culminar el 10 de octubre de 1821 en Cartagena.

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El militar venezolano Mariano Montilla, artífice de la independencia definitiva en Cartagena.

El elusivo sentido de nación y patria

El débil sentido de nación que tenemos los colombianos ha sido un tema y una preocupación recurrente en los forjadores de opinión del país. Quizás exagerando un tanto, pero muy representativo de lo que piensan muchos colombianos, Juan Esteban Constaín escribió en El Tiempo, en septiembre de 2018, que “En Colombia está muy claro que el único ‘proyecto de nación’ que ha funcionado y funciona es la Selección Colombia de fútbol”. Y eso cuando gana, habría que añadir…

Esta opinión, con diferentes matices, es reiterativa por la verdad que encierra: la reconocen los innumerables documentos oficiales que le sirven de diagnóstico a políticas públicas, está en el centro de gran parte de los acuerdos de La Habana, ha sido –y sigue siendo– estudiada y analizada por la comunidad académica desde los comienzos de la república (Libros clásicos de la historiografía colombiana se ocupan en profundidad y desde distintas perspectivas del tema, como los de Alfonso Múnera, El fracaso de la nación; Eduardo Posada Carbó, La nación soñada; y David Bushnell, Colombia una nación a pesar de sí misma). Esa pareciera también ser una de las principales conclusiones del reciente libro de Jorge Orlando Melo, Historia mínima de Colombia, cuando afirma que en Colombia hemos formado país, pero no nación.

Ahora bien, carecer de un arraigado proyecto nacional no ha imposibilitado que hayamos logrado construir, en medio de toda clase de obstáculos, dificultades y violencia, un estado que ha impulsado el desarrollo y el progreso de sus habitantes y puesto en vigencia, así sea en forma precaria en grandes extensiones de su territorio, una constitución democrática y un estado de derecho. Es evidente, no obstante, que la ausencia de un relato o narrativa que nos cohesione como ciudadanos de un proyecto compartido de nación es uno de los factores, sino el que más, que nos impide avanzar con más decisión en el largo y tortuoso camino de la civilización.

Construir esa narrativa o relato que nos una como comunidad, “que unifique voluntades, que nos cuente qué somos, de dónde venimos y que nos diga hacia dónde vamos”, es el gran desafío que tiene el país escribió acertadamente en julio de 2018 el exdirector de Planeación Nacional Santiago Montenegro; “un relato que unifique a todos los colombianos, a hombres y a mujeres, a ricos y pobres, a costeños, paisas y a pastusos, a jóvenes y personas mayores”.

Y razón no le falta. Pero para que una narrativa así tenga esa capacidad de convocatoria debe partir de hechos históricos reales, en especial si se trata de los hechos a tener como fundacionales de la nación, como es el caso de aquellos que sellaron nuestra independencia de España. Erigir la batalla del 7 de agosto de 1819 como el “momento definitivo de consolidación de nuestro proceso fundacional”, o como el día en que comenzó nuestra vida republicana, no se ajusta a los hechos objetivos y explica el porqué del desgano y hasta apatía con que se conmemora esa fecha en diferentes regiones del país.

En un muy lúcido discurso titulado “El peligro de la historia única”, la joven escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie nos advierte de los peligros disolventes que puede llegar a tener un relato único de los hechos históricos, pues priva a las personas de su dignidad. Y cita al poeta palestino Mourid Barghouti, quien señala que “si quieres desposeer a un pueblo, la forma más simple de conseguirlo es contar su historia y empezar por en segundo lugar”.

Quizá desde el momento mismo en que se creó la Nueva Granada en 1832 y se decidió que Bogotá fuera la capital, se empezó a construir una historia única de Colombia cuyos principales hechos tenían siempre lugar en su jurisdicción y en segundo lugar los que ocurrían en las regiones.

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Imagen de otro de los capítulos regionales de la historia nacional: el sitio de Cartagena de 1741, cuando la armada británica intentó tomarse por asalto a Cartagena de Indias, entonces bajo el dominio español.

