Ilustración: Oliver Jeffers.
¿Se lee o no se lee en Barranquilla? A propósito de ferias del libro y otros convites literarios, el historiador Gustavo Bell nos lleva en un viaje en el tiempo por varias anécdotas sobre la historia de la lectura en la ciudad. De libros voladores a hombres come-libros que se los pasan con un vaso de agua, aquí todo puede pasar.
En el artículo Álvaro Cepeda Samudio, publicado el 15 de agosto de 1954 en la revista Dominical del diario El Espectador, García Márquez escribió que, en Barranquilla, “donde las apariencias indican que no se lee”, existían tres librerías en las que Faulkner se agotaba en 48 horas.1
Esa opinión elogiosa sobre las librerías y la lectura en la ciudad, sin embargo, no era compartida por otros lectores como Luis Eduardo Nieto Arteta. En marzo de 1955, el destacado intelectual afirmaba que Barranquilla era “provincialmente pequeño-burguesa y chismosa”, y comentaba: “Cuando a uno lo ven siempre con libros o se enteran de que compra las pocas obras buenas que llegan a la Librería Nacional, dicen: ‘está mal de la azotea’, es decir, está loco”.2
Esas opiniones divergentes sobre la lectura en Barranquilla no fueron exclusivas de García Márquez ni de Nieto Arteta, tampoco se limitaron únicamente a la década de los años cincuenta del sigo pasado. Desde finales del siglo XIX, cuando por razones comerciales a la incipiente ciudad empezaron a llegar viajeros nacionales y extranjeros, fueron muy variadas y disímiles las opiniones que dejaron consignadas sobre el ambiente cultural que observaban en sus inmediaciones.
Para el bogotano José María Quijano Wallis, quien en 1873 bajaba por primera vez de la sabana a conocer el mundo y tuvo que pasar por Barranquilla, la ciudad le pareció “…una de las más florecientes y progresistas de Colombia…que cuenta con buenos edificios, hermosas casas de habitación, villas primorosas, colegios, escuelas y muchas imprentas. Es un centro intelectual…sus habitantes son cultos y hospitalarios”.3
Por el contrario, muy distinta fue la descripción que, a comienzos de 1897, hizo el explorador francés Pierre D’espagnat a su paso por la “polvorienta” Barranquilla: “…la verdadera ciudad sudamericana moderna, vulgar y demasiado joven, preocupada únicamente de comercio, de industria, de relaciones marítimas, creada por la fuerza de la necesidad bajo la presión económica del rico país que desemboca en ella”.4
La ciudad en términos históricos era ciertamente muy joven, y no había surgido como un centro político–administrativo, ni mucho menos como un centro cultural o educativo. Surgió como la mejor alternativa para conectar a Colombia con el comercio internacional ante los problemas de conexión con el Magdalena que tenían Santa Marta y Cartagena.
Lo anterior no significaba que sus habitantes se dedicaran exclusivamente al comercio o que no hubiese algunas actividades culturales en la ciudad. Para la época en que el explorador francés recorrió sus polvorientas calles ya existía una librería de propiedad de los hermanos David y Abraham López Penha –judíos sefarditas provenientes de Curazao–, donde se encontraban a buen precio obras famosas recién publicadas en Francia y España. Abraham era poeta y novelista, mientras David, además de la librería y un almacén de importaciones y exportaciones, administraba un café, La Estrella, que hacía las veces de sede de una tertulia literaria.
Y si nos atenemos a las apariencias, sí existía entre los comerciantes un cierto interés por la lectura y los libros. Así lo demostraba el hecho de que al crearse el Club del Comercio en 1871 –que años más tarde se convertiría en el Club Barranquilla– se nombró un bibliotecario: Mr. Elías Porter Pellet, el cónsul de los Estados Unidos en la ciudad.
El gringo era un verdadero amante de la lectura. Como quiera que además del inglés, dominaba el latín y el griego, sentía una especial devoción por Homero y Shakespeare. Se preciaba, incluso, de poseer hasta doce traducciones de La Ilíada. Fue él quien introdujo la primera imprenta en la ciudad, llamada La Americana, donde publicó una revista mensual en inglés The Shipping List (Lista de embarque). En sus páginas, además de ofrecer información detallada sobre el comercio exterior que se movía a través del puerto, publicaba resúmenes de los libros que leía cada mes y reseñas de las dos principales revistas literarias de Londres y New York.5
La Biblioteca Piloto del Caribe, en el Edificio de La Aduana, alberga una colección de más de 40.000 títulos. Foto: BPC.
Pero quizás no haya mejor indicio de que, para finales del siglo XIX, los habitantes de Barranquilla ya habían empezado a adquirir el feliz hábito de la lectura promovido por Mr. Pellet, que el hecho de que él mismo fuera víctima de un robo de sus posesiones más preciadas: sus libros. En efecto, en la edición de marzo de 1885 de The Shipping List, el apesadumbrado cónsul dio cuenta de que los ladrones se habían llevado de su biblioteca un ejemplar de la Biblia de 1832, un tomo del escritor romano Apuleyo, varias ediciones de La Ilíada, obras del poeta romano Juvenal, del historiador Salustio, de Shakespeare, Walter Scott, Charles Dickens, y del ensayista inglés Charles Lamb.6 No había exagerado entonces Quijano Wallis, en la Barranquilla de fines del XIX hasta los rateros se habían vuelto lectores cultos, piadosos…y hasta políglotas.
Desconocemos si Mr. Pellet recuperó sus libros, como tampoco si los ladrones los circularon furtivamente entre sus amigos lectores, pero en 1902 el hábito de la lectura parecía estar decayendo en la ciudad. Un editorial del periódico Rigoletto de ese año, rezaba:
No se lee en Barranquilla no se escribe tampoco [. . .] Los pocos que puedan escribir algo no escriben porque están seguros de no ser leídos, ni comprendidos, les causa además escalofríos pensar que en las provincias persigue una muerte negra a los que llama la burguesía, despreciativa e irónicamente, literatos.7
A pesar de la sombría opinión del editorialista de Rigoletto, por los lados del Club del Comercio el interés por promover la lectura al parecer se mantenía vigente. Cabe anotar que el Club se había convertido en septiembre de 1907 en el Club Barranquilla. En un aviso publicado en la Guía Comercial Ilustrada de Barranquilla de 1910, el club se promocionaba como un centro social privado, creado con el objeto de proveerles a sus socios y sus familias distracciones sociales, y para tal fin contaba, entre otros, con un salón de lectura (destacado en letras sobresalientes) …uno de billares y otros juegos de sociedad.8
¿Qué tanto se leía en el Club? Julio H. Palacio, el célebre cronista de la Barranquilla de finales del siglo XIX y comienzos del XX, además de apasionado lector, escribió en 1909 una breve crónica sobre la ciudad en la que mencionó al Club. En su descripción, destacó las cómodas instalaciones y el jardín tropical, donde se disfrutaban horas deliciosas en las sofocantes noches de calor. Curiosamente, no hizo referencia al salón de lectura ni a ningún lector. Sin embargo, mencionó el traslado de mesas al jardín para jugar dominó –“juego que, según un crítico francés, es la característica de las ciudades provincianas”–, así como las partidas de póker que tenían lugar en un salón del piso superior.9
En la creación de la Biblioteca Departamental influyó el impulso que desde 1914 recibió la lectura y la divulgación de la literatura universal en la ciudad, gracias en gran parte a la participación en sus tertulias de Ramón Vinyes i Cluet, el célebre sabio catalán.
Ejemplar de “La novela semanal”, revista fundada en 1923, que incluyó la novela “Lili”, de Emilio Cuervo Márquez. Cien ejemplares de esta revista serían lanzados desde un hidroavión a las calles de Barranquilla. Foto: Archivo particular.
En la esfera pública, se intentó crear una biblioteca financiada por el municipio; sin embargo, estos esfuerzos se vieron frustrados por la falta de lectores. Igual suerte corrió, en 1904, la creación de un centro literario que habría de llamarse Ateneo.10 No obstante, el interés y la voluntad de fomentar la lectura en la ciudad por fortuna no decayeron. Mediante ordenanza de la Asamblea Departamental, en abril de 1921 se creó la Biblioteca Departamental, inaugurada un año más tarde, en octubre de 1922.
En la creación de la biblioteca influyó, sin duda, el impulso que desde 1914 recibió la lectura y la divulgación de la literatura universal en la ciudad, gracias en gran parte a la participación en sus tertulias de Ramón Vinyes i Cluet, el célebre sabio catalán. Vinyes, en asocio con su compatriota Javier Auqué Masdeu, abrieron la Librería Vinyes & Co. –que luego se transformaría en Librería Auqué & Salazar, Sucs. De R. Vinyes– con un novedoso surtido de libros de los más afamados escritores y novelistas europeos y norteamericanos del momento. La librería tendría un trágico final, al ser consumida por las llamas…
De las concurridas tertulias literarias que tenían lugar en la librería, se originó en 1917 la idea de publicar la revista Voces, dedicada a las ciencias, letras y artes. En sus tres años de existencia la revista tendría un papel fundamental en la difusión y traducción de autores y obras no conocidas hasta entonces en el país.
El animado ambiente cultural de la ciudad llamó la atención de algunos escritores bogotanos que vieron en ella un atractivo mercado para la promoción de novelas de autores nacionales. Fue el caso de Luis Enrique Osorio, quien fundó a comienzos de 1923 la revista La novela semanal, que se distribuyó inicialmente en Bogotá, Medellín y Barranquilla. En ella se publicaron numerosas novelas de autores poco conocidos y de calidad muy cuestionada, pero ayudaron a promover la lectura a niveles populares.
Recorte del diario “El Nacional” con la noticia de Dagoberto Meléndez, el goloso comedor de libros. Foto: Archivo particular.
Para lograr una mejor distribución del primer número de la revista en Barranquilla, que incluía la novela Lili, de Emilio Cuervo Márquez, Osorio ideó un lanzamiento poco convencional: ¡cien ejemplares serían arrojados desde un hidroavión! De esta manera, la novela caería literalmente del cielo a las manos de los ávidos lectores barranquilleros. No se sabe con certeza si Lili llegó efectivamente a sus destinatarios, pero se le abona a Osorio la originalidad de su idea.11
Empero, los evidentes avances que la lectura estaba teniendo en la tercera década del siglo XX no eran reconocidos por todos. En octubre de 1925, una nota en la primera página de Vía Libre – Semanario de Sociología y Combate, órgano del movimiento anarquista de la ciudad, decía: “Este pueblo no lee, no siente esa necesidad tan humana, nos ha dicho alguien con razón”.12
Sin embargo, la pasión por los libros, lejos de disminuir como afirmaba Vía Libre, se profundizó en la ciudad en las décadas siguientes. Así lo demuestra de manera irrefutable una noticia publicada en el diario El Nacional el 1° de noviembre de 1947. El titular rezaba: «Un día se comió un libro», acompañado del subtítulo: «De 300 páginas, pues deseaba adquirir cultura por dentro».
Se trataba del joven Dagoberto Meléndez, oriundo de uno de los pueblos de Bolívar, quien tenía el vicio de comer papel, razón por la cual fue despedido de una imprenta donde trabaja porque rollo que llegaba a sus instalaciones rollo que se devoraba vorazmente. Sometido a un riguroso examen médico fue declarado “papirógrafo temperamental”. En vano resultaron los esfuerzos de su familia para alejarlo de las tentaciones, pues todos los días se iba al mercado en busca de cualquier papel que estuviera al alcance de sus fauces.
No obstante, llegó el fatídico día de la indigestión. Y así lo cubrió El Nacional:
Esta mañana fuimos informados que el extraño enfermo compró un libro grande que contenía 300 páginas y en medio de varios espectadores se comió el libro página por página, y después se bebió un vaso de agua fría que pidió en una refresquería central. Las gentes que presenciaron tan extraordinario espectáculo se hacían lenguas relatando las más pintorescas especies en torno de la enfermedad y capacidad estomacal del sujeto para comerse un libro. Muchos de los testigos decían que Dagoberto Meléndez había leído tal vez a un autor que al hablar en sentido metafórico en lo que a adquisición de cultura se trata, decía que había necesidad de comprar muchos libros y revistas para llegar a ser un erudito hombre de ciencias y un cabal personaje de la cultura del mundo, es decir, Meléndez interpretó erróneamente el sentido cabalístico de tan célebre autor.
Se halla muy grave
En la actualidad el joven Meléndez se halla muy grave y se tema perezca, pues se obstina en no querer comer otra cosa distinta que papel. Como se ve es este un caso fenómeno en los anales del vicio universal.13
Nunca se supo el título del libro. Tampoco si Dagoberto sobrevivió a la indigestión; y si lo hizo, ¿llegó a ser más culto de lo que era?
Referencias
1 Gabriel García Márquez, Entre cachacos – Obra periodística, 2 vols., Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1983, I, p. 218
2 Gonzalo Cataño, Luis Eduardo Nieto Arteta: esbozo intelectual, Bogotá, 2002, p. 91
3 José María Quijano Wallis, Memorias autobiográficas, histórico – políticas y de carácter social, Roma, 1919, p.167
4 Pierre D’espagnat, Recuerdos de la Nueva Granada, Editorial Incunables, Cuarta edición, Bogotá, 1983, p. 11
5 Cosas que hemos visto en Barranquilla o el panorama de un cuarto de siglo, Elías Porter Pellet, Editorial Efemérides, Barranquilla, 1995, p. 62
6 Ibidem.
7 Rigoletto, Barranquilla, 11 de septiembre de 1902
8 Enrique Rasch Silva, Guía Comercial Ilustrada de Barranquilla, 1910, p. XVIII. En la misma guía aparecen reseñadas dos librerías existentes en la ciudad: Minerva y La Joya Literaria, p. 91
9 Julio H. Palacio, La historia de mi vida – Crónicas inéditas, Ediciones Uninorte, Bogotá, 1992, pp. 196-197
10 Jorge N. Abello, Barranquilla, 1987-1927 – El Panorama de medio siglo, Departamento de Historia, Universidad del Atlántico, Barranquilla, 1994, p.11
11 Renán Silva, República liberal, intelectuales y cultura popular, La Carreta Editores, Medellín, 2005, p. 184
12 Vía Libre – Semanario de Sociología y Combate, Barranquilla, 10 de octubre de 1925.
13 El Nacional, Barranquilla, 1° de noviembre de 1947,
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Gustavo Bell Lemus
Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.