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Para Michael Shifter el escenario de postpandemia requiere liderazgos políticos eficientes y comprometidos para superar la crisis de la región.

Michael Shifter, presidente del Inter-American Dialogue, en la entrevista de Contexto.

2020, un año signado por la pandemia, el desempleo, y un creciente descontento político, parece depararle a Latinoamérica tiempos de agitación que ya han llevado a algunos expertos a caracterizar los años venideros como la década perdida de la región. Sobre la perspectiva de realizar grandes reformas estructurales pendientes en América Latina en temas como salud, educación y empleo que conjuren esta crisis, las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y la salud de la democracia en la región, Contexto dialogó con Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano —tanque de pensamiento en asuntos internacionales relacionados con el hemisferio occidental—, profesor adjunto en la escuela de Asuntos Exteriores de la Universidad de Georgetown, y colaborador habitual de medios como The New York Times, Foreign Affairs, The Washington Post y Harvard International Review.

Redacción Contexto: ¿Qué puede esperar Colombia si Trump es reelegido? ¿Qué esperar si gana Biden?

Michael Shifter: Si Trump es reelegido se puede esperar más de lo mismo. Difícil imaginar más moderación o un tono menos agresivo en un segundo mandato. Trump seguirá siendo muy errático y poco previsible. En cambio, si gana Biden, habrá un retorno a los parámetros tradicionales de política exterior, que incluirá a Colombia. Los temas de democracia y Derechos Humanos, y en el caso Colombiano, el proceso de paz, volverán a ocupar un lugar en la agenda junto a temas como Venezuela, narcotráfico y crimen organizado, que han sido importantes para Trump. Sin embargo, para recuperar autoridad y credibilidad sobre la democracia, la nueva administración tendrá que esforzarse para reparar el daño que se ha hecho en los Estados Unidos en los últimos años. Con Biden es razonable esperar mayor previsibilidad y se mantendrá una estrecha cooperación bilateral, aunque posiblemente habrán algunas diferencias, lo que es normal entre socios estratégicos.

R.C.: ¿Qué debe suceder en América Latina para que los Estados Unidos presten atención a la creciente presencia China en el continente? ¿Es positiva esta presencia?

M.S.: En los últimos años se ha logrado un amplio consenso político en los EE.UU., más atento y preocupado sobre la creciente presencia de China en el continente y el resto del mundo. Para muchos países en la región que están sufriendo económicamente, lo que se ha agravado por la pandemia, China es un socio importante por razones pragmáticas y es ingenuo pensar que eso va a cambiar. El tema estará en la agenda tanto de Trump como de Biden. La diferencia será de estilo y enfoque. La política de la administración Trump de presionar gobiernos para tomar distancia de China y elegir a EE.UU. como socio preferido no ha funcionado. Biden intentará competir con China en la región con una agenda más robusta en cuanto a inversión y comercio. Espero que retomará la Alianza Trans Pacifica (TPP), la mejor política para contrarrestar a China en la región y en el Pacifico. Retirarse de la TPP fue un error estratégico gigantesco por parte de Trump.

Venezuela se ha vuelto un serio problema, especialmente para Colombia. ¿Se ve alguna salida a la vista para volver a la democracia y reconstruir un país en crisis por el llamado socialismo del siglo XXI?

En el tema de Venezuela también me parece que hoy existe un amplio consenso entre ambos partidos políticos en los EE.UU. Tanto para demócratas como republicanos Maduro es un dictador. Nadie duda del reciente informe de las Naciones Unidas que acusa al régimen de haber cometido crímenes de lesa humanidad. Lamentablemente la política de Trump, sobretodo desde enero 2019 con la aparición de Juan Guaidó, ha fracasado.

Las fuerzas democráticas están más divididas que nunca y Maduro está al mando, con pocas perspectivas para una transición democrática en el corto plazo. Bajo una administración de Biden ya no se escucharán frases como “Todas las opciones están sobre la mesa”, que han resultado contraproducentes. Biden pondrá más énfasis en herramientas tradicionales de política exterior como la diplomacia, pero sin ilusiones y con realismo, en el caso de Venezuela. Biden buscará aumentar los recursos y reforzar iniciativas humanitarias, dirigidas tanto a los millones de Venezolanos sufriendo en el país como a los migrantes y refugiados en países vecinos, sobre todo Colombia. Es una necesidad urgente que no puede esperar hasta una transición democrática, que puede tomar más tiempo del que muchos creían. La prioridad será salvar vidas.

En el contexto de las crisis económicas y sanitarias que está sufriendo América Latina tiene mucho sentido pensar seriamente cómo aprovechar este momento tan difícil para hacer grandes reformas estructurales pendientes. De pronto hacía falta un shock como este. Las crisis han desnudado las profundas deficiencias en cuanto a sistemas de salud y educación, altos niveles de informalidad y baja productividad, no solo en países con pobres resultados en los últimos años sino también en los mejores actores como Perú, Chile y Colombia. La tarea es más política que técnica. No es un misterio lo que la región tiene que hacer.

Llevamos muchos años intentando, en vano, tener mayor integración comercial entre los países de América Latina. Las cifras del comercio interregional son muy pobres. ¿Ha cumplido la Alianza para el Pacífico las expectativas? ¿Puede ser Prosur un catalizador?

Los resultados de los diversos esfuerzos para lograr mayor integración comercial en América Latina han sido decepcionantes. Ha sido uno de los grandes fracasos en la región que han obstaculizado un mayor desarrollo. La Alianza del Pacifico fue uno de los esfuerzos más prometedores, y de hecho hubo avances impresionantes en sus primeros años. En años recientes han habido pocos logros significativos, está un poco estancada.

Los cambios políticos, como la elección de Lopez Obrador en México, que sigue en la Alianza pero no parece ser gran entusiasta, son un factor clave, y la crisis de la COVID-19 desafortunadamente ha generado una tendencia en la que cada país mira para dentro, justo en el momento en el que es necesario tener una integración más profunda y dinámica. La fortaleza de la Alianza del Pacifico es su carácter económico y comercial. Prosur es muy distinto, es político, y con una orientación particular. La experiencia reciente en la región, con mecanismos más políticos como Unasur y otros, no ha sido muy alentadora. El reto debe ser buscar cómo reducir, no agravar, la polarización en América Latina.

La lucha contra el tráfico de drogas parece una pelea perdida que ha costado billones de dólares y miles de muertos. Colombia ha sido un enorme damnificado. ¿No es hora de cambiar de modelo y mirar otras opciones? ¿Estarán los EE.UU. en un eventual mandato de Biden dispuestos a dar esta discusión?

Sin duda, no hay otro país que haya pagado mayor precio que Colombia en la lucha contra el trafico de drogas. Los costos han sido enormes y trágicos. La solución no es evidente, ni fácil. Pero sería irresponsable rendirse ante este complejo problema que enfrenta Colombia y todo el continente. Durante la administración Trump un debate serio sobre cómo abordar este desafío más eficazmente ha estado ausente. Me parece que un gobierno de Biden estaría dispuesto a explorar enfoques alternativos. Seguro que la frase “responsabilidad compartida” va a volver a la discusión. Hay muchas investigaciones excelentes sobre el tema, con diagnósticos rigurosos y propuestas bien pensadas, pero hasta ahora no han incidido en la toma de decisiones, en parte por los altos niveles de corrupción vinculados al tráfico de drogas ilícitas y la falta de liderazgo.

América Latina mejoró sus indicadores económicos y sociales entre el 2000 y el 2010, pero de nuevo sufre un retroceso agravado por la pandemia. Seguimos con más expectativas que resultados. Nos cuesta mucho encontrar consensos para hacer reformas estructurales, pero las crisis son también oportunidades. ¿En qué deberíamos enfocarnos en estos próximos años?

En el contexto de las crisis económicas y sanitarias que está sufriendo América Latina tiene mucho sentido pensar seriamente cómo aprovechar este momento tan difícil para hacer grandes reformas estructurales pendientes. De pronto hacía falta un shock como este. Las crisis han desnudado las profundas deficiencias en cuanto a sistemas de salud y educación, altos niveles de informalidad y baja productividad, no solo en países con pobres resultados en los últimos años sino también en los mejores actores como Perú, Chile y Colombia. La tarea es más política que técnica. No es un misterio lo que la región tiene que hacer. Hay que desarrollar un nuevo pacto social que incluye diversos sectores y que está más orientado a reducir la desigualdad abismal y crear una sociedad más justa. Las múltiples crisis demuestran claramente que el status quo ya no es sostenible. Resulta complicado ver cómo la región puede enfrentar esta agenda exitosamente sin un liderazgo más eficaz y comprometido.

 

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Colombia no ha sido la excepción al sentimiento de descontento político. Marchas y protestas antes y después del confinamiento por la pandemia así lo demuestran. Foto: Ricardo Arce. Unsplash.

La Guerra Fría como la conocimos desapareció. La economía de mercado triunfa, pero ahora vemos otras manifestaciones: democracias no liberales, gobiernos autoritarios, capitalismos de estado, populismos. ¿Cómo ve este nuevo orden y sus efectos en América Latina?

El retroceso democrático a nivel global y en América Latina es bien preocupante. Ya antes de la pandemia todas las encuestas señalaron el bajo nivel de satisfacción con la democracia en la región. Ciertas actitudes hacia la democracia están muy vinculadas con la legitimidad de los gobiernos y la verdad es que muchos gobiernos en la región, con poco espacio fiscal, no han sido capaces de satisfacer las crecientes expectativas y demandas de sus poblaciones. En sus primeros seis meses, la pandemia ha tenido un gran impacto político. Los gobiernos autoritarios como Venezuela y Nicaragua han aprovechado la crisis para consolidar aún más su poder y reprimir la oposición, mientras que en algunos gobiernos democráticos, como El Salvador, el Presidente ha utilizado la pandemia como un pretexto para desafiar otros poderes como la Corte Suprema y atacar los medios de comunicación. También es preocupante que en varios países las fuerzas armadas han vuelto tener mayor protagonismo. Las condiciones económicas son muy difíciles, muchos expertos se refieren a esta como una década perdida en los grandes países latinoamericanos, no son las más adecuadas para fortalecer a la democracia liberal. Por cierto, hay que tener una perspectiva histórica y recordar que en los anos 70 solo hubo tres democracias en la región: Colombia, Venezuela y Costa Rica.  

Siguiendo a Pinker, el mundo hoy es mejor que hace 10, 20 o 50 años. También en América Latina y Colombia, pero hay mucha gente inconforme, que protesta con rabia. Esta rabia hay que entenderla bien porque puede ser distinta en Chile que en Colombia o Nicaragua. ¿Ve algún elemento común en estas protestas?

Siempre es bueno leer a Pinker para levantar el animo. Tiene una perspectiva valiosa, bien fundamentada, con datos indiscutibles. Pero la verdad es que a pesar del progreso que documenta Pinker, hay malestar, si no indignación, en muchas zonas de América Latina hoy. Por cierto, cada país tiene sus propias particularidades. Es riesgoso generalizar. Las protestas de Nicaragua en abril de 2018 eran producto del rechazo a un gobierno autoritario que reprime a su pueblo, mientras que las protestas en Chile en octubre del año pasado se explican por los altos niveles de desigualdad, no solo económica sino de justicia, y la falta de conocimiento y comprensión por una clase política desconectada con las difíciles condiciones económicas de la mayoría de la población. En Colombia el tema de la paz siempre es un factor pero también el desencanto con una clase política que no ha podido producir los resultados que diversos sectores están exigiendo. Si hay un elemento común es la desigualdad e injusticia que caracteriza la región, que se ha agudizado en la situación actual de una pandemia sin precedentes. 

Por último, ¿qué tan inconveniente es que no haya un latinoamericano en la presidencia del BID?

La elección el pasado 12 de septiembre de un estadounidense como nuevo Presidente del BID rompió una tradición y un acuerdo tácito que duró seis décadas. Este precedente no me parece deseable para el banco o la región. Los símbolos son importantes y lo correcto es que un latinoamericano o una latinoamericana sea la cabeza de una organización dedicada al desarrollo de America Latina y que participa en foros globales representando la región. Espero que el nuevo presidente sea capaz de unir y no de dividir más la región, aplicando criterios técnicos y profesionales, no políticos, en la dirección del BID. Es necesario lograr resultados positivos para reactivar la economía y reducir niveles de desigualdad e injusticia, que es el reto más urgente que enfrenta América Latina.