Quizá desde el momento mismo en que se creó la Nueva Granada en 1832 y se decidió que Bogotá fuera la capital, se empezó a construir una historia única de Colombia cuyos principales hechos tenían siempre lugar en su jurisdicción y en segundo lugar los que ocurrían en las regiones.

Ese fue el caso de la batalla de Boyacá como quedó consagrado en el texto Historia de Colombia, de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, adoptado en 1910 como oficial para la “enseñanza de la historia nacional” en las escuelas secundarias, y el Compendio en las escuelas primarias. En dicho texto, al referirse a la batalla de Boyacá y su significado, se lee: “Tal fue la gran victoria que nos libró para siempre del dominio de España y cuyo aniversario conmemoramos todos los años. Boyacá no puede considerarse como una gran batalla, ni por su duración, ni por el número de combatientes, ni por la sangre derramada, sino por sus consecuencias; es decir, porque selló la independencia del país”.

Afortunadamente la historia de Henao y Arrubla hace décadas dejó de ser única. Gracias al auge de la denominada Nueva Historia de Colombia hoy disponemos de innumerables historias escritas desde las regiones que reivindican su importancia en la construcción del país. Hoy ciertamente nos conocemos más y mejor, sabemos que en nuestra historia no hay ni hubo primeros ni segundos lugares, ni mucho menos actores principales y actores de reparto.

No obstante, es preciso señalar que el discurso desde el gobierno central sigue siendo excluyente y sesgado en cuanto al significado de ciertas fechas relacionadas con el proceso de independencia. En 2005, el gobierno de entonces publicó el documento 2019 –Visión Colombia II Centenario– Propuesta para discusión. En el primer párrafo del prólogo de tan importante documento se lee: “En 2010 los colombianos conmemoraremos un hito de nuestra historia: los 200 años del llamado Grito de Independencia. Ese suceso heroico, protagonizado por el pueblo de Santafé, abrió las compuertas para acceder a la independencia definitiva, instaurar el Estado de derecho e implantar las libertades públicas. Nueve años después, en 2019, conmemoraremos el triunfo de la Batalla de Boyacá, momento definitivo de consolidación de nuestro proceso fundacional. Ambos eventos nos incitan a que pensemos en una visión de Colombia a mediano y largo plazo”. Y, a su vez, en el primer párrafo de la introducción se lee: “El 7 de agosto de 2019 Colombia celebrará dos siglos de vida política independiente. Esta es una fecha histórica y simbólicamente muy importante que invita a una reflexión profunda sobre nuestro pasado y nuestro presente; sobre nuestros logros y debilidades; sobre nuestros aciertos y nuestros errores; pero, ante todo, sobre nuestras potencialidades y nuestro futuro…”

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“Las historias importan” anotó en el citado discurso Chimamanda, y añadió “Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden restaurarla”.

Si queremos un relato de nuestra historia que nos una como comunidad y de veras contribuya a construir un sólido proyecto de nación, debemos empezar por restaurar el 10 de octubre de 1821 como el día en que se selló nuestra independencia y fundó la república, y el 7 de agosto de 1819 como aquel en que comenzó triunfante la campaña libertadora que habría de culminar en Cartagena de Indias, frente al mar Caribe.

Por fortuna, la Academia Colombiana de Historia, no en vano bajo la presidencia del historiador barranquillero Rodolfo Segovia Salas, organizó junto con la Academia de la Historia de Cartagena, la Universidad de Cartagena, la Universidad Tecnológica de Bolívar y el Banco de la República, los días 10 y 11 de octubre pasados, el seminario internacional virtual “Bicentenario de la campaña del Caribe y la capitulación de Cartagena 1820-1821”, que rescató del olvido la importancia histórica de esa fecha. Aunque pocos la advirtieron… Olvidos e indiferencias que nos invitan también a profundas reflexiones sobre nuestro presente y nuestro futuro.

Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.