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Alfonso Suárez como el médico y santo venezolano José Gregorio Hernández, en «Visitas y apariciones», obra merecedora del primer puesto en el Salón Nacional de Artistas de 1994.

A tres años de su partida, una evocación del “performer” del Caribe colombiano que con su particular sensibilidad poética ocupará por siempre un lugar destacado en la historia del arte contemporáneo nacional.

“El performance es vida, nada más”, dijo Alfonso Suárez durante una entrevista para un documental sobre historia del arte contemporáneo colombiano. Esta frase, cargada de coherencia, se puede corroborar cuando se revisan sus Acciones —y para los que tuvimos el privilegio de tener su amistad—, al conocer un poco sobre su cotidianidad, su espíritu de bailarín, su devoción hacia los boleros y el inmenso placer que encontraba en coleccionar objetos “raros” y bellos. Al acercarse a Alfonso, se entendía que su vida misma era producto de la exquisita y excéntrica sensibilidad poética con que asumía la vida. Su presencia física era, la mayoría de veces, una extensión de sus obras.

Alfonso nació en Mompox a principios de los años cincuenta. El transcurrir de su infancia en su pueblo natal atraviesa todo su universo creativo. Los danzones, la música de las marchas de la Semana Santa momposina, la religiosidad popular, los bailes tradicionales de la isla ribereña, el mobiliario Art Deco en su casa materna, el mestizaje culinario de sus ancestros y la nostalgia italiana sobre sus orígenes, son tan solo algunos de los elementos sincréticos que aparecen en su obra y que le imprimen un aura especial. Sus trabajos ponen en evidencia un profundo carácter etnográfico de buena parte de la constelación estética popular del Caribe colombiano. En particular, de una carrera que se fecunda inconscientemente en el Caribe “adentro” del río Magdalena, pero que madura en Barranquilla.

Era un artista tan momposino como barranquillero. Llegó a finales de los años setenta a la capital del Atlántico en donde frecuentó y colaboró con el Grupo 44, un conjunto de artistas visuales que se interesaron en los lenguajes conceptuales y que contribuyeron al desarrollo del arte como idea en Colombia. Entre ellos se encontraban: Eduardo Hernández, Delfina Bernal, Fernando Cepeda, Víctor Sánchez y Álvaro Herazo. Estos jóvenes, entre largas jornadas de tertulias y entrevistas, discutían acerca de la obra de Marcel Duchamp, Gilbert & George, Laurie Anderson, Joseph Beuys, entre muchos otros nombres que, a posteriori, fueron referentes para Alfonso, aun cuando jamás le interesó calcar los conceptos y estrategias de estos artistas. Él fue, como le suele llamar afectuosamente su amigo, el artista y arquitecto Eduardo Polanco, “una esponja” que se iba nutriendo de ideas vanguardistas y de un ambiente cultural promisorio que se vivía en la ciudad, mezclado con el interés obsesivo y estricto acerca de sus orígenes.

Álvaro Herazo, uno de los primeros artistas en hablar sobre performance en el país, es quien le confirma a Alfonso que él, en efecto, era un performer. De ahí en adelante, conscientemente, fue a lo que se dedicó con disciplina el resto de su vida. Sus primeras participaciones en eventos artísticos se remontan al año 1982. Una de sus Acciones más recordadas de esta etapa fue Desconcierto. En ella, como ejercicio de indicación, irrumpía interpretando instrumentos de viento con una mascarilla antipolución en paisajes urbanos de la ciudad de Barranquilla en donde la contaminación fuese evidente, como la zona industrial de la Vía Cuarenta o en el Caño de La Ahuyama, por ejemplo. Sin duda, se trata de una obra que visual y conceptualmente adquiere múltiples significados en estos días de cuestionamientos a nuestros modelos civilizatorios.

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Folleto de la obra «Pesadillas De Un Hombre Rana», presentada en 1993 en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena de Indias. Imagen: archivo de Eduardo Polanco.

Era un artista tan momposino como barranquillero. Llegó a finales de los años setenta a la capital del Atlántico en donde frecuentó y colaboró con el Grupo 44, un conjunto de artistas visuales que se interesaron en los lenguajes conceptuales y que contribuyeron al desarrollo del arte como idea en Colombia.

El reconocimiento nacional llega con la imprescindible Visitas y Apariciones, un homenaje que le realiza al santo venezolano José Gregorio Hernández. Esta obra se presenta en el XXXV Salón Nacional de Artistas en el año 1994 y consistía en una serie de apariciones miméticas sobre esta figura iconográfica venerada en la religiosidad popular de gran parte del Caribe. A modo fantasmal, la presencia de Alfonso se confundía con la del doctor José Gregorio y dislocaba los instantes entre representación y divinidad. Este proyecto lo llevó a ganarse el primer lugar del certamen, siendo así el segundo performance en lograr este reconocimiento en la historia del arte colombiano.

En esta obra, Alfonso logra un lenguaje auténtico de poesía. Una austeridad tan sofisticada y surrealista, como popular. Sus apariciones silenciosas, iban acompañadas de una inmensa colección de fotografías tanto reales como intervenidas en las que José Gregorio Hernández testificaba a sus amigos, a través de postales, su irrupción en lugares emblemáticos del mundo como Washington o La Habana, así como puertos sobre el río Magdalena o en el muelle de Puerto Colombia.

El lenguaje artístico de Alfonso siempre fue objeto de controversias. Aún parece que en el interior del país no logran comprender del todo la dimensión de su obra. En gran parte, porque siempre fue un creador desprovisto de la necesidad de un discurso intelectual de excesivo uso de teorías del arte contemporáneo. Sus Acciones, más bien, podrían obedecer a un impulso poético sobre la vida. Su práctica artística, como la definió Álvaro Barrios, “emerge de una intuición espiritual”, más que de un estatus de erudito.

No obstante, otro tema que hace más compleja su comprensión sin una contextualización cultural clara, es el abordaje de las estéticas populares en su obra. Es el caso de sus obras El Ribereño (1997) en donde se apropia de la tradición de la Danza de Las Farotas de Talaigua o Pesadillas De Un Hombre Rana (1994) en el que se convierte en un sombrío sujeto anfibio que parece desdoblarse y confrontarnos sobre nuestros modos de vida en el planeta. Sobre estos aspectos, el artista y curador Eduardo Hernández, manifestó: “Su obra derriba prejuicios del arte contemporáneo y lo acerca a lenguajes ancestrales de expresión”. En consecuencia, su obra trasciende estereotipos de lo que se entiende en ocasiones como “alta cultura” y folklore, y posibilita una lectura antropológica de sus creaciones.

Durante los últimos años estuvo muy activo y consciente de su trayectoria. En Bogotá la Galería Espacio El Dorado realizó una muestra en homenaje a Visitas y Apariciones. A los pocos meses esta misma exposición se trasladó al Museo de Arte Moderno de Barranquilla, institución para la cual realizó una serie de Apariciones en la edificación que será la próxima sede de la misma. Allí, entre la obra gris y la lluvia, el doctor José Gregorio Hernández se confunde en medio de la oscuridad mientras silba las notas de la canción italiana ‘Santa Lucia’. Silbar era otra de las especialidades de Alfonso. Solía despertarnos a muchos de sus amigos silbándonos canciones de Carmen Miranda o rancheras clásicas vía WhatsApp, al tiempo que adjuntaba retratos suyos con particulares poses a las que titulaba Chico de Portada.

 

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Uno de los últimos «performances» de Alfonso Suárez, «100% Frágil». Detalle. Foto: Erik Méndez.

En 2018 ganó una beca del Ministerio de Cultura de Colombia para realizar su impresionante obra Hombre de Dolores en el Baluarte de Santa Catalina en Cartagena. Este, junto a la obra 100% Frágil, versión 2016, fueron sus dos últimos performances.

En 2019 lo invité exponer su Arte Postal en la exhibición Papeles en el Tiempo, cuya curaduría realicé para el Museo de Arte Moderno de Barranquilla. Su mail art no se había exhibido en un museo hasta entonces y me parecía que era necesario, puesto que en estas piezas se hace presente todo el sistema de personajes y fantasías que construyó durante su carrera. También realizó una muestra ese mismo año en el Museo Zenú de Arte Contemporáneo en Montería, por invitación del artista y curador Cristo Hoyos.

Ciertamente, con el pasar de los años, Alfonso Suárez será estudiado como un personaje esencial en la historia del arte contemporáneo colombiano. Ya lo es para el Caribe. Disruptivo con los cánones del ecosistema artístico nacional y más cercano a la vida misma que ningún otro. Su radicalidad poética lo hace único y explica porqué decía que “El performance es vida, nada más”.

Elías Doria

Antropólogo. Curador Independiente. Estudiante de Maestría en Historia del Arte. Universidad de Los Andes